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Opinión

Lun 16 Dic 2019

Sí optimismo, no conformismo

Por: Mons. Libardo Ramírez Gómez -Ya llega el momento de máxima alegría humana ante el gesto grandioso del infinito amor divino al hacerse de nuestra familia el Hijo eterno de Dios, y nacer despojado de honores y ostentaciones y vanidades en el establo de Belén. Ya escribía el iniciar este diciembre que debíamos vivir todo este mes en ambiente de alegría para estar celebrando este hecho, y no superficialmente sino acogiendo, en forma consciente, la vida divina en nosotros, pues esa es la magnífica realidad que nos ofrece el Niño de Belén. Esta es la grande realidad que nos trae optimismo, y no solo conformismo, en medio de penas y dificultades que estamos seguros de superar con la fortaleza que nos ofrece ese Pequeñín del pesebre, quien, como lo anunció el Arcángel, es “Hijo de Dios” (Lc. 1,35). Alegría y optimismo es cuanto experimentamos ante ese hecho grandioso, asumido con plena fe y que alienta nuestro vivir a la luz de ella. Desde su nacimiento, luego en sus años de niñez y juventud, en años de predicación de su Buena Nueva, de su pasión, muerte y Resurrección, hasta su Ascensión al cielo, y en su ejercicio como Rey del Universo, es el camino de este Jesús que pasa a nuestro lado, y, mejor aún, se quedó en nuestro corazón. Bien lo expresa ese canto religioso que dice: “Jesús está pasando por aquí, y cuando pasa todo se transforma, se va la tristeza llega la alegría, para ti y para mí”. En medio de esta bien fundada e infinita alegría, podemos expresar con este nuevo cántico: “No puede estar triste un corazón que tiene a Cristo; ni un corazón que tiene a Dios”, y, también, esta confortante voz, en la prosperidad y aún en las penas y dificultades. “¡Sonríe, Dios te ama!”. En medio de incertezas que pueden llevar al pesimismo, qué bien recordar cuanto dice el Manual de una apreciada organización apostólica, con gran espíritu de fe y confianza en Dios: “¡Nunca hay razón para desesperar”! Esta vivencia de fe, que hace vibrar la celebración de la Navidad en esa dimensión, nos lleva a un estado de ánimo no conformista, ya que nos da permanente y alegra espíritu de superación y de compromiso con nuestra misión en la tierra, sin ningún pesimismo, sino con el optimismo que nos da la fe y la exultante alegría que da el vivir según ella nos pide. Dificultades, muchas cosas sin plena respuesta, tenemos en todas las naciones, heredadas de épocas anteriores, fallas graves en gobernantes y gobernados ha habido y habrá en todas las épocas y países de la tierra. Todo lo cual es preciso afrontar pero con el alegre optimismo del cristiano, que busca y se compromete a colaborar para salir adelante, y no quedarse en solo protestas sino aceptar dialogo constructivo. Siempre de actualidad lo expresado por Jhon F. Kennedy: “No preguntes tanto qué puede hacer el País por ti, sino qué puedes hacer tú por él”. Con fe en Dios, como regalo del Niño Dios, podemos esperar con redoblado optimismo que dará luces, fuerza y voluntad a los Gobernantes para oír y decidir lo mejor para el País, y a los gobernados para no enceguecerse en solo protestas sino en optar, confiadamente, por lo mejor. No conformismo, Sí bien fundado optimismo, y saldremos adelante, comenzando así un feliz 2020. Obispo Emérito de Garzón Email: [email protected]

Jue 5 Dic 2019

La Novena en mi barrio

Por: Mons. Darío de Jesús Monsalve Mejía - “Grande es el misterio de la piedad: Él (Cristo) ha sido manifestado en la carne, justificado en el Espíritu, aparecido a los ángeles, proclamado a los gentiles, creído en el mundo, levantado a la gloria” (1a.Timoteo 3,16). Este fragmento de un himno primitivo, recoge, con brochazos iluminados, la obra de Dios cumplida en Cristo Jesús. Desde su descenso de la divinidad para hacerse hombre, hasta su elevación a la gloria para “sentarnos con Él a la derecha del Padre”, todo está centrado en la persona del Señor. El tiempo litúrgico del Adviento, preparación a la solemne fiesta del Nacimiento de Jesús en Belén, trae a nuestras almas y corazones una visión de la historia de la salvación que nos da Dios, desde la experiencia de la presencia de Jesucristo: a los humanos nos será posible encontrarnos con Dios, porque Él está entre nosotros y con nosotros. Ahora el “Yo soy” del Éxodo a Moisés, se convierte plenamente en el “Yo estaré con ustedes, día tras día, hasta el final del mundo” (Mateo 28,20). En clave de presencia, el Adviento nos hace mirar en tres tiempos: 1. El Adviento del Verbo hecho hombre: La Encarnación de Dios, del Verbo que sale del Padre y entra al mundo en nuestra carne y naturaleza humana, es el acontecimiento que se vuelve memoria. Es la conmemoración del acontecimiento humano y divino llamado Jesús de Nazaret, nacido en Belén. Navidad es el Adviento del esperado, del que “tenía que venir al mundo”. Es el ingreso a la naturaleza humana, tomándola de la iniciativa amorosa del Espíritu Santo y de la respuesta generosa de María y de José su prometido esposo. Un ingreso al amor de unos esposos, a una genealogía y ciudadanía, a una historia vivida desde la espiritualidad y el amor de los más humildes y fieles servidores del Señor, los pobres de Dios, los siervos de su voluntad, que acogen al Pobre y Siervo de Dios, Jesús. Que vivamos estos domingos de Adviento y entremos en el clima del Señor que ya vino y se adentró en todo lo humano, revelando su sentido y orden, desde esa unión indisoluble entre Dios y toda persona. Esta existencia terrena de Jesús es salvadora y liberadora, en toda su dimensión y evolución, culminando en la cruz y en la tumba vacía, conduciéndonos al Jesús de la resurrección, al Espíritu de Pentecostés, a la comunidad de creyentes y discípulos que nace y se consolida con la Pascua y con la misión que Jesus les participa: “Como el Padre me envió, también yo los envío” (Juan 20,21). Este Adviento de la Encarnación y de Navidad concluye con la adoración, con el gesto de doblar la rodilla y guardar silencio emocionado, al recitar el Credo, cuando profesamos que “Dios Hijo se encarnó y se hizo hombre”. 2. El Adviento de “Jesús en medio” de su comunidad: es el sentido presente del Adviento. Ya desde el mismo domingo de la resurrección, “se presentó Jesús en medio de ellos”, dándoles su paz, mostrándoles sus manos y costado, llenándolos de alegría. Es el Adviento (Juan 20, 19-20). Es la certeza de que “donde dos o más se reúnan en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18,20). Este estar Jesús con nosotros, resucitado y Señor, Maestro y Pastor, mediador y servidor, lo vive la comunidad en la Palabra, en los sacramentos y en sus ministerios y, de manera muy especial, en el pobre y el débil, en la víctima y el que sufre. Es el Adviento del Espíritu Santo y del Cuerpo de Cristo que lo hace visible en medio de la humanidad, proclamando el amor de Dios e impulsando la civilización del amor en pueblos, culturas y en todo el cosmos. A vivir este presente de Jesús es a lo que convocamos desde nuestras familias, comunidades, instituciones y territorios. En este 2019, marcado por la inconformidad social y por el conflicto político ante sistemas económicos, en todo el continente, la Navidad se convierta en esa espiritualidad ciudadana que ilumina la convivencia y la integración de todos, en los espacios y territorios, en barrios y veredas. La Navidad en mi barrio, en mi sector, en la casita católica o en el lugar público indicado, ayude a pasar de la protesta al encuentro, de la cacerola a la pandereta, de la espontaneidad al intercambio de dones y plegarias. 3. El Adviento de la paz y del mundo nuevo: el profeta Isaías, figura del Adviento junto a Juan Bautista, a María y José, abre el primer día del Adviento con el anuncio de la Nueva Jerusalén, el advenimiento de la ciudad de paz, significado del nombre de la capital de Israel. A ella confluirán los pueblos, para conocer los caminos de Dios, ser instruidos en su Palabra, tener un árbitro de su paz, transformar las armas en herramientas de trabajo, dejar de prepararse para la guerra y de enfrentar a un pueblo con otro (Isaías 2, 1-5). Y Mateo, el evangelista del ciclo A de la liturgia, inicia con Jesús que nos llama a estar en vela, esperando y preparando la llegada de la nueva humanidad, esa que significa hombres y mujeres que se liberan de la sociedad meramente temporal y humana, ajena a la relación con Dios, a la trascendencia del Reino de Dios (Evangelio del primer domingo). El Adviento no solo es memoria y actualidad, sino también espera y futuro. Vivirlo así es movilizar todas nuestras energías y recursos, toda nuestra unidad y decisión colectiva, para superar la noche y entrar al pleno día, a la luz de la verdad de Cristo Jesús, en donde hagamos visible nuestro testimonio del Reino de Dios y seamos buen ejemplo para la humanidad. Como Obispo y Pastor llamo a todos a vivir este mes de diciembre 2019 con profunda cercanía en los territorios a todos, acompañando y leyendo juntos los signos de Dios en estos tiempos y realidades. Una Navidad que enriquezca la esperanza en todos y aliente la solidaridad y unidad en la construcción del bien y bienestar comunes, de la convivencia y la alegría del amor de Dios. ¡Dichosa y bendecida Navidad para todos! + Darío de Jesús Monsalve Mejía Arzobispo de Cali

