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Opinión

Mié 26 Oct 2022

Dios nos quiere santos

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - Tenemos la gracia de prepararnos para la próxima solemnidad de Todos los Santos, que pone ante nosotros la llamada a la santidad mediante el ejemplo de los que han sido signos de la presencia de Dios, con la próxima Beatificación, en la Catedral de Medellín, de la Sierva de Dios María Berenice Duque, tan vinculada a nuestra vida eclesial y pastoral. Además, en este mes, hemos celebrado la memoria de Santa Laura Montoya y del Beato Jesús Emilio Jaramillo, dos grandes modelos de la nueva vida en Cristo, con los que, igualmente, tenemos profundos lazos de amor y de comunión. De esta manera, se nos está recordando de un modo fuerte y cercano lo que ha destacado con autoridad el Concilio Vaticano II: “Todos los fieles cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre” (LG,11). Dios no quiere que sus hijos seamos mediocres, que malogremos la existencia, que nos conformemos con pasar frívolamente por la vida sin gozar la elección a ser “irreprochables ante él por el amor” (Ef 1,4). El Papa Francisco ha querido hacer resonar este llamado, encarnándolo en el contexto actual y dirigiéndolo de modo personal a cada uno de nosotros: “Deja que la gracia de tu Bautismo fructifique en un camino de santidad. Deja que todo esté abierto a Dios y para ello opta por él, elige a Dios una y otra vez. No te desalientes, porque tienes la fuerza del Espíritu Santo para que sea posible… En la Iglesia santa y compuesta de pecadores, encontrarás todo lo que necesitas para crecer en santidad. El Señor la ha llenado de dones con la Palabra, los sacramentos, la vida de las comunidades, el testimonio de sus santos y una múltiple belleza que procede de su amor” (G.E. 15). Cuando San Juan Pablo II nos introdujo en este segundo milenio de la era cristiana, invitándonos a mirar hacia adelante y a “remar mar adentro”, nos señaló, extraña y audazmente, la santidad como la primera prioridad pastoral. Y explicó que poner la programación pastoral bajo el signo de la santidad significa vivir la convicción de que, si el Bautismo es una verdadera entrada en la santidad de Dios por medio de la inserción en Cristo y la inhabitación de su Espíritu, es un contrasentido una vida mediocre y una religiosidad superficial. La vida entera de la comunidad eclesial, decía, debe ir en la dirección de este “alto grado” de la vida ordinaria (cf NMI, 31). Quisiera que todos entendiéramos que son múltiples los motivos que hoy nos urgen a comprometernos seriamente en un camino de santidad. Ante todo, la experiencia del amor de Dios, que constatamos en las numerosas gracias que hemos recibido, nos pide no darle largas a una verdadera relación filial con él. Luego, la necesidad de llegar a nuestros hermanos con una evangelización auténtica y con una acción pastoral efectiva reclama que vivamos a fondo el Evangelio, porque no podríamos dar lo que no tenemos. No vale la pena ser una campana que resuena, pero finalmente, por falta del testimonio que exige la evangelización, no lograr nada. En la medida en que se santifica, cada cristiano se vuelve realmente fecundo para el mundo. El momento de cambio y transformación que vive nuestra sociedad y que tiene a tantas personas en la incertidumbre, en la angustia y aun en graves dificultades, nos está pidiendo ser luz, ser sal, ser levadura. Esto resulta imposible si no permitimos que el Espíritu Santo nos configure con Cristo para tener la autenticidad, el entusiasmo, la libertad apostólica, la esperanza y el amor que requiere hoy anunciar el proyecto de Dios. Sin un empeño cotidiano y perseverante por ser santos, no tendremos los recursos para enfrentar el combate contra el mal y contra el maligno que debemos librar cada día, ni lograremos estar despiertos y con las lámparas encendidas para acompañar pastoralmente a nuestros hermanos, en medio de los grandes desafíos del momento actual. Dispongámonos a vivir la Beatificación de la Madre Berenice como un llamado personal y comunitario de Dios a la santidad. Escuchemos que a través del Papa Francisco nos dice: “No tengas miedo de la santidad. No te quitará fuerzas, vida o alegría. Todo lo contrario, porque llegarás a ser lo que el Padre pensó cuando te creó y serás fiel a tu propio ser. Depender de él nos libera de las esclavitudes y nos lleva a reconocer nuestra propia dignidad… No tengas miedo de apuntar más alto, de dejarte amar y liberar por Dios. No tengas miedo de dejarte guiar por el Espíritu Santo. La santidad no te hace menos humano, porque es el encuentro de tu debilidad con la fuerza de la gracia” (GE, 32-34). + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Lun 24 Oct 2022

