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domingo

Sáb 20 Ene 2018

Vengan conmigo

Por: Monseñor Omar de Jesús Mejía -Celebramos hoy en la iglesia el tercer domingo del tiempo ordinario y comenzamos la lectura y meditación del evangelio de San Marcos. El escritor sagrado (Marcos), hacía parte del equipo misionero de Pablo y Bernabé. Su evangelio pretende fundamentalmente mostrarnos la figura de Jesucristo, el Señor, el Hijo de Dios y por lo tanto el Salvador. Según Marcos, el ministerio público de Jesús comienza inmediatamente después que Juan fue arrestado y se inicia proclamando la Buena Noticia de Dios, la invitación a la conversión y la presencia en el mundo del Reino de Dios. A renglón seguido, el evangelio invita a la conversión y a creer en la Buena Nueva. Para cumplir la tarea de anunciar el Reino, Jesús el Señor, inicia recorriendo la orilla del mar de Galilea, como quién dice, el anuncio se hace allí donde se encuentra la gente, en sus labores cotidianas, donde se desenvuelve el acontecer diario de la gente. Anunciar el Evangelio no es cuestión de ideas, no es hacer discursos, no es realizar muchos proyectos bonitos, muchos de ellos se quedan en el papel. Anunciar el evangelio es salir a la calle, ir allí donde se encuentran las personas en sus faenas cotidianas, allí donde se debate la vida. Bien lo dice el Papa francisco: “La pastoral no se planea en oficinas con aire acondicionado”, la pastoral se realiza en medio de la comunidad, en medio de las luces y las sombras de la existencia cotidiana. Dicen los obispos en Aparecida: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (243). Para Simón y su hermano Andrés, Jesús no es una idea de la cual han escuchado hablar, no. Para ellos Jesús, el Señor, es alguien real, vivo, cercano, alguien que los miró con ternura y por lo tanto los cautivó. Dice la Palabra: “Mientras iba por la orilla del mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que echaban las redes en el agua, porque eran pescadores. Jesús les dijo: "Vengan conmigo, y yo los haré pescadores de hombres". Inmediatamente, ellos dejaron sus redes y lo siguieron.” “Vengan conmigo, y yo los haré pescadores de hombres”. Según la tradición judía, un joven piadoso que deseaba profundizar en el conocimiento y práctica de la ley de Moisés, buscaba ser admitido en el grupo de algún maestro o rabino. Se decía: “Búscate un rabí y te desaparecerán las dudas” (Pirqué Abot 1,16). En cambio, aquí es Jesús quien llama a algunos, a los que Él quiere (cfr 3,13), para que sean sus discípulos: hace esa llamada con autoridad, y aquellos hombres responden. San Jerónimo comentando el texto dice: “Si no hubiera algo divino en el rostro del Salvador, Simón y Andrés, hubieran actuado de modo irracional al seguir a alguien de quien nada habían visto. ¿Deja alguien a su padre y se va tras uno en quien no ve nada distinto de lo que puede ver en su padre?” (Commentarium in Marcum 9). Para ser discípulo y misionero del Señor, se necesita tener una experiencia personal con Él. Es urgente que nuestra fe pase de ser un discurso, una simple ley o algo meramente cultural a ser una experiencia única e irrepetible, donde se viva la alegría de sentirnos amados de Dios. Hermanos, el Señor sigue pasando, Él continua amándonos, El pasa por la orilla existencial de cada uno de nosotros; pasa a través de la Palabra, en los sacramentos, en los hermanos, en la naturaleza. Si somos personas de fe, en todo y en todos, hemos de descubrir la presencia de Dios. El secreto de la fe está en escuchar la voz de Dios que hoy también nos sigue diciendo: “Vengan conmigo, y yo los haré pescadores de hombres”. Igual que ayer, hoy, el Señor, necesita de hombres y mujeres valientes y con decisión que queramos seguirlo sin miedo y cobardía, con valor y entusiasmo. Hoy el Señor sigue pasando por la orilla de nuestra existencia y nos sigue diciendo: “Vengan conmigo, y yo los haré pescadores de hombres”. Hermanos, el Señor cuenta von nosotros, tenemos que dejarnos cautivar al igual que Simón y Andrés y con la misma prontitud que lo hicieron Santiago y Juan. El Señor nos sigue llamando a cada uno por nuestro nombre y nos convoca a ser sus discípulos y misioneros en el mundo de hoy; nos invita a proclamar con nuestra vida: “el tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia”. Reino, conversión y llamada, son realidades inseparables que desde entonces vivimos en la Iglesia. El Reino es Cristo mismo, Él nos ha salvado, el secreto de nuestra parte es aceptar la Salvación y mantenernos en la Salvación. El Reino de Dios se da en la doble dinámica del ya pero todavía no; es decir, Cristo ya nos salvó con su encarnación, con su muerte y resurrección, pero nosotros debemos aceptar el misterio. Dios nos ofrece su paternidad y salvación, pero no nos obliga a aceptarla. La gracia perfecciona la naturaleza, pero no la sustituye. San Agustín dice: “Dios que te creo sin ti, no te salvará sin ti”. Dios respeta absolutamente nuestra libertad, nos ofrece su gracia, pero no nos obliga a recibirla. Es necesario por lo tanto estar continuamente en actitud de escucha y conversión para poder aceptar la llamada de Jesús que sigue actuando en nuestra historia. Es necesario escuchar a Jesús que hoy nos sigue diciendo: “Vengan conmigo, y yo los haré pescadores de hombres”. + Omar de Jesús Mejía Obispo de Florencia Evangelio: Marcos 1,14-20 Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: “El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia”. Mientras iba por la orilla del mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que echaban las redes en el agua, porque eran pescadores. Jesús les dijo: "Vengan conmigo, y yo los haré pescadores de hombres". Inmediatamente, ellos dejaron sus redes y lo siguieron. Y avanzando un poco, vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban también en su barca arreglando las redes. En seguida los llamó, y ellos, dejando en la barca a su padre Zebedeo con los jornaleros, lo siguieron.

Lun 16 Ene 2017

¡Gozo, alegría, esperanza y unidad!

Las lecturas en este día nos hablan de gozo, de alegría, de esperanza, de luz grande para los pueblos, de unidad. Todo ello es expresión de la salvación que sólo Dios nos puede ofrecer. Deseosos de recibir estos dones, escuchemos con atención lo que nos dice el Señor. Lecturas [icon class='fa fa-play' link=''] Primera lectura: Is 8,23b - 9,3 [/icon] [icon class='fa fa-play' link=''] Salmo: 27(26),1.4.13-14 (R. 1a)[/icon] [icon class='fa fa-play' link=''] Segunda lectura: 1Co 1,10-13.17[/icon] [icon class='fa fa-play' link=''] Evangelio: Mt 4,12-23 (forma larga) o Mt 4,12-17 (forma breve)[/icon] [icon class='fa fa-arrow-circle-right fa-2x' link='']CONTEXTO BÍBLICO[/icon] ¿Qué dice la Escritura? La primera lectura, del profeta Isaías, nos trae un oráculo de esperanza. El Señor anuncia el gozo, la alegría y la libertad, después de un período cargado de desolación, guerra y división. La imagen más elocuente tiene que ver con el contraste entre la oscuridad y la luz; y se llega a esta última sólo por la acción salvífica de Dios. En la misma línea, el salmo 26 nos habla de la acción de Dios con imágenes vivas: “El Señor es mi luz y mi salvación,…es la defensa de mi vida”. Es un salmo de confianza, que invita a esperar en el Señor con gozo y con ánimo decidido. La segunda lectura es una invitación a la unidad. La hace el apóstol Pablo a una comunidad en la que ha penetrado con fuerza la contraposición entre diversas facciones: “unos de Pablo, otros de Apolo, otros de Pedro”. Por eso, habla de los peligros de las divisiones y del sectarismo. Frente a ellos, la conciencia clara debe ser que Cristo no está dividido. La escena evangélica nos presenta tres momentos del inicio del ministerio público de Jesús: Una introducción teológica de este ministerio, el llamado a la conversión y la elección de los discípulos. Podemos decir que esta imagen de apertura a la misión de Cristo contiene, en sí mismo, la alegría del Evangelio, es la inauguración del reinado de Dios que se acoge con la conversión del corazón. ¿Qué me dice la Escritura? La Palabra hoy nos pone delante la alegría del Evangelio, el gozo de la acción salvífica del Señor, así como la luz y la libertad que sólo encontramos en él. Frente a este acontecimiento mesiánico único y maravilloso, el Señor nos pide una actitud de acogida; ¿cómo? En primer lugar, con el reconocimiento de la luz que disipa las tinieblas; ver esa luz grande. Esta imagen tiene mucha fuerza en las lecturas de hoy. Cristo es la luz del mundo, lo dirá él mismo (cf. Jn 8,12); y continuará: “el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. En segundo lugar, es una exigencia responder con la confianza puesta absolutamente en él. No nos salvará nadie más, hay que esperar totalmente en la bondad y en la misericordia del Señor. Y, en tercer lugar, respondemos con la conversión de nuestra vida. Acoger el reinado de Dios es volver realmente a él, orientados por el atractivo de su gracia. En una palabra, como lo sugiere el Evangelio, se trata de ser sus discípulos y misioneros. ¿Qué me sugiere la Palabra para decirle a la comunidad? ¡Qué hermosos son los pies del mensajero que anuncia la paz! (cf. Is 52,7) Como lo hace la Palabra, que es viva y eficaz, debemos presentar a nuestras comunidades el gozo, la alegría, la salvación, la libertad que provienen del amor de Dios. Recordemos que el Papa Benedicto XVI nos insistía en el atractivo y belleza del Evangelio. Esta Buena Nueva es luz y es roca firme. Pero también, es necesario que hagamos conscientes a nuestras comunidades de lo que significa acoger el reinado de Dios en nuestra vida, para experimentar la alegría del Evangelio. El llamado que Jesús hace a los discípulos lo hace también hoy a cada uno y a la comunidad. Es la misma invitación de Aparecida, la cual debe resonar hoy con renovado vigor: “Formación de los discípulos misioneros, para que nuestros pueblos en él tengan vida”. Sí; en el discipulado misionero podemos vivir la promesa salvífica del Señor. No se puede olvidar finalmente, la invitación a la unidad que nos ha hecho San Pablo. El discipulado no solo es vocación sino también con-vocación. Las divisiones, las rivalidades, el sectarismo impiden o retrasan la tarea de la Evangelización. Sólo podremos ser testigos de la alegría del Evangelio cuando estamos unidos. [icon class='fa fa-arrow-circle-right fa-2x' link='']CONTEXTO SITUACIONAL[/icon] La Palabra nos debe impulsar en este día hacia esa luz que encontramos en la Buena Nueva. Sin duda que también hemos pasado y aun experimentamos el poder de las “sombras” en muchas situaciones. Nuestras familias, nuestras comunidades, nuestro país, sólo podrán salir de la oscuridad avanzando hacia la luz que es Cristo. Pero también hemos de darnos cuenta de la insistencia en la formación de los discípulos misioneros. No es una cuestión sólo de cursos o de conocimientos académicos, sino de una experiencia del encuentro con el Señor. Hay que acoger el Reino de Dios. Y para ello tenemos que escuchar el llamado a la conversión. Hoy nos tenemos que preguntar ¿qué pasos hemos de dar?, ¿cómo acogemos mejor la luz de Dios?, ¿qué conversión nos pide el Señor? Y hay una insistencia particular: vivir la unidad. Hay que acabar con todas las rivalidades, las divisiones, los grupismos y los sectarismos. No debe haber ni motivos ni espacios en la Iglesia para luchar unos contra otros. [icon class='fa fa-arrow-circle-right fa-2x' link='']CONTEXTO CELEBRATIVO[/icon] La Eucaristía es el banquete de la unidad; ella edifica la comunidad eclesial. En este domingo hemos de pedir al Señor que nos fortalezca en la unidad, de modo que superemos todas las divisiones y rivalidades; también porque en ella está la fuerza de la Evangelización, según la afirmación del mismo Señor: “Que todos sean uno para que el mundo crea” (Jn 17,21). [icon class='fa fa-play' link='']Recomendaciones prácticas[/icon] Insistir en la imagen más elocuente que presenta la liturgia de la Palabra para este día, y que tiene que ver con el contraste entre la oscuridad y la luz; y se llega a esta última sólo por la acción salvífica de Dios. Se podría colocar en cartelera la frase: “El Señor es mi luz y mi salvación”. Pudiera sugerirse la Plegaria Eucarística IV, con su prefacio propio, p. 456 del Misal, ya que presenta un sumario de la historia de la salvación. Tener presente que esta semana, el miércoles 25, es la fiesta de la Conversión de san Pablo, apóstol.

Sáb 5 Nov 2016

Dios de vivos

Por Mon. Omar de Jesús Mejía Giraldo - San Lucas a la altura del capítulo 20 nos presenta a Jesús en Jerusalén, la ciudad capital, allí como en toda ciudad existe una gran variedad de culturas, de pensamientos y por lo tanto de dudas, discusiones y planteamientos de mil situaciones. La cultura Judía en la época de Jesús ya existía bajo variadísimas maneras de expresar y vivir la fe. Había sobre todo dos tendencias fuertemente marcadas: fariseos y saduceos. Los fariseos creían en la resurrección de los muertos y como lo dice expresamente el texto del evangelio los saduceos negaban explícitamente la resurrección. Por eso se organizan y plantean al Señor la cuestión de la resurrección; para ello se valen de un ejemplo típicamente humano(…). Como era natural no podían ir más allá, porque no creían en la posibilidad de la Vida Eterna. Jesús, el Señor, le enseña a los saduceos que el hombre tiene un fin. Jesús no se queda en la pregunta racional y meramente humana que los saduceos le plantean. Él le da vuelta a la pregunta. El problema de los saduceos partía de la realidad del hombre como única medida, de modo que la realidad de la vida en el marco de una resurrección quedaba sumergida en un mar de dudas. Jesús invierte este cerrado punto de referencia e indica que la cuestión de la resurrección no puede plantearse (en orden a una solución) a partir de la simple experiencia humana, sino sólo dentro de un horizonte muchísimo más amplio y abarcador: el horizonte de Dios, para quien todos los hombres están vivos. Por eso vale la pena entender que el misterio de la resurrección como problemática final y definitiva de la existencia humana la tenemos que entender y asumir desde las siguientes perspectivas: Desde la alianza Alianza es pacto, compromiso mutuo, es juramento. En el antiguo testamento la alianza entre Dios y el hombre se sella con la siguiente manifestación: “Yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo” y en el nuevo testamento esta alianza se plenifica con la vida de Jesucristo, el Señor. Por eso, hay que entender una cosa: El Dios de los cristianos es el Dios de Jesucristo, Dios de vivos y no de muertos. La resurrección es el centro del cristianismo y de los cristianos cuando nos reunimos para orar. Los cristianos comenzamos la alianza con el Señor el día de nuestro bautismo y renovamos la alianza con el Señor todos días al celebrar la Santa Misa, recordemos las palabras de la consagración: “Tomen y coman todos de Él, porque está es la sangre de la alianza, alianza nueva y eterna…” También dice Jesús, el Señor: “el que come mi carne y bebe mi sangra, habita en mí y yo en él.” Además reitera la Palabra de Dios: “el que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida Eterna” y Vida Eterna es vida en Dios, vida para siempre; por eso, desde la alianza con el Señor es imposible morir, porque “no es Dios de muertos sino de vivos: porque para él todos están vivos.” Desde la fe Aunque parezca paradójico la fe en la otra vida es la única que puede dar sentido humano a la historia y al progreso. La persona de fe sabe y entiende que Dios ama la vida hasta el punto de haberla hecho el don de una existencia que no termina nunca. Recordémoslo siempre: la vida eterna es una continuidad del existir en la fe. Cuando la fe es realmente profunda nos da una escala de valores y de fidelidades. Así lo deja ver hoy la primera lectura del libro de los Macabeos, éstos son hombres llenos de fidelidad… Para nosotros hoy son un buen ejemplo para insistir en los valores que se requiere para sumir con fe y responsabilidad nuestra vida cristiana. Será necesario creer siempre en la vida, en la posibilidad de reconstruirla, en la rectitud, en el mantenimiento de unas convicciones... Poseer el don de la fe es creer en la vida. Porque se cree en la vida, se ama, se lucha, se busca la alegría, se procura huir de la mediocridad, se aprecia todo lo que es humano. En efecto, la vida del hombre de fe adquiere sentido a partir de una vida plena, iniciada ya, ahora, en la que cada uno camina con responsabilidad. El Dios cristiano es el Dios de la vida, por eso, nuestra fe cristiana nos enseña a vivir con alegría, a vivir con plenitud cada “instante vital.” Hay que entender algo más hermanos, el cristiano dispone de una certeza: Dios ha resucitado a su Hijo Jesús. Este, luchador entregado a la verdad, a la justicia y al amor, triunfa del dominio de la muerte. Todo aquél que se une a este combate de Jesucristo, por la fe, participará de su victoria. Aquí se abre la perspectiva de la esperanza. La fe en la resurrección es la fuente de la valentía y de la capacidad de mantener la firmeza hasta la muerte si es necesario. Puesto que se cree en la resurrección, las tareas del mundo encuentran un nuevo sentido (son trabajo por el Reino, abonan la tierra para construirlo). En éste aspecto, entendamos una cosa más: la fe en Cristo sería mera palabrería si no pudiésemos traspasar el umbral de la muerte. Solamente si vivimos para la eternidad vale la pena creer y solamente la fe en Cristo nos da la eternidad. “Dios no es un Dios de muertos sino de vivos, porque para él todos están vivos.” No podemos perder la fe. Fe, hermanos fe. Tenemos que ir a nuestras tumbas con dos principios bien claros y contundentes: Con dignidad y con fe. Desde el amor Así oramos en cada Eucaristía: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven Señor Jesús.” Nuestra experiencia nos enseña que solo invocamos a quien amamos. El amor nos vincula al otro, el amor nos acerca y nos permite compartir el destino de la existencia. Sin amor no hay salvación. Sin amor no hay vida. Solamente en el amor de Jesús, quien en la cruz donó la vida por nosotros, podemos entender el misterio de la muerte. A Jesús no le arrebataron la vida, él la entregó por amor, para salvarnos. La muerte no es algo que ocurre, es alguien que llega, el amor no es algo, sino alguien, no es una abstracción, es una persona, es la Palabra. Con la muerte en cruz, Jesús, el Señor, nos trae la plenitud de la salvación; es la cruz la máxima manifestación de amor de Dios hacía el mundo. “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.” El amor verdadero es hasta el final, hasta que duela, hasta agotar existencia, es decir hasta la muerte. ¿Prometes fidelidad hasta que la muerte los separe? El único amor verdadero es el amor divino, el amor que viene de Dios. Entender y asumir la muerte desde el amor de Dios, es entender y asumir la eternidad, es vivir con la certeza de no morir jamás. Sin amor no hay acogida. Cristo que nos ha llamado, nos acoge; por eso, hay que entender una cosa fundamental para aprender a vivir con libertad y serenidad: El Señor no condena a nadie, se limita a ratificar lo que el hombre decide, a dar satisfacción a sus deseos”. Nuestra tarea es vivir con sentido de eternidad, con sentido de trascendencia, con fe y esperanza. No podemos ser pesimistas, ni podemos ser personas derrotadas por el mundo, no. Nosotros sabemos en quien hemos puesto nuestra confianza. Para comprender lo que en definitiva es la muerte asumida desde el amor de Dios, contemplemos lo que nos dice San Agustín,: “Después de esta vida, Dios mismo será nuestro lugar. No hay otro lugar en la vida futura, sino Dios”. Dios, en cuanto que llama al hombre a comparecer ante El, es la muerte; en cuanto juez, es el juicio; en cuanto beatificante, es el cielo; en cuanto ausente, es el infierno; en cuanto purificador, es el purgatorio. Tarea: Por favor que no pase un día sin realizar una sencilla oración en la que nos acordemos de nuestros seres queridos que han muerto; oremos por ellos, para que el Señor les conceda el descanso eterno. Vivamos siempre preparados para morir: “de morir tenemos, el día y la hora no lo sabemos.” Pensemos en clave de vida, por eso hablemos de: “vida más allá de la vida.” Por Monseñor Omar de Jesús Mejía Giraldo Obispo de Florencia

Sáb 29 Oct 2016

“Hoy tengo que alojarme en tu casa”

Por Mons. Omar de Jesús Mejía Giraldo - Jesús, el Señor, es definido por el Papa francisco como “callejero de la fe.” así lo hemos podido comprobar durante las narraciones bíblicas que hemos escuchado cada domingo. Jesús, el Señor, ha pasado por las diferentes aldeas curando enfermos, sanando heridos de corazón, expulsando demonios, resucitando muertos. Jesús, el Señor, va camino a Jerusalén. Hoy el evangelio nos dice: “entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad.” Allí acontece algo extraordinario, podríamos decir hay allí, en Jericó, un milagro. Se trata de la historia preciosa de Zaqueo, un publicano, cobrador de impuestos y además un hombre rico; riqueza que según narra el texto, seguramente había adquirido cobrando una sobretasa en los impuestos. Según narra el proceso de su conversión su dinero no era adquirido con toda honestidad: “si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.” Los dos personajes centrales del evangelio son: Jesús, el Señor y Zaqueo. Pero el personaje que aparece en primer lugar es Jesús. A él le competen las dos acciones: “entrar” y “atravesar” la ciudad. Jesús pasa por allí como peregrino pero también como misionero, pasa como “callejero de la fe.” Es Jesús, quien levanta los ojos para ver a Zaqueo, de igual manera, es Jesús, quien se hace invitar a casa de Zaqueo: “baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.” Jesús, el Señor, trae la salvación a casa de Zaqueo. La Salvación es obra de la misericordia divina, pero es también búsqueda y aceptación humana. Dice San Agustín: “Dios que te creo sin ti, no te salvará sin ti.” Por eso vale la pena resaltar también la actitud de Zaqueo como personaje secundario del texto. La primera inquietud es: “trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura.” El primer paso en el camino de su conversión es querer conocer personalmente al Señor, para cumplir tal interés necesita superar todos los obstáculos humanos y los atajos de las circunstancias de la vida y de tantas personas que en algún momento de la vida lo enredaban en el camino hacía Dios. Zaqueo supera las barreras humanas, vence los prejuicios de la sociedad. Hombre “importante” y reconocido como era entre los personajes de Jericó y sin embargo corre y se sube a una higuera. Cuando hay un verdadero deseo no hay impedimento humano que valga. Zaqueo vence las prevenciones humanas y se atreve a buscar todos los medios necesarios para ver a Jesús. Es allí en el árbol precisamente donde se ve sorprendido por la mirada de Jesús y su invitación a que lo acoja en su casa. Seguramente que Zaqueo no quería ir más allá de la simple curiosidad. Pero he ahí el secreto de Dios, Él siempre, siempre, va más allá. Dios no se contenta con que lo conozcamos, Él nos invita a una relación más personal, más íntima, nos invita a que lo recibamos en nuestra casa para poder salvarnos, para manifestar su misericordia. Dios no es un Dios lejano, Él es el Señor y el “amigo que nunca falla”. La salvación de Dios es hoy, en nuestra casa, Él llega a nuestro corazón, a nuestras familias, a nuestras empresas y lugares de trabajo; Jesús va por nuestras calles, por nuestros campos y ciudades, va mirándonos e invitándonos a ser sus discípulos, no huyamos de Él, dejémonos amar de Él… “Dios es un eterno presente.” De nuestra parte lo que debemos hacer es preocuparnos verdaderamente por buscar todos los medios necesarios para poder conocerlo o al menos distinguirlo, todo lo demás lo hará Él. Dios es nuestro compañero de camino, Él va con nosotros y nos invita continuamente a la conversión. Así como Zaqueo, nosotros estamos también convocados a permitirnos “distinguir” a Jesús, subiéndonos al árbol de la Palabra de Dios, al árbol de los sacramentos, de la Eucaristía, de la fe, de la esperanza, de la caridad, de la fraternidad… Invitación a vivir el evangelio hoy: Emprendamos todos, todos, por favor: sacerdotes, religiosos (as), movimientos apostólicos, laicos, empresarios…, una verdadera cruzada evangelizadora de nuestros campos y ciudades. Vamos por la vida al estilo del Jesús: entremos en el corazón de las personas, entremos en sus casas e invitémoslos a seguir de verdad al Señor. Por favor, pensemos y repensemos la “pastoral de nuestra ciudad y nuestros campos”, no hay que especular mucho, solo contemplemos al Señor y tratemos de actuar como Él, quitemos nuestros escrúpulos humanos…, recordemos lo que dice la Palabra: “el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.” Tenemos que ser más incisivos en nuestra evangelización. Hay que evangelizar como dice San Pablo “a tiempo y a destiempo.” Ya es hora de entender que en la iglesia todos tenemos la obligación de ser misioneros. Hablar del Reino de Dios, mostrar el camino de la salvación, no es sólo tarea de los clérigos y religiosos. Todos en la iglesia, óigase bien, todos, somos responsables de la salvación de nuestros hermanos. “Una sola alma vale el mundo entero.” Vamos a entender una cosa que repetía frecuentemente Monseñor Alfonso Uribe Jaramillo a los sacerdotes de su diócesis: “La verdadera conversión debe pasar de la mente al corazón y del corazón al bolsillo”. Una persona verdaderamente se muestra convertida cuando es capaz de compartir sus bienes espirituales, intelectuales y materiales, de lo contrario es discurso. Intentemos ser juiciosos con el diezmo bíblico, no sólo en lo material, sino también con el tiempo, con los dones y carismas que Dios nos ha regalado. ¿Qué tal si los profesionales damos el diezmo económico y de nuestro tiempo para ayudar a las personas más necesitadas de nuestra sociedad? Si esto fuera realidad en nuestra iglesia, podríamos hacer mucho mejor y con mayor fuerza el bien y podríamos acercar muchas más personas a Dios y a la iglesia. Tarea: Vamos a meditar y a orar el siguiente pensamiento de San Ambrosio: “Hagamos ahora las paces con los ricos. En realidad, no queremos mortificar a los ricos. En lo posible, quisiéramos curarlos a todos... Aprendan que el pecado no está en la abundancia de bienes, sino en no saber usarlos. De hecho las riquezas, si son obstáculo para los malvados, a los buenos les ayuda para la virtud. Zaqueo, escogido por Cristo, ciertamente era rico. Sin embargo, les dio a los pobres la mitad de sus bienes y restituyó el cuádruplo de cuanto adquirió por medio de fraude. Como se puede ver, lo primero no basta y la liberalidad no tiene mérito en cuando continúe la injusticia, porque no se pretenden los despojos de un robo sino dones espontáneos. Procediendo así, Zaqueo recibió más de lo que le daba a los otros. Y es consolador que Él sea presentado como jefe de publicanos. ¿Quién podrá desesperar si hasta éste, con una fortuna de origen fraudulenta, fue salvado?” + Monseñor Omar de Jesús Mejía Giraldo Obispo de Florencia

Sáb 22 Oct 2016

Humildad

Por Mons. Omar de Jesús Mejía Giraldo - Continuamos con la meditación del evangelio de Lucas, éste es el cuarto domingo en el cual recibimos una nueva enseñanza, que en primer lugar esta dirigida a los apóstoles y desde luego hoy a nosotros, también discípulos y apóstoles el Señor. En una sola palabra podemos sintetizar la virtud que la Palabra de Dios, en el Santo evangelio nos presenta para este domingo: La humildad. Según el diccionario de la lengua española se define así la humildad: “Virtudque consiste enconocer las propias limitaciones y debilidadesy actuar de acuerdo a tal conocimiento.” “Podría decirse que la humildad es la ausencia desoberbia. Es una característica propia de los sujetos modestos, que no se sienten más importantes o mejores que los demás, independientemente de cuán lejos hayan llegado en la vida.” Immanuel Kantafirma que la humildad es la virtud central de la vida ya que brinda una perspectiva apropiada de lamoral. Para dar una gran lección a sus discípulos, a sus apóstoles y sobre todo a muchos otros que se creían buenos, que estaban seguros de sí mismos (de lo que pensaban y de lo que hacían) y que despreciaban a los demás, Jesús suelta una preciosa parábola. Presenta la figura de dos personajes: Un fariseo, que ora con orgullo de sí mismo. El fariseo del evangelio se quiere presentar como modelo, es cumplidor estricto de la ley. Da gracias pero su gratitud no es dirigida a Dios como creador de todo, como dador de toda dadiva; su gratitud está dirigida a sí mismo. Así oraba: “¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano.” Para éste hombre su punto de partida y de llegada es su mismo ser, para él Dios y los demás no cuentan. Un publicano, que ora con discreción, no se atreve ni siquiera a levantar los ojos al cielo y sólo tiene unas cortas palabras para expresar: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador. Éste hombre no se desgasta en grandes discursos y en oratorias para hacerse escuchar de Dios, su oración es simple y silenciosa, su oración nace de lo más profundo del alma. Éste hombre comprende que a Dios se le habla desde el silencio del alma y posee la confianza que en ese silencio Dios lo escucha. Dice Santa Teresa: “Dios siempre habla en el silencio.” Enseñanzas: No podemos perder la conciencia de pecado. El fariseo no reconoce su pecado, porque ni siquiera se reconoce como tal. En cambio el publicano si lo hace, porque sabe que sin Dios nada es. Éste hombre con modestia reconoce su miseria, se siente pecador y necesitado de la misericordia de Dios. Decía el Papa Pablo VI: “una de las tragedias del mundo de hoy es que ha perdido su conciencia de pecado.” Ojalá que nuestra oración constante sea: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador. Cuando la oración es sincera y honesta se pone en el Señor nuestra nada, nuestro pecado, nuestra miseria. De esta forma Dios rehace nuestro camino, porque en Él quedan todas las cosas. Sin Dios nada somos. Con Dios lo somos todo. Cuidado hermanos, cuidado, con la presunción (orgullo), es un pecado capital, porque genera muchos otros. El orgullo es lo peor que le puede pasar a un discípulo – misionero, el orgullo infla y no nos deja ver con claridad. El orgullo nos pone como centro de todo y no nos permite mostrar a Dios con trasparencia y rectitud de corazón. El orgullo envanece y hace que perdamos la esencia de nuestra vocación. Un cristiano orgulloso se queda sin Dios y sin hermanos, porque piensa que él es el centro del universo. La clave es la humildad, miremos el evangelio: “el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.” ¿Queremos la paz? Humildad, hermanos, humildad. ¿Queridos dirigentes, quieren ser artífices de la paz de Colombia? Humildad, humildad, por favor. Humildad para saber escuchar al otro, humildad para reconocer los errores. Humildad para forjar entre todos un nuevo país. Humildad para orar y pedirle a Dios el don de la paz. Humildad para poder realizar un acuerdo nacional donde todos pongamos y todos ganemos… Humildad en nuestros apostolados, sacerdotes, religiosos (as), movimientos apostólicos, misioneros, grupos…, no se nos olvide: la obra es del Señor, nosotros somos unos pobres siervos y debemos hacer la obra en el nombre del Señor; que nuestra única preocupación sea que nuestros nombres estén inscritos en el cielo. Por favor, no puede haber rivalidades entre nosotros, no hay unos movimientos más importantes que otros, todos estamos en la iglesia del Señor, todos somos siervos en las manos de nuestro Señor. Unidos somos más, unidos podemos hacer mucho mejor el bien. Unidos podemos ayudarle con mayor eficacia al Señor a construir el Reino de Dios. Hagamos silencio, por favor hermanos no por mucho gritar Dios nos escucha más y mejor. Hoy es urgente recuperar el poder de la oración en silencio. Hoy es necesario reinventar la oración desde lo profundo del alma. No hagamos de nuestra oración una simple repetición de formulas. Nuestros rezos hagámoslos oración y nuestras oraciones pueden terminar en rezos, pero por favor, que sean rezos que nazcan del alma y que transformen nuestras vidas. Celebramos hoy el día mundial de oración y ayuda a las misiones. Hermanos, todos vamos a orar para que Dios suscite en nuestras comunidades amor y entrega por las misiones. Pidamos humildad para nuestros sacerdotes, que el Señor dé a cada uno de ellos vocación sincera y humilde en favor de los demás. Oremos por nuestras familias para que Dios ilumine en ellas amor sincero por las vocaciones misioneras. Ayudemos generosamente con nuestros bienes a las misiones, Dios compensará nuestra generosidad. Para pensar: El peor combate del ser humano es dominarse a sí mismo, saber callar cuando se quiere hablar y saber hablar cuando se quiere callar, detener la imaginación cuando se está juzgando, desaparecer cuando se quiere ser reconocido, pasar sin herir y amar sin querer. Esto es humildad. Hay armas que matan, miradas que apuñalan, palabras que destruyen, si usas alguna de ellas, busca a Dios en tu corazón y encontraras la paz que anhelas. “Cuanto más grande seas, más humilde debes ser, y así obtendrás el favor del Señor,porque el poder del Señor es grande y él es glorificado por los humildes.” (Eclesiástico 3,18-20). Tarea: Oremos como el publicano: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador.” + Monseñor Omar de Jesús Mejía Giraldo Obispo de Florencia ­

Sáb 8 Oct 2016

Gratitud

Por Mons. Omar de Jesús Mejía Giraldo - El domingo anterior anunciábamos cinco actitudes que Jesús enseña a sus discípulos – apóstoles como fundamentales en el desarrollo de su liderazgo espiritual que ellos debían ejercer en la comunidad. Recordemos: Cuidado con el escandalo, perdón, fe, humildad y gratitud. El evangelio de hoy nos ofrece la oportunidad de meditar sobre la actitud, la virtud, la cualidad o el valor de la “gratitud”. Definición de gratitud: “Sentimiento de estima y reconocimiento que una persona tiene hacia quien le ha hecho un favor o prestado un servicio, por el cual desea corresponderle.” Jesús va a Jerusalén y por el camino instruye a sus discípulos, entre Samaria y Galilea, espontáneamente diez leprosos a la distancia empiezan a gritarle: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.” Algunas particularidades del texto: (1) Son leprosos y según la ley ellos debían estar apartados de la comunidad por la situación contagiosa de la lepra. Lev 13, 46-56; 14,1-32, son textos que narran todos los rituales que la comunidad y ellos tenían que seguir en caso de ser contaminados con la enfermedad de la lepra. Se trata entonces de diez personas enfermas que además viven en la soledad y en el aislamiento. (2) De los diez, nueve eran Judíos y uno Samaritano, aunque se consideraban enemigos, seguramente que el dolor por la enfermedad, los llevó a juntarse; parece ser que por las circunstancias, viven en cierto grado de “comunidad” o por lo menos en grupo. (3) A pesar de todo se unen para invocar juntos a Jesús, el Maestro, que pasa a cierta distancia de ellos. Jesús, el Maestro y Señor, asume la ley como punto de partida, invita a los diez leprosos que se presenten al sacerdote y según el texto, así lo hacen éstos hombres; sin embargo, antes de llegar donde los sacerdotes ellos comprueban que están curados, han restablecido su salud física y seguramente empiezan a recuperar a su familia y sus relaciones con los amigos y conocidos. Lo más curioso del texto es que de los diez sólo uno regresa donde Jesús el Señor para manifestar gratitud y otro detalle interesante, se trata precisamente del Samaritano, según la ley, el menos digno y aparentemente el más alejado de Dios. Dice la Palabra: “Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos, y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Este era un samaritano.” Vuelve al Señor, alabando a Dios y a grandes gritos. Es propio de quien se ha visto liberado de sus males volver la mirada a Dios para manifestar agradecimiento. Se echó por tierra a los pies de Jesús, con éste gesto el hombre curado manifiesta que reconoce a Jesús como su Señor, su Salvador, manifiesta su gratitud por la misericordia que ha experimentado del Señor y por eso da gracias. Hermanos, saber agradecer es mirar positivamente los gestos, las actitudes, las manos abiertas de los que nos favorecen. No es simple cuestión de cortesía, de buena educación, sino de buen corazón. Por eso se puede afirmar que el cristiano debe tener siempre mirada limpia para ver las continuas acciones gratuitas de Dios en favor nuestro. Gratitud es decirle al Señor: “Me has dado mucho y por eso te doy gracias.” Dar gracias cuesta muy poco, pero si sale del corazón es quizá la más noble expresión de un sentimiento humano. Al decir el texto que sólo uno de los diez vuelve al Señor dando gracias, se pone de manifiesto que vivir agradecidos no es tan fácil ni tan común. Uno de los retos del cristiano es vivir “la espiritualidad de la gratitud” y para ello es necesario ponerle atención a los dones que a diario se reciben del Señor. Decía San Bernardo de Claraval: "Cuando nos mostramos agradecidos por cuanto recibimos, ampliamos más en nosotros el espacio para recibir un don todavía mayor”. La gratitud ensancha el corazón, abre horizontes y hace que pensemos más positivamente. Vivir agradecidos es elevar continuas alabanzas al Señor: “gracias te doy Señor del cielo y de la tierra…”, “gloria a Dios en el cielo…”, “volvieron a su casa dando gloria a Dios”. La gratitud es la forma en que nos vinculamos con los demás, porque nos conecta con algo más allá de nuestro propio ser. Por eso, la gratitud es: Vinculante, nos da sentido de trascendencia, es imposible sentirla por nada. Para vivir agradecidos siempre debe existir un motivo y si somos atentos los motivos para la gratitud son infinitos; basta experimentar el amor de Dios, la dignidad y la grandeza de los demás, la hermosura de la naturaleza y de toda la obra de la creación, en fin, siempre habrá un motivo para la gratitud, lo necesario es poner atención para no pasar de largo frente a tanta maravilla. La gratitud auténtica inicia con la meditación y termina en la contemplación y para ello es necesario hacer silencio. Cuando se vive en el mundo del ruido y de la ambición es imposible vivir agradecidos. Para ser agradecidos, es necesario hacer pausas, tener espacios de descanso y de silencio…, para poder valorar lo que se tiene y así poder expresar el sentimiento que se alberga. Por algo los otros nueve del evangelio no volvieron, quizás se entretuvieron en las cosas pasajeras del mundo y en la emoción de la salud física, los atrapó nuevamente el mundo, se quedaron a mitad de camino. Lamentablemente ellos no escucharon la última intervención del Señor: “Levántate, vete: tu fe te ha salvado.” Ahora el hombre que agradeció, no fue curado sólo en su ser físico, fue sanado en la integridad de su ser, adquirió por la gratuidad divina y por su gratitud la Salvación. Éste hombre supo integrar perfectamente la petición y el agradecimiento. La oración cristiana debe ir siempre en está doble vía, no sólo recibir sino también dar. Hermanos, estamos muy acostumbrados a pedir a Dios, no es problema, pero por favor, demos un paso más al frente y vivamos con más ahínco la oración de gratitud a Dios. Reconozcamos que de Él lo hemos recibido todo y démosle gracias compartiendo lo poco o lo mucho que tengamos. La persona que agradece experimenta una salvación que va más allá de la simple curación física: ¡un cambio en la orientación interior! La gratitud es vinculante, miremos como cuando agradecemos la actitud está siempre dirigida a una o muchas personas: un familiar, un amigo, un profesor, Dios… Superemos ya hermanos la mentalidad “milagrera” de nuestra fe, en la que solo nos contentamos con pedir la eliminación del sufrimiento pero sin comprometer el corazón, el evangelio de hoy nos educa en la “espiritualidad de la gratitud”. Cuando se vive según el itinerario del Samaritano que se volvió para agradecer al Señor, nos ponemos a los pies de Jesús y somos impulsados a una nueva dinámica de la vida en el seguimiento del Señor. Importante hermanos, importantísimo, que alcancemos el segundo nivel de la fe que nos enseña el leproso, curado del evangelio, una fe que salva desde la gratuidad y la gratitud y esto genera un renovado encuentro con Dios y con los hermanos. Persona que vive agradecida posee mayores niveles de felicidad, tiene una presión arterial más saludable, mejores relaciones interpersonales, duerme mejor, se deprime menos y tolera más el dolor. Por fe, por interés, por “negocio”, por amor, por cualidad, por actitud ante la vida, por salud mental…, Vivamos agradecidos con Dios, con los demás, con la naturaleza. ¡Con todo y en todo GRATITUD¡. “De gente bien nacida es agradecer los beneficios que recibe, y uno de los pecados que más ofende a Dios es la ingratitud.” Miguel de Cervantes. Quijote a Sancho, cuando va a gobernar la ínsula Barataria. Tarea: Durante la semana, cada día escribir tres situaciones por las cuales se debe agradecer a Dios o alguien en particular. Continuar la lectura del libro del eclesiástico. + Monseñor Omar de Jesús Mejía Giraldo Obispo de Florencia

Sáb 1 Oct 2016

Auméntanos la fe

Por Mons. Omar de Jesús Mejía Giraldo - Es necesario recordar que estamos meditando el tema del discipulado en el evangelio de San Lucas. Jesús va camino a Jerusalén y ahora se encuentra más próximo a la ciudad capital. Los discípulos han compartido con Él su camino y han participado de todas sus enseñanzas; unas dirigidas a cada uno en particular, otras a todos ellos, constituyéndolos en comunidad. Además ha enseñado a la multitud y no han faltado las enseñanzas para los saduceos, fariseos, maestros de la ley, sacerdotes, niños, jóvenes…, en fin, es de notar que el mensaje de Jesús es abierto; a todos, todos, ha invitado al Reino de Dios, a todos ha invitado a la conversión. El domingo anterior la lección fundamentalmente iba dirigida a los fariseos, a quienes con cariño invitaba a que fueran también sus discípulos, pero la gran mayoría de ellos vivían anclados al pasado y apegados a la ley. Hoy la lección es al grupo de los doce, a los que Jesús está preparando para que sean sus “líderes espirituales”. El capítulo 17 tiene un cumulo de enseñanzas que las podemos sintetizar en cinco: Cuidado con el escandalo, el perdón, la fe, la humildad y la gratitud. El texto que acabamos de escuchar, de las enseñanzas mencionas, nos ofrece dos de ellas: “fe y humildad”. Se trata de dos condiciones indispensables para quien de verdad, verdad pretenda ser discípulo del Señor. La lección sobre la grandeza e importancia de la fe y la humildad para el líder espiritual parte de una petición: “los Apóstoles dijeron al Señor: Auméntanos la fe”. Los apóstoles han convivido de cerca con el Señor, han visto su obra realizada, pero también han contemplado sus criticas, sus sufrimientos, sus persecuciones, sus preocupaciones…, por eso, se dan cuenta que ser discípulos, asumir la responsabilidad de ser líderes espirituales sin fe es imposible. “Todo es posible para quien tiene fe”. Los discípulos pretenden que el Señor les aumente la fe, ellos están pensando en clave “cuantitativa” y Jesús les responde en clave “cualitativa”. Les dice: “Si tuvieran fe como un granito de mostaza”. No se trata de una fe en cantidad abundante, el Señor les habla de una fe sencilla, simple, confiada absolutamente en la providencia. Una persona de fe es esencialmente alguien que se ata, que se adhiere totalmente al otro, es un ser que se fía absolutamente en el otro. La fe no es estática, es una realidad dinámica. En la fe se establece un lazo de unión con Dios, no simplemente para ubicarse en sitio seguro, para estar protegidos, sino para dejarse llevar, dejarse conducir. La persona de fe se confía en Dios, en vistas a un camino. Se es creyente para caminar con el Señor y desde el camino con el Señor, se cree para caminar con los hermanos. La fe no es un simple acto individual, la fe es comunitaria. La fe nos ayuda en comunidad a evitar los escándalos, nos da la gracia para vivir el don del perdón. La fe nos mantiene anclados en la tierra, pero con la mirada en el cielo. La fe nos permite reconocernos frágiles y pecadores y por lo tanto humildes, porque reconocemos que sin Dios nada somos. La fe nos da la gracia de vivir siempre agradecidos; pero también nos da la fortaleza para reconocernos servidores por gracia y no por interés: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Jesús le dice a los apóstoles y hoy a nosotros que la fe crece proporcionalmente a nuestro interés por evitar los escándalos. La fe crece en cuanto nos entreguemos a Dios y a los hermanos. La fe crece en la medida que nos gastemos por el Reino y por los hermanos. Cuanto más generosidad hay en el “líder espiritual” más se crece en la fe. La comunidad avanza en la fe proporcionalmente a la entrega generosa de todos sus miembros. Por eso hermanos, hay que evitar el escandalo del pecado, del chisme, de los comentarios mal intencionados, hay que evitar el estar despedazándonos entre nosotros. Comunidad que se destroza así misma es comunidad antropófaga; es comunidad pecadora y aunque diga tener fe, se encuentra muy lejos del Señor. Cuidado hermanos, cuidado, con la destrucción entre nosotros; por favor: fe, esperanza, optimismo, caridad… Pongámosle atención a las palabras que san Pablo dirige a su discípulo Timoteo, son palabras para nosotros hoy: “Dios no ha dado un espíritu de energía, amor y buen juicio”. Si Dios nos ha dado amor y buen juicio, pongámoslo al servicio de los hermanos. Espíritu de energía, amor y buen juicio, es lo que necesitamos hermanos para crecer en la fe. Por eso les propongo una reflexión sencilla, en clave positiva sobre la fe: La fe es un don de Dios y por lo tanto hay que pedirla. Digamos con frecuencia, ojalá muchas veces al día: ¡Señor auméntanos la fe! Si Señor, auméntanos la fe cuando se nos presentan dificultades en nuestra convivencia como presbiterio, como esposos, como hermanos, como vecinos, como acción comunal, como empresa… ¡Señor, auméntanos la fe!, cuando todo parece imposible, cuando nos sentimos incapaces, cuando nos desesperamos frente al pecado del hermano. Señor, aumenta la fe de las madres cuando creen que todo está perdido, cuando se acaban las esperanzas con su hijo drogadicto… Señor auméntanos la fe cuando hay dudas entre nosotros… Señor, auméntanos la fe… La fe es una amorosa fidelidad que transforma la vida del creyente y que lleva al creyente a transformar la realidad que le rodea, haciéndola conforme a la voluntad de Dios. La fe se mueve por amor, nunca por interés, y el amor es un motor que nos lleva a la acción, al compromiso, a la lucha por el Reino. La fe es un camino de maduración, al estilo del granito de mostaza, es la más pequeña de las semillas, pero crece hasta convertirse en un bello arbusto, que sirve para albergar pájaros y produce frutos. Esa es la actitud hermanos, la fe no es confort, la fe a veces es dolor y sufrimiento. La semilla se esconde en la tierra y luego brota, la planta nace pequeñísima, pero crece y da fruto, así es la fe, hay momentos necesarios que debe estar concentrada al interior del ser, para un encuentro personal con el Señor, pero hay momentos que debe acoger a muchos, para sentir que se es comunidad. La fe al igual que la buena semilla, debe producir frutos; por eso, la fe se comparte, la fe se da gratuitamente. La fe nos debe impulsar a la misión. Es mejor gastarse dándose que oxidarse quieto. Quien no se entrega, quien no se da, termina encerrado envenenándose con su propio “dióxido de carbono”. La clave para crecer en la fe es darse, salir, compartir, ir… La fe es una inmensa fuerza que permite vencerlo todo. Con la fe nos hacemos poderosos, podemos aguantar lo que parece imponderable. Solamente con la fuerza de la fe podemos vencer el poder destructor del mal. Solo desde el poder misericordioso de la fe en Dios somos capaces de perdonarnos. La fe es un modo de existencia, no un lenguaje mental o verbal, pero cuando se quiere explicar no hay otro modo que recurrir al lenguaje. La fe es una actitud personal, una postura de la totalidad del hombre. Una opción fundamental y radical porque en ella se fundamental todas las manifestaciones de la vida del creyente. La persona creyente todo, absolutamente todo su obrar es desde la fe. “La fe es mirar la vida con los ojos de Dios”. La fe es obrar todo desde Dios, para Dios y para bien de los hermanos. La fe es también una actitud comunitaria. Es imposible vivir la fe en soledad; por eso, la fe se vive en la parroquia, en el sector, en la vereda, en el grupo de oración, en el movimiento… Comunidad cerrada no es de fe. La persona que se encierra, la comunidad que se encierra, termina confundiendo fe con manifestaciones supersticiosas, con hechicería, con magia, con religiosidad… La fe es carismática. La persona de fe y la comunidad de fe es abierta y disponible a los demás… Quien vive desde la fe sabe que todos en la iglesia tenemos nuestro puesto, lo importante es servir y hacerlo todo con fe. La fe es tener la seguridad de que Dios se preocupa de nosotros y que podemos confiar en su presencia y en su ayuda. Quien confía absolutamente en Dios se sale del plano de la ley , del premio y del mérito, para entrar en el contexto del amor y la confianza. Por eso, cuando perdemos la fe empezamos a multiplicar las leyes. Cuando se pierde la confianza en la relación de pareja y en nuestras relaciones fraternas comenzamos a crear leyes. Si de verdad, verdad viviéramos desde la fe, no necesitaríamos tantas leyes… La fe es voluntad de superar las dificultades, es triunfo sobre el mal, no por el valor humano, sino por el poder de Dios. La persona de fe nunca es fatalista, jamás está derrotada. La persona de fe posee una profunda esperanza, porque sabe que puede vencer el mal a fuerza de bien, el odio a fuerza de amor. No se nos olvide hermanos que para crecer en la fe necesitamos confianza absoluta en el Señor. Por eso digamos una vez más: ¡Señor, auméntanos la fe! Tareas para esta semana: Digamos muchas veces al día: ¡Señor, auméntanos la fe! Pidámosle a Dios una fe viva. Necesitamos todos los días crecer en la fe. Profundicemos la fe mediante la oración, la lectura de la Palabra, participemos en la vida de la Iglesia. Por favor participemos de la Eucaristía, de los ejercicios espirituales, los movimientos grupos apostólicos, grupos de oración. Pero sobre todo, seamos conscientes de lo siguiente: la fe que no se cultiva todos los días mediante un trato cercano y profundo con Dios, mediante la oración es una fe que acaba por morirse. ¡Señor, auméntanos la fe! Continuemos leyendo el libro del eclesiástico. Monseñor Omar de Jesús Mejía Giraldo Obispo de Florencia

Sáb 17 Sep 2016

“No podéis servir a Dios y al dinero”

Por Mons. Omar de Jesús Mejía. Este domingo y el próximo, vamos a meditar dos textos del capítulo 16 de nuestro evangelista Lucas, quien nos ha acompañado, con sus enseñanzas, en este año de la misericordia. El texto de hoy es una catequesis que Jesús, el Maestro y Señor, dirige a sus discípulos y el próximo domingo, el mensaje se dirige fundamentalmente a los fariseos. Jesús invita a sus discípulos y hoy a nosotros a ser inteligentes, cuidadosos y honestos en el uso de los bienes terrenales y para ello utiliza una parábola, se trata de una enseñanza práctica y seguramente algo muy común de su época; de hecho, era costumbre que muchos hombres ricos de Jerusalén tuvieran grandes extensiones de tierra, administrados por sus mayordomos (cualquier parecido con la realidad de hoy…). La parábola es paradójica, porque a primera vista pareciera que Jesús estuviera alabando las malas prácticas del mayordomo y no es así. Jesús no alaba las malas prácticas del administrador, sino su habilidad en salvar su existencia. Como el administrador asegura su futuro así nosotros debemos “atesorar riquezas en el cielo” (Mt 6,20) y no hemos de ser menos previsores que él. “Si los hijos de este mundo, con su modo de actuar, entienden que para asegurarse el mañana deben actuar en el hoy con inteligencia y prudencia, con mayor inteligencia deben obrar los “hijos de la luz” para los asuntos de la vida en plenitud, que es la vida eterna” (16,8b) (Fidel Oñoro). La enseñanza que Jesús nos da es entonces que la sabiduría de los hijos de Dios se debe demostrar sobre todo en el uso de los bienes terrenales. Es sumamente importante entender que Jesús, el Maestro y Señor, exhorta a sus discípulos y hoy a nosotros, para que entendamos la necesidad de ser fieles y responsables en la administración de los asuntos terrenos; que ésta administración no nos haga perder el corazón, sino lo contrario, que los bienes temporales, se administren de tal manera que apunten en absoluto a la lealtad para con Dios y nos impulsen al servicio de nuestros hermanos. Es importante entender que no se trata de un individuo cualquiera, sino de un mayordomo – administrador y que la manera libre con que salvó su existencia, no fue a costa de sus bienes propios sino a costa de su amo que era un hombre rico y bueno. La enseñanza para nosotros los cristianos es que debemos confiar en la bondad y misericordia de Dios, que viene de su amor (Ef 2,4). Lo que somos y tenemos no es nuestro, todo nos lo ha dado Dios para que lo administremos con responsabilidad y honestidad. Con Dios somos todo, sin Dios somos nada. La Palabra de Dios nos pide fidelidad en lo poco; nos promete que el secreto de la “Vida Eterna”, de la vida en Dios, de la vida en gracia, no está en hacer “mucho”, sino en hacer bien lo que hacemos. A Dios Padre no le importa la cantidad de lo que hacemos, sino el espíritu con que obramos (Prov 4,23). Recordemos Mt 18,1-5: “Sean como niños…”. Ser como niños consiste en ser: originales, genuinos, sencillos, amables, alegres, simples; si somos así, Dios se encargará de hacernos gigantes, porque la santidad es un don del Espíritu de Dios (Ef 4,8). La santidad es un don de Dios que nos invita a ser santos como Él es santo (Lev 11,44; 19,2; 20,26; 21,8). Santa Teresita de Lisieux, para vivir la “espiritualidad de la infancia”, se inspira precisamente en vivir con fidelidad los pequeños compromisos de cada día. “El que es fiel en lo poco, es fiel en lo mucho”. El mensaje que quiere transmitir Teresita es que la espiritualidad es sencilla y la llama "caminito". Es decir, ella nos enseña que Dios está en todas partes, en toda situación y toda persona y en los sencillos detalles de la vida. Su "caminito" nos enseña que hay que hacer las cosas habituales de la vida con extraordinario amor. Una sonrisa, una llamada de teléfono, animar a una persona, sufrir en silencio, tener siempre palabras optimistas y otras tantas acciones hechas con amor. Estos son los ejemplos de su espiritualidad. La acción más diminuta, hecha con amor, es más importante que grandes acciones hechas para gloria personal. Teresa nos invita a unirnos a su infancia espiritual, es decir, a su "caminito". La Palabra de Dios nos invita a pensar en lo ajeno; es decir, nos enseña que los bienes temporales pertenecen a Dios que los creo (Sal 23,1-ss), y los tenemos solamente en préstamo; porque Él al darnos sus bienes, no se desprendió de su dominio (Él es el Señor), Dios nos ha dado sus bienes para que con ellos ganemos lo nuestro; es decir, para que con los bienes que Él nos ha dado, ganemos los bienes espirituales y eternos, únicos bienes que el Padre celestial, en su misericordia nos entrega como propios, a través de la gracia. Para adquirir la fortuna de la eternidad, de la gracia, de los bienes espirituales, influye grandemente, como enseña Jesús en la parábola, el empleo que hagamos de aquel préstamo ajeno. Hermanos no se nos olvide, no somos dueños de nada, sin nada venimos a este mundo y sin nada volveremos a los brazos del Padre. Recordemos la parábola del hijo prodigo: el hijo menor se marchó de su casa con unos bienes que no eran los suyos, le pertenecían al Padre, los malgastó y decidió volver al Padre después de haberlo gastado todo, destruido y sólo y en los brazos del Padre misericordioso encontró acogida, fiesta, alegría, fraternidad, consuelo. Volvamos a los brazos acogedores de Dios Padre y para ello tengamos en cuenta lo siguiente: 1.No caigamos ni espiritualismos, ni en materialismos, la virtud está en el centro. “Los bienes nos sirven tanto cuanto nos acercan a Dios” (San Ignacio de Loyola). No podemos descuidar el trabajo, la familia, las ocupaciones del mundo; pero, por favor, tampoco podemos descuidar nuestra vida espiritual, también es sumamente importante. 2.El tesoro celestial será la posesión inalienable para el cristiano, pero tampoco puede desentenderse de aquellos bienes que el evangelio de hoy llama “bienes ajenos”. El cristiano no puede vivir sin trabajar, sin buscar la prosperidad de su empresa. Pero lo que nunca debe olvidar es que nada de eso es propio: por eso, parte de la responsabilidad, es no caer en el apego y estar siempre dispuesto a compartir (Lc 12,13-21). En pocas palabras la cuestión es: “trabajar para la vida y no vivir para trabajar”. 3.Manejemos dinero pero ¡no hagamos de él un ídolo! “No podemos servir a Dios y al dinero” (16,13). Esto implica una evaluación continua para no dejarnos esclavizar por la administración terrena y tener más y mejores espacios para el servicio de Dios. Debemos tener más espacios para la oración, para la meditación, para el silencio, para los amigos, para la salud, para el descanso. Luchemos más por construir “vida digna” y no tanto por tener “calidad de vida”. 4.Pongamos atención hermanos: si una persona se pone al servicio del dinero, de la misma forma que lo hace con Dios, terminará haciendo de la economía su Dios, fallándole así a Dios y a su consagración en la celebración de los sacramentos. De igual manera, nada extraño es que quien le entrega su ser al dinero termine olvidándose de su familia, de sus amigos, de Dios y hasta de su propio ser. Por ejemplo: muchos se comprometen en tres y más empresas de medio tiempo, ¿cómo hacen? 5.Cuando nuestra opción única es por el dinero, tarde que temprano somos arrastrados a la perdición, porque terminamos siendo avarientos, tramposos, corruptos y hasta asesinos. Es ahí precisamente, mis hermanos, donde terminamos dándonos cuenta que de nada valen los trabajos por conseguir dinero, si somos malos administradores de lo verdadero y fundamental, de lo eterno y esencial. 6.En una sola frase podemos sintetizar el evangelio de hoy: “El cristiano es una persona que tiene los pies en la tierra pero el corazón en el cielo”. 7.Para nuestra meditación y para nuestro examen de conciencia, les propongo el siguiente texto de San Ambrosio de Milán: “Vosotros, oh ricos, que tenéis vuestro dinero encerrado bajo llave, sois los carceleros de vuestro patrimonio, en lugar de sus soberanos; sois sus esclavos y no sus dueños. Dice Jesús: ‘Dónde esté tu tesoro, allí también estará tu corazón’. Junto con el tesoro, también vuestro corazón está cerrado con candado… Olvidando la enseñanza de Jesús, os apegáis a objetos de poco valor y perdéis inmensas riquezas: preferís los tesoros de dinero a los tesoros de la gracia… Reflexionad antes en los deudores que la gracia os puede asegurar: • La gracia os da los hermanos como deudores… • La gracia os da como deudor a Dios Padre, el reembolsa con altos intereses el mínimo don que hagáis para aliviar al pobre. • La gracia os da como deudor al Hijo de Dios, el cual dirá: ‘tuve hambre y me disteis de comer… Lo que hicisteis a uno de los hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis’. También vosotros podéis poner en práctica la enseñanza de la Escritura: haz un préstamo a Dios, dando a los pobres. Sí, quien da al pobre, presta a Dios”. Tarea: Continuar la lectura del libro del Eclesiástico. Por Monseñor Omar de Jesús Mejía Giraldo Obispo de Florencia