Vie 29 Nov 2019

Frente situación gravemente compleja

Por: Mons. Libardo Ramírez Gómez - Las situaciones que se van presentando en el mundo, y en cada una de las naciones, se van dando periódicamente dentro de grave complejidad. Algunas, por gravísimos, hechos explican claramente su surgimiento, otras son tejidas hábilmente por ánimos de crear dificultades que emproblemen a sus adversarios y que abran paso a personales ambiciones. Desde que existen los humanos en la tierra, se han tenido envidias, odios y crímenes como el de Caín y discordias a muerte como entre los hijos de Isaac o de Jacob, o entre ungidos Reyes como Saúl y David. Esto ha llevado a que la historia del mundo esté también jalonada por conflictos y conflagraciones mundiales como las dos terribles guerras del Siglo XX. En nuestros países hemos tenido momentos de grandes enfrentamientos como el de los aborígenes y conquistadores, entre españoles y criollos, y entre los mismos conmilitones de la gran lucha por la independencia. Estos últimos enfrentados por odios cultivados por recelos y lucha por imponer ideales contrarios, con atentados contra sus vidas como frente al propio Libertador y Padre de la Patria. Guerras fratricidas hemos tenido por ambición de predominios personales o banderías políticas en los 200 años de Independencia, con esfuerzos por lograr la paz, ya con apabullamiento de adversarios, ya con nobles entendimientos por el bien general, unos con sólidas bases otros sin ellas dejando brecha abierta para nuevos conflictos. A todo escala se han tenido hechos de clara motivación para guerras y para clamor de cambios de Gobierno, como las vanidosas y demenciales ambiciones de Napoleón o de Hitler, y, entre nosotros, con desbordamientos dictatoriales de un Cipriano Mosquera y un Rafael Reyes, o un Rojas Pinilla. Ahora, echando mirada serena y objetiva a la situación actual de Colombia, hay que reconocer qué hay graves deficiencias en cuanto a respuestas efectivas en muchos frentes, algo que se ha venido acrecentando y que se está haciendo resaltar y sentir al vivo al pueblo colombiano, pero no bravísimas causas como las que motivaron las tensionadas revoluciones, hizo que se realizaran las grandes manifestaciones del 21 pasado, ejemplarmente cumplidas, lamentablemente con no veraces aseveraciones, y, más lamentable aún aprovechadas por extremistas con ímpetu vandálico que empañaron la recta intención de protestas iniciales. Estamos en momento que exige reflexión a conciencia, de cómo aunar las buenas voluntades, superando simples emociones e interminables recriminaciones, con personas de sentido patriótico de todos los sectores de opinión, formar bloque compacto que tome decisiones para salvar la democracia al estilo de la “Conversación Nacional” a que está invitando el Presidente. Él ha podido cometer errores como el querer enmarcarlo todo en su sano pero utópico propósito de no conseguir adeptos con halagos sino con razones, quien, plegándose un poco, está invitando a una responsable y verdadera salvación nacional, en dialogo abierto a toda la opinión pública para no avanzar al caos que unos pocos propician. A grandes momentos, grandes hombres y mujeres que invocando a Dios, eviten el derrumbamiento de nuestra Nación, capaces de generosos y patrióticos aportes para el salvamento nacional. Obispo Emérito de Garzón Email: [email protected]

Mar 26 Nov 2019

La Casa Común

Por: Mons. Ismael Rueda Sierra - Es una expresión cada vez más familiar, actualizada después de la encíclica “Laudato Si” del Papa Francisco. Hablamos pues, de nuestra tierra, la “madre tierra”, con toda su riqueza de aguas y minerales, plantas y animales, en admirable diversidad, que hacen un conjunto armónico y un escenario para conservar, proteger y promover la vida. Así el medio ambiente se ha convertido en un imponderable que no puede ser ignorado y menos aún, deteriorado, como concurre en el discernimiento de ecologistas, políticos, científicos, de movimientos sociales y sin lugar a dudas, también en los argumentos religiosos o teológicos. En efecto, en la reflexión teológica podemos hablar del “orden de la creación” que juntamente con el “orden de la redención” y el “orden de la santificación”, se unen armónicamente para que acontezca el plan de Dios Creador, Redentor y Santificador, en favor nada menos que de la persona humana. Del hombre, afirma el Concilio Vaticano II, que es la “única criatura terrestre a quien Dios ha amado por sí misma” (G.S. 22), en razón de haber sido creado a imagen y semejanza suya, de donde deriva su original y esencial dignidad. Por tanto, las demás criaturas son “amadas” por el Creador, por su referencia y relación con el ser humano. Aparece entonces, por una parte, el “ambiente humano” y por otra, el “ambiente natural” (Casa Común), que son inseparables. Precisamente el papa Francisco, en la citada encíclica, afirma que “el ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos, y no podremos afrontar adecuadamente la degradación ambiental si no prestamos atención a causas que tienen que ver con la degradación humana y social. De hecho, el deterioro del ambiente y el de la sociedad afectan de un modo especial a los más débiles del planeta” (L.S. 48). Precisa considerar, desde la reflexión y compromiso que la Iglesia o la antropología cristiana procura en relación con los problemas del medio ambiente o de la casa común, para ayudar en la campaña de su cuidado contra su despiadado deterioro, que “una correcta concepción del medio ambiente, si por una parte no puede reducir utilitariamente la naturaleza a un mero objeto de manipulación y explotación, tampoco debe absolutizarla y colocarla, en dignidad, por encima de la misma persona humana” (Compendio de Doctrina Social,# 463). Esta tendencia explica por qué algunas corrientes ecologistas hablan indistintamente de los derechos del hombre juntamente con los “derechos” de los animales o de los ríos o de los árboles. Es por tanto necesario hablar más bien en términos de “responsabilidad” grande y grave, intransferible, por parte del hombre, en relación con todos los bienes naturales, porque de su cuidado va a depender la misma suerte presente y futura de la vida humana. Para descender en nuestra reflexión a las situaciones concretas de las disputas ecológicas universales, regionales o locales - también inseparables - es necesario reiterar, por ejemplo, que cuando buscamos preservar las selvas o las montañas o nuestros páramos, como es el caso en los Santanderes del Páramo de Santurbán, es porque está en juego, además de clima y ecosistemas, fundamentalmente la producción y suministro de agua, cuya provisión forma parte del derecho a la vida. No es que se quiera por ello desconocer el papel propio que tiene el aprovechamiento de los recursos naturales aplicando la tecnología, así sea de avanzada o “de punta”, sino porque hay un requerimiento ético que precede a tal uso y es el bien primordial de la vida humana. En Santander por ejemplo se ha acuñado un slogan, en relación con los proyectos de extracción minera: “podemos vivir sin oro, pero no sin agua”. De modo que lo ético prima sobre lo técnico, o sea sobre el bien superior y primario, presente y futuro, de la persona humana y su vida, por encima de otros intereses. + Ismael Rueda Sierra Arzobispo de Bucaramanga

