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Dios de vivos
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Por Mon. Omar de Jesús Mejía Giraldo - San Lucas a la altura del capítulo 20 nos presenta a Jesús en Jerusalén, la ciudad capital, allí como en toda ciudad existe una gran variedad de culturas, de pensamientos y por lo tanto de dudas, discusiones y planteamientos de mil situaciones. La cultura Judía en la época de Jesús ya existía bajo variadísimas maneras de expresar y vivir la fe. Había sobre todo dos tendencias fuertemente marcadas: fariseos y saduceos. Los fariseos creían en la resurrección de los muertos y como lo dice expresamente el texto del evangelio los saduceos negaban explícitamente la resurrección. Por eso se organizan y plantean al Señor la cuestión de la resurrección; para ello se valen de un ejemplo típicamente humano(…). Como era natural no podían ir más allá, porque no creían en la posibilidad de la Vida Eterna.
Jesús, el Señor, le enseña a los saduceos que el hombre tiene un fin. Jesús no se queda en la pregunta racional y meramente humana que los saduceos le plantean. Él le da vuelta a la pregunta. El problema de los saduceos partía de la realidad del hombre como única medida, de modo que la realidad de la vida en el marco de una resurrección quedaba sumergida en un mar de dudas. Jesús invierte este cerrado punto de referencia e indica que la cuestión de la resurrección no puede plantearse (en orden a una solución) a partir de la simple experiencia humana, sino sólo dentro de un horizonte muchísimo más amplio y abarcador: el horizonte de Dios, para quien todos los hombres están vivos.
Por eso vale la pena entender que el misterio de la resurrección como problemática final y definitiva de la existencia humana la tenemos que entender y asumir desde las siguientes perspectivas:
Desde la alianza
Alianza es pacto, compromiso mutuo, es juramento. En el antiguo testamento la alianza entre Dios y el hombre se sella con la siguiente manifestación: “Yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo” y en el nuevo testamento esta alianza se plenifica con la vida de Jesucristo, el Señor. Por eso, hay que entender una cosa: El Dios de los cristianos es el Dios de Jesucristo, Dios de vivos y no de muertos. La resurrección es el centro del cristianismo y de los cristianos cuando nos reunimos para orar.
Los cristianos comenzamos la alianza con el Señor el día de nuestro bautismo y renovamos la alianza con el Señor todos días al celebrar la Santa Misa, recordemos las palabras de la consagración: “Tomen y coman todos de Él, porque está es la sangre de la alianza, alianza nueva y eterna…” También dice Jesús, el Señor: “el que come mi carne y bebe mi sangra, habita en mí y yo en él.” Además reitera la Palabra de Dios: “el que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida Eterna” y Vida Eterna es vida en Dios, vida para siempre; por eso, desde la alianza con el Señor es imposible morir, porque “no es Dios de muertos sino de vivos: porque para él todos están vivos.”
Desde la fe
Aunque parezca paradójico la fe en la otra vida es la única que puede dar sentido humano a la historia y al progreso. La persona de fe sabe y entiende que Dios ama la vida hasta el punto de haberla hecho el don de una existencia que no termina nunca. Recordémoslo siempre: la vida eterna es una continuidad del existir en la fe.
Cuando la fe es realmente profunda nos da una escala de valores y de fidelidades. Así lo deja ver hoy la primera lectura del libro de los Macabeos, éstos son hombres llenos de fidelidad… Para nosotros hoy son un buen ejemplo para insistir en los valores que se requiere para sumir con fe y responsabilidad nuestra vida cristiana. Será necesario creer siempre en la vida, en la posibilidad de reconstruirla, en la rectitud, en el mantenimiento de unas convicciones...
Poseer el don de la fe es creer en la vida. Porque se cree en la vida, se ama, se lucha, se busca la alegría, se procura huir de la mediocridad, se aprecia todo lo que es humano. En efecto, la vida del hombre de fe adquiere sentido a partir de una vida plena, iniciada ya, ahora, en la que cada uno camina con responsabilidad. El Dios cristiano es el Dios de la vida, por eso, nuestra fe cristiana nos enseña a vivir con alegría, a vivir con plenitud cada “instante vital.”
Hay que entender algo más hermanos, el cristiano dispone de una certeza: Dios ha resucitado a su Hijo Jesús. Este, luchador entregado a la verdad, a la justicia y al amor, triunfa del dominio de la muerte. Todo aquél que se une a este combate de Jesucristo, por la fe, participará de su victoria. Aquí se abre la perspectiva de la esperanza. La fe en la resurrección es la fuente de la valentía y de la capacidad de mantener la firmeza hasta la muerte si es necesario. Puesto que se cree en la resurrección, las tareas del mundo encuentran un nuevo sentido (son trabajo por el Reino, abonan la tierra para construirlo).
En éste aspecto, entendamos una cosa más: la fe en Cristo sería mera palabrería si no pudiésemos traspasar el umbral de la muerte. Solamente si vivimos para la eternidad vale la pena creer y solamente la fe en Cristo nos da la eternidad. “Dios no es un Dios de muertos sino de vivos, porque para él todos están vivos.” No podemos perder la fe. Fe, hermanos fe. Tenemos que ir a nuestras tumbas con dos principios bien claros y contundentes: Con dignidad y con fe.
Desde el amor
Así oramos en cada Eucaristía: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven Señor Jesús.” Nuestra experiencia nos enseña que solo invocamos a quien amamos. El amor nos vincula al otro, el amor nos acerca y nos permite compartir el destino de la existencia. Sin amor no hay salvación. Sin amor no hay vida. Solamente en el amor de Jesús, quien en la cruz donó la vida por nosotros, podemos entender el misterio de la muerte. A Jesús no le arrebataron la vida, él la entregó por amor, para salvarnos. La muerte no es algo que ocurre, es alguien que llega, el amor no es algo, sino alguien, no es una abstracción, es una persona, es la Palabra. Con la muerte en cruz, Jesús, el Señor, nos trae la plenitud de la salvación; es la cruz la máxima manifestación de amor de Dios hacía el mundo.
“Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.” El amor verdadero es hasta el final, hasta que duela, hasta agotar existencia, es decir hasta la muerte. ¿Prometes fidelidad hasta que la muerte los separe? El único amor verdadero es el amor divino, el amor que viene de Dios. Entender y asumir la muerte desde el amor de Dios, es entender y asumir la eternidad, es vivir con la certeza de no morir jamás.
Sin amor no hay acogida. Cristo que nos ha llamado, nos acoge; por eso, hay que entender una cosa fundamental para aprender a vivir con libertad y serenidad: El Señor no condena a nadie, se limita a ratificar lo que el hombre decide, a dar satisfacción a sus deseos”. Nuestra tarea es vivir con sentido de eternidad, con sentido de trascendencia, con fe y esperanza. No podemos ser pesimistas, ni podemos ser personas derrotadas por el mundo, no. Nosotros sabemos en quien hemos puesto nuestra confianza.
Para comprender lo que en definitiva es la muerte asumida desde el amor de Dios, contemplemos lo que nos dice San Agustín,: “Después de esta vida, Dios mismo será nuestro lugar. No hay otro lugar en la vida futura, sino Dios”. Dios, en cuanto que llama al hombre a comparecer ante El, es la muerte; en cuanto juez, es el juicio; en cuanto beatificante, es el cielo; en cuanto ausente, es el infierno; en cuanto purificador, es el purgatorio.
Tarea:
- Por favor que no pase un día sin realizar una sencilla oración en la que nos acordemos de nuestros seres queridos que han muerto; oremos por ellos, para que el Señor les conceda el descanso eterno.
- Vivamos siempre preparados para morir: “de morir tenemos, el día y la hora no lo sabemos.”
- Pensemos en clave de vida, por eso hablemos de: “vida más allá de la vida.”
Por Monseñor Omar de Jesús Mejía Giraldo
Obispo de Florencia
“Les traigo la paz” (Juan 20, 19.21.26)
Vie 5 Abr 2024
Mar 2 Abr 2024
“Ha resucitado; no está aquí” (Mc 16, 6)
Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve - Con esta expresión el evangelista Marcos resume el acontecimiento decisivo que contiene toda nuestra profesión de fe, que se hace realidad en nuestra vida cristiana en este día en que celebramos con gozo la resurrección del Señor. Ya en el momento del calvario pocos segundos después de Jesús lanzar un fuerte grito y expirar, el centurión romano hizo profesión de fe cuando dijo: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Mc 15, 39), encontrando la certeza plena en el anuncio que el joven vestido de blanco les dijo a las mujeres que fueron a ver el sepulcro: “No se asusten. Buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado; no está aquí. Miren el lugar donde lo pusieron. Vayan, pues, a decir a sus discípulos y a Pedro: Él va camino de Galilea; allí lo verán, tal como les dijo” (Mc 16, 6-7).Frente a un mundo con mucho odio, venganza y violencia, la Resurrección de Jesucristo es la revelación suprema para decirle a la humanidad que finalmente no reina el mal, sino que reina Jesucristo Resucitado que ha venido a traernos perdón, reconciliación y paz, para que todos tengamos en Él la vida eterna. La proclamación de la resurrección de Jesús es fundamental para dar cimiento a la fe, tal como lo señaló el Apóstol san Pablo “Si Cristo no ha resucitado, la fe de ustedes no tiene sentido y siguen aún sumidos en sus pecados” (1Cor 15, 17), pero como Cristo resucitó, Él es la fuente de la verdadera vida, la luz que ilumina las tinieblas, el camino que nos lleva a la salvación: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie puede llegar al Padre, sino por mí” (Jn 14, 6).El desarrollo de la vida diaria tiene que conducirnos a un encuentro con Jesucristo vivo y resucitado, “que me amó y se entregó por mí” (Gal 3, 20), y ahora resucitado vive y tiene en su poder las llaves de la muerte y del abismo, para rescatarnos del mal que nos conduce a la muerte y darnos la verdadera vida, la gracia de Dios que nos renueva desde dentro con una vida nueva, para convertirnos en misioneros del Señor resucitado, según su mandato a los discípulos: “vayan y hagan discípulos a todos los pueblos y bautícenlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que les he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 19-20).Así lo entendieron los primeros discípulos que vieron a Jesucristo y lo palparon resucitado. Pedro, los apóstoles y los discípulos comprendieron perfectamente que su misión consistía en ser testigos de la resurrección de Cristo, porque de este acontecimiento único y sorprendente dependería la fe en Él y la difusión de su mensaje de salvación por todos los confines de la tierra.Pedro, ante la pregunta de Jesús de quien era Él para ellos, le contesta: “Tú eres el Cristo” (Mc 8, 29), pero como todavía no había llegado la hora, Jesús les ordenó que no se lo dijeran a nadie. Ahora con la certeza de la resurrección, después de pasar por la cruz, todos salen a comunicar esa gran noticia por todas partes. También nosotros haciendo profesión de fe como Pedro, en el momento presente somos testigos de Jesucristo resucitado y cumplimos con el mandato de ir por todas partes a anunciar el mensaje de la salvación, con la certeza que no estamos solos en esta tarea, Él está con nosotros todos los días hasta el final de los tiempos (Cf Mt 28, 19-20).Dejemos a un lado nuestras amarguras, resentimientos y tristezas. Oremos por nuestros enemigos, perdonemos de corazón a quien nos ha ofendido y pidamos perdón por las ofensas que hemos hecho a nuestros hermanos. Deseemos la santidad, porque he aquí que Dios hace nuevas todas las cosas. No temamos, no tengamos preocupación alguna, estamos en las manos de Dios. La Eucaristía que vivimos con fervor es nuestro alimento y fortaleza que nos conforta en la tribulación y una vez fortalecidos, queremos transmitir esa vida nueva a nuestros hermanos, a nuestra familia, porque “Ha resucitado; no está aquí” (Mc 16, 6).La esperanza en la resurrección debe ser fuente de consuelo, de paz y fortaleza ante las dificultades, ante el sufrimiento físico o moral, cuando surgen las contra-riedades, los problemas familiares, cuando vivimos momentos de cruz. Un cristiano no puede vivir como aquel que ni cree, ni espera. Porque Jesucristo ha resucitado, nosotros creemos y esperamos en la vida eterna, en la que viviremos dichosos con Cristo y con todos los Santos. Tenemos esta posibilidad gracias a su resurrección.Haciendo profesión de fe en el Señor, miremos y contemplemos el Crucificado y digamos: “Tú eres el Cristo” (Mc 8, 29) y en ambiente de alegría pascual por la Resurrección del Señor, afrontemos nuestra vida diaria renovados en la fe, la esperanza y la caridad y vayamos en salida misionera a comunicar lo que hemos experimentado al celebrar esta semana santa. Puestos en las manos de Nuestro Señor Jesucristo y bajo la protección y amparo de la Santísima Virgen María y del Glorioso Patriarca San José, pidamos la firmeza de la fe para ser testigos de la Resurrección del Señor.En unión de oraciones,reciban mi bendición.+José Libardo Garcés MonsalveObispo de la Diócesis de Cúcuta
Jue 7 Mar 2024
Cuaresma: un camino de fe en comunidad
Por Mons. Ricardo Tobón Restrepo - La Cuaresma, si por una gracia especial de Dios la vivimos en serio, es un verdadero camino hacia la Pascua. Es decir, asumimos el éxodo en que estamos y aprendiendo a interpretar y a aprovechar los dones y las pruebas en medio de las que avanza nuestra existencia, vamos haciendo resurrección en cada uno de nosotros y en las personas que nos rodean. Para esclarecer las sombras, afrontar las luchas y no perder la esperanza, es necesario peregrinar en comunidad a la luz de la fe. Tal vez, entonces, la primera pregunta es si hoy tiene sentido creer.Partamos de la realidad. Junto a tantos signos de bondad y junto a un desarrollo impensable de la ciencia que cada día abre nuevos horizontes, crece igualmente una especie de desierto espiritual. Se tiene la sensación de que, a pesar de tantos logros, a veces el mundo no se dirige hacia la construcción de una sociedad más justa y fraterna. El hombre no aparece más libre y humano, continúan tantas formas de explotación y de violencia, quedan preguntas fundamentales sin responder, constatamos que, además del pan, necesitamos también sentido, fundamentos seguros, amor y esperanza.En este contexto, se requiere una renovada educación para la fe, que lleve a un conocimiento de la verdad y de los acontecimientos de la salvación, pero que brote sobre todo de un encuentro con Dios. Realmente, la fe verdadera se produce en un contacto profundamente personal con Dios, que nos pone frente a Él en absoluta inmediatez de modo que podamos hablarle, amarlo, entrar en comunión con Él, permitirle que nos toque en lo más íntimo de nosotros mismos. La fe es confiarse a un Tú, que es Dios, el cual nos da una certeza diversa, pero no menos sólida de la que viene de los cálculos exactos de la ciencia.La fe no es un mero asentimiento intelectual a unas verdades particulares sobre Dios; es un acto con el que nos confiamos libremente a un Dios que es Padre y que nos ama, es adhesión a un Tú que nos da confianza y esperanza. Este amor tiene su máxima revelación en la cruz de Cristo. Con la muerte y resurrección de su Hijo, Dios desciende hasta el fondo de nuestra humanidad para levantarla hasta Él. Así la fe hace ver cómo el amor de Dios es capaz de transformar toda forma de mal en salvación y cómo en Cristo se ha revelado la realidad profunda de la persona, el camino a la libertad y la posibilidad del amor.La fe viene por la escucha, dice San Pablo; es necesario escuchar a Dios que, a partir de una historia que Él mismo ha creado, nos interpela. Para que podamos creer tenemos necesidad de testigos que han encontrado a Dios y nos lo hacen accesible. De ahí la importancia de la comunidad. Pero la comunidad de fe no se crea por sí sola. La Iglesia ha sido creada por Dios y viene continuamente formada por Él. Esto encuentra su expresión en los sacramentos, especialmente en el Bautismo, en el que venimos acogidos por una comunidad, que no se ha originado por sí misma y que se proyecta más allá de sí misma.Esta realidad profundamente personal que es la fe está en relación inseparable con la comunidad. La fe es un don comunicado a través de otro don que es la comunidad. En efecto, es parte de la esencia de la fe el hecho de quedar introducidos en el nosotros de los hijos de Dios, en la comunidad peregrina de los hermanos y hermanas. El encuentro con Dios significa que, al mismo tiempo, somos sacados de nuestra soledad y acogidos en la comunidad viva de la Iglesia. Ella es mediadora de nuestro encuentro con Dios, que llega al corazón de cada uno de un modo completamente personal.La Cuaresma es entonces una oportunidad imperdible para consolidar nuestra fe y al mismo tiempo construir la comunidad cristiana. Nuestra sociedad requiere cristianos que se comprometan con Dios y su proyecto de salvación, que estén vitalmente incorporados a Cristo por la acción de su Espíritu, que sean la Iglesia que testimonia al mundo la experiencia de la vida nueva que surge del bautismo. Tengamos presente que esto se logra por la acción de Dios mediante la catequesis bien conducida, la liturgia celebrada con unción, la práctica de la oración humilde y el ejercicio de la caridad con todos los hermanos. Esta es la tarea pastoral de las parroquias en este tiempo de Cuaresma.+ Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín
Mié 21 Feb 2024
Conversión pastoral para ir en salida misionera
En nuestra Diócesis de Cúcuta, siguiendo el llamado del Papa Francisco, estamos en salida misionera y para ello nos proponemos evangelizar con una nueva mentalidad, respondiendo al llamado constante que la Iglesia nos hace a la conversión. Hemos comenzado el tiempo cuaresmal el pasado Miércoles de Ceniza, con una invitación concreta a transformar nuestra vida en Cristo, con el llamado del Señor en su Palabra: “conviértete y cree en el Evangelio” (Mc 1, 15), que consiste en reorientar la vida hacia Dios y renovar la profesión de fe en el Señor, diciendo: “Tú eres el Cristo” (Mc 8, 29), recordándonos la necesidad de conversión, para purificar nuestra conciencia del mal y el pecado y limpios de co-razón, transmitir el Evangelio de Jesucristo por todas partes.El llamado permanente del Papa Francisco a ser Iglesia en salida misionera, lo percibo muy vivo en cada uno de los evangelizadores de nuestra Diócesis, ya que encuentro sacerdotes, diáconos, seminaristas, religiosos, religiosas y agentes de pastoral comprometidos con la tarea evangelizadora, cumpliendo el mandato del Señor: “Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos y bautícenlos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que les he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 19 - 20).Mi compromiso constante consiste en animarlos para que sigan comunicando la alegría que produce el encuentro con Jesucristo. Seguiré dedicando todo mi tiempo y esfuerzo para acompañar en primer lugar a los sacerdotes, invitándolos a hacer todos los días con Pedro, la profesión de fe, reconociendo que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Los animo a que sigan viviendo este ministerio santo en gracia de Dios y en salida misionera.También seguir dedicando tiempo para acompañar a las instituciones diocesanas, con el fin de que puedan seguir siendo ejemplo de caridad en el desempeño de su misión y finalmente, quiero seguir acompañando a los feligreses en cada una de las parroquias, con las visitas pastorales y la administración del sacramento de la Confirmación, fortaleciendo con ello la acción misionera en cada una de las comunidades parroquiales.Los invito a fortalecer la conversión personal, que tiene que conducir a transformar nuestra vida en Cristo. La conversión es ir hacia adelante en el seguimiento de Jesús, sabiendo que en un primer momento es dejar un pecado, un vicio dominante que va arruinando nuestra vida, pero en un nivel superior es transformar la vida en Cristo, para decir con san Pablo: “Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gál 2, 20), de tal manera que todo nuestro actuar, sentir y vivir es en Cristo, como lo expresaba san Pablo en su experiencia espiritual: “Para mí la vida es Cristo” (Fil 1, 21).Comprometidos con la conversión personal, tenemos la fortaleza que nos da la gracia para vivir la audacia de hacer más evangélica, discipular y participativa, la manera como pensamos y realizamos la pastoral (Cfr. DA 368), en este sentido “la conversión pastoral exige que se pase de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera”.Así será posible que el único programa del Evangelio siga introduciéndose en la historia de cada comunidad eclesial con nuevo ardor misionero, haciendo que la Iglesia se manifieste como una madre que sale al encuentro, una casa acoge-dora, una escuela permanente de comunión misionera” (DA 370), teniendo presente que la hoja de ruta que hemos trazado para nuestra Diócesis de Cúcuta es la salida misionera que significa: “Salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (EG 20).Nuestro punto de partida tiene que ser una sincera conversión personal, pastoral y de las estructuras, de acuerdo con lo que nos enseñan los documentos de la Iglesia, conscientes que lo que se nos pide a todos es disponernos a la con-versión, mediante el encuentro con Jesucristo y la decisión de hacer profesión de fe en Él, diciendo: “Tú eres el Cristo” (Mc 8, 29). Esto significa un cambio profundo de actitud, que conlleva a una transformación de nuestra vida en Cristo, aceptando su cruz, contemplando al Crucificado y escuchando lo que el Espíritu Santo está diciendo en este momento a la Iglesia y a nuestra Diócesis.Nuestra fuerza está en la Palabra de Nuestro Señor Jesucristo, que nos envía en salida misionera a evangelizar al mundo entero (Cf Mt 28, 19 - 20), que identificamos como nuestra misión, conscientes que la fuerza interna, proviene del Espíritu Santo a quien reconocemos como primer protagonista en la tarea del anuncio del Evangelio (Cfr. EN 75).El comienzo de la Cuaresma tendrá que ser una oportunidad para hacer profesión de fe en el Señor y en actitud contemplativa, mirando al Crucificado decir: “Tú eres el Cristo” (Mc 8, 29). Que la intercesión de la Santísima Virgen María y la custodia del Glorioso Patriarca San José, alcancen del Señor la gracia para cada uno de nosotros, de una auténtica conversión pastoral, para ir en salida misionera a anunciar el mensaje de la Salvación por todas partes.En unión de oraciones,reciban mi bendición.+José Libardo Garcés MonsalveObispo de la Diócesis de Cúcuta
Mar 13 Feb 2024
2024 de la mano de Dios
Por Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - Sin duda que el refrán de que cada día tiene sus afanes, es cierto. Así como cada año que comenzamos viene cargado de expectativas y sueños. Estamos dando inicio formal a las actividades administrativas en la Arquidiócesis y en general en todas nuestras comunidades. De nuevo quiero expresarles mis mejores deseos para que este año represente un tiempo de paz y reconciliación, así como de crecimiento en la fe y en el compromiso de vivir una vida según el querer del Señor. Vivámoslo de la mano de Dios.Para la Iglesia universal, por querer del Papa Francisco, el 2024 será el año de la oración. Él ha querido que, en la proximidad del año santo jubilar, que se celebrará en el 2025, los que hacemos parte de la Iglesia católica nos unamos en un mismo sentir y un solo corazón, por la gracia y acción del Espíritu Santo que debemos dejar actuar en cada uno. Y un medio para discernir lo que el Señor quiere para todos es la oración.El Catecismo de la Iglesia Católica dedica toda la cuarta parte a la oración cristiana, en los números 2558 – 2865. Los invito para que los retomen y los lean; es una joya catequética que nos ayuda a comprender la importancia de la oración cristiana y los beneficios que de ella surgen. En estos números nos enseña a orar y hacer de la vida una oración.En estos tiempos, que no son los últimos, pero que nos ayudan a prepararnos para cuando el momento final llegue, el Catecismo dice, entre otras cosas, lo siguiente: “Orar en los acontecimientos de cada día y de cada instante es uno de los secretos del Reino revelados a los “pequeños”, a los servidores de Cristo, a los pobres de las bienaventuranzas. Es justo y bueno orar para que la venida del Reino de justicia y de paz influya en la marcha de la historia, pero también es importante impregnar de oración las humildes situaciones cotidianas. Todas las formas de oración pueden ser la levadura con la que el Señor compara el Reino (cf. Lc. 13, 20-21)” (n. 2660).Y estas formas de oración son: vocal, meditación y contemplación, y en estas expresiones están la oración de bendición, de adoración, de petición, de intercesión, de acción de gracias y de alabanza.En este primer editorial del año, solo los quiero motivar para que acojamos la invitación del Papa para que se intensifique la oración, en estos tiempos de prueba. La Arquidiócesis irá ofreciendo subsidios, con base en el Catecismo, para que se sumerjan en el misterio del amor de Dios que es también la oración. Si Cristo oró, lo hizo porque para Él la oración era vital, y para enseñarnos a orar.El 2 de febrero celebramos la solemnidad de la Presentación del Señor en el templo, conocida también esta fiesta litúrgica como de Nuestra Señora de la Candelaria. Pedimos al Señor, que vino a nosotros como la luz de las gentes, que también nosotros seamos luz llena de esperanza para los demás.Igualmente se celebra el 11 de febrero, la Jornada Mundial del Enfermo, en concordancia con la memoria litúrgica de Nuestra Señora de Lourdes. Oramos por los enfermos, por los que están en clínicas y hospitales, y oramos también por el personal de salud, médicos, personal de enfermería, administrativos y directivos de estas instituciones. También pedimos para que las políticas de salud que se están implementando, no vulneren los derechos de nadie, ni de los enfermos, ni de los prestadores de salud. En el centro de todo esfuerzo está la persona, y es a ella a la que se debe servir con amor y eficacia.El miércoles 14 de febrero damos inicio al tiempo de Cuaresma, con la imposición de la ceniza. Que sea un día de auténtico compromiso de cambio y de conversión personal y comunitaria.Y el 22 de febrero, celebramos la fiesta de la Cátedra de San Pedro. Es el día en el que oramos por el Papa Francisco, sucesor de Pedro, y al orar por él, oramos por toda la Iglesia. El ser católico conlleva la comunión con el Papa. Él nos pide siempre que oremos por sus intenciones. Hagámoslo. Y oremos también por nuestro seminario Arquidiocesano San Pedro Apóstol, pidiéndole a San Pedro que interceda por esta importante y querida obra arquidiocesana, la casa donde se forman los futuros presbíteros.