Evangelizar a los que están lejos

Por: Monseñor José Libardo Garcés Monsalve - Avanzamos en este mes de octubre dedicado en la Iglesia a la oración, reflexión y ayuda a las misiones en todo el mundo y sobre todo, a tomar conciencia de la tarea evangelizadora de la Iglesia y de cada uno de los bautizados, en muchos ambientes y sectores que están físicamente cerca de nosotros, pero viven muy lejos de Dios y de su Palabra de Salvación. Ya el tiempo donde todos en la familia eran creyentes con fe firme, está pasando, y estamos en una época donde muchos recibieron el bautismo, pero en lo que se refiere a la fe, son indiferentes e incluso, rechazan abiertamente a Jesús. El Papa Pablo VI, en su momento, así lo percibía cuando afirmó: “aunque el primer anuncio va dirigido de modo específico a quienes nunca han escuchado la Buena Nueva de Jesús o a los niños, se está volviendo cada vez más necesario, a causa de las situaciones de descristianización frecuentes en nuestros días, para gran número de personas que recibieron el bautismo, pero viven al margen de la vida cristiana” (‘Evangelii Nuntian¬di’ #52). Esta realidad descrita por el Papa Pablo VI, es un fenómeno común en las nuevas generaciones de muchas de las familias creyentes y por esta razón, el Papa Francisco vuelve a retomar el tema cuando llama a evangelizar en todos los ámbitos, sin descuidar la pastoral ordinaria que se orienta al crecimiento de los creyentes, de manera que respondan cada vez mejor y con toda su vida al amor de Dios. Es necesario reconocer el ámbito de las personas bautizadas que no viven las exigencias del bautismo y también hace el llamado a proclamar el Evangelio a quienes no conocen a Jesucristo o siempre lo han rechazado (cf. ‘Evangelii Gaudium’ #14), recordando que “los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no como quien impone una obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable” (EG 14). La preocupación de toda la Iglesia, pastores y fieles, a lo largo de los siglos ha sido anunciar el Evangelio a los que están alejados de Cristo y por eso, en una época se identificaban los alejados con quienes habitaban fuera de las fronteras de nuestro entorno y existía una vocación misionera para atender directamente a esos hermanos nuestros. Pero hoy la realidad de los alejados está presente en nuestro territorio, en nuestra Diócesis, en las periferias y en el centro de nuestra ciudad, en la parte urbana y en el campo. Por ello, retomamos como propio el llamado del Papa Francisco cuando nos dice que “la actividad misionera representa aún hoy día el mayor desafío para la Iglesia y la causa misionera debe ser la primera” (EG 15), de tal manera que, lo tenemos que hacer presente con la salida misionera a la que estamos convocados todos los creyentes. La salida misionera es el camino adecuado en este momento de nuestra historia para volver a traer al redil de la Iglesia a la oveja perdida. Jesús en el Evangelio nos da el testimonio del Pastor bueno que sale a buscar una oveja perdida, dejando las noventa y nueve en el redil (cf. Lc 15, 4-6), hoy tenemos que retomar la salida misionera para ir en busca de las noventa y nueve, dejando una en nuestro redil. Si no lo hacemos entre todos, corremos el riesgo de dejar a todo el pueblo de Dios a la deriva, con la conciencia que “cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (EG 20), periferias que vemos avanzar en nuestra ciudad, no solamente por la limitación física de los recursos de muchas personas, sino por el vacío en la fe que padecen muchas personas que son nuestros vecinos y cercanos. Recordemos que los discípulos que se reunieron en torno a Jesús y que salieron a predicar con Él, no tenían un lugar para permanecer, porque “el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Mt 8, 20); siempre fueron itinerantes, siempre estaban en misión de un lugar para otro y así nació la Iglesia, en camino, en salida misionera. El Papa Francisco nos recuerda esta verdad cuando afirma: “La intimidad de la Iglesia con Jesús es una intimidad itinerante, y la comunión esencialmente se configura como comunión misionera. Fiel al modelo del Maestro, es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo” (EG 23). La Iglesia comunidad de creyentes en su tarea evangelizadora tiene el mandato de la salida misionera. En nuestra Diócesis de Cúcuta estamos disponibles a cumplir con esta tarea, siendo comunidad de discípulos misioneros que nos involucramos y acompañamos a todos y les entregamos con gozo el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Que la Santísima Virgen María, Estrella de la evangelización y el glorioso Patriarca san José, fiel custodio de la fe, alcancen de Nuestro Señor Jesucristo, el fervor pastoral, para estar siempre en salida misionera. En unión de oraciones, reciban mi bendición. + José Libardo Garcés Monsalve Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Mar 18 Oct 2022

Ecología integral: «Las pirámides y la alimentación»