Lun 18 Nov 2019

La Basílica de Nuestra Señora de Chiquinquirá en San Luis de Cúcuta

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - La bondad del Papa Francisco y su constante cuidado por la Iglesia que peregrina en Cúcuta, puerto de la esperanza para tantos hermanos, y casa de comunión y de evangelización, nos ofrece ahora un signo de especial afecto: El Título de Basílica Menor para una Iglesia muy nuestra, la Casa de la Virgen de Chiquinquirá, la Kacika, fue proclamado el 7 de octubre de 2019, con una Carta Apostólica, el Breve Pontificio, firmado por el Cardenal Robert Sarah en nombre del Santo Padre. La palabra “basílica” proviene del latín basílica, que deriva del griego basiliké que significa “casa real”. En los tiempos del Imperio Romano, las basílicas eran edificios desde donde se ejercía la justicia o se administraba la sociedad en nombre del Emperador. Cuando cesaron las persecuciones, cuando la libertad religiosa, primero, y luego las distintas concesiones imperiales abrieron al culto cristiano algunos espléndidos espacios, el título de Basílica le fue dado no solo al lugar sino a la experiencia de reconocer que el Señor resucitado, glorificado y reinante es el verdadero Señor, al que celebran los creyentes reuniéndose en su nombre, escuchando su Palabra, viviendo la comunión. La Kacika, título tan popular, define la presencia y el amor de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá por sus hijos aquí en esta tierra bendita en la que, la protección de nuestra Señora recibe como respuesta el amor fervoroso de sus hijos que la han engalanado con detalles de fe y de piedad y le han edificado una casa que ahora se llama Basílica no sólo porque allí es honrado el único Señor y Rey, sino porque el pueblo santo, pueblo de reyes, puede encontrarse con su Reina, La Señora de Casa, la Madre bondadosa que desde remotos tiempos es faro de luz y de esperanza para su gozosos hijos. Ahora la Basílica debe ser un centro de evangelización en el que se siga proclamando la fe, en la que el Magisterio del Papa sea luz para el camino espiritual, en la que los distintos servicios apostólicos nos recuerden que somos una Iglesia dinámica, una familia que, aún en medio de las no pocas contingencias de la historia, sigue caminando en la fe y en la esperanza, sigue proclamando el Reino de Jesucristo, la gloria de la Trinidad, la amorosa intercesión de la Madre del Salvador. Las Basílicas Menores se distinguen con unos signos: Un escudo de que pende una campanita, recordándonos que el Sello del Papa, las llaves que Jesús le confió a San Pedro, siguen abriendo no sólo las puertas del Reino, sino también las puertas del corazón solidario y fraterno en el que todos encuentren paz y alegría. También se pone en las Basílicas una ‘Umbrela’, una especie de gran quitasol, que en sus colores oro y rojo indica la unión de gloria y caridad con las que la Iglesia cubre amorosamente la vida de sus hijos y la protege y cobija con la amorosa bendición de Dios. En las Basílicas ha de celebrase siempre el culto con especial dignidad, es decir, se ha de vivir la liturgia como expresión de la fe y revelación armoniosa de la vida eclesial que congrega, evangeliza, glorifica y sirve con amor fecundo y con gozosa alegría todo el amor de Dios. En Norte de Santander es la primera Iglesia que recibe este título, pero el título no sólo dice que la Iglesia de san Luis es la Casa del Rey, sino que todo el Pueblo de Reyes que allí se congrega, es una familia de hermanos que tiene en La Reina Chiquinquireña de Cúcuta, la dulce madre que lidera y acompaña el camino de todos. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Mié 13 Nov 2019

Ante fiera tozudez abortista

Por: Mons. Libardo Ramírez Gómez - Causa extrañeza, a algunos, que siga habiendo un “debate sin fin” (El Tiempo 27-10-19), en torno al “aborto legal”, cuando en realidad ese debate quedó abierto desde el día, para unos “memorable” para otros “lamentable”, cuando la Corte Constitucional (10-05-06), dio la Sentencia 355, considerando este asunto como “un tema de salud”, y, en tres casos determinados, “despenalizó” el delito del aborto. En querer imponer la opinión de unos pocos, y en forma sesgada, está el origen de este debate, pues no se habló en la Sentencia de “legalizar”, pero se ha querido darle esa dimensión, y la misma Corte pasó luego acrecentar diferencias al hablar de que de allí ha surgido, como un “derecho de la mujer”, pedir que se mate al hijo de sus entrañas. Además, recientemente, se ha pretendido, de parte de la misma Corte, exigir al Ejecutivo hacer reglamentación del aborto como si fuera un “derecho de la mujer”, que se puede practicar hasta los últimos días del embarazo, y que, prácticamente, los galenos no puedan presentar “objeción de conciencia”, algo tan claramente reconocido por nuestra Constitución (Art. 11), y por códigos civiles. Como graduado en Derecho Canónico, estudioso de legislaciones de distintos países, Presidente por 12 años del Tribunal Eclesiástico Nacional, defensor del derecho natural al sagrado derecho de la vida, siento que, para bien de nuestro País, debo pronunciarme en este nuevo momento álgido. Es que de parte de la misma Corte Constitucional se pretende obligar al Presidente de la República, y colaboradores del Ramo de Salud, a dar reglamentaciones que no les corresponden, con detalles que pisotean aspectos de derecho natural que reclama el respeto a la vida, primer derecho de los seres humanos. Es de advertir que desde el 2006 venimos repitiendo que, estamos ante reclamos no solamente de carácter religioso, sino acordes con Tratados de Derechos Humanos, y gran número de científicos, sosteniendo la preciosa realidad de la dignidad y derechos de la persona humana desde su concepción, a pocas horas de ser engendrado, hasta su muerte natural. Es de destacar cómo, en nuestros días, hay gran sensibilidad por seres vivos de la naturaleza, las plantas, las aves, los toros, y los niños ya nacidos (postnatal), pero en relación los no nacidos (prenatal), tan débiles e indefensos, qué inclemencia, al contraponerlos a sus madres, a quienes quieren dar el derecho de exterminarlos, al considerarlos como un estorbo a sus libertades. Es que los tres casos despenalizados pueden ser fácilmente extendidos a número infinito, pues hay posibilidad de alegar causas con gran facilidad. Que hubo “violación”, cómo se puede contradecir su afirmación si las relaciones íntimas son de ordinario sin testigos; en caso de “peligro de la salud y vida de la madre”, con qué amplitud se puede alegar, al tener en cuenta que todo embarazo trae serio peligro; ante la “deformación del niño en crecimiento uterino”, antes que matarlo hay múltiples medios de su mejoramiento, con médicos especialistas en ello, y, siendo, por lo demás, esos niños ya nacidos, centro de amor y cuidado de hogares con sentimientos naturales humanitarios. Existe, además, el hecho de que, apenas dada la referida Sentencia de la Corte de despenalización en los casos mencionados, dictó el Ministerio de Salud la Reglamentación 444 que fue demandada por destacados Juristas, y fue declarada nula por el Consejo de Estado (15-03-13), por incompetencia de ese Ministerio para emanarla. Se precisó, en ese momento, que es al Parlamento a quien le correspondería, si lo estima correcto hacerlo, dar una determinación al respecto, pero si éste se niega por estimarlo inconveniente, no hay camino constitucional para que en este orden de cosas se proceda a dar orden al Ejecutivo para realizar este acto. Sería ilegal que el Presidente, o cualquier funcionario que reciba esa orden, la cumpliera, pues estaría realizando algo ilícito y nulo. De un Presidente que, con valor, y exponiendo su prestigio, pensó que, “a conciencia”, debía hacer objeciones a la legislación sobre la JEP, se espera que, en este caso, al menos igualmente grave, objete esa orden inconstitucional que ha recibido y se niegue a cumplirla. En el caso del aborto es de rememorar la actitud de gran valor cívico del Rey Balduino, de Bélgica, que prefirió renunciar a esa dignidad, con peligro de no ser restituido de su cargo (05-04-90), antes que rubricar algo en contra de la ley natural, para que otro, si lo estimaba procedente, firmara lo aprobado en el Parlamento. + Libardo Ramírez Gómez Obispo Emérito de Garzón Email: [email protected]

Jue 7 Nov 2019

Defendamos la vida humana

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - «Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses te tenía consagrado» (Jeremías 1, 5). La vida humana es sagrada siempre, toda, en todas partes, para todos. Aparece nuevamente en el horizonte de nuestra comunidad el delicado tema de la VIDA HUMANA. Se ha presentado por parte del Ministerio de Salud y Protección Social, el proyecto de una resolución sobre la “Interrupción Voluntaria del Embarazo” -que no es otra cosa que el aborto- en Colombia, mostrado antes de su firma a la comunidad. También en el Congreso se ha expuesto y aprobado en primer debate, un proyecto de ley que reglamenta la eutanasia, que no es otra cosa que un atentado a la vida humana. Se pone pues ante nuestros ojos un delicadísimo tema, el irrespeto y el ataque a la vida humana desde sus primeros momentos de existencia -la concepción- hasta su término natural con la muerte. La humanidad, sobre todo en las últimas décadas, tiene una rara tendencia al desprecio de la vida. Esta es una constante que ha ido creciendo progresivamente. También entre nosotros, se ha abierto esta puerta con algunas sentencias de la Corte Constitucional, despenalizando el aborto y abriendo la puerta para su realización. Justamente cuando los adelantos de la ciencia han descubierto la admirable maravilla de la vida humana en todas sus facetas, se genera un movimiento que ataca y destruye la grandeza de la existencia humana, que niega el derecho natural a la vida, que atenta contra los que empiezan o contra los que, por una u otra razón, están ante el drama de la muerte, pretendiendo legislar y normativizar acerca de un derecho inalienable e indeclinable como es el de la existencia. Es oportuno que nosotros, como católicos, reflexionemos profundamente sobre este tema, que es fundamental y toca lo más sagrado de la existencia humana. Todos, tendríamos que entrar profundamente en el misterio de la vida, de sus fundamentos y realidades, en la dimensión de profundo valor que posee y, sobre todo, entrar claramente en su defensa. Se está tocando lo más fundamental de cuanto el hombre tiene, como regalo del Creador. La esencia misma de la fe, la misma naturaleza humana nos pide defender la vida en su totalidad. En la Sagrada Escritura encontramos claramente el precepto de Dios: “No matarás” (Éxodo 20, 13). El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña: “La vida humana ha de ser tenida como sagrada, porque desde su inicio es fruto de la acción creadora de Dios y permanece siempre en una especial relación con el Creador, su único fin. Sólo Dios es Señor de la vida desde su comienzo hasta su término; nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente” (Número 2258). Los primeros cristianos, desde los primeros años, entraron claramente a defender la vida humana, respetando este don de Dios. Incluso, en la primera literatura cristiana, al comenzar la predicación del Evangelio, se nos ofrecen ejemplos de esta defensa autorizada de la vida en su origen mismo. En los dos primeros siglos encontramos esta enseñanza: «No matarás el embrión mediante el aborto, no darás muerte al recién nacido» (Didajé, 2, 2; cf. Epistula Pseudo Barnabae, 19, 5; Epistula ad Diognetum 5, 5; Tertuliano, Apologeticum, 9, 8). Estas referencias no son únicamente una erudición, nos muestran que la lucha por la vida y su defensa hacen parte de la doctrina misma de los Santos Padres. Nos extraña profundamente que el mismo Estado, en sus autoridades del poder ejecutivo y del legislativo, tome estas decisiones que atentan contra la persona humana. Es claro que nuestra Constitución, respeta claramente la vida (Artículo 11 de la Constitución) el mismo que argumenta ampliamente la defensa de la vida, que en muchísimos apartes de la Constitución se defiende la existencia humana. Es doloroso, y creo que contra el espíritu de la misma y de los constituyentes, que se vaya abriendo la puerta a un verdadero crimen agravado por la plena convicción que dicen tener quienes proponen la destrucción de la vida, argumentando que la vida puede ser interrumpida, tanto en el momento mismo del nacimiento, como terminarla antes de su término natural. La gravedad del deseo de reglamentar lo que en mala hora fue aprobado por personas que, sobrepasando los límites de la autoridad, permitieron la práctica del aborto, instruyendo sin cansancio sobre la necesidad de generar leyes en las que se termina abusando de la propia libertad, de la libertad de los demás, de la libertad de la criatura que se está formando y que está en estado absoluto de indefensión. La Iglesia, Madre solícita, tiene el deber y la obligación de enseñar y actuar, por lo que nos enseña en la ‘Instrucción Donum Vitae’: “Cuando una ley positiva priva a una categoría de seres humanos de la protección que el ordenamiento civil les debe, el Estado niega la igualdad de todos ante la ley. Cuando el Estado no pone su poder al servicio de los derechos de todo ciudadano, y particularmente de quien es más débil, se quebrantan los fundamentos mismos del Estado de derecho [...] El respeto y la protección que se han de garantizar, desde su misma concepción, a quien debe nacer, exige que la ley prevea sanciones penales apropiadas para toda deliberada violación de sus derechos” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Donum Vitae 3). Por ello, los estados no pueden, por principio, negar el común criterio de defensa de la vida, legislando acerca de cómo suprimirla, extinguirla, suspenderla, negarla. Las leyes emanadas en tal sentido, incluso las propuestas que permitirían el Aborto, son intrínsecamente lesivas de la dignidad humana, ya que no pueden destruir lo que dicen defender, ni negar el derecho a vivir especialmente a los más vulnerables. El ABORTO, incluso si le cambian el nombre o definición a esta acción inhumana, es un homicidio en toda su realidad, agravado porque se comete contra quien no se puede defender y porque una legislación que va contra el principio fundamental de la vida, contra la vida misma, no es humana y pierde todo el sentido de su autoridad al propiciar la muerte, el dolor, la negación de la vida misma. La EUTANASIA, el suicidio asistido, es un atentado a la vida humana, una negación del derecho fundamental a la vida, que tiene cada persona y que es inviolable. Con estas decisiones se está destruyendo y atacando algo que es fundamental para los derechos de la persona humana, su derecho fundamental a la vida y a la existencia. No dejemos de pensar en la belleza de la persona humana, en la ternura de un niño, en la bondad y alta carga ética de valor de la vida humana. Somos hoy muy sensibles a los derechos de la persona humana, decimos todos defenderlos y promoverlos. Empeñémonos todos en la defensa de la vida humana en todos los momentos de su existencia. En esta edición de LA VERDAD encontrarán algunos elementos que entran claramente en estos temas, concretamente la Carta que la Conferencia Episcopal de Colombia ha escrito al Señor Ministro de Salud, sobre este delicado argumento. Gritemos y manifestemos claramente nuestra posición, con un ¡SÍ A LA VIDA! + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Vie 1 Nov 2019

Imperativos morales del servidor público

Mons. Juan Carlos Cárdenas Toro -El pueblo colombiano acaba de elegir a sus nuevos gobernadores, alcaldes, diputados y concejales. Teniendo en cuenta las palabras del Concilio Vaticano II, en el sentido de que “nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en el corazón de la Iglesia” (Cf. Constitución Gaudium et spes, n. 1), quisiera plantear respetuosamente y de modo especial a los nuevos servidores públicos, que se reconocen hijos de la Iglesia Católica, algunos imperativos éticos y morales que es necesario tener en cuenta con la misión que se disponen a asumir en nombre de sus electores. El servidor público ha de buscar soluciones a los problemas de su pueblo Si bien, las necesidades del pueblo son reconocidas en las campañas políticas y a ellas se acuden para “prometer” respuestas tan diversas, son muchos los ciudadanos que se lamentan porque, una vez elegidos, los gobernantes parecen distanciarse del sentir real de sus conciudadanos. Por ello, vale la pena recordar a quienes acaban de recibir el mandato popular, que “no deben olvidar o subestimar la dimensión moral de su representación”. El servidor público debe mantener viva en su memoria que “comparte el destino de su pueblo” y hacer de sus angustias también las suyas para buscar encontrar honestamente respuestas y soluciones (Cf. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), n. 410). Si los ciudadanos están bien, los gobernantes estarán bien. El título más honroso de los ciudadanos elegidos para ocupar cargos públicos es el de “servidor”, palabra de profunda raíz cristiana que es necesario levantar en la esfera pública; un servicio vivido con paciencia, modestia, moderación, caridad y generosidad. El servidor público ha de ser correcto, no corrupto Una grave deformación de los sistemas de gobierno, ayer y hoy es el de la corrupción. Se trata de un modus operandi que “traiciona los principios de la moral y las normas de la justicia moral”, dejando gravemente comprometida la estabilidad del Estado y la sana relación entre gobernantes y gobernados (Cf. DSI, n. 411). Por ello, el servidor público, y muy especialmente el que se reconoce discípulo de Jesús, debe sentir en su conciencia el fuerte llamado a la coherencia, a la pulcritud en el obrar y al decidido compromiso por el ejercicio de un gobierno transparente, serio, y delicado en la administración de los recursos públicos. No puede haber mejor rédito para el servidor público, nada puede ser un tesoro mayor, que el apoyo de sus ciudadanos que ven recompensado su voto de confianza, traducido en una gestión pública que genera mejores condiciones de vida para todos, con especial predilección por los más necesitados. El servidor público ha de dar prevalencia al bien común sobre los intereses particulares Finalmente, es tan bien una voz general entre los ciudadanos que quienes son elegidos parecen obedecer más a proyectos particulares de ciertas personas o grupos, que responder al sagrado bienestar de todos. Sobre el particular, el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia recuerda que la administración pública debe estar ordenada a hacer cumplir este imperativo moral de garantizar el bien de todos los ciudadanos. Para ello advierte que la “burocratización excesiva” y el “funcionalismo impersonal” son dos sombras que pueden oscurecer el cumplimiento de los fines propios de la gestión pública. Por el contrario, los servidores públicos están llamados a transformar las dependencias de lo público en verdaderas instancias de “ayuda al ciudadano”, tendiendo puentes que acerquen a los gobernados con sus gobernantes y no levantando muros que hacen más complejos los caminos para encontrar soluciones a las grandes problemáticas sociales. De esta manera, sea esta la ocasión para invitar a dar esperanza de que es posible superar los viejos vicios que paralizan y postran a la comunidad, para establecer verdaderas políticas públicas coherentes que, superando las posturas personalistas y egoístas, pongan primero la dignidad humana de los ciudadanos y su bienestar. Mons. Juan Carlos Cárdenas Toro Obispo Auxiliar Cali - Secretario General del Celam