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Opinión

Mié 8 Dic 2021

Centenario de monseñor Salcedo

Por: Hernán Alejandro Olano García - Conmemoramos el centenario del natalicio de Monseñor José Joaquín Salcedo Guarín, quien ideó y dirigió durante 40 años la Acción Cultural Popular, ACPO, que se consolidó a través de la Cadena Radial Sutatenza de Colombia y las escuelas radiofónicas, modelo de formación para la población rural colombiana, mediante programas de música y doctrina cristiana, complementándolos con elementos educativos de gran pertinencia para la vida campesina de entonces. Conocido como “El Quijote de los medios”, monseñor Salcedo Guarín nació en Corrales, Boyacá, el 8 de diciembre de 1921 y falleció en Miami, Florida, Estados Unidos de Norteamérica, el 2 de diciembre de 1994. Era hijo de José Joaquín Salcedo Cújar y de Eva María Guarín Perry. Al ser encargado por el obispo de ser el coadjutor de la parroquia de Sutatenza, luego de haber sido ordenado sacerdote el 31 de mayo de 1947 habiéndose formado en el Seminario Mayor de Tunja, Salcedo comenzó a desarrollar la idea de las Escuelas Radiofónicas, que, además, buscaron la dignificación formativa del campesinado colombiano y, en 1949 esa emisora casera, con sus 20 receptores General Electric de tubos, elevó su potencia en antena a un kilovatio, pasando en 1960 a desarrollar su cubrimiento con un transmisor de 50 kilovatios y, el milagro lo hizo San Pablo VI, quien las únicas dos ciudades de su primera visita pastoral a América, fueron Mosquera y Bogotá. En la primera, ese año de 1968, el Pontífice bendijo los transmisores que pasaron de tener 98 kilovatios a 580 kilovatios. Diez años más tarde, Sutatenza, ya con más de 600 kilovatios en antena, se consolidó como una cadena con emisoras en Bogotá, Magangué, Medellín, Cali y Barranquilla, lo cual abrió los ojos a las cadenas comerciales de tal forma, que una de ellas terminó por comprar lo que era el sueño de la formación creado por Salcedo. La primera escuela radiofónica, que funcionaba en la casa de la familia Sastoque y constaba de un radio General Electric, una pila, un tablero y un pedazo de riel de ferrocarril de 50 centímetros, fue inaugurada formalmente por el presidente Mariano Ospina Pérez, quien expresó: “Al llegar las sombras de la noche se inicia para los campesinos de Colombia el amanecer a su inteligencia y de sus mentes”. Como reconocimiento a sus grandes obras, Salcedo, fue designado prelado doméstico (con tratamiento de monseñor) por el Papa Pío XII en enero de 1955 y el 30 de marzo de 1965, Papa Pablo VI lo ascendió a la categoría de protonotario apostólico supernumerario, distinción pontificia honorífica que ratificaba, protocolariamente su condición de Miembro de la Casa y Familia Pontificia. El pasado miércoles 1 de diciembre, el Arzobispo de Tunja, Monseñor Gabriel Ángel Villa Vahos, instaló formalmente en esa ciudad, luego de más de un año y medio de trabajo preparatorio, la Academia de Medios de Comunicación “Monseñor José Joaquín Salcedo Guarín”, bajo la presidencia del periodista e historiador Javier Hernández Salazar y la secretaría general a cargo de la ilustre abogada y doctora en derecho Nubia Catalina Monguí Merchán. Dicha Academia se hermana a su vez con la Academia de Historia Eclesiástica de Boyacá, que preside el doctor Jerónimo Gil Otálora. Hernán Alejandro Olano García Miembro de la Academia Colombiana de Historia Eclesiástica

Lun 6 Dic 2021

Luces en la noche

Por: Mons. Darío de Jesús Monsalve Mejía - En tiempos de incertidumbre, la noche extiende su oscuridad sobre el horizonte de nuestras consciencias. Vemos solo el instante en que vivimos. Y una inseguridad, tejida de temores apocalípticos, diezma el ímpetu emprendedor y la fuerza interior de la esperanza. Caminar a oscuras, sin horizonte y sin brújula, sin guía y sin metas, en las diásporas del “sálvese quien pueda”, es ser arrastrados por la vorágine de la autodestrucción, en la que estamos instalados hoy. Pandemias, guerras, economías ilícitas, cambio climático, torrentes migratorios, manipulación mediática, control político y policial, robo e inseguridad, escasez y carestía: todo un cuadro crítico que presiona la psiquis humana de esta generación. Depresión y fatiga, proyectos de muerte y pánico colectivo están al acecho. No es necesariamente el Apocalipsis del fin del mundo. Podría ser mejor el amanecer de una conciencia global, de casa común, de solidaridad interhumana, de convivencia pacífica y amistad social. Un amanecer que trasponga los meridianos entre las tinieblas y la luz; que suscite el bíblico “canto del gallo”, es decir, la frontera entre noche y día, la hora de recobrar la fidelidad perdida y de llorar la amargura de nuestras cobardías y traiciones: aquellas que disocian la libertad de la verdad, la vida del amor, haciéndonos incapaces del bien que labra un mundo mejor, un mañana que ilusione. En estos escenarios de contrastes, irrumpe la luz de Navidad, con las esperas del antes y del después de Cristo. Es la esperanza de la Encarnación de Dios que recorre las sendas de la vida, desde las entrañas de María hasta la “humanidad sin entrañas” de la Cruz y del Calvario, desde las entrañas de la noche de Navidad, hasta las entrañas mismas de la noche de Pascua y el amanecer definitivo de la vida en la resurrección. “¡El pueblo que andaba en tinieblas ha visto gran luz! A los que habitaban en tierra de sombra de muerte, la luz ha resplandecido sobre ellos” (Isaías 9,2). Centrar la vida y la historia en una persona, en la persona de Cristo Viviente, es la gracia de la encarnación de Dios, que adoramos en la noche y el día de Navidad, al recitar el Credo y doblar la rodilla en el “et incarnatus est” y el “et homo factus est” (se encarnó, se hizo hombre). Apresurar la llegada del Reino de Dios que Él consolidó sobre el trono de su cruz, sobre la humanidad que acepta crucificar manos y pies, actitudes y palabras, para poner el cimiento más radical, el de la no violencia del amor, es el secreto íntimo de la “cultura de la vida” en todo tiempo y circunstancia. Hay luces en la noche. No estamos solos en el devenir de la historia. Un devenir que Dios Encarnado, Jesús de Belén, de Nazareth y de Jerusalén, puso en positivo. No caminamos hacia el fin apocalíptico del mundo, sino hacia la segunda venida de Cristo como Señor que somete a los “enemigos del hombre” y a la muerte misma, al poder pacificador de su resurrección. ¿Cómo encender estas “luces en la noche” de la actual travesía humana? Desde el gesto personal de llamar e invocar a Jesús con el “Marana Tha” (“Ven, Señor Jesús”), convertido en plegaria de Adviento y gozo de la Novena de Navidad; hasta la adoración del misterio encarnado en la Noche Buena y fiesta del Nacimiento, el símbolo de la luz en las noches, de las velas encendidas y las alegrías compartidas en viandas, músicas, pesebres y regalos que se intercambian, sin la pólvora aguafiestas ni las estridencias paganas, ayudan a “socializar” la esperanza y a reintegrar familias y vecindades, generaciones y marginalidades. Y más allá de estas tradiciones, busquemos con ellas y entre todos ese caminar juntos, la disposición de ser sínodo, peregrinos y caminantes que hacemos parte de quienes procuran soluciones y no de quienes agravan los problemas y tienden a la destrucción apocalíptica de los desesperados. La coyuntura de desafíos globales y de época preelectoral y apremio de protesta social y de paro nacional en Colombia, exigen luz y lucidez de todos, hombres y mujeres, para avanzar unidos por la vida, la reconciliación, las garantías de derechos y de democracia, la convivencia entre diversos y los acuerdos de paz entre adversarios. Sin violencia alguna, con presencia colectiva de pueblo sin más armas que la dignidad, la voluntad y la palabra, sin más estrategia que la de la “unidad superior al conflicto”, con unidad espiritual y firmeza moral, podremos vencer toda tentación de destrucción y muerte, toda imposición de injusticia y engaño. Me uno en oración a todas nuestras comunidades y a todos los hogares. Y los bendigo como pastor y obispo de esta Iglesia que peregrina en Cali. ¡Navidad y Año Nuevo 2022 llenos de luz y esperanza! + Darío de Jesús Monsalve Mejía Arzobispo de Cali

Jue 2 Dic 2021

Fidelidad a Jesucristo y a la Iglesia - I parte

Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve – Homilía de posesión Canónica – I PARTE - Nos reunimos en esta Catedral San José de Cúcuta, convo­cados por el Señor, para esta solemne celebración de acción de gra­cias, en la cual por Voluntad de Dios y llamado de la Iglesia en la Persona del Papa Francisco, asumo el encargo, como sucesor de los Apóstoles en esta porción del pueblo de Dios que pere­grina en la Diócesis de Cúcuta, donde se hace presente la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica que subsiste en esta Iglesia Particular, con la presencia del Obispo. En la Iglesia Católica tenemos el re­galo de la sucesión apostólica, así lo enseña la Palabra de Dios cuando nos dice que: “El Señor llamó a los que Él quiso y se acercaron a Él. Desig­nó entonces a doce, a los que llamó Apóstoles, para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar” (Mc 3, 13 - 15) y aprendieron de Jesús todo cuanto debían anunciar por el mun­do. Esta designación fue una elección gratuita de Dios, los Apóstoles no eli­gieron el estado apostólico, fue el Se­ñor quien los llamó, así lo expresa el apóstol San Juan: “No me eligieron ustedes a mí, fui yo quien los elegí a ustedes. Y los he destinado para que vayan y den fruto abundante y duradero” (Jn 15, 16). De esta mane­ra, ellos fueron hechos portadores del testimonio de Jesús, de su Muerte y Resurrección, del anuncio gozoso de la gran noticia de la misericordia del Padre para toda la humanidad y de la presencia permanente en la Iglesia de los misterios de la Salvación. La Iglesia que peregrina en Cúcuta ha sido bendecida por Dios con la siem­bra misionera que en el pasado em­prendieron hombres llenos de fe, que sin temores mundanos y con gran celo apostólico evangelizaron estos territorios gastando su vida en la alegría de llevar el mensaje de la salvación e invitando a la conversión. Quiero hacer especial reconocimiento a mis predecesores en el episcopado en esta porción del Pueblo de Dios, que han sembrado las semillas del Evangelio por estas tierras Nortesantandereanas y con su testimonio de vida y anuncio de la Palabra del Señor, han construido el Reino de Dios. Reconozco también la labor de muchos otros evangeliza­dores, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, que han cumplido ese encar­go, impulsados por el mandato de Je­sús: “Vayan por todo el mundo” (Mc 16, 15) y “hagan discípulos de todas las naciones” (Mt 28, 19), dando a co­nocer la Palabra de Dios, siguiendo el ejemplo de Jesucristo Buen Pastor que va tras la oveja perdida y da la vida por su rebaño. Hemos escuchado la Pa­labra de Dios escrita para nuestro consuelo y sal­vación. La primera lec­tura del profeta Jeremías, nos invita a reconocer la elección de Dios para la misión, como iniciati­va divina, sin mérito alguno de nues­tra parte y desde ese momento con el mandato misionero: “irás adonde yo te envíe y dirás todo lo que yo te or­dene… mira pongo mis palabras en tu boca…no tengas miedo” (Cfr. Jer 1, 4 -10), invitándonos en la segunda lectura del Apóstol san Pedro que he­mos escuchado, a todos los pastores a apacentar el rebaño que Dios nos ha confiado, no a la fuerza, sino con gusto, como Dios quiere; y no por los beneficios que pueda traernos, sino con ánimo generoso, siendo modelos del rebaño (Cfr. 1Pe 5, 2 - 7), para de­cirnos con esta palabra que toda nues­tra vida la conduce Dios, que estamos en sus manos y en salida misionera para hacer y amar la voluntad de Dios en nuestra vida. En la misión que cada uno tiene, en el ministerio episcopal y sacerdotal, en la vida de matrimonio y familia, en el trabajo, ahí estamos lla­mados a reconocer el plan de Dios para nuestras vidas y a hacer la Voluntad del Padre, siempre poniéndonos en las manos de Dios, repitiendo en nuestra oración diaria: “Padre, me pongo en tus manos”, descubriendo, haciendo y amando la Voluntad de Dios, sin torcer el plan que Él ha trazado para nuestra existencia, aún con las dificultades que puedan venir, pero con la certeza que en las manos de Dios todo lo podemos, repitiendo siempre, “todo lo puedo en Cristo que me da la fuerza” (Filp 4, 13). La nueva etapa que Dios nos permite comenzar en este día va a necesitar nuestros mejores esfuerzos de fide­lidad a la Voluntad de Dios, y todos sabemos, también noso­tros los sacerdotes, que el esfuerzo comienza por nuestra propia fidelidad al Señor que nos ha lla­mado a una misión, la de anunciar el Reino de Dios, ahora en esta Igle­sia particular de Cúcuta. Si hay algo que tenemos que cultivar con fortaleza y vigor, es saber entender que el Reino de los cielos lo tenemos que hacer crecer en nuestras comuni­dades, de manera que ninguno se pier­da. Solamente desde la sencillez de corazón podemos aceptar a Jesucristo en nuestras vidas. Para poder entender la magnitud y grandeza de la misión evangelizadora, necesitamos la gracia de la fidelidad a Jesucristo y a la Iglesia, que sostene­mos con la oración diaria, constante y perseverante de rodillas frente al San­tísimo Sacramento, la cual renovamos con la confesión frecuente, porque ne­cesitamos revisar nuestras decisiones cuando se oponen al plan que Dios tiene para nuestra vida, para vivir en estado de gracia y que ejercitamos con la caridad pastoral, en una entrega permanente y fiel al Pueblo de Dios, al cual nos debemos por elección predi­lecta del Señor. Por eso, nos alegramos hoy con esta celebración, que es el signo evidente de que Jesucristo, Buen Pastor, siempre está con nosotros y no nos abandona, Él siempre permanece fiel y nos ense­ña a ser fieles, cueste lo que cueste. Él es el único protagonista de la historia de la Iglesia y, por supuesto, de nuestra historia de salvación aquí y ahora. To­dos tenemos que volver la mirada a Él porque Él es quien dará éxito a nuestra misión actual. Es Él quien nos conoce por el nombre y quien nos llama por amor a su rebaño, Él es quien nos ali­menta con el banquete de la Palabra y de la Eucaristía, Él es quien tiene en sus manos nuestros esfuerzos y nues­tras vidas. Que sea Él quien me dé a mí la capacidad para llegar a cada uno de ustedes, por amor a Él mismo. Que me dé las fuerzas para seguir la labor evangelizadora de mis predeceso­res y la gracia para animar siempre a todos en la construcción del ideal que la Iglesia espera de nuestra Dió­cesis de Cúcuta. Entre nuestras prioridades pastorales en esta Diócesis de Cúcuta tiene que estar el deseo de seguir caminando con nuevo y renovado compromiso evan­gelizador, fortaleciendo el Proceso Evangelizador de la Iglesia Particular, formando comunidades de fe, que ayu­den a transformar nuestra sociedad con la fuerza del Evangelio. Continuamos con esta nueva etapa de la Historia Sal­vífica, en esta porción del pueblo de Dios, con el deseo misionero de vivir el Evangelio de Cristo y de anunciarlo a todas las gentes, mirando las perife­rias físicas y existenciales de nuestra región y siendo Diócesis en camino sinodal y en salida misionera. Cúcuta, 20 de noviembre de 2021 + José Libardo Garcés Monsalve Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Lun 29 Nov 2021

Un mundo sin alma

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo -En varios países del mundo se está dando, desde hace algunos años, una movilización social, que ahora está presente también en Colombia. A esto se añade la tensión producida por la violencia que nos ha azotado en las últimas décadas y las preocupantes situaciones generadas a partir de la pandemia del Covid-19. Todo va alimentando la reacción agresiva de las masas, puede ser con motivaciones acomodadas o aun sin razones concretas, pero en el fondo señalando que algo no funciona bien. Este descontento que está paralizando el país, que promueve un vandalismo que destruye servicios indispensables que entre todos hemos construido, que saca lo mejor y lo peor de las personas, más que a situaciones particulares, se debe a las formas de vida que ha generado un modelo de civilización, cuyos únicos valores y fundamentos son económicos, tecnológicos y políticos. Así se ha creado una sociedad injusta, donde sólo una pequeña parte de la población aprovecha toda la riqueza y para ello utiliza el poder político. A esto se suma la corrupción en el manejo del estado y en la actuación de no pocos servidores públicos, quienes en lugar de pensar a profundidad en la organización y el desarrollo integral de la sociedad, en lamentables componendas políticas, dilapidan los recursos y aceptan todo lo que impongan grupos internos o agendas foráneas, que les permiten detentar el poder y todos sus beneficios. Así quedamos todos bajo unos estereotipos impuestos por unas elites que, con diversos intereses, se pelean el mundo. De otra parte, la búsqueda de comodidad, de lujos y de hedonismo, transformó la vida en un ámbito comercial, donde no se encuentra ni el verdadero concepto ni la forma adecuada de alcanzar la felicidad personal y el bienestar de todos. Esa falta de respeto por la dignidad humana, de ausencia de solidaridad entre todas las personas y de creciente insatisfacción, llega a un punto intolerable. Entonces, los estallidos sociales muestran que estamos frente a un modelo de sociedad mal construido, que debe cambiar. Ante esta realidad, por supuesto, los gobiernos y toda la sociedad deben realizar un dialogo serio para recomponer lo que marcha mal; la clase económica debe patrocinar proyectos audaces para ayudar a los sectores más vulnerables y superar la inequidad; todos debemos propiciar diversas iniciativas para ayudar a quienes están sin los recursos indispensables y aún sin la fortaleza interior para vivir. Pero es preciso pensar que esto no basta y que con el tiempo seguirán creciendo los problemas morales y sociales, que generan indignación y llevan a estallidos imparables. Es preciso ir al fondo. El mundo no puede ser un cuerpo sin alma. La persona humana tiene el deber moral de trabajar sobre sí misma para tener gobierno de su mundo interior a partir de la conciencia; de lo contrario, los instintos y pasiones nos deforman, esclavizan y enfrentan unos contra otros. La visión que, en gran parte, ha construido la sociedad de hoy sólo ha pensando en un bienestar exterior. Si no hay un referente trascendente es imposible encontrar sentido, la calidad humana disminuye, muchos grupos humanos quedan sin protección y sin futuro y la verdadera justicia social nunca llega. La sociedad ha sido víctima de un engaño: creer que la producción y generación de riqueza era el sentido mismo de la vida. Esa dinámica nos puso en una permanente ansiedad, en un terrible individualismo y por último en una lamentable polarización y confrontación. Junto a esto una creciente secularización nos volvió la vida más compleja, más acelerada, más frívola y más triste. La vida se empobreció al desvanecerse los conceptos esenciales de sabiduría, de virtud y de trascendencia. Cada uno inventando el sentido para vivir y muchos mendigándolo en ideologías, que siendo sólo ideas, no pueden responder a la realidad integral de la persona. Ciertamente es preciso atender los problemas inmediatos, pero es necesario pensar también en una respuesta a fondo. La alegría de vivir, la fraternidad, la unidad en torno al bien común no se logran por una campaña publicitaria, ni por la promulgación de una ley, ni por la manipulación ideológica con los potentes medios de hoy, menos todavía por una revolución violenta. La vida verdadera sólo puede venir al mundo por una larga transformación cultural que vaya dando a las personas la sabiduría para vivir bien y la motivación para conducir rectamente su vida. Ahí está el gran servicio de la Iglesia a la humanidad. Es preciso que nosotros veamos claro y que actuemos con más audacia. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Mié 24 Nov 2021

¡Recuperar la autoridad!

Por: Mons. Carlos Arturo Quintero Gómez - Después del terremoto de 1999, el departamento del Quindío ha avanzado en materia económica, cultural, administrativa; se reconocen los espacios, la infraestructura y la belleza arquitectónica de muchas de las edificaciones. En este camino de progreso y desarrollo están plasmadas las ideas, los conceptos, las estrategias y la vocación de hombres y mujeres que han nacido en este terruño y de aquellos que han aportado, desde otras latitudes a que el Quindío se vaya erigiendo como un departamento próspero. Sin embargo, pese a las noticias buenas, hay otras noticias muy desalentadoras que nos deben interpelar y llevar a asumir compromisos serios. Me refiero, por dejemplo a la autoridad que se ha ido perdiendo en el escenario político, social, la ausencia de líderes y, por ende, la confusión ante la pregunta: ¿hacia dónde vamos? No hay duda que me responderán: ‘tenemos un programa de gobierno’, ‘se tienen políticas públicas para diversos grupos humanos, minorías, etc.’, ‘los informes de gestión revelan los grandes avances’; no desconocemos el desarrollo, el compromiso de los entes gubernamentales, las asociaciones, las agremiaciones, los entes no gubernamentales, el aporte de la Iglesia católica, de las diversas denominaciones religiosas, pero hay verdades que no podemos ocultar: por ejemplo, la inseguridad sigue creciendo, el sistema judicial cada vez más débil, una reforma de la justicia que sigue en cuidados intensivos, una fractura visible entre las políticas de la policía nacional y su batalla contra el crimen y las políticas de la fiscalía y nuestros jueces, que hace más vulnerable la convivencia pacífica y el cumplimento de la ley. Otro ejemplo, la movilidad vial, cada vez más compleja; en Armenia, por pensar en solo un ejemplo, la vía Centenario se ha convertido en un parqueadero de motos y de carros; y qué decir de la visibilidad vial para llegar a los municipios, por la invasión de las malezas sin que realice el debido desbroce de la zona, que corresponde a cada una de las administraciones locales. A lo anterior sumemos los niveles de pobreza que siguen en aumento, los terrenos ilegales o subnormales, zonas de alto riesgo en donde se construyen viviendas, sin ningún control. En este sentido, permítanme contarles que la diócesis de Armenia tiene un programa denominado “los rostros que nos interpelan”, en el que contemplamos los rostros de cientos de habitantes en situación de calle; semanalmente se realizan las denominadas ‘rutas’, que consiste en salir a recorrer algunas zonas deprimidas y vulnerables en las que nos encontramos con los habitantes, muchos de ellos consumidores activos, nos topamos con familias y naturalmente con niños, adolescentes y jóvenes viviendo en zonas muy confusas en medio de factores de riesgo inminentes. Recorrer espacios como los de la cueva del humo, toda la zona que comprende la vieja carrilera, detrás de la estación o la carrera 20, o la misma calle 26, debajo del puente ‘La Cejita’, por nombrar algunos referentes, impactan por la situación de pobreza, salud mental, higiene, servicios públicos, seguridad, niveles educativos, acceso a la canasta básica familiar. Estos deberían ser sectores intervenidos permanentemente no con acciones coercitivas, sino con trabajos de prevención, atención y mitigación. Seguiremos haciendo este recorrido con amor, reconociendo en cada rostro el rostro de Jesús sufriente, pero sigo pensando ¿qué pasa con la autoridad? y ¿las políticas públicas? ¿y los recursos de la llamada inversión social? Indudablemente si no nos ponemos las pilas, si no unimos esfuerzos y articulamos estrategias institucionales, si cada cual sigue trabajando como una isla, nuestra ciudad y nuestro departamento seguirá robusteciendo sus niveles de pobreza y, por ende, de violencia, drogadicción, crecimiento del micro-tráfico y del narcotráfico, mientras veremos con dolor, como se truncan los sueños de nuestros niños, adolescentes y jóvenes. Hay que recuperar la autoridad que no solo implica hacer cumplir la ley, sino promover una auténtica coherencia moral y la responsabilidad social de todos. + Carlos Arturo Quintero Gómez Obispo de Armenia

Jue 18 Nov 2021

El Obispo sucesor de los Apóstoles

Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve - Al recibir el nombramiento que me ha hecho el Papa Francis­co, como Obispo de la Dióce­sis de Cúcuta, como sucesor de los Apóstoles les ratifico mi oración fer­viente al Señor con la intención del crecimiento en la fe, la esperanza y la caridad, para seguir construyendo en camino sinodal, una comunidad viva, en salida misionera, al servicio de Dios y de los más pobres y nece­sitados. En la Iglesia Católica tenemos el re­galo de la sucesión apostólica, así lo enseña la Palabra de Dios cuando nos dice que: “El Señor llamó a los que Él quiso y se acercaron a Él. Desig­nó entonces a doce, a los que llamó Apóstoles, para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar” (Mc 3, 13 - 15), y aprendieron de Jesús todo cuanto debían anunciar por todas partes. Esta designación fue una elección gratuita de Dios, los Apóstoles no eligieron el estado apostólico, fue el Señor quien los llamó, así lo expresa el Apóstol san Juan: “No me eligieron ustedes a mí, fui yo quien los elegí a ustedes. Y los he destinado para que vayan y den fruto abundante y duradero” (Jn 15, 16), de esta manera, fueron hechos portadores del testimonio de Jesús, de su muerte y resurrección y del anuncio gozoso de la gran noticia de la misericordia del Padre para toda la humanidad y de la presencia perma­nente en la Iglesia de los misterios de la Salvación. Para cumplir con el mandato del Señor de anunciar todo el misterio pascual de la pasión, muerte y resu­rrección de Nuestro Señor Jesucris­to, los Apóstoles instituyeron a otros hombres, con la misma autoridad y función en la Iglesia que ellos, y los llamaron Obispos, estableciendo a la vez colaboradores para el servicio del culto y el anuncio del Evangelio, a quienes llamaron presbíteros, y eli­gieron a otros para el servicio de la caridad, a quienes denominaron diá­conos (Cf. LG 20). Desde el mismo origen, con Pedro a la cabeza por elección del mismo Se­ñor y los demás Apóstoles, Nuestro Señor Jesucristo instituye la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica, que sigue presente en los sucesores de los Apóstoles, que son los Obispos, que