Por: Mons. Fernando Chica Arellano - En las últimas décadas se ha ido difundiendo la llamada “pirámide de la alimentación”, que intenta concienciar a la ciudadanía acerca de la necesidad de una alimentación sana y equilibrada. Con el tiempo hemos ido aprendiendo que conviene comer al menos cinco raciones diarias de frutas, verduras y hortalizas, así como pastas y cereales integrales (la base de la pirámide); también debemos consumir, con menor frecuencia, lácteos, legumbres, pescados y carnes blancas; la parte superior de la pirámide incluye las carnes rojas, los alimentos procesados y los embutidos, de consumo esporádico; y, finalmente, los dulces y la bollería ocupan la cúspide de la pirámide, porque su consumo debe ser muy restrictivo. Lo que no se sabe tanto es que estas pirámides alimentarias, tal como las conocemos, surgieron en Suecia en la década de los años 1970. Fruto de la crisis del petróleo y del aumento de los precios, las familias modestas se encontraban en dificultades para asegurar una alimentación adecuada. La pirámide de la alimentación nació en este contexto de crisis económica y de inflación desbocada, para ayudar a las familias a llegar a fin de mes con la despensa y el estómago bien surtidos. Es decir, todo empezó por un motivo más socioeconómico que nutricional. También hoy hablamos de inflación, del coste de la cesta de la compra, del precio de la canasta básica, de las dificultades para llegar a fin de mes. En 2020 casi 3.100 millones de personas en el mundo no pudieron permitirse mantener una dieta saludable. Y todo ello ocurre en un mundo que se desgarra entre el hambre y la obesidad, entre la desnutrición y el sobrepeso. Según los datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), hay 650 millones de personas adultas que sufren obesidad, así como 350 millones de adolescentes y 39 millones de niños y niñas. Desde 1975 la obesidad se ha triplicado en el mundo. Da la impresión de que hemos aprendido la figura de las pirámides alimentarias, pero no las llevamos a la práctica cotidiana. Y también parece que la desigualdad en el mundo se agudiza y permanece. Las desigualdades de nuestro mundo no son nuevas y podemos verlas, por ejemplo, en las pirámides del antiguo Egipto. Hace exactamente cien años, en noviembre de 1922, el arqueólogo británico Howard Carter descubrió la tumba KV62, perteneciente al faraón Tutankamón, en el Valle de los Reyes (Egipto). En su sepultura, entre otros muchos objetos, se encontraron un centenar de cajas con diversos frutos, cereales, vino y miel, así como 48 cajas de madera con carne. Sin duda, la alimentación de faraón era más rica, variada y abundante que la de los miles de esclavos que construyeron su pirámide mortuoria. Ahora bien, como dice el salmista, “no te preocupes si se enriquece un hombre y aumenta el fasto de su casa: cuando muera, no se llevará nada, su boato no bajará con él” (Sal 48,17-18). La pirámide sigue siendo una imagen que nos ayuda a entender la injusta desigualdad de nuestro mundo, de un modo visual e intuitivo. Desde hace años, los informes del banco privado Crédit Suisse, presentados anualmente ante el Foro Económico Mundial de Davos, se apoyan en la figura de la pirámide para alertar sobre la tendencia global a la desigualdad y a la concentración de la riqueza. En el informe de 2022 se indica que la base de la pirámide está formada por el 50% de la población adulta mundial, que posee menos del 1% de la riqueza global, mientras que el 10% más alto de la pirámide dispone del 82% de la riqueza global. El pasado 22 de septiembre el Papa Francisco recibió a los participantes en el encuentro DeloitteGlobal, a los que dirigió estas palabras: “Muchas poblaciones o grupos sociales viven de forma no digna en el plano de la alimentación, de la salud, de la instrucción y de otros derechos fundamentales. La humanidad está globalizada e interconectada, pero la pobreza, la injusticia y las desigualdades permanecen”. En otras ocasiones, el mismo Santo Padre se ha referido a la “pirámide invertida” como imagen adecuada para entender la Iglesia desde las claves del servicio evangélico y la sinodalidad. Así, dijo en su Discurso en la conmemoración del 50º aniversario de la institución del Sínodo de los obispos el 17 de octubre de 2015: “En esta Iglesia, como en una pirámide invertida, la cima se encuentra por debajo de la base. Por eso, quienes ejercen la autoridad se llaman «ministros»: porque, según el significado originario de la palabra, son los más pequeños de todos”.Más allá de las implicaciones eclesiológicas que esta afirmación incluye, quiero aquí subrayar la fuerza de esta imagen de la pirámide invertida para abordar la realidad del hambre en el mundo. ¡Ojalá los ricos y poderosos estuvieran real y efectivamente al servicio de las personas más pobres del mundo! Si así fuera, la realidad iría cambiando de acuerdo con el plan de Dios. Nos lo exigen los millones de personas que sufren este flagelo del hambre. Según los datos del informe “El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo” (SOFI 2022), elaborado por los organismos especializados de Naciones Unidas, hay 828 millones de personas que sufren hambre en el mundo, lo que significa el 9,8% de la población mundial. Este dato supone 46 millones más que en el año anterior y 150 millones más que en 2019, antes de la pandemia por covid-19. Quiera el Señor que la ocasión que nos brinda el Día Mundial de la Alimentación, este 16 de octubre, sea un momento para avanzar en la conversión que el Señor nos pide: revertir la pirámide de la desigualdad para que cada persona pueda vivir en dignidad, lograr la seguridad alimentaria y disponer de una nutrición saludable. Mons. Fernando Chica Arellano Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA

Lun 10 Oct 2022

Un regalo de 4500 árboles

Por: Oficina Arquidiocesana de Comunicaciones de Bogotá - Desde hace varias semanas la Iglesia católica, a través de la Arquidiócesis de Bogotá, ha adelantado una gran siembra de árboles en la ciudad y en sus alrededores. La meta es llegar a sembrar 4500. Es un dato importante si se tiene en cuenta que la Alcaldía Mayor apunta por sus propios medios a sembrar 5000 en todo el año. Los sembradores han sido niños, jóvenes y adultos de todas las localidades de la ciudad y los recursos para la compra y la logística de esta operación a favor de la Casa Común han sido donados por los fieles de todas las parroquias. Ha sido una suma de voluntades y un signo muy potente de lo que se puede hacer cuando la fuerza de la fe une a las personas y les propone acciones muy concretas por el bien de todos. Este importante gesto ecológico, promovido a fondo por monseñor Ricardo Pulido, vicario para el desarrollo humano integral en la Arquidiócesis de Bogotá, resulta ser también un nuevo lenguaje en la acción misma de la Iglesia. Como tantas veces lo ha insistido el papa Francisco, todos somos responsables de esta Casa Común, la única que tenemos, y los creyentes hemos de ser cuidadores activos de la misma. Es también una forma de “sembrar evangelio” pues el mismo es el evangelio de la vida. Y es una conexión muy bien lograda con las aspiraciones de muchísimas personas que ven en el cuidado del planeta una tarea inaplazable y a quienes la Iglesia, con este tipo de campañas, les da la posibilidad de realizar una acción concreta a favor de la creación. Y la campaña tiene también otra virtud. Sitúa muy claramente a la Arquidiócesis de Bogotá como una institución y comunidad en sintonía con los signos de estos tiempos y las acciones que se requieren para el bien común. La sana mentalidad ecológica es ya un lenguaje capaz de comunicar realidades muy importantes, en este caso, por ejemplo, la urgencia de participar todos en el cuidado del planeta y la forma correcta de hacerlo. Porque también es cierto que este tipo de signos deben ser bien hechos para que produzcan los efectos deseados y en este sentido la Arquidiócesis de Bogotá ha sabido asesorarse muy bien del Jardín Botánico para escoger especies y lugares de lo que ha dado en llamarse justamente “la sembratón”. Finalmente, también hay otro mensaje en una campaña como la promovida por el vicario Pulido Aguilar: la Iglesia no tienen que hacerlo todo, pero sí se puede sumar con alegría y eficiencia a acciones por el bien común que ya se adelantan desde diversos ámbitos públicos, privados, comunitarios, institucionales. Esta es una buena lección para quienes se angustian en ocasiones porque “la Iglesia ya no está al mando de todo”. Mucho mejor. Con humildad puede aportar la generosidad de todos los bautizados en la construcción del bien común, el cual no es propiedad de nadie, sino tarea de todos. Sembrando árboles, distribuyendo alimentos a los pobres, atendiendo a los adultos mayores, acogiendo a los enfermos y a sus familias, amparando a los desplazados e inmigrantes, son entre otras muchas, varias de las acciones con las cuales la Arquidiócesis de Bogotá está respondiendo con el Evangelio de Jesús a las necesidades concretas de miles de personas. Esto también es nueva o renovada evangelización.

Vie 7 Oct 2022

El nombre de la Iglesia es misión en salida

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - Octubre es el mes misionero por excelencia. La Iglesia lo ha dedicado a este tema por varias razones: la primera, porque siempre es necesario que se nos recuerde que todos, en virtud del bautismo, somos llamados a la misión. Es decir, a dar testimonio de la fe recibida, fe que nos permite tener una experiencia de cercanía de Dios, fe que alimenta nuestro caminar en el mundo, fe que nos ayuda a dar un nuevo significado a la vida. Da pena, sí, constatar que para muchos esta dimensión misionera se ha perdido, y el bautismo lo hemos venido arrinconando a la intimidad de cada uno, sin ninguna repercusión en lo social y en lo eclesial. Por eso, el mes de la misión, es una maravillosa ocasión para preguntarnos: ¿cómo vivo mi bautismo? Cuando asumo un compromiso vital con otros sacramentos, como la confirmación, el matrimonio o el orden, ¿trato de compartir con los demás la alegría de la fe en Cristo Jesús? Una segunda razón es recordarnos el mandato que Jesús hizo a los apóstoles y hoy a nosotros, de ir a todas partes, a todos los pueblos, a todas las personas, para anunciarles la buena nueva de la salvación, y bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. No podemos olvidar que la Iglesia católica, en el contexto global, es prácticamente una minoría. Una séptima parte de los habitantes del mundo. Por tanto, es deber de todos anunciar a los no creyentes en Cristo, y a aquellos que siendo bautizados han perdido la fe, la novedad del Evangelio, siempre nuevo, siempre reluciente, para poder asumir las realidades del mundo con esperanza. Para esto hay que orar y colaborar. Orar por las misiones y los misioneros, muchos de ellos que realizan su trabajo en medio de grandes adversidades y hasta persecuciones; y colaborar con recursos para que su tarea pueda permanecer. Y tercera razón, para que de la mano de Santa Teresita del Niño Jesús, que siendo monja de clausura carmelita fue nombrada patrona de las misiones, nos demos cuenta de que para ser misionero no es necesario hacer cosas extraordinarias. Basta que tengamos una fe sólida que nos ayude a tener una vida coherente a nuestras creencias, valientes para defender las verdades no negociables como la vida, la libertad y la familia, alegres por sentirnos amados de Dios. Según la Carta de Diogneto, un documento del siglo II, se hace misión así: “Porque los cristianos no se distinguen del resto de la humanidad ni en la localidad, ni en el habla, ni en las costumbres… Se hallan en la carne, y, con todo, no viven según la carne. Su existencia es en la tierra, pero su ciudadanía es en el cielo… Obedecen las leyes establecidas, y sobrepasan las leyes en sus propias vidas… En una palabra, lo que el alma es en un cuerpo, esto son los cristianos en el mundo”. Este es el tiempo de la misión sinodal. + Luis Fernando Rodríguez Velásquez Arzobispo Coadjutor de Cali

Sáb 1 Oct 2022

¡El derecho a la vida, a todos nos convida!

