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Monseñor Ricardo Tobón

Sáb 18 Feb 2023

El servicio eclesial a los enfermos

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - El 11 de febrero celebramos la XXXI Jornada Mundial del Enfermo, una ocasión para hacernos conscientes de la necesidad de implementar cada vez mejor la pastoral de la salud en orden a acompañar a todas las personas involucradas en el mundo sanitario: los enfermos, las familias, los cuidadores, los profesionales de la salud y los agentes pastorales. San Juan Pablo II, quien instituyó esta jornada, decía que “Cristo al mismo tiempo ha enseñado al hombre a hacer el bien con el sufrimiento y a hacer el bien a quien sufre” (SD, 30). A lo largo de los siglos, la Iglesia ha comprendido que el servicio a los enfermos es parte integrante de su misión. En efecto, el sufrimiento esconde y revela una vocación y una misión de amor, a la vez difícil y misteriosa: completa la pasión de Cristo y participa de su redención hasta conducir a la alegría (Col 1,24). Esto hace ver que el enfermo no es sólo sujeto del servicio de la Iglesia, sino también responsable de la obra de la evangelización y la salvación (cf CL, 54). Esta misión aparece más urgente hoy, cuando no siempre se valora la vida y la posibilidad que tiene la persona de trascender. A la comunidad eclesial le corresponde la tarea de trabajar porque los valores de la vida y de la salud sean respetados y orientados hacia la salvación integral y el momento de la enfermedad y de la muerte pueda recibir, además de la ayuda de la ciencia y de la solidaridad humana, la gracia del Señor. Por eso, tenemos que valorar cada vez más el apostolado de los sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas y laicos que laboran en el mundo de la salud; es preciso ayudarles para que, en nombre de toda la comunidad, se comprometan a fondo en esta obra por la que el Señor ha mostrado tanta predilección. En la persona y en la acción de Cristo, Dios se acerca a quien sufre y redime su sufrimiento. Al continuar este servicio, la Iglesia realiza la misión que le ha sido confiada de la evangelización, la santificación y la ayuda fraterna a los que sufren. En el Evangelio, efectivamente, se subraya la relación entre la labor misionera de la evangelización y el poder de curar a los enfermos, ambos como signos de la llegada del Reino de Dios (Mt 10,1; Lc 9,1-3; 10,9). La Iglesia no puede estar nunca lejos de los que sufren, con los que el Señor mismo ha querido identificarse (Mt 25,40). En el Mensaje para la Jornada del Enfermo de este año, el Papa Francisco señala también, desde el plano humano, una válida motivación para comprometernos con la pastoral de la salud. “La enfermedad –dice– forma parte de nuestra experiencia humana. Pero, si se vive en el aislamiento y en el abandono, si no va acompañada del cuidado y de la compasión, puede llegar a ser inhumana”. Luego añade que todos somos frágiles y vulnerables; todos necesitamos esta atención compasiva, que sabe detenerse, acercarse y curar. Por lo mismo, la situación de los enfermos debe ser una llamada que rompa nuestra indiferencia. En un momento en que se discute, en medio de muchas y graves incertidumbres, una reforma de la salud en nuestro país, es importante tener presentes también estas palabras del Mensaje del Papa: “Las personas enfermas están en el centro del pueblo de Dios, que avanza con ellas como profecía de una humanidad en la que todos son valiosos y nadie debe ser descartado”. Luego indica que es necesario poner en marcha “una búsqueda activa, en cada país, de estrategias y recursos, para que a todos los seres humanos se les garantice el acceso a la asistencia y el derecho fundamental a la salud”. Aprovechemos esta Jornada, en primer lugar, para hacernos más sensibles y responsables frente a nuestros hermanos y hermanas enfermos que son una presencia de Cristo y un verdadero potencial apostólico en la Iglesia; pensemos y renovemos los programas de pastoral de salud que tenemos en las parroquias y en nuestras instituciones; promovamos la formación y el compromiso apostólico de los agentes de pastoral de la salud y de los ministros extraordinario de la comunión, cuyo servicio es tan importante; abramos nuevos horizontes de acompañamiento a los que por el dolor están unidos a la cruz del Señor. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Mié 26 Oct 2022

Dios nos quiere santos

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - Tenemos la gracia de prepararnos para la próxima solemnidad de Todos los Santos, que pone ante nosotros la llamada a la santidad mediante el ejemplo de los que han sido signos de la presencia de Dios, con la próxima Beatificación, en la Catedral de Medellín, de la Sierva de Dios María Berenice Duque, tan vinculada a nuestra vida eclesial y pastoral. Además, en este mes, hemos celebrado la memoria de Santa Laura Montoya y del Beato Jesús Emilio Jaramillo, dos grandes modelos de la nueva vida en Cristo, con los que, igualmente, tenemos profundos lazos de amor y de comunión. De esta manera, se nos está recordando de un modo fuerte y cercano lo que ha destacado con autoridad el Concilio Vaticano II: “Todos los fieles cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre” (LG,11). Dios no quiere que sus hijos seamos mediocres, que malogremos la existencia, que nos conformemos con pasar frívolamente por la vida sin gozar la elección a ser “irreprochables ante él por el amor” (Ef 1,4). El Papa Francisco ha querido hacer resonar este llamado, encarnándolo en el contexto actual y dirigiéndolo de modo personal a cada uno de nosotros: “Deja que la gracia de tu Bautismo fructifique en un camino de santidad. Deja que todo esté abierto a Dios y para ello opta por él, elige a Dios una y otra vez. No te desalientes, porque tienes la fuerza del Espíritu Santo para que sea posible… En la Iglesia santa y compuesta de pecadores, encontrarás todo lo que necesitas para crecer en santidad. El Señor la ha llenado de dones con la Palabra, los sacramentos, la vida de las comunidades, el testimonio de sus santos y una múltiple belleza que procede de su amor” (G.E. 15). Cuando San Juan Pablo II nos introdujo en este segundo milenio de la era cristiana, invitándonos a mirar hacia adelante y a “remar mar adentro”, nos señaló, extraña y audazmente, la santidad como la primera prioridad pastoral. Y explicó que poner la programación pastoral bajo el signo de la santidad significa vivir la convicción de que, si el Bautismo es una verdadera entrada en la santidad de Dios por medio de la inserción en Cristo y la inhabitación de su Espíritu, es un contrasentido una vida mediocre y una religiosidad superficial. La vida entera de la comunidad eclesial, decía, debe ir en la dirección de este “alto grado” de la vida ordinaria (cf NMI, 31). Quisiera que todos entendiéramos que son múltiples los motivos que hoy nos urgen a comprometernos seriamente en un camino de santidad. Ante todo, la experiencia del amor de Dios, que constatamos en las numerosas gracias que hemos recibido, nos pide no darle largas a una verdadera relación filial con él. Luego, la necesidad de llegar a nuestros hermanos con una evangelización auténtica y con una acción pastoral efectiva reclama que vivamos a fondo el Evangelio, porque no podríamos dar lo que no tenemos. No vale la pena ser una campana que resuena, pero finalmente, por falta del testimonio que exige la evangelización, no lograr nada. En la medida en que se santifica, cada cristiano se vuelve realmente fecundo para el mundo. El momento de cambio y transformación que vive nuestra sociedad y que tiene a tantas personas en la incertidumbre, en la angustia y aun en graves dificultades, nos está pidiendo ser luz, ser sal, ser levadura. Esto resulta imposible si no permitimos que el Espíritu Santo nos configure con Cristo para tener la autenticidad, el entusiasmo, la libertad apostólica, la esperanza y el amor que requiere hoy anunciar el proyecto de Dios. Sin un empeño cotidiano y perseverante por ser santos, no tendremos los recursos para enfrentar el combate contra el mal y contra el maligno que debemos librar cada día, ni lograremos estar despiertos y con las lámparas encendidas para acompañar pastoralmente a nuestros hermanos, en medio de los grandes desafíos del momento actual. Dispongámonos a vivir la Beatificación de la Madre Berenice como un llamado personal y comunitario de Dios a la santidad. Escuchemos que a través del Papa Francisco nos dice: “No tengas miedo de la santidad. No te quitará fuerzas, vida o alegría. Todo lo contrario, porque llegarás a ser lo que el Padre pensó cuando te creó y serás fiel a tu propio ser. Depender de él nos libera de las esclavitudes y nos lleva a reconocer nuestra propia dignidad… No tengas miedo de apuntar más alto, de dejarte amar y liberar por Dios. No tengas miedo de dejarte guiar por el Espíritu Santo. La santidad no te hace menos humano, porque es el encuentro de tu debilidad con la fuerza de la gracia” (GE, 32-34). + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Mar 23 Ago 2022

Madre Berenice Duque, oriunda de Salamina, Caldas, será beatificada en Medellín

Así lo dio a conocer el arzobispo de esta ciudad, Ricardo Tobón Restrepo, quien a través de un comunicado informó que el Papa Francisco autorizó realizar en la capital antioqueña la ceremonia de beatificación de esta religiosa colombiana, destacada por el servicio a los pobres y la promoción social de los niños, jóvenes y mujeres. La ceremonia de beatificación será el próximo 29 de octubre en la Catedral Basílica Metropolitana de la Inmaculada Concepción de María, con la presencia del Cardenal Marcello Semeraro, Prefecto del Dicasterio para la Causa de los Santos, como representante del Papa. El prelado observó que tanto para la Iglesia en Colombia, como para los Institutos fundados por la Madre Berenice, este es "un momento de agradecimiento a Dios por el don de esta mujer que se santificó en una vida profundamente espiritual y en el servicio a los más necesitados". Además, hizo un llamado para que a ejemplo de esta religiosa, todos siguiendo a Cristo se conviertan en signo vivo de consuelo y esperanza hacia los más necesitados. Beatificación de la hermana Berenice El 13 de octubre de 2021, durante la audiencia concedida al Cardenal Marcello Semeraro, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, el Sumo Pontífice autorizó a este órgano eclesial promulgar el decreto de beatificación de la Madre Berenice. Quién es la hermana María Berenice Duque Hencker Nació en Salamina (Caldas) el 14 de agosto de 1898. Hija de Antonio José Duque Botero y Ana Berenice Hencker Risther. Fue bautizada con el nombre de María Ana Julia y desde su infancia reveló su pasión por Dios y su disposición de servir y ayudar al prójimo. Sintiéndose llamada a la vida religiosa ingresó a la Congregación de las Hermanas Dominicas de la Presentación, el 20 de diciembre de 1917, donde permaneció por 33 años. Su trabajo y solicitud por las personas más pobres y marginadas de la sociedad y su decisión de entregarse totalmente a Dios la condujeron a fundar el 14 de mayo de 1943, la Congregación de las Hermanitas de la Anunciación, esto con el apoyo de Mons. Joaquín García Benítez, entonces Arzobispo de Medellín. Más adelante, en 1957, fundó las Misioneras de Jesús y María y, en 1965, emprendió el proyecto de los Misioneros de la Anunciación. Su constante preocupación fue la de ayudar a los excluidos de la sociedad y de anunciar a todos el Evangelio. A través de su vida se esforzó en identificarse con Cristo, haciendo siempre en medio de muchas pruebas la voluntad de Dios. Una larga enfermedad la acrisoló en el amor para entrar en la Casa del Padre el 25 de julio de 1993. El proceso de Canonización se inició el 23 de mayo de 2002 en la Curia Arquidiocesana de Medellín. DESCARGAR COMUNICADO

Sáb 20 Ago 2022

Desafíos que debe afrontar hoy la catequesis

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - Acostumbramos incluir en nuestro cronograma, durante este mes de Agosto, algunas iniciativas que nos permitan hacernos conscientes de la importancia de la catequesis en la vida eclesial y que nos ayuden también a formarnos para asumirla adecuada y eficazmente. La catequesis, en efecto, es una actuación pastoral que debe pensarse constantemente con el fin de redescubrir su verdadera naturaleza y situarla provechosamente dentro del proceso evangelizador y demás actividades de la comunidad cristiana. Es importante, entonces, percibir los retos que desafían hoy a la catequesis, para evitar que se sitúe en un mundo abstracto lejos de la realidad, de los problemas y de las posibilidades que tiene hoy la misión de la Iglesia. Según el Directorio de Catequesis, a la acción catequética, que tiene como finalidad la iniciación en la fe, la precede la acción misionera con el primer anuncio y la sigue la acción pastoral para la formación y acompañamiento permanente de los fieles en el seno de la comunidad cristiana (cf DGC, 66-68). Estas tres etapas están profundamente unidas, ninguna puede encerrarse en sí misma ni excluir a las otras. En este proceso dinámico, la catequesis es una parte integral de la iniciación cristiana; así la doctrina y los sacramentos actúan el Evangelio. Además, la catequesis es formación permanente a la vida cristiana ayudando a que la persona responda a la fe y se haga capaz de vivir en un estado de conversión. Esta acción catequética no se limita al creyente individual, sino a toda la comunidad (cf DGC, 69-73). Aunque el Concilio Vaticano II no trató a profundidad el tema de la catequesis ha abierto un camino que superó una época caracterizada por los catecismos y la memorización de fórmulas. A partir del Vaticano II ha surgido un conjunto de reflexiones e iniciativas que han trazado nuevos rasgos a la catequesis: redescubrimiento de la Palabra de Dios, primacía de la evangelización, especial atención a la persona humana, sensibilidad frente a la realidad social, valoración de la catequesis de adultos, importancia de la comunidad cristiana, implementación de diversas técnicas y recursos. Al considerar hoy la catequesis, se perciben grandes logros, experiencias locales muy positivas, configuración de itinerarios catequéticos y, sobre todo, la formación de laicos catequistas; esto y muchos otros signos son motivo de esperanza y anuncio de una realidad eclesial que silenciosamente crece desde la base. Sin embargo, se constata también que la catequesis no logra todavía responder a las necesidades de una comunidad cristiana que se esfuerza en vivir su fe en medio de una sociedad en profunda transformación. Debemos, por consiguiente, afrontar desafíos grandes y concretos. Con frecuencia la catequesis de iniciación cristiana no “inicia”; no logra llevar a vivir la fe y a incorporarse activamente en la comunidad cristiana; además de que muchos ya no buscan los sacramentos, para algunos la primera comunión se convierte en la “última comunión” y la confirmación marca para otros el final de la práctica religiosa; el proceso de “iniciación” cristiana es paradójicamente, con frecuencia, un proceso de “conclusión”. También es preciso ver que no pocas veces la catequesis no logra presentar la vida cristiana de una manera convincente; como señala un análisis del CELAM, la comunicación de la fe a menudo utiliza lenguajes que nadie entiende, se dirige a auditorios que ya no existen, responde a preguntas que nadie tiene y aborda problemas que nadie vive. La catequesis sigue siendo catequesis infantil y no hay verdaderas respuestas a la urgente catequesis de adultos; no se logra responder a las exigencias de una fe adulta en el mundo actual. Aunque se hacen grandes esfuerzos, no tenemos los agentes suficientes, con pasión apostólica y verdadera competencia, para la catequesis; la formación catequética no es suficiente ni en sacerdotes ni en laicos para responder a las necesidades actuales. Hay que reconocer también que, por un profundo cambio cultural, hay una quiebra en la transmisión de la fe de una generación a otra. La celebración de los sacramentos responde más a costumbres e imperativos sociales que a una vivencia real de la fe cristiana. Constatar esta realidad, lejos de desanimarnos, nos impulsa a trabajar juntos por lo que Dios nos pide hoy. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Jue 4 Ago 2022

Concluye VI Congreso internacional de Liturgia

En la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín se llevó a cabo el VI Congreso Internacional de Liturgia en el que se reflexionó sobre los “retos pastorales de la renovación litúrgica del Vaticano II. Conducidos por el Dr. P. Juan Carlos Carvajal Blanco, sacerdote de la Arquidiócesis de Madrid y profesor de la Universidad Eclesiástica San Dámaso (UESD) y otros conferencistas nacionales, se “expusieron los elementos esenciales que ofrece la Constitución Sacrosanctum Concilium para la aplicación de la renovación litúrgica, para la participación del pueblo de Dios en la celebración de la fe y para el envío misionero”. En la Lectio inauguralis, Monseñor Ricardo Tobón Restrepo, Arzobispo de Medellín y gran Canciller de la UPB, visualizó algunos de los retos en los que se debe poner manos a la obra, algunos de ellos señalados ya por el Papa Francisco en la Carta Apostólica Desiderio Desideravi: • “Considerar la liturgia como acción de Dios, como respuesta del hombre a Dios. Para esto se requiere el cultivo del misterio y de lo santo. Sin espiritualidad litúrgica no se responde al misterio”. • “Es necesario hacer de la liturgia un verdadero encuentro con Dios.” • “Lograr que la asamblea participe: participación interior, no sólo externa. Que mente y corazón estén atentos.” • “Profunda formación litúrgica, que reclama educación para la interiorización para superar la banalidad y la superficialidad. Esto reclama la recuperación de los signos” • Encontrar la forma de celebrar la fe como lo necesita la realidad de hoy: inculturación de la liturgia. • “Liturgia y caridad”. No nos hagamos ilusiones, sin compromiso con los necesitados, no hay auténtica participación en la Eucaristía. Un reto relevante inherente a la renovación litúrgica, es la iniciación cristiana. Para esto se propone el camino delineado en el Ritual de Iniciación Cristiana de Adultos (RICA), que enseña a la Iglesia cómo hacer cristianos. En el marco del congreso, el padre Jairo de Jesús Ramírez Ramírez, director del Departamento de Liturgia del Secretariado Permanente del Episcopado, presentó la nueva versión del ap Ordo Colombiano, que estará disponible en los dispositivos móviles a partir del 15 de agosto en la solemnidad de la Bienaventurada Virgen María.

Jue 4 Ago 2022

La urgencia de ser luz y levadura

La sociedad, agobiada por múltiples fenómenos y situaciones, pide que se dé un cambio, tal vez sin perspectivas muy claras ni de lo que quiere ni de lo que puede venir. Se pone en cuestión la estructura misma de la persona humana, la identidad de las instituciones, la explotación de recursos naturales, el uso eficiente del dinero público y privado, la organización y funcionalidad de la realidad política. Hay como una desesperación al no encontrar el sentido profundo de la vida, al ver la eterna inequidad social que no se logra superar y al tener que enfrentar los efectos perversos de salidas falaces como el narcotráfico y la violencia. La situación de la población, empobrecida desde varios aspectos, contrasta con el mundo ficticio del lujo en ciertos ambientes, del espectáculo y la diversión ajenos a la realidad, de las maniobras políticas y económicas que no resuelven las necesidades básicas de la gente. No hay una verdadera conciencia sobre la dignidad de cada persona, no se da el profundo respeto que se debe a la vida humana, no hay autoridad que proteja a las personas indefensas frente a la violencia y la extorsión, no tenemos la calidad educativa que requieren las nuevas generaciones, no puede admitirse que una ciudad cifre su importancia en ser un burdel, no es aceptable que jóvenes y adultos no puedan más y se lancen a vivir en la calle o atenten contra su propia vida. No podemos acostumbrarnos con indolencia a que tantas personas vivan en la pobreza, que carezcan de lo indispensable en materia de vivienda, alimentación y salud. Esa indiferencia es la que va aceptando que la vida no tiene valor y que, para mantener la comodidad, se puede interrumpir la gestación de los niños en el vientre de la madre y se puede acudir a la eutanasia mirando como una carga a los enfermos y a los ancianos. Ante esta realidad, a todos nos urge ser positivos y propositivos. No podemos quedarnos lamentando el mal, sino que debemos actuar contra él; no se puede cancelar el futuro, nuestra sociedad merece una oportunidad para salir adelante. Pero. es inútil esperar cambios y reformas sociales, si no se transforma lo esencial: el corazón de cada ser humano. No nos engañemos; las reformas necesarias para adecuar el presente a un futuro mejor, que supere la mentira, el egoísmo y la injusticia, no vendrán si no se educa la conciencia, que genera una escala de auténticos valores y nos hace capaces del encuentro, de la solidaridad y de la fraternidad. Todo el que no logre este cambio será un depredador de los demás y de la sociedad, un generador de corrupción y de crímenes, un enemigo del estado de derecho y del bien común. Debemos hacernos conscientes que nos falta, primero que todo, una verdadera reforma interior. Ahí está la misión de la Iglesia, que debe ser capaz de mostrar, ante una realidad que no responde al proyecto de Dios y ante los espejismosque vislumbran soluciones falsas, la verdad sobre la dignidad humana, sobre la responsabilidad social que pesa sobre cada ciudadano, sobre los valores indispensables y constitutivos de una nación, sobre el compromiso personal que debe superar el mundo de las apariencias y de las posiciones cómodas, sobre la esperanza que va más allá de lo terreno. Como Jesús, debemos seguir llamando a la conversión, a la reforma de la mente, a la transformación del corazón para construir el nuevo mundo que necesitamos. Ojalá veamos y actuemos antes de que sea tarde. Por tanto, nosotros, de modo personal y comunitario, debemos buscar hacer el bien, trabajar para que cada familia transmita valores y enseñe a amar, influir para que los diversos grupos e instituciones procuren mejorar la vida laboral, social, educativa y política del país. Sabemos que debemos entregar la vida en el servicio y la misión venciendo el mal, como Jesús, con el poder de la verdad, del bien y del amor. No podemos sentirnos agobiados ni derrotados, sino convocados con urgencia a trabajar por la construcción de un mundo nuevo con la fuerza del Espíritu del Señor Resucitado. Es muy honroso y urgente el llamamiento a ser luz y levadura del mundo. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Mié 20 Jul 2022

Un “Catecumenado” para el matrimonio

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo – El Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida ha elaborado un documento que ofrece a los sacerdotes, a los esposos y a todos los que trabajan en la pastoral familiar, una visión y una metodología renovadas acerca de la preparación al sacramento del Matrimonio y a toda la vida matrimonial. Se trata de unos itinerarios y unas orientaciones a las Iglesias particulares para acompañar las diversas etapas del camino sacramental: los tiempos de preparación, el momento de la celebración, los años sucesivos y las situaciones de crisis. La novedad del documento, según señala una nota de dicho Dicasterio, es que da una mirada al futuro de la familia, con una preparación remota a la vocación matrimonial. Se trata, en efecto, de preparar el terreno iniciando el trabajo con los niños, los adolescentes y los jóvenes, plantando semillas cuyos frutos se verán más adelante. La propuesta no es simplemente renovar la preparación inmediata al matrimonio, sino de plantear una pastoral vocacional que anuncie a los niños y a los adolescentes la vocación matrimonial. Una preparación rápida de los novios, poco antes de la celebración del rito, no es suficiente hoy para que la Iglesia pueda hacerse cargo de los que el Señor llama a casarse y a construir una familia cristiana. El documento también subraya la importancia de que, al lado de los sacerdotes, estén parejas de esposos que acompañen la formación de quienes piden el sacramento del Matrimonio. Su experiencia les permitirá ofrecer comprensión, acogida y gradualidad en este recorrido dirigido aun a parejas que ya conviven. Con una preparación superficial, las parejas corren el riesgo de celebrar matrimonios nulos o con cimientos tan frágiles que no resisten el paso del tiempo. Siguiendo la sugerencia de San Juan Pablo II, que, así como para el Bautismo de los adultos el catecumenado es parte del proceso sacramental, también una sólida preparación debe ser parte integrante de la celebración del Matrimonio (cf FC,66), se propone un completo replanteamiento del acompañamiento pastoral de novios y esposos. Es necesario prevenir los fracasos y evitar los traumas de la separación, que traen un gran sufrimiento y producen profundas heridas en las personas; después de una ruptura, los esposos se amargan y dejan incluso de creer en la vocación al amor, inscrita por Dios mismo en el corazón del ser humano. Este documento ofrece, entonces, indicaciones para “un itinerario catecumenal para la vida conyugal” diseñado para ayudar a los jóvenes a comprender y celebrar el sacramento y para animar a los esposos en su vida matrimonial. El “catecumenado matrimonial”, en su primera fase, debería durar alrededor de un año y comenzar con un “rito de compromiso”. La segunda fase debe incluir unos meses de preparación más inmediata y un retiro previo antes de la boda. La tercera fase de asistencia a los recién casados debería durar dos o tres años. Es un camino que debe poner en el centro la fe y el encuentro personal con Cristo y debe incluir varias etapas: reflexión, diálogo, oración, comunidad, vida litúrgica, celebraciones. Tal vez, en la Arquidiócesis, no podamos poner en marcha de un modo inmediato este itinerario completo, pero sí debemos comenzar a dar los pasos que nos permitan hacerlo en un futuro no lejano. Concretamente, debemos comenzar por hacernos conscientes del grave reto que tenemos con tantos jóvenes que no quieren casarse, con otros que se casan sin saber qué hacen, con la corta duración de muchos matrimonios y con los problemas de validez de no pocas celebraciones matrimoniales. Todo por falta de evangelización. Debemos también fortalecer los programas de los 17 Centros de Pastoral Familiar de nuestra Arquidiócesis e, igualmente, multiplicar los grupos de Agentes de Pastoral Familiar en nuestras parroquias, para el acompañamiento de los novios y de los recién casados. Comprendamos que podemos estar ante una nueva etapa que nos permita tener esposos que vivan de verdad el sacramento y familias que sean en serio iglesias domésticas. Pero, esta esperanza nos exige fe y responsabilidad para hacer un profundo replanteamiento de la pastoral familiar. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Mié 15 Jun 2022

Cuidado con la fatiga democrática

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - Las grandes fallas que ha tenido el ejercicio de la política en nuestro país y que se originan en una conducción del Estado marcada, con frecuencia, por la falta de un eficiente y estable plan nacional, por la escasez de verdaderos estadistas en la clase dirigente y por el interés del lucro personal en lugar de la búsqueda del bien común, ha generado una escandalosa corrupción, una nefasta politización de las instituciones nacionales, una creciente impunidad, un desastroso recurso a la violencia y una permanente desigualdad social que golpea especialmente a las clases menos favorecidas. Por esto y por falta de una verdadera formación socio-política, algunos sectores de la ciudadanía aparecen “cansados” para ir a votar pues les parece que luego “la realidad sigue igual” y otros caen en la tentación de ver todo lo que tenemos como malo y creer que es necesario un “cambio” que debe comenzar por la demolición de cuanto hemos construido durante tantos años. Estos dos fenómenos aparecen en el irresponsable abstencionismo electoral y en las protestas y propuestas destructoras para presionar con la violencia que se acoja un determinado proyecto ideológico. La solución pasa por un verdadero compromiso ciudadano, que lleve a valorar y proteger la democracia como la posibilidad de una amplia participación de todos, a no permitir la manipulación con estrategias de proyectos planeados desde fuera del país, a escoger dentro de las posibilidades que tenemos el mejor candidato y a decidirnos a cooperar para que nuestra patria se encamine hacia lo que, finalmente, todos queremos alcanzar. Este es el camino para no caer en un fracaso, en una administración fallida, en otra cara de la corrupción y en nuevas formas de violencia que incluso se instauren en el poder. Después de estas elecciones, con cualquiera de los dos candidatos que se están presentando, Colombia no será igual. Hemos llegado a un límite que nos exige recomponer la unidad, encontrar un nuevo rumbo, asumir criterios éticos y llenarnos de fortaleza para construir juntos la nación. Si todo lo centramos en la riqueza, la tecnología, el entretenimiento y el poder, sin pensar en la dignidad humana, en una cultura de la solidaridad y en el justo y honesto aprovechamiento de los grandes recursos que tenemos en bien de todos, no saldremos nunca de un laberinto de descontento, corrupción e inequidad social. Ahora debemos votar todos; pero debemos entender que no se trata sólo de marcar el nombre de un candidato y seguir en la indiferencia, sino de asumir la responsabilidad de participar en la profunda renovación que requiere nuestra nación. Es necesario saber a dónde queremos ir para que todo no lo defina la tiranía del mercadeo, las decisiones de organismos financieros y las maniobras de la comunicación. Se requiere una madura participación política y una solidaridad activa, porque no será posible dirigir el país sin lograr el consenso en un proyecto colectivo que nos involucre a todos. Este es un momento en el que tenemos que desterrar el odio, la indolencia, la desconfianza, la impaciencia. No podemos quedarnos alimentando la furia contra la clase política, ni descalificándonos inhumanamente los unos a los otros, ni permanecer como anestesiados, ni tampoco lanzarnos desesperadamente a un abismo. Nos tenemos que unir, debemos reencontrar nuestros fines como sociedad, realizar un diálogo nacional y emprender una educación ciudadana. Hemos llegado a un punto en el que o todos estamos bien o ninguno estará bien. Pidamos la luz de Dios y votemos pensando en el bien del país que hemos venido construyendo con sufrimiento y esfuerzo. Cuidado con la fatiga democrática. Vamos todos a votar con responsabilidad y esperanza. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín