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Obediencia sacerdotal

Jue, 02/05/2024 - 10:50 Editorcec6

Tags: obediencia sacerdotal sacerdotes sacerdotes colombianos iglesia colombiana diócesis de santa marta padre josé antonio díaz

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Padre José Antonio Díaz - Diócesis de Santa Marta_2

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Jue 29 Mayo 2025

¡Han dictado sentencia!

Por Pbro. Raúl Ortíz Toro - Un abuso de cualquier tipo es una infamia. Pero también lo es criminalizar a un ciudadano, no por haber cometido un delito, sino por el simple hecho de ejercer una labor; por ejemplo, la labor sacerdotal. En el primer caso las autoridades civiles y canónicas competentes deben cumplir con la obligación de hacer justicia a las víctimas. En el segundo caso se configura una persecución indirecta que busca deshonrarnos y desprestigiarnos; infamarnos, por decirlo de otro modo.Y es que la palabra “infamia” describe exactamente la situación que estamos viviendo los sacerdotes católicos romanos en Colombia. Al mejor estilo de las condenas sociales del antiguo derecho romano, en las que se daba una sanción social que acarreaba la pérdida de la fama, la buena reputación y el desprecio social como consecuencia de la comisión de algún delito o incluso una mala conducta, ahora, sin cometer delito alguno, hemos sido declarados “infames”, en un claro atentado a nuestra honra, no por haber realizado una acción criminal sino por el simple hecho de ser sacerdotes.Me explico. El pasado 26 de mayo, la Corte Constitucional publicó el Comunicado 19, fechado el 14 de mayo, en el que se anuncia la Sentencia SU-184-25 sobre “los derechos de petición y de información de periodistas para acceder a los datos de miembros de instituciones religiosas”. La primera parte del Comunicado indica que la Sentencia (que aún no ha sido publicada sino solamente anunciada) obliga a las Arquidiócesis, Diócesis, Vicariatos Apostólicos y Congregaciones Religiosas a entregar a los periodistas que soliciten, a través de derechos de petición, la información “en el marco de investigaciones relacionadas con presuntas conductas sobre violencia sexual en contra de niños, niñas y adolescentes”.Otra cosa es el segundo tema que tendrá la sentencia y que, a mi parecer, es sencillamente una decisión que vulnera nuestros derechos como ciudadanos y sacerdotes a la buena fama, a la protección de datos personales que son semiprivados, a la presunción de inocencia. Dice el Comunicado que las Jurisdicciones deben entregar “la información relativa a los sacerdotes o clérigos que han ejercido labores pastorales y, en general, de relacionamiento con la sociedad”. ¿Qué quieren hacer con las hojas de vida de los inocentes? ¿Cómo es posible que la hoja de vida de un sacerdote que no tiene denuncias por haber cometido algún tipo de delito resulte en una lista indiscriminada en razón del ejercicio de su ministerio? No faltará quien piense que el que nada debe, nada teme.Eso es verdad, pero a la vez no justifica el asunto porque aquí estamos hablando de un sesgo, de la creación y, tristemente, la consolidación en la sociedad de un estereotipo: el sacerdote católico es un delincuente no por lo que haya o no haya hecho, sino por lo que es. ¡Qué tristeza! ¡Qué indignación! La profecía del Señor se cumple una vez más: “Incluso llegará la hora en que cualquiera que les dé muerte pensará que da gloria a Dios” (Jn 16, 2b).Soslayadamente somos declarados culpables a priori y tendremos que demostrar lo contrario. En efecto, la decisión de la mayoría de miembros de la Corte Constitucional nos criminaliza prejuiciosamente a todos los ministros ordenados (obispos, presbíteros y diáconos) por el simple hecho de ejercer una labor pastoral con las comunidades, destruyendo así el principio de presunción de inocencia y convirtiéndolo en ¡presunción de culpabilidad! Precisamente, la palabra infamia, como la describe magistralmente el jurista mexicano del siglo XIX Manuel de Lardizábal “es una pérdida del buen nombre y reputación, que un hombre tiene entre los demás hombres con quienes vive: es una especie de excomunión civil, que priva al que ha incurrido en ella de toda consideración y rompe todos los vínculos civiles que le unían a sus conciudadanos, dejándole como aislado en medio de la misma sociedad”.Lo más absurdo del asunto es la argumentación que usa la Corte Constitucional para justificar que las Jurisdicciones Eclesiásticas deben entregar la información semiprivada de todos los sacerdotes incardinados desde la creación de la sede episcopal: óigase bien, cito el comunicado: “su estudio [es decir, el de las hojas de vida de todos los sacerdotes que no estamos siendo investigados por delitos] es central para el periodismo de investigación, dado que permite identificar patrones y circunstancias especiales en la trayectoria de los sacerdotes, lo que resulta crucial para identificar casos de violencia sexual y/o encubrimiento, al analizar los cambios abruptos en cuanto a trayectoria temporal y local de sacerdotes” (No está subrayado en el original).¿Cuáles serán entonces los parámetros que usarán los periodistas/jueces para determinar la relación entre la comisión del delito y el traslado del sacerdote de un lugar a otro, en un tiempo determinado? ¿cómo llegarán a conclusiones con los datos de sacerdotes de los siglos XVI al XIX e incluso de gran parte del XXI? ¿Serán incriminados post mortem porque los trasladaron demasiado pronto de una parroquia a otra? ¿A qué se enfrentan las diócesis centenarias si no entregan la lista de sus sacerdotes de toda su historia con los respectivos traslados de oficio eclesiástico? Para algunas diócesis se trata de unas décadas de historia, para otras, ¡siglos de información!, a veces difícil, otras veces imposible de encontrar por el estado de conservación o inexistencia de archivos históricos, pero siempre oneroso trabajo que desgasta administrativamente.Si esto no se llama prejuicio, entonces, ¿cómo llamarlo? ¿Cuánto tiempo debe permanecer un párroco en una parroquia para que su traslado no sea motivo de sospecha? ¿Qué entiende la Corte por “cambios abruptos en cuanto a trayectoria temporal y local de sacerdotes”? ¿Es justo que este prejuicio vaya a conducir a la “identificación de patrones” de casos criminales sin contar con denuncias?Como sacerdote me siento objeto de estigmatización y esta circunstancia no hace más que acrecentar la discriminación y el hostigamiento por motivos religiosos en el país que ya tipificó el Código Penal (artículo 134B). Qué bueno sería que apenas aparezca publicada la Sentencia nos demos a la tarea de estudiarla y profundizarla y con la ayuda del derecho podamos dar respuesta a la Corte Constitucional los ciudadanos que nos sentimos vulnerados, que, en últimas, es vulneración de toda la sociedad.Bendito sea Dios que nos permite estos momentos de persecución religiosa para afianzar nuestra fe y nuestra esperanza, que no defrauda (cf. Rm 5,5). Esta es una ocasión más para renovar nuestro compromiso vocacional y volver a decirle “sí” al Señor y al servicio de la Iglesia.No quiero terminar estas líneas sin recomendar, valorar y agradecer el salvamento de voto de los Magistrados Jorge Enrique Ibáñez Najar y Cristina Pardo Schlesinger, contenido en el Comunicado 19. Leerlo también nos da confianza en que no todo está perdido. Conocerlo nos da una idea de cuán execrable es el delito de pederastia, existente en lamentables y grandes proporciones en instituciones como la familia, la escuela, el deporte, y demás ámbitos. Los avances de la Conferencia Episcopal de Colombia y, en general, de la Iglesia de nuestro país en lo que concierne la formación para la prevención y tratamiento de casos de abuso demuestran el compromiso por erradicar este flagelo. Ni un solo caso. Ni uno más.P. Raúl Ortiz Toro

Mar 27 Mayo 2025

De la indiferencia a la ternura social: El clamor de Laudato Si’ en nuestra misión

Por Pbro. Mauricio Rey - En estos días en que se conmemora la publicación de Laudato Si’, vale la pena hacer una pausa sincera, una de esas que nacen no solo de la mente, sino del corazón creyente. Escuchar de nuevo sus palabras es, en realidad, escuchar la voz de Dios que sigue pronunciándose en la historia con ternura, fuerza y verdad. No es una Encíclica más. Es un llamado urgente a convertir nuestra mirada, a reenfocar nuestras prioridades, a recordar que cuidar la creación no es una tarea adicional, sino una expresión directa de la fe.El Papa Francisco nos habla desde el dolor del mundo, desde el grito en silencio de los pobres, desde el sufrimiento de la tierra herida, en su agonía. Y al hablar lo hace como pastor, como hermano y como discípulo. Por eso Laudato Si’ no puede ser interpretada como un discurso verde o como una preocupación de moda. Es una invitación a pasar de la indiferencia al verdadero cuidado, del consumo irresponsable a la responsabilidad común, del egoísmo disfrazado de progreso a la ternura social que cuida, escucha y transforma la realidad.Cuando la Iglesia abraza la ecología integral, no está desviando su misión. Está profundizándola. Porque el Evangelio, cuando se encarna, toca la vida entera, en su profundidad, la economía, la cultura, la política, la forma en que nos relacionamos con los otros y con la tierra. Y hoy, esa encarnación pasa por reconocer que vivimos en un sistema que rompe equilibrios, descarta personas, agota recursos y pone en riesgo nuestra casa común, el don confiado por el Creador para que lo administremos convenientemente los hombres que habitamos la tierra. La fe no puede estar al margen de eso.Lo más provocador de Laudato Si’ es que no se limita a hacer diagnósticos, que en muchos casos son relegados. Laudato Si’ nos propone una espiritualidad, una nueva manera de habitar el mundo, una cultura del encuentro con toda la creación, una nueva manera de vivir en armonía con nuestros bienes comunes. Nos recuerda que no somos dueños absolutos, sino custodios de un don confiado. Que la creación no es un escenario neutro, sino el espacio sagrado donde Dios sigue obrando. Que el grito de la Tierra y el de los pobres son un solo clamor, que exige una sola respuesta, una conversión integral real.Y esta conversión, si es auténtica, toca nuestras prácticas cotidianas, nuestras decisiones institucionales, nuestras prioridades pastorales. No basta con celebrar jornadas ecológicas o incluir temas ambientales en los planes de estudio. Se trata de repensar nuestro modo de vivir la fe, de acompañar a las comunidades, de construir parroquias y estructuras que respiren coherencia entre lo que decimos y lo que vivimos. Hablar de ternura social, como nos inspira el Papa Francisco es optar por una firmeza compasiva. Es rechazar la lógica de la explotación con gestos concretos de cuidado. Es transformar el poder en servicio, el individualismo en responsabilidad compartida, la pasividad en compromiso social. La ternura no es debilidad; es una fuerza que humaniza, que reconstruye, que sostiene la esperanza.Hoy, necesitamos volver a Laudato Si’, no como un texto para recordar, sino como una hoja de ruta para discernir. En ella hay una visión de Iglesia en salida, encarnada, humilde y valiente. Una Iglesia que no teme tocar las heridas del mundo y que no se desentiende de los clamores del tiempo concreto. Una Iglesia que sabe y asume valientemente que cuidar la casa común es cuidar a los más vulnerables, defender la vida y anunciar con gestos concretos que otro mundo es posible, es una Iglesia en salida.La conversión ecológica es una expresión madura del amor cristiano. Y ese amor, cuando se toma en serio, nos empuja a la acción, nos saca de la indiferencia individualista, nos convierte en sembradores de cuidado en medio de la fragilidad. Porque el Evangelio no se contenta con observar, por el contrario, con su fuerza y poder, nos impulsa a transformar la realidad.Pbro. Mauricio Rey SepúlvedaDirector del Secretariado Nacional de Pastoral Social - Cáritas Colombiana

Vie 23 Mayo 2025

Comunicar la Esperanza: ¿Dónde nace una comunicación con esperanza?

Por. P. Martín Sepúlveda Mora - La esperanza no es una espera pasiva. Es don, pero también tarea. ¿Cómo construir esperanza para comunicarla? Hagamos un recorrido por el reciente magisterio de la Iglesia.1. Del silencio a la palabra que transmite esperanzaLa comunicación nace del equilibrio entre palabra y silencio. Cuando se integran, se logra un diálogo auténtico y profundo. El silencio no es ausencia de contenido, sino su cuna: permite escuchar, pensar, comprender y discernir. En él, descubrimos lo que queremos decir y cómo decirlo.En el mundo saturado de mensajes breves —como versículos bíblicos—, urge cultivar la interioridad para que cada palabra comunique desde la verdad. Dios habla también en el silencio, y allí el hombre puede hablar con Dios. De esta contemplación brota el deseo de comunicar lo que hemos visto y oído: Cristo. Es este Misterio el que da sentido a la misión de la Iglesia y convierte a los creyentes en mensajeros de esperanza.En las redes sociales, los cristianos muestran autenticidad cuando comparten el motivo de su alegría: la fe. No solo con palabras explícitas, sino en cómo comunican, con respeto y apertura, sus decisiones y valores.¿Tenemos espacios de silencio? ¿Están habitados por Dios y por su Palabra?2. Respirar la verdad de buenas historiasHay historias que sanan, construyen y generan esperanza. Como en el Éxodo, donde Dios manda recordar sus signos a hijos y nietos, la fe se transmite narrando la presencia de Dios en la historia.Jesús enseñaba con parábolas: tomaba la vida cotidiana y la convertía en relatos que transformaban a quienes los escuchaban. El Evangelio, más que un código, es una narración viva de buenas noticias. Cada uno tiene historias con “olor a Evangelio”, testimonio del Amor que transforma. Esas historias deben contarse siempre, con todos los lenguajes y medios .¿Reconozco en la historia de las personas el paso de Dios? ¿Estoy atento a los testimonios que pueden inspirar a otros?3. Comunicar encontrando a las personas donde están y como sonCuando los primeros discípulos quieren conocer a Jesús, Él les responde: “Vengan y lo verán” (Jn 1, 39). La fe comienza con la experiencia directa, no con la teoría. Así también debe comunicarse: permitiendo que el otro hable, tocando su realidad .El Evangelio se actualiza en cada testimonio de vida transformada por el encuentro con Cristo. La historia de la fe es una cadena de encuentros personales. Nuestro desafío es comunicar desde ahí: encontrando a las personas como son, donde están y conociendo sus historias, desgastando la suela de los zapatos para ir a los lugares donde están las personas y no ser evangelizadores de escritorio.¿He descubierto historias de vida donde Dios se hace visible? ¿Reconozco esas narraciones como lugares teológicos y pastorales?4. Escuchar con los oídos del corazónEn la Biblia, “escuchar” es mucho más que oír. Es una actitud interior. El “Shema Israel” (Dt 6, 4) se repite como la base de toda relación con Dios. San Pablo lo confirma: “la fe viene de la escucha” (Rm 10, 17).Escuchar bien implica atención, apertura y empatía. El rey Salomón pidió un corazón capaz de escuchar (1Re 3, 9), y san Francisco de Asís invitaba a “inclinar el oído del corazón”. En la Iglesia necesitamos escucharnos. Este servicio lo aprendemos de Dios, el Oyente por excelencia. Dietrich Bonhoeffer recordaba: “Quien no escucha al hermano, pronto no podrá escuchar a Dios”.En la pastoral y en el ejercicio de comunicación, el “apostolado del oído” es esencial. Santiago lo resume: “Prontos para escuchar, lentos para hablar” (St 1, 19). Escuchar es caridad, es presencia. Y en las redes sociales, donde se valoran la interacción y el diálogo, es fundamental cultivar esta actitud.¿Escucho con disponibilidad? ¿Mi ministerio incorpora verdaderos espacios de escucha sinodal?5. Hablar con el corazón en la verdad y el amorLos verbos “ir, ver y escuchar” preparan el corazón para hablar. Sólo desde un corazón tocado por el otro, se puede comunicar con esperanza. Hablar con el corazón implica ofrecer una palabra que construye, no que destruye; que respeta, no que impone .Hablar así no es ingenuo: implica proclamar la verdad con caridad, incluso cuando cuesta. Es participar del estilo de Cristo, como el Peregrino de Emaús: se hace cercano, escucha, acompaña, explica y deja arder el corazón de los discípulos (cf. Lc 24, 32).Comunicar con el corazón es tener en cuenta el decálogo de una comunicación no hostil en donde:Lo virtual es realSe es lo que se comunicaLas palabras dan forma al pensamientoAntes de hablar hace falta escucharLas palabras son un puenteLas palabras tienen consecuenciasCompartir es una responsabilidadLas ideas se pueden discutir. Las personas se deben respetar.Los insultos no son argumentosTambién el silencio comunicaConclusiónComunicar la esperanza no es una técnica, sino una vocación. Implica entrar en el ritmo de Dios: callar, contemplar, escuchar, narrar y hablar con el corazón. Es ser testigos en un mundo hambriento de sentido, proclamando con gestos, historias y palabras que la luz sigue brillando en medio de las sombras.P. Martín Alberto Sepúlveda MoraDirector de Comunicaciones y TecnologíasConferencia Episcopal de Colombia

Mié 21 Mayo 2025

Era digital: Iglesia que acompaña a los jóvenes en su mundo

Por Pbro. Mauricio Rey - Hoy no basta con que la Iglesia tenga redes sociales, debe tener presencia viva y significativa en los entornos digitales donde los jóvenes se expresan, cuestionan y buscan sentido. Ellos no van ya a preguntar en la sacristía, ni esperan el domingo para escuchar un mensaje inspirador. Lo hacen en línea, muchas veces en silencio, desplazándose por historias de Instagram o buscando respuestas en videos de menos de 60 segundos.La pregunta es directa ¿estamos ahí, con ellos?No con estrategias de marketing ni con publicaciones que imitan el lenguaje juvenil sin comprenderlo. No como espectadores pasivos o como emisores de contenido programado, sino como presencia que acompaña, escucha y camina a su lado. Porque el verdadero desafío de la era digital no es técnico, sino evangélico. El reto es aprender a habitar con sentido y ternura un territorio nuevo, lleno de vida y también de heridas silenciosas, que gritan desesperadamente.Los jóvenes no están alejados de la fe por desinterés, sino porque la forma tradicional de presentar el Evangelio no siempre conecta con sus búsquedas reales. Muchos no han rechazado a Dios; simplemente no han encontrado una Iglesia que los escuche sin prejuicio, que los mire sin temor, que los entienda con honestidad. Quieren ser acogidos en su complejidad, en sus preguntas abiertas, en su manera única de habitar la realidad.Vivimos en un entorno saturado de imágenes y mensajes fugaces, lo que más falta es alguien que mire con atención, que permanezca, que escuche sin interrumpir. Y ahí es donde la Iglesia puede ser verdaderamente significativa; no compitiendo por atención, sino ofreciendo profundidad. No buscando viralidad, sino construyendo vínculos. No gritando en medio del ruido, sino susurrando esperanza en medio del cansancio digital.Acompañar en el mundo digital no significa multiplicar publicaciones. Significa comprender las heridas, las búsquedas y los lenguajes de los jóvenes, y atreverse a estar cerca sin invadir. Significa que cuando alguien tropieza con una historia de fe, un testimonio honesto o una palabra serena, no se encuentre con una campaña, sino con una comunidad que ora, que sostiene, que desde una vida íntegra, camina con ellos.La Iglesia necesita dejar de hablar “sobre” los jóvenes y empezar a hablar “con” ellos. Y muchas veces, más que hablar, necesita aprender a callar y escuchar. Porque el Evangelio no se impone, se comparte en el cruce de miradas, en los gestos sencillos, en la fidelidad a la vida concreta.La era digital no es una amenaza ni un obstáculo, sino un nuevo territorio de encuentro, no porque sea moderno o llamativo, sino porque es donde está el pueblo. Y si los jóvenes están ahí, la Iglesia no puede ser y/o estar ausente. Como Jesús con los discípulos de Emaús, estamos llamados a acercarnos con discreción, caminar a su ritmo, preguntarles qué les preocupa y dejar que nos cuenten a su modo por qué arde o no arde su corazón.La pastoral juvenil no puede limitarse a invitar a eventos o a replicar contenido atractivo. Necesita cultivar relaciones, acompañar procesos, abrir espacios de confianza donde la fe se viva en diálogo con la cultura digital, sin miedo a las preguntas difíciles y sin ansiedad por tener siempre la última palabra.En lugar de pensar en cómo volver a atraerlos al templo, tal vez debamos preguntarnos ¿qué imagen de Iglesia les estamos ofreciendo? ¿Una que exige, pero no escucha? ¿Una que señala, pero no se acerca? o ¿una que camina con ellos, también en sus dudas e inquietudes, en sus profundas búsquedas y en su modo de habitar el presente? Por tanto, no basta con que la Iglesia tenga presencia en redes, la iglesia está llamada a ser red de vínculos, de escucha, de comunidad verdadera. Una red que no encierra, sino que sostiene. Una red tejida con humanidad, paciencia y Evangelio encarnado.Porque, los jóvenes no buscan fuegos artificiales. Buscan algo o mejor, alguien que no desaparezca cuando se apague la pantalla. Y ahí, en ese anhelo callado y sincero, la Iglesia tiene todavía mucho que ofrecer... si está dispuesta a estar, mirar y acompañar con la fuerza del Evangelio.Pbro. Mauricio Rey SepúlvedaDirector del Secretariado Nacional de Pastoral Social - Cáritas Colombiana