Por: Padre Rafael Castillo Torres - Bajo el lema “No mataras, no desaparecerás”, nuestra Nación celebra este domingo, dos de octubre, una jornada por la vida y la reconciliación. Será una jornada que ha de contribuir a tres cosas muy concretas: desescalar el conflicto armado con todos los actores para que no se siga disparando y quienes tienen “piedras en sus manos, las suelten”; distensionar nuestras relaciones para propiciar el dialogo social desde la cultura del encuentro y proteger y preservar la vida de todos, especialmente de las víctimas y los más vulnerables. No obstante, este buen propósito, reconocemos que avanzamos en esta campaña constatando los esfuerzos de algunos por ocultar la indignación que siente la Nación frente a las ejecuciones extrajudiciales, la desaparición de las víctimas, la eliminación de pruebas, la intervención de fuerzas oscuras que son verdaderos escuadrones de la muerte, así como la “prohibición” de investigaciones verdaderamente imparciales. Por otra parte, el clima que se vive en algunas conversaciones está a menudo tejido de palabras injustas que reparten condenas y siembran sospechas. Palabras dichas sin amor y sin respeto, que envenenan la convivencia y hacen daño. Palabras nacidas casi siempre de la irritación, la mezquindad o la bajeza. Nos movemos en contextos en que lo corriente es la vulgaridad, el lenguaje desvergonzado y hasta procaz. Hemos constatado, en estos días, cómo no faltan quienes, desde la conquista de un mal llamada “libertad de expresión”, se expresan de forma irreverente frente lo sagrado, profanando lugares, violando derechos y utilizando una terminología grosera e indecente. Parece que el lenguaje amable o las palabras educadas han caído en la obsolescencia y a ello se le suma, en la “epilepsia de las redes sociales”, el mal gusto y la transgresión. Frente a todos estos desafíos se nos urge abrir caminos de reconciliación. La salud moral de la nación así lo exige. La reconciliación no nos puede quedar grande a nosotros. La paz, estable y duradera, que buscamos, tiene que ser una realidad operante y orientadora. Tenemos que producirla desde los procesos locales; crearla desde la casa, la parroquia y la calle, sin ser ingenuos sino ingeniosos para trascender los contrapunteos del cálculo político. Nos hace bien reconocer nuestros límites: “somos un país moralmente enfermo y con fracturas múltiples”. Cómo Iglesia que se siente llamada a ser instrumento de reconciliación y concordia, nos hacemos una pregunta: ¿Cuáles serían esas enfermedades que hoy nos aquejan y que debemos enfrentar para lograr ser una sociedad reconciliada y en paz? La primera enfermedad es nuestra memoria patológica. Hemos sembrado resentimientos y venganzas a causa de los odios vividos. Han sido cadenas de violencia y de muerte. La purificación de la memoria es terapia necesaria para reconocer los daños causados, repararlos y comenzar una nueva etapa sin mirar atrás. La segunda enfermad es haber sacrificado la verdad. En este sacrificio aparecen la guerra y la violencia como hijas nefastas de la corrupción. Aquí la terapia es que resplandezca la verdad. Tanto en la reconciliación como en la renovación le debemos obediencia a la verdad. La tercera enfermedad es el “eclipse de la vida”, tan patente entre nosotros ahora que se promulgan leyes injustas que atentan contra la vida inocente, como si fuera poco cuanto acontece en la Colombia de las bases y de las periferias existenciales. Urge parar el desprecio a la vida prohibiendo matar. La vida del más humilde campesino nuestro, vale mucho más que todo el patrimonio de la nación junto. Aquí la terapia es una movilización por la vida como un don sagrado, tal y como lo hicimos hace 25 años en el Viacrucis por la Vida. La cuarta enfermedad es la “cainización de la vida”: “Y dijo Dios a á Caín: ¿Dónde está Abel tu hermano? Y él respondió: No sé; ¿soy yo acaso guarda de mi hermano? Y Dios le dijo: ¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra”. Cainizar la vida es lo mismo que “sálvese quien pueda”. La terapia es un ejercicio muy audaz de la de la solidaridad en la que todos nos preocupamos por todos. Sería hacer de la seguridad humana nuestro ethos cultural. Y la quinta enfermedad es la ideologización de la esperanza, la cual surge cuando cambian las perspectivas de un desarrollo humano integral por las salidas violentas y egoístas o por el facilismo, estilo propio del consumismo. La mejor terapia es cultivar la esperanza defendiendo la naturaleza, haciendo un trabajo laborioso y viviendo con austeridad para que no nos ahoguemos. Desde el secretariado Nacional de Pastoral Social/ Cáritas colombiana, los invitamos a participar de esta campaña que llena de sentido y esperanza el camino hacia la paz y la reconciliación, no sin antes reconocer que es una equivocación y una incoherencia condenar con toda clase de repulsas las muertes violentas y avivar, al mismo tiempo, entre nosotros, una agresividad tan estéril como peligrosa. Padre Rafael Castillo Torres Director del Secretariado Nacional de Pastoral Social – Caritas colombiana

Vie 30 Sep 2022

Reconstruirnos desde el afecto

Por: Mons. Darío de Jesús Monsalve Mejía -Nuestra sociedad colombiana vive el descalabro del creciente desafecto y de los extremismos desaforados. Nos hiere infinitamente la crueldad de asesinatos hechos con sevicia. También la inseguridad que generan los atracos y atropellos, la violencia sexual y de género, así como la expansión del dinero ilícito y del daño a seres humanos y al medio ambiente. El momento que vivimos como sociedad ha puesto más al desnudo la agresividad y los miedos que nos hacen aún más violentos. ¡Horroriza! Y preocupa hondamente que los necesarios cambios y las resistencias a los mismos, si no las frustraciones de muchos que los requieren, sumen al desafecto, ya tan grave. Es cierto que las soluciones exigen reformas sociales, ambientales y estructurales, que no dan espera. Pero lo es también que éstas requieren un equilibrio entre prioridades humanas y prisas de quienes, desde los diferentes lados de los poderes del sistema imperante, deberán propiciarlas. No basta con que, de abajo hacia arriba, desde los territorios, las gentes sean protagonistas de estos cambios; sino que, desde arriba hacia abajo y desde las instituciones mediadoras de la sociedad, se generen voluntades y acuerdos prácticos para lograrlos. Un signo muy esperanzador es, en medio de esta crisis y al inicio de un cuatrienio político, la expresión espontánea de voluntades, desde los actores armados reconocibles en la escena nacional, para un cese multilateral del fuego, con la participación en conversaciones y en diálogos que transformen el recurso a las armas en reintegración a la civilidad y a la legalidad. Este gesto y el del Gobierno que se acaba de iniciar, en relación con nuevos enfoques y la cooperación de la fuerza pública a la convivencia pacífica y civilizada, pueden generar una columna de apoyo a esta reconstrucción nacional desde el afecto social concreto. Para nuestro horizonte cristiano y pastoral, es apremiante multiplicar esfuerzos por la vinculación de esposos, parejas de hecho y cabezas de hogar, a esta “cultura del afecto interhumano”. Y se hace imperativo, con ellos y con los educadores, promocionar el acercamiento de adolescentes y jóvenes a procesos de voluntariado social, de noviazgo y proyectos de amor abiertos a la unión estable y al amor exclusivo y fecundo. Refundar el afecto de parejas con vocación a la familia, a hacerse células y moléculas de esta cultura de afecto y de amor, es parte de esa ecología humana sostenible, con futuro para el tejido familiar y social. Apoyar la constitución de alianzas de amor y la conformación de hogares y familia, debería estar al centro de las políticas de estado, de empresa y de sociedad, que no como una mera generación espontánea. El afecto y la vivencia a fondo de la propia intimidad, como camino de las personas hacia el tú, el otro y el nosotros, debe importar e interesarnos a todos. De la salud afectiva de los hombres y mujeres de Colombia, dependerá, en gran medida, que los cambios legítimos se hagan efectivos. Dios es Amor, proclama la fe en Cristo, Enviado por el Padre Dios. Que el Espíritu de este Amor, en el que la unidad del Dios Único se hace unidad inseparable con el mundo y misterio de encarnación, de cruz y resurrección, sea invocado y acogido en la multitud de los corazones y en la formación espiritual de las consciencias. Este mes del Santo Rosario y del amor por La Virgen María, consolide con el “rezar juntos” bajo cada techo, el “caminar juntos” como Iglesia y sociedad. La sensibilidad de todos, las emociones y los sentimientos, más que las razones y los argumentos, encuentren nuevos cauces para expresarnos, que no sean los de la dureza, la ofensa, la violencia y las armas. + Darío de Jesús Monsalve Mejía Arzobispo de Cali

Vie 30 Sep 2022

Ecología integral: «Los arcángeles y el desperdicio de alimentos»

Mons. Fernando Chica Arellano - Las casualidades del calendario han unido, en el mismo día 29 de septiembre, la Fiesta de los Santos Arcángeles y el Día Internacional de Concienciación sobre la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos, declarado por las Naciones Unidas. ¿Podemos ver alguna conexión entre ambos eventos, aparentemente tan distantes entre sí? Aunque sea de un modo simbólico, me parece que así es. Y, en todo caso, este hecho nos ofrece una sencilla ocasión para vincular lo más grandioso a lo más cotidiano de la realidad. De entrada, recordemos que los arcángeles son seres espirituales cuyo conocimiento se fue afianzando en los fieles a medida que se subraya la infinita trascendencia de Dios. El Altísimo, el Innombrable, el Misterioso, el Señor podría quedar muy lejos de la vida cotidiana. En ese contexto, los arcángeles aparecen como mediadores de la presencia divina y expresión de su amoroso cuidado por los hombres. De manera análoga, cuando hablamos del hambre, la injusticia o la desigualdad en el mundo, podemos sentir que se trata de palabras muy grandes, inabarcables, desmesuradas. Tomar conciencia de la pérdida y del desperdicio de alimentos puede ayudar a tender un puente entre esas grandes palabras y nuestra vida diaria. Se estima que en la Unión Europea se desperdician 80 millones de toneladas de alimentos cada año, unos 180 kilos por persona. Es decir, unos 3 kilos y medio cada semana. Es como si cada uno de nosotros (varones, mujeres, niños, niñas, ancianos, jóvenes…) tirase a la basura un melón y tres cuartos cada siete días. Otro dato importante, que no debe pasar desapercibido, es que el 42% de esos despilfarros se produce dentro de los hogares (un 39% ocurre en la industria, un 14% en la restauración y un 5% en el comercio). Se calcula que solamente con una cuarta parte de las pérdidas y del desperdicio de alimentos se podría alimentar a 870 millones de personas, equivalente casi al número total de personas subalimentadas en nuestro mundo. Aquí se ve el vínculo entre lo grande (el hambre en el mundo) y lo pequeño (nuestras acciones cotidianas en la cocina, en el comedor o en el mercado). ¿Y los ángeles, mediadores entre Dios y los hombres, qué pueden decir al respecto? “Los ángeles cooperan en toda obra buena que hacemos”, escribe Santo Tomás de Aquino. Y, ya en el siglo IV, había afirmado San Basilio Magno: “Nadie podrá negar que cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducir su vida”. A partir de estos textos podemos decir, por un lado, que los ángeles protegen a cada persona, y muy especialmente a aquellas que sufren hambre o viven en la miseria; y, por otro lado, que los ángeles animan el compromiso de cada persona y organización que lucha contra el despilfarro de alimentos y a favor de una mejor distribución de los recursos en nuestro mundo. “El nombre de ángel indica su oficio, no su naturaleza. Si preguntas por su naturaleza, te diré que es un espíritu; si preguntas por lo que hace, te diré que es un ángel”. Siguiendo estas observaciones de San Agustín, podemos ahora detenernos en los nombres de los tres arcángeles, sabiendo que en el nombre descubrimos su función específica. Rafael significa “medicina de Dios” o bien “Dios sana”. Por eso, ejerce su patronazgo sobre enfermeros y personal sanitario. El pasaje bíblico más relevante sobre el arcángel Rafael lo encontramos en el episodio de la curación de Tobías, que quedó completamente ciego durante cuatro años (Tob 2,10), hasta que fue enviado Rafael “para que pudiera ver con sus mismos ojos la luz de Dios” (Tob 3,17). Entre otras cosas interesantes de este relato, podemos detenernos en el modo en que se produce la curación de la ceguera, gracias a la hiel de un pescado. El ángel da instrucciones precisas: “Abre el pez, sácale la hiel, el corazón y el hígado, y tira los intestinos; porque su hiel, su corazón y su hígado son remedios útiles” (Tob 6,5). Lo que parecía inútil, poco vistoso o incluso desagradable a la vista, se convierte en un remedio saludable. Lo que se pensaba desperdiciar resulta ser valioso. Quizá hay aquí una lección para nuestros hábitos de despilfarro, para nuestra cultura del descarte. Gabriel significa “fortaleza de Dios” y, en su caso, la acción benéfica de este ángel está muy especialmente asociada a la Anunciación de la Virgen María (Lc 1,26-38). Se trata de un pasaje lleno de paradojas fecundas. La fortaleza de Dios anuncia, en debilidad, la llegada del Señor de los ejércitos: “Dios fuerte, Padre perpetuo, Príncipe de la Paz” (Is 9,5). El amor desbordante de Dios se derrama, abundantemente, por toda la creación, con suma sencillez. Podemos decir que ni el arcángel Gabriel ni la Santísima Virgen María despilfarran palabras; al contrario, van a lo esencial. Quizá también nosotros podemos aprender de esta actitud: no perdernos en la palabrería hueca, por muy solidaria que parezca, sino dar pasos concretos para luchar contra el hambre y contra el desperdicio de alimentos. Miguel significa “¿quién como Dios?”, dando a entender así la grandeza de Dios, que nunca deja de sorprendernos y desbordarnos en su infinita misericordia. Es el ángel protector que defiende al pueblo en las dificultades; así aparece tanto en el Antiguo Testamento (Dan 10,12-21) como en el Nuevo (Ap 12,7-12), en contextos de batalla contra el Mal. Como dijo el papa Francisco al bendecir la estatua de san Miguel en los Jardines Vaticanos, el 5 de julio de 2013, “Miguel lucha por restablecer la justicia divina; defiende al pueblo de Dios de sus enemigos y sobre todo del enemigo por excelencia, el diablo”. En la misma dirección, hace un año, el 2 de octubre de 2021, el Santo Padre decía en una homilía, inspirándose en la figura del arcángel San Miguel: “Que el Señor nos dé a todos la gracia de comprender bien que la vida es una lucha: cuando no hay lucha no hay vida: los muertos no luchan; los vivos siempre luchan, hay lucha. Y que nos dé la gracia de no estar solos en la lucha, que siempre haya alguien que nos acompañe”. Quizá también podamos descubrir que, en algo tan sencillo como la lucha contra el desperdicio de alimentos, estamos luchando por la vida. Termino recordando algunas palabras de Su Santidad, en su Mensaje al Director General de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el pasado 15 de octubre de 2021, por la Jornada Mundial de la Alimentación: “La lucha contra el hambre exige superar la fría lógica del mercado, centrada ávidamente en el mero beneficio económico y en la reducción de los alimentos a una mercancía más, y afianzar la lógica de la solidaridad”. Y añadía: “Nuestros estilos de vida y prácticas de consumo cotidianas influyen en la dinámica global y medioambiental, pero si aspiramos a un cambio real, debemos instar a productores y consumidores a tomar decisiones éticas y sostenibles y concienciar a las generaciones más jóvenes del importante papel que desempeñan para hacer realidad un mundo sin hambre. Cada uno de nosotros puede brindar su aportación a esta noble causa, empezando por nuestra vida cotidiana y los gestos más sencillos”. Que los santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael nos ayuden en esta misión. Mons. Fernando Chica Arellano Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA