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Opinión

Vie 18 Mar 2022

¿Es con el mal como se paga el bien?

Por: Luis Fernando Rodríguez Velásquez – Homilía del 20º Aniversario de la muerte de Mons. Isaías Duarte Cancino, arzobispo de Cali – Marzo 16 de 2022. Mons. Isaías Duarte Cancino nació en San Gil, Santander, el 15 de febrero de 1939. Tendría 83 años de vida. Sus padres fueron Crisanto Duarte, odontólogo y Elisa Arenas. Era el menor de siete hermanos. Nace “el mismo año que estalla la Segunda Guerra Mundial… su niñez también es nutrida por el panorama de esta confrontación global … Indudablemente que las circunstancias del país durante la época de infancia y niñez de Monseñor Isaías Duarte Cancino, unido a la característica de los habitantes de Santander, forjados en la ardua lucha contra una naturaleza agreste, contribuyó a forjar su carácter fuerte y a aprender desde muy temprano que debía moverse entre las contradicciones políticas, muchas veces violentas, producto de la fuerte polarización entre los dos partidos tradicionales del país, el liberal y el conservador” (Tomado de la publicación Necrobiografía de Monseñor Isaías Duarte Cancino, de Unicatólica, p. 176). Estudió en la Gregoriana, licenciatura en Teología. Se ordenó sacerdote en Roma, en el espléndido marco del Concilio Vaticano II, el 1º de diciembre de 1963. Fue ordenado obispo auxiliar de Bucaramanga el 10 de abril de 1985, luego fue nombrado primer Obispo de Apartadó el 18 de junio de 1988, y Arzobispo de Cali, el 19 de agosto de 1995. Es asesinado el 16 de marzo del 2002, hace 20 años, terminando la celebración eucarística y la bendición de cerca de 100 matrimonios, en la parroquia El Buen Pastor. Después de este breve acercamiento a la biografía de Mons. Isaías, pongamos la mirada en la que fue el nutriente que iluminó el ser y actuar de este eximio pastor: en la Palabra de Dios. La liturgia de este día nos propone unos textos estupendos para esta conmemoración. El profeta Jeremías, que, como los profetas del Antiguo Testamento, se caracterizó por su generosidad al llamado de Yavé - Dios, por su fidelidad y valentía en el cumplimiento de la misión de anunciar y de denunciar el mal, el pecado y todo lo que separaba al pueblo de Israel de Dios, padeció en carne propia las consecuencias de su actuar fiel. El profeta, en una intensa y dolorosa plegaria, hace una especie de reclamo a Dios, al recordarle lo que de él decían en Jerusalén: “Vamos a tramar un plan para deshacernos de Jeremías. No nos faltarán sacerdotes que nos instruyan, ni sabios que nos den consejos, ni profetas que nos prediquen. Vamos a acusarlo para acabar con él”. De seguro, que en el caso de Mons. Isaías, él tenía muy presente a lo largo de su vida las palabras de Jesús, “no está el discípulo por encima de su maestro… ya le basta al discípulo ser como su maestro”, y “no teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; teman más bien al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo a la Gehenna” (Mt. 10, 24 - 25.28). El Obispo es por definición, un profeta; debe ser un auténtico profeta, pues actuando en nombre de Jesús que lo eligió y lo envió a predicar, como a los apóstoles, no puede dejar de gritar desde los terrados, lo que ha visto y oído, lo que ha motivado su fe y su respuesta de amor. El Obispo es el profeta del amor de Dios en cada tiempo y lugar. Y los obispos que ha tenido Cali, ayer y hoy, con las diferencias propias de cada uno, supieron y saben ser los profetas que el mundo necesita. Los profetas del amor, de la reconciliación, del perdón, de la paz. Esta dimensión profética la supo encarnar radicalmente Mons. Isaías Duarte Cancino, al estilo de Jesús, donde los fariseos y herodianos buscaban la forma de tomarlo preso, hasta que lograron que lo llevaran a juicio y lo mataron. Mons. Isaías, como discípulo sobresaliente del Jesús, tuvo la fortuna de ser como él, y de padecer con él, pues tuvo sus mismos sentimientos. Será el mismo profeta Jeremías quien ante esta actitud del pueblo que está enceguecido ante el anuncio de la buena nueva, eleve a Dios un verdadero grito de dolor: ¿Es con el mal como se paga el bien? Leyendo varias de las intervenciones de Mons. Isaías, muchas que seguramente los fieles de Bucaramanga, Apartadó, Cali, el Valle y Colombia en general escucharon y guardan en el corazón, podemos encontrar cómo, sin ahorrarse descanso alguno, Monseñor no cejaba en su deseo de lograr un día la reconciliación de los pueblos, la paz de las comunidades, y el encuentro con Jesús. A manera de ejemplo, recordemos un aparte de lo que dijo en el marco del Tercer Congreso Eucarístico Nacional, realizado en Cali en 1999, al cual, por gracia de Dios participé cuando era párroco en Medellín y vine como peregrino a participar en el congreso y la eucaristía con un bus de feligreses de mi parroquia de El Sagrario, donde en 1935 también se había realizado el Congreso Eucarístico nacional. Decía Mons. Isaías que “Frente a un mundo alejado de Dios y con un pueblo colombiano que ha perdido el norte de su vida, la celebración de este Congreso Eucarístico Nacional es una invitación apremiante a volver a Dios, a renovar nuestra conciencia de creyentes y a asumir el compromiso de construir una patria amable para todos, sobre los fundamentos de la honestidad y la justicia, bases insustituibles de la paz”. Si Monseñor Isaías estuviera vivo, de seguro que repetiría esta misma súplica, porque el mundo y la Colombia de nuestros tiempos, en poco o en nada difieren de los tiempos del finado arzobispo. En su homilía de la última misa crismal antes de su asesinato, en el 2001, dijo algo que leo ahora como una hermosa y elocuente premonición de su sueño para Cali, y para quienes hacemos parte hoy de esta Iglesia particular: “Acerquémonos a contemplar el rostro de Cristo; en él, Dios ha hecho brillar su rostro sobre nosotros, rostro de misericordia y de bondad, rostro de amor, porque Dios es amor; en Cristo también se revela el auténtico rostro del hombre; Jesús es el hombre nuevo que llama a participar de su vida divina a la humanidad redimida” (textos tomado del libro Sangre de profeta, del padre Efraín Montoya Flórez). Hermanos, en la cuaresma 2022, dejémonos reconciliar con Dios, y volvamos a su encuentro. Acojamos con renovada fe la petición de Monseñor Isaías. Por todo esto, al final de su vida, en el rostro de Monseñor Isaías, dicen quienes compartían con él, que se veía la tristeza, como una especie de frustración. Seguro que por su cabeza pasaban una y otra vez las palabras de Jeremías: ¿Es con el mal como se paga el bien? Jesús ante el sumo sacerdote tuvo una experiencia similar: “he hablado abiertamente ante todo el mundo, he enseñado siempre en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he hablado nada a ocultas… Apenas dijo esto, uno de los guardias dio una bofetada a Jesús… Jesús le respondió: si he hablado mal, declara lo que está mal, pero si he hablado bien ¿por qué me pegas? (Jn. 18, 19 ss). En el Evangelio de este día, de San Mateo, Jesús hace a los discípulos uno de los anuncios de su pasión, dirá que lo van a azotar, que se van a burlar de él, que lo van a condenar a muerte, pero que resucitará. Es la suerte del discípulo que sigue a Jesús con fidelidad. Ha sido esta la suerte de Monseñor Isaías que seguramente escuchó, ese día 16 de marzo de 2001, las palabras de su amado: ¡ven bendito de mi Padre, tú que te esforzaste por hacer siempre el bien, que trabajaste sin descanso por sembrar la semilla del Reino, que creíste en mí y te alimentaste de mi cuerpo y de sangre, ven entra, y goza ahora del premio de los justos, porque has vencido a quienes quisieron callarte, a quienes como a Jeremías, quisieron sacarte del camino. Los has vencido con tu vida y con tu muerte. ¡Entra y desde este lugar sacro, bendice el pueblo que peregrina en Cali y en Colombia! La mejor forma de hacer un rendido homenaje a Mons. Isaías, es imitándolo. Hoy somos llamados a ser profetas valientes, sin miedos, para anunciar la persona de Jesucristo, y seguir trabajando para que el reino de Dios, hecho presente en Jesús, que es reino de justicia, de amor y de paz, crezca y triunfe en medio de un mundo que quiere imponernos todo lo contrario, el poder de la injusticia, del odio y de la guerra. No quisiera concluir esta meditación, sin retomar y aplicar a los tiempos actuales, la frase que se hizo clásica en los días en que Monseñor Isaías tuvo a bien asumir como propio el nada fácil trabajo de mediar por la liberación de los secuestrados de La María y del kilómetro 18. La traigo ahora a colación, porque el fenómeno del secuestro hecho por grupos delincuenciales, no ha desaparecido. Hoy, también con Monseñor Isaías hacemos de nuevo la radical petición de que sean liberados todos los secuestrados de Colombia. No es este un acto de caridad ni de clemencia, es un acto de justicia y de humanidad que reclamamos para todos los privados de su libertad. Hoy también gritamos con el corazón en la mano: “Los queremos vivos, libres y en paz”. Que seamos capaces de liberarnos del secuestro espiritual e incluso material en el que nos encontramos todos. El Señor nos quiere partícipes de su vida divina; nos quiere libres de toda esclavitud, en especial de la esclavitud del pecado; nos quiere en paz, hermanos todos, Fratelli tutti, en el lenguaje del Papa Francisco. Estamos cerca de la Pascua 2022. Cristo nos mostró como a él no le quitaron la vida, sino que la dio. Se hizo ofrenda de amor, convencido de que “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere da mucho fruto” (Jn. 12, 24). Fue la forma como nos mostró que el mal se vence es con el bien. En este sentido, las enseñanzas del profeta de la valentía y de la libertad, Monseñor Isaías Duarte Cancino y su ejemplo de vida, nos animen a ser también profetas del amor de Dios y nos impulsen a saber dar razón de nuestra esperanza, con la parresia o fuerza que viene del mismo Dios. Descanse en paz. Amén. + Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo auxiliar de Cali

Mar 15 Mar 2022

“Estaba perdido y lo hemos encontrado” (Lc 15, 32)

Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve - El Papa Francisco nos ha en­señado en su magisterio que “los excluidos y marginados son nuestros hermanos”, invitando con ello a todos los bautizados a hacer la caridad con las familias y personas más vulnerables y necesi­tadas de la sociedad, manifestando con las obras caritativas en favor del prójimo el amor que le tenemos a Dios, porque como dice san Juan: “pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Jn 4, 20), de tal manera, que lo que garantiza que el amor a Dios es genuino, es la salida al encuentro del hermano que está perdido. Así lo expresa Aparecida cuando afirma: “Los discípulos mi­sioneros de Jesucristo tenemos la tarea prioritaria de dar testimonio del amor a Dios y al prójimo con obras concretas. Decía San Alberto Hurtado: ‘en nuestras obras, nues­tro pueblo sabe que comprendemos su dolor’” (DA 386). Esta realidad constituye el núcleo de la predicación de la Iglesia que tiene en el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo la doctrina, que ha desarrollado a lo largo de los siglos en su magisterio. El Evangelio ilu­mina el servicio pastoral que rea­liza la Iglesia en favor de los más vulnerables, que abarca el esfuerzo por rescatar la dignidad humana, saliendo al encuentro del que está perdido para encontrarlo, tal como lo manifiesta la misericordia del Padre cuando acoge al hijo desca­rriado que estaba perdido y ha sido encontrado (Cf. Lc 15, 32). Cada año al comenzar la Cuaresma escuchamos de nuevo resonar en el corazón la frase “Conviértete y cree en el Evangelio” (Mc 1, 15) que significa, en primer lugar, revi­sarnos para transformar la vida en Cristo, dejando el pecado que nos esclaviza, pero es también hacer presente la caridad de Cristo en los hermanos, que es un mandamiento para todos nosotros, sabiendo que la puerta de entrada al cielo es la caridad, tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, estuve necesitado y me au­xiliaron; vengan benditos de mi padre a poseer el Reino eterno, la gloria del cielo, (Cfr. Mt 25, 31 - 46). Como cristianos, como Iglesia Católica actuamos en el nom­bre del Señor y lo ha­cemos con la misma fuerza de su amor para con nosotros, que hace que todos nos sinta­mos hermanos, hijos de un mismo Padre. En la Diócesis de Cú­cuta hemos dado una mirada a tantos ado­lescentes y jóvenes que están perdidos en la drogadicción, son hermanos nuestros de todos los estratos sociales que por diversas circunstancias han parti­do de la casa paterna, malgastando todos sus bienes y perdiendo todo, incluyendo su dignidad. Son hijos de Dios que están perdidos y ne­cesitamos salir a encontrarlos, a darles una mano, sin la preten­sión de resolverlo y transformar­lo todo, pero haciendo algo por ellos, con la única intención de entregar lo único que tenemos, cinco panes y dos peces, que aun­que es muy poco, como le dicen a Jesús los discípulos del Evangelio en el episodio de la multiplicación de los panes (Cf. Jn 6, 9), quere­mos donarlos para aliviar en algo la situación de abandono en la que se ven sumidos muchos hermanos nuestros que caen en el flagelo de la droga, con la certeza que el Señor multiplicará con abundancia toda obra de caridad que se realiza en su nombre. Conscientes de esta realidad que nos afecta a todos y por la que mu­chas familias sufren, en la Diócesis de Cúcuta este año queremos hacer presente la caridad de Cristo para con tantos niños y jóvenes droga­dictos, iniciando una experiencia de atención a esta población, mediante un centro diocesa­no que nos permita ayudar a quienes es­tán en la drogadic­ción, acompañando también a sus fami­lias, tantos padres y madres que sufren por un hijo que está perdido en la droga y que hay que salir a encontrarlo. Para cumplir con este propósito la Campaña de Comu­nicación Cristiana de Bienes de este año 2022 y de los años veni­deros, estará dedicada a iniciar esta obra de atención a drogadictos. Los cristianos católicos de Cúcuta queremos a través de la Diócesis, salir al encuentro de los más vul­nerables a causa de la droga y por eso la meta es comenzar a crear un centro de atención, con la ofrenda que cada uno aporte para este pro­pósito. Se trata de que todos aporte­mos los cinco panes y los peces del Evangelio y seguro que el Señor multiplica para poder sacar adelan­te la obra. Ponemos en las manos de Dios esta misión y convoco a todos los fieles de las parroquias y las instituciones a compartir desde lo poco o mucho que tengan, con esta población vulnerable, hacien­do realidad en la vida personal y familiar esas palabras del tiempo Cuaresmal, “Conviértete y cree en el Evangelio” (Mc 1, 15). La entrega de amor que Dios ha rea­lizado en Cristo y actualizado en la Eucaristía debe ser continuado por la Iglesia y por todos los bautiza­dos, en la disposición por compar­tir los bienes con los necesitados, a ser misericordiosos como el Padre, caritativos y solidarios con todos, promoviendo en todo momento la dignidad de la persona humana, la justicia, la paz y la reconciliación. Las comunidades cristianas hemos de tomar conciencia de que el fru­to maduro de la vida cristiana es la caridad, que significa tener un co­razón misericordioso para salir en busca del hermano que está perdido y que el Señor nos ha encomendado la misión de encontrarlo. Que esta Cuaresma que hemos ini­ciado sea un tiempo de gracia para reafirmar nuestra respuesta de fe, esperanza y caridad a la llamada que Dios nos hace a la conversión y a la Santidad, escuchando y le­yendo el mensaje del Señor, medi­tándolo y creyendo en su Palabra y con ello convertir nuestra vida, si­guiendo las palabras del Evangelio y comunicando esa buena noticia a los hermanos, transmitiendo su mensaje con nuestras palabras y obras de caridad, con la certeza que en el nombre del Señor el hermano nuestro que “estaba perdido lo he­mos encontrado” (Lc 15, 32). En unión de oraciones, sigamos adelante. Para todos, mi oración y mi bendición. + José Libardo Garcés Monsalve Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Jue 10 Mar 2022

A ejercer la democracia

Ha llegado el momento para que los colombianos elijan a las personas que los representarán en el congreso de la República. Como representantes a la cámara o como senadores. Las circunstancias políticas actuales, tanto a nivel interno como externo, ameritan que los ciudadanos se tomen muy en serio su derecho y deber a votar y escoger libremente a quienes consideren lo pueden hacer de la mejor manera posible. No es suficiente la crítica feroz que suele darse en torno al Congreso. En todo caso, este cuerpo colegiado es el origen de las leyes de las República y no es sabio desentenderse de su composición. Además, tiene la tarea de ser como el garante de la democracia en nuestra nación, y todos los analistas coinciden en señalar que ésta se encuentra bajo asedio en el mundo entero. Vale la pena destacar que la democracia colombiana, aun siendo bastante imperfecta, permite tanto las campañas como la libre elección por parte de los nacionales. Debates, concentraciones, foros, publicidad, publicaciones políticas, todo esto que ahora es tan visible, es signo de que tenemos una democracia palpitante y que abarca a la mayoría del territorio del país. Todo lo que conllevan las campañas políticas es un buen indicador de que en Colombia hay gusto por la democracia y que hoy, prácticamente nadie, está dispuesto a ser gobernado a nivel local o nacional, sin ser antes escuchado y tenido en cuenta. De la misma manera, desde aquí debe nacer la capacidad de reconocer a quienes triunfan y la de darle espacio a las llamadas oposiciones, las cuales finalmente sirven para controlar posibles desmanes de las mayorías. Y no está de más que el ciudadano se haga consiente de lo importante que es su presencia en las urnas para dar paso a personas que realmente merezcan por méritos e integridad realizar la tarea legislativa de la nación. Y, al mismo tiempo, cerrar el paso a quienes han hecho de la política un negocio, un nido de corrupción sin límites, una actividad hereditaria, una toma del poder para su propio provecho. Hoy, cada persona mayor de edad llamada a elegir cuenta con muchos medios para informarse verazmente de los programas de los candidatos a senado y cámara, lo mismo que de su probidad ética para aspirar a ocupar una curul. Se requiere una ciudadanía cada vez más activa en este sentido o de lo contrario sus quejas caerán en el vacío o se le devolverán al no participar debida y cuidadosamente en la contienda electoral. ¡Cuánto mal hace cada voto cambiado por un tamal, un mercado o unas tejas! Mucho más de lo que el “beneficiario” pudiera imaginarse. La Iglesia, en su largo deambular por la historia, ha realizado su misión bajo todo tipo de modos de gobiernos y ninguno le es desconocido y tampoco absoluto. En medio de la limitación de cada uno de ellos, sin embargo, ha visto en la democracia un modelo político que abre muchas posibilidades a todos los ciudadanos, cuando funciona bien. Y por eso mismo la Iglesia anima, como ya lo han hecho recientemente los obispos católicos de Colombia, a que todos los bautizados y a todas las personas de buena voluntad se conviertan en verdaderos actores políticos de su propia vida, de sus familias y de toda la sociedad. Hay campo para ello y es necesario aprovecharlo para que no sea ocupado indebidamente por nadie. Y la Iglesia también conoce los dolores y despojos del autoritarismo y de las dictaduras y por eso los desaconseja de plano. Que cada colombiana y cada colombiano manifiesten su amor a la patria haciéndose verdaderos actores de la democracia, con el voto libre e informado. No es poco lo que está en juego y a todas luces está claro que se requieren mujeres y hombres nuevos, íntegros y capaces, para darle más impulso al progreso de Colombia. En la actualidad, más que el miedo, lo que debe mover a la ciudadanía es un sueño de construcción del bien común, de la convivencia pacífica y de la justicia social extendida hasta el último rincón de Colombia. Y de la protección de la libertad. Imposible ser pasivo en esta hora crucial de la nación. Oficina Arquidiocesana de Comunicaciones Fuente:Dirección El Catolicismo

Mar 8 Mar 2022

¡Tiempo de Democracia!

Por: Mons. Carlos Arturo Quintero Gómez - Es tiempo de democracia, es tiempo de preparación para ir a las urnas, escenario democrático, en el que los colombianos podemos decidir quiénes serán los hombres y mujeres que van a legislar y quienes van a representar nuestros departamentos y ciudades. Un ejercicio que debe realizarse desde la libertad, la responsabilidad ciudadana y la justicia. De ahí que es infame, cuando constatamos las irreverencias en los foros políticos; cómo las contiendas electorales se tiñen de insultos, intrigas, desavenencias, injurias. Algunos recurren para su defensa, a los ataques con improperios sacando los trapitos al sol, ventilando debilidades humanas y tratando de poner el dedo en la llaga de aquello que más ‘duele’ a un candidato, pero es seguro que, pasando las contiendas electorales, les veamos tomando café, estrechando la mano, posando para una foto; en fin, este es un craso error, si se quiere defender una auténtica democracia. Los candidatos, deberían pensar no en sus intereses personales sino en el bien común, tener respeto por los electores y jamás herir las susceptibilidades de los contradictores. Es lamentable reconocer que los trazos de una corrupción que busca permear todos los ambientes, termine opacando la belleza de una contienda electoral que debería darse, desde la presentación de programas de gobierno, pasando por la cercanía de los candidatos con los ciudadanos e incluso con una mirada solidaria hacia los más pobres y vulnerables. La Misión de Observación Electoral (MOE) ha hecho denuncias ante estos abusos; los organismos de control no son ajenos a estas denuncias callejeras, muchas de la cuales no se cursan en dichos organismos, por la inoperancia e ineficiencia. En la calle se escuchan muchas voces que advierten contratos a tres meses, con el objetivo de ganar adeptos; exigencia a trabajadores, quienes deben garantizar, para conservar su puesto de trabajo, un grupo de electores de entre familiares y amigos o la solicitud a los mismos empleados de organizar en los barrios y veredas encuentros con determinados candidatos, para lo cual son los mismos trabajadores los que tienen que garantizar los refrigerios y la acogida. Quizás algunos, al leer este artículo pensarán: ‘siempre ha sido así’, ‘esta es una costumbre de tiempos inmemoriales’, ‘es una realidad nacional’; sin embargo, yo me pregunto, si esto es así, ¿cuándo vamos a cambiar? Indudablemente las prácticas y costumbres malsanas las podemos cambiar; esa decisión es de cada uno, tanto los candidatos quienes deberían sentir vergüenza al reducir sus candidaturas a promesas politiqueras acompañadas de ofertas de trabajo, entrega de material para adecuación o construcción de viviendas, entrega de mercados, ayuda para pago de servicios públicos, etc. Los candidatos deberían dar testimonio de transparencia, sencillez y respeto por los otros. Jamás debería un buen candidato, honesto y responsable, ofrecer privilegios o dádivas a cambio de votos. Igualmente, en el caso de los ciudadanos, deberíamos sentir vergüenza cuando vendemos nuestra conciencia, cuando nos untamos de corrupción y nos empeñamos a un candidato, para otorgarle nuestro voto. Como padre y pastor de esta Diócesis de Armenia, quiero invitar a todos los quindianos y a los colombianos, a votar bien, a pensar en el bien común; ningún sacerdote, diácono, seminaristas, religioso(a), puede incursionar en la política; no nos toca decir por quién votar, aunque asumimos como ciudadanos, nuestro compromiso con la democracia; también vamos a las urnas y lo debemos hacer con libertad y responsabilidad. No podemos usar el púlpito para invitar a votar por alguien en particular, más sí para ayudar a los ciudadanos a tomar conciencia de un deber cívico y patriótico, aún a sabiendas que hay movimientos políticos, que se presentan abiertamente ‘religiosos’ y se aprovechan de la ‘libertad de culto’ para ganar adeptos, haciendo un proselitismo dañino y perjudicial para una sociedad que necesita testigos y maestros y no más polarizaciones y divisiones. La Iglesia no da permiso a sus clérigos para que lideren partidos políticos o participen de contiendas electorales. A todos les llamo a la cordura, a que voten y, antes de hacerlo, a que conozcan los planes de gobierno y no se dejen llevar por las falsas promesas. + Carlos Arturo Quintero Gómez Obispo de Armenia

Vie 4 Mar 2022

Untados de ceniza

Por: Luis Fernando Rodríguez Velásquez - De nuevo llega la Cuaresma. Serán unos días muy especiales en los cuales vamos a tener la ocasión para hacer un paro en el agite de nuestras vidas, para escuchar el llamado del Señor, que por labios de San Pablo nos va a decir: “en nombre de Cristo les ruego, déjense reconciliar con Dios” (2Cor. 5, 20). En efecto, los cuarenta días que vienen, después del miércoles de ceniza, ayudados con la palabra de Dios, nos deberán ayudar a descubrir y reconocer nuestros pecados. Es necesario tener en cuenta las principales actitudes del cristiano en este tiempo de gracia. La Cuaresma es un tiempo propio para fortalecer la oración, que es nada más y nada menos, que el ejercicio efectivo de diálogo y escucha de Dios, en el silencio y la contemplación; es tiempo de adentraremos en el corazón del Señor a través de la lectura orante de su palabra, de la Sagrada Escritura; es un tiempo en que estamos llamados a hacer renuncias y pequeños o grandes sacrificios, de modo que seamos capaces de purificar nuestras limitaciones y pecados; es tiempo de la humildad, para que sin miedos y con confianza, supliquemos de Dios el baño de su misericordia y su perdón. Es tiempo en el cual vamos a ser invitados a salir de nosotros mismos y a ver en el otro, en el prójimo, sobre todo en el pobre, en el que sufre, en quien vive la soledad, la imagen de Cristo, también Él pobre, cordero inmolado y solo en el madero de la cruz. Es un tiempo en el que la solidaridad, y la llamada Comunicación Cristiana de Bienes deberá ser concreta, en especial con quienes no tienen nada qué comer, no tienen una persona que los acompañe y les permita recuperar el sentido de la vida, o los migrantes y habitantes de calle que, despojados y exiliados, se sienten sin tierra y ni casa donde reclinar la cabeza. La Cuaresma comienza el miércoles de ceniza. Ser untados con ceniza es un signo externo con el que públicamente reconocemos que somos frágiles y necesitados de Dios y de los demás como ha sido la experiencia de la pandemia en la que todavía nos encontramos. Ahora bien, la ceniza es un sacramental que será eficaz solo y en la medida en que quien la reciba asuma el compromiso cierto de cambiar aspectos de la vida que van en contra del plan de Dios. Será el tiempo de renovar el compromiso por caminar juntos y de respetar el don de la vida que de Dios hemos recibido. Será un tiempo magnífico para prepararnos a celebrar adecuadamente la Pascua de Resurrección. Quienes de verdad no deseen cambiar, es mejor que no caminen por las calles untados de ceniza. + Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar de Cali

Lun 28 Feb 2022

¡Volvamos a la Pascua!

Por: Mons. Darío de Jesús Monsalve Mejía - “Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, NOS HA HECHO NACER A UNA ESPERANZA VIVA, a una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que nos estaba reservada en el Cielo. La fuerza de Dios nos custodia en la fe para la salvación que nos aguarda, cuando llegue el momento final” (1ª Pedro1, 3-5). Con esta súplica del Apóstol y Pastor elegido por Jesús para la primitiva Iglesia, convoco a todos los creyentes al retorno pleno a sus parroquias y centros de culto, para compartir, desde el miércoles de Ceniza, dos de marzo, la preparación a LA PASCUA ANUAL 2022. Los tiempos litúrgicos de Cuaresma y Pascua, entre el sacramental de la Santa Ceniza y la solemnidad de Pentecostés, cuando se apaga el Cirio Pascual y encendemos el fuego interior del Espíritu Santo, marcan la gran transformación que Cristo Jesús hace en quienes acogemos su Persona y su Palabra, su misericordia y la soberanía del Padre Dios. Un ser humano nuevo, una nueva humanidad, un cambio de vida y un “cambiar la vía” por la que mal caminamos, expresan esta Nueva Creación en Cristo. Dios deja de ser mera religión y su Amor de la Cruz se vuelve como el “Big Bang” de un universo nuevo. Pedro, en su primera carta que hemos citado, y Pablo en su primera a Corintios (15, 57), nos invitan a que “demos gracias a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo”. Esa victoria del AMOR DE LA CRUZ, hemos de proclamarla con claridad, gozo y firmeza. Hemos de volvernos un solo cuerpo, un pueblo dispuesto a CAMINAR JUNTOS, una fuerza del Dios Amor que transfigura esta historia triste y adolorida que hoy vive la humanidad, amenazada nuevamente por la catástrofe de una guerra mundial inminente, por un calentamiento global, resultado de la guerra a muerte contra los recursos vitales. Todo ello, junto a fenómenos de violencias, de aborto provocado y fetos mercantilizados para surtir órganos y células, de eutanasia y suicidios disparados. Son, entre otros, los signos negativos en medio de nuestros tiempos, por otro lado tan avanzados y globalizados, tan sorprendentes y luminosos. Sobra decir, entonces, que vivimos tiempos difíciles y tenemos inmensa responsabilidad histórica, sobre todo para no comprometer el futuro de las nuevas generaciones y de la especie humana misma. Volver a la Pascua 2022, después de dos años entre pandemias y protesta social, en medio de jornadas electorales y movilizaciones sociales, del recrudecimiento del conflicto interno y la amenaza latente de conflictos armados en las fronteras y con Venezuela, de inseguridad ciudadana y flujos de desplazados y migrantes, es la medicina espiritual y la terapia colectiva que necesitamos todos. La Cuaresma y Pascua 2022 tengan en nuestras parroquias los cuatro grandes motivos de la actualidad: 1. El gran marco del PERDÓN DE DIOS a todos nuestros abusos, incluidos los que nosotros mismos como pastores hemos cometido. Es REPARTIR A MANO ABIERTA EL PERDÓN DE DIOS, la liberación de la culpa y del pecado, la victoria sobre el odio y las venganzas, la sanacion de nuestras heridas sicosociales, la ABSOLUCIÓN DE PECADOS RESERVADOS, la reconciliación con la creación y la vida como obra y don de Dios. Volvamos la parroquia un gran confesonario abierto en jornadas penitenciales conjuntas en cada territorio arciprestal durante la Cuaresma. Promovamos EL PERDONAR como verbo en infinitivo que identifica el actuar de Dios con nosotros, como respuesta indispensable en nuestras relaciones interhumanas, sociales y políticas, aprendiendo a conjugarlo en todos los modos pasivos y activos y subjuntivos, en relación con los demás. Es necesario pedirlo, ofrecerlo, darlo, instituirlo como cultura del perdón. 2. LA PASCUA COMO CENA FAMILIAR, al mejor estilo hebreo, judío, según las tradiciones nuestras, enmarcándolas en la Cena Pascual de Jesús y en las cenas, desayunos y comidas del Señor Resucitado, centradas en los verbos eucarísticos: TOMAR el pan, DAR GRACIAS, PARTIRLO Y DARLO a comer. “Quédate con nosotros, Señor”. “Lo reconocieron al partir el pan” (Lucas 24, 13-35). 3. EL AMOR DE LA CRUZ como camino de vida, aprendido a la luz de la Pasión, las actitudes y las palabras de Jesús desde el misterio de la Cruz y de la NO VIOLENCIA que nos adentra en el alma propia y el arrepentimiento, en el desarme de actitudes, palabras y acciones demoledoras contra el prójimo. 4. LA SINODALIDAD como aprendizaje de Iglesia y de poblaciones en los territorios, a CAMINAR JUNTOS. La integración sociocomunitaria, más allá de lo confesional, las procesiones y manifestaciones colectivas de religiosidad cristiana, equilibradas siempre para que resalte la grandeza de lo litúrgico, así como la más amplia participación de generaciones y fieles en la Semana Santa, sean impulso claro a esta sinodalidad. El Bautismo y la Penitencia que lo renueva, la eucaristía y las comunidades que reviven, sean el sello evangelizador de estos grandes tiempos litúrgicos que iniciamos en los albores del mes de marzo. + Darío de Jesús Monsalve Mejía Arzobispo de Cali

Jue 24 Feb 2022

Llora el corazón

Por: Luis Fernando Rodríguez Velásquez - Es cierto, no puede ser para menos. Decretar la despenalización total del aborto, más que ser una expresión de desarrollo y progreso de un pueblo, es un signo de la forma como ese mismo pueblo se encuentra inmerso en una terrible crisis antropológica, donde ni siquiera es capaz de respetarse y valorarse a sí mismo, dando prelación a las emociones subjetivas y derechos individuales, considerándose dueño y señor del mundo y de la creación. Una crisis que ha llevado a la inversión plena de los valores, donde, por ejemplo, se lucha y defienden los “derechos” de los animales, y a hasta de “los de un humedal”, condenando a pena de cárcel a la persona que atenta contra la vida de un animal doméstico o derribe un árbol sin permiso de la entidad correspondiente. Pero cuando se trata de un ser humano, la cerrazón y la no aceptación de que ese ser que la mujer lleva en su vientre es otro ser que no le pertenece y que por eso mismo merece vivir, se desconoce y hasta se busca su eliminación. Llover sobre mojado ahora no sirve para nada. Pero no sobra recordar lo que el Papa Juan Pablo II, en su encíclica “el Evangelio de la vida” dijo: “Algunos intentan justificar el aborto sosteniendo que el fruto de la concepción, al menos hasta un cierto número de días, no puede ser todavía considerado una vida humana personal. En realidad, «desde el momento en que el óvulo es fecundado, se inaugura una nueva vida que no es la del padre ni la de la madre, sino la de un nuevo ser humano que se desarrolla por sí mismo. Jamás llegará a ser humano si no lo ha sido desde entonces. A esta evidencia de siempre... la genética moderna otorga una preciosa confirmación. Muestra que desde el primer instante se encuentra fijado el programa de lo que será ese viviente: una persona, un individuo con sus características ya bien determinadas. Con la fecundación inicia la aventura de una vida humana, cuyas principales capacidades requieren un tiempo para desarrollarse y poder actuar». Aunque la presencia de un alma espiritual no puede deducirse de la observación de ningún dato experimental, las mismas conclusiones de la ciencia sobre el embrión humano ofrecen «una indicación preciosa para discernir racionalmente una presencia personal desde este primer surgir de la vida humana: ¿cómo un individuo humano podría no ser persona humana?» (n. 60). Aquí no se trata emitir juicios de valor sobre las razones por las que una mujer accede al aborto. Son muchas y llevan a entender, no a enjuiciar su decisión. Lo que preocupa es que se confunda el ejercicio de la libertad de las personas, hombres mujeres, personal de salud, etc., con la obtención y ganancia de unos derechos que atentan, sin lugar a dudas, contra el derecho fundamental de todo individuo como es la vida. El vientre de toda mujer es cuna de la vida, y ahora, para muchas mujeres, se va convertir en sepulcro de vidas inocentes. Los y las sicólogas que acompañan a las mujeres que han abortado, así hubieran tenido las razones presuntamente válidas, saben muy bien que en su inmensa mayoría quedan afectadas por el llamado “síndrome post aborto”. Y es que, aún sin quererlo, la voz de la conciencia, que ilumina y sabe muy bien lo que es bueno y es malo, pesa y deja una huella prácticamente indeleble. ¡Qué interesante hubiera sido que en los debates de las altas cortes, hubieran dado voz a las mujeres que han abortado para conocer a fondo sus dolores y sentimientos de culpa que van más allá de las convicciones religiosas que digan tener! Llora el corazón. Sí, pero no nos podemos quedar llorando. La vida sigue y para los colombianos, para los hombres y mujeres de buena voluntad y los católicos en general convencidos del valor no negociable de la vida humana, la historia sigue su rumbo. Y toca hacernos la pregunta, ¿qué sigue? 1. Seguir anunciando el Evangelio de la vida. Es decir, la buena nueva de la vida, que como don de Dios, debe ser salvaguardada. 2. Intensificar la oración y pedir a Dios que cambie los corazones de piedra de quienes se abrogan el poder sobre la vida humana, para que reconozcan que los seres humanos no somos dueños de la vida, sino sus administradores y cuidadores y seamos capaces todos de entender que no toda ley, por ser ley, es justa. Lo legal no necesariamente es legítimamente moral. 3. Recordar, sobre todo al personal de salud, y especialmente a los médicos que un día hicieron el juramento hipocrático, que en la constitución colombiana sigue vigente el principio de objeción de conciencia ante leyes que pueden ser consideradas inicuas. El Artículo 18 de la Constitución Política dice: “Se garantiza la libertad de conciencia. Nadie será molestado por razón de sus convicciones o creencias ni compelido a revelarlas ni obligado a actuar contra su conciencia”. Las instituciones y profesionales de salud, desde hace varios años, tienen ya definidos los protocolos para el ejercicio de este derecho constitucional. 4. Acompañar con corazón lleno de compresión y compasión a las familias y mujeres que se encuentren en circunstancias que las estén llevando a la posible toma de la decisión de abortar. Según entiendo, incluso en la misma ley que aprueba el aborto, se abre la puerta para que la entrega de los hijos en adopción sea una alternativa válida. 5. Acompañar a las mujeres que han abortado para que a su vez, reconocida su acción, y fortalecidas por el amor y la misericordia divinas, se conviertan en defensoras y educadoras de la vida naciente, especialmente ante las adolescentes y jóvenes que resulten embarazadas. Hay que recordar que el Papa Francisco amplió la facultad de absolver el delito del aborto a todos los presbíteros que legítimamente están ejerciendo el ministerio. 6. A las mujeres y a quienes les ayuden a realizar el aborto (familiares, amigos, parejas, personal de salud, etc.) creyentes y temerosos y temerosas de Dios, no sobra recordarles el mandamiento de no matar, que tiene su origen en la ley natural del cuidado y respeto de la vida en todas las etapas de su desarrollo. Finalmente, unas reflexiones conclusivas. En el grupo de magistrados de la Corte que aprobaron la despenalización del aborto habían cuatro mujeres. Tres de ellas no lo aprobaron. ¿No sería que latía en sus corazones de mujeres, hijas y posibles madres, el sentimiento maternal propio de quienes están llamadas a dar la vida? ¿No sería que los varones y una mujer que aprobaron la nefasta ley del aborto pudieron estar movidos más por “quedar bien” ante la fuerza mediática y presiones del momento que por ser valientes defensores de la verdad de la vida humana? Personalmente pude ser testigo, en la Clínica Universitaria de la Pontifica Bolivariana, donde se tiene la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales, Santa Gianna Beretta (madre de familia que prefirió dar su vida con tal de no abortar a su hijo), de como bebés de 22 semanas eran recibidos allí, y a través del llamado programa canguro, se desarrollaron y hoy son personas jóvenes y adultos que comparten con sus familias el don maravilloso de la vida. ¿Cómo llegar a autorizar que hasta las 24 semanas, libremente, y después con las tres antiguas causales, se pueda eliminar un bebé en estas condiciones de viabilidad? Mas que un aborto, es un infanticidio. Llora el corazón y elevamos súplicas a Dios, que es rico en misericordia, por todos los hombres y mujeres de Colombia, tristes y afligidos, para que reconozcamos el valor sagrado de la vida humana, y no solo la del embrión en el vientre materno, sino la de toda vida humana que está siendo amenazada de muerte todos los días por la violencia en todas sus formas y con la eutanasia. Dios nos libre del mal y nos bendiga. + Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar de Cali

Mar 22 Feb 2022

¿En Crisis?

Por: Mons. Carlos Arturo Quintero Gómez - No hay duda, apreciados lectores, que hoy asistimos a múltiples crisis que oprimen al ser humano y lo llevan a una aflicción postrera: crisis ante la pandemia, crisis en el seno de nuestras familias, crisis en el orden económico, político, religioso; crisis social, crisis de ‘esperanza’, crisis de ‘paternidad’ y ‘filiación’, crisis de autoridad, crisis moral, crisis en las instituciones, crisis en el periodismo; en fin, lo que quiero advertir, es que no deberíamos sumirnos en estados depresivos y en tristezas y ayes lastimeros ante las crisis; debería ser más bien una oportunidad para brillar de nuevo y recuperar el esplendor que se ha ido apagando en diversos escenarios. Soy muy optimista, cuando se trata de ‘crisis’; pues el gran desafío es buscar siempre el equilibrio. Aunque esta crisis ha tocado también al periodismo, quiero rendir un sentido homenaje a los periodistas, por su labor incansable de informar, formarse y ser testigos de la verdad. No podemos ignorar que tenemos periodistas espirituales, académicos y profesionales, a quienes les duele la ciudad, el departamento, el país, interesados siempre por la búsqueda de la verdad, alejados de sensacionalismos y exhibicionismos, consagrados lectores y servidores de la comunidad, capaces de escuchar, de ser solidarios, sensibles ante el dolor del otro, excelentes padres, esposos, amigos, colegas, compañeros de trabajo, con una alta dimensión humana y a veces, mal remunerados, pero jamás ‘vendidos’ ni sectarios, ni cizañeros; hombres y mujeres, con un alto sentido de patria y humanidad. Quizás uno de esos periodistas sea usted y le felicito de corazón, por su vocación y su capacidad de resiliencia. Sin embargo, hay una crisis en el periodismo hoy, que raya con la ‘banalidad de los medios’, el sensacionalismo y el amarillismo; irresponsablemente hay periodistas y comunicadores sociales que primero ponen en la ‘picota pública’ a personas e instituciones y luego, llaman, -ni siquiera hacen presencia física- o lo hacen a través de terceras personas, para corroborar una noticia que ya ha sido puesta a la luz pública. Hay personas que se presentan como ‘periodistas’, pero siempre en busca del morbo, de la denuncia dañina, de la verdad a medias, sin importar las consecuencias. Hay periodistas que han creado sus propios medios o usan las redes sociales para ensañarse contra las personas e instituciones, desconociendo la ética periodística, el valor de la verdad y la sana réplica. Se convierten con facilidad en jueces, dictan sentencias y señalan a sus interlocutores; se presentan como ‘investigadores’; eso le está haciendo mucho daño al periodismo. Hay periodistas que ya no buscan las ‘fuentes’, sino que se han dedicado a hacer un periodismo de escritorio, impersonal e inhumano; llaman desde su celular a quien desean entrevistar o le escriben a través de un correo electrónico las preguntas para que sean respondidas en el menor tiempo posible, de lo contrario serán blanco de críticas e improperios. Hay periodistas que no van a una rueda de prensa y luego llaman a sus interlocutores, con actitudes déspotas como si el periodismo fuera una profesión u oficio, para sembrar miedo y terror. Es una crisis, real, no es una percepción y lo sabemos; en nuestro departamento urge un trabajo articulado del círculo y del colegio de periodistas, de ACORD, y de las distintas agremiaciones, en orden a ‘recuperar’ un rol social fundamental que consiste en ser constructores de paz, libertad, verdad, democracia y justicia. Podríamos preguntarnos: ¿qué referente en el periodismo tengo? Valdría la pena hacer un examen de conciencia y sentir que de verdad el periodismo es una hermosa vocación, que no se reduce al hacer, sino que, desde el ser, produce lo mejor para la sociedad; que no se reduce a la pluma, al lenguaje, a la voz, sino que va más allá, porque toca lo esencial de los seres humanos: su corazón. Así que les invito a ser agradecidos con los periodistas que hacen su trabajo bien y a exigir a quienes no lo hacen bien a que se formen y aprendan. ¡Feliz día del periodista! + Carlos Arturo Quintero Gómez Obispo de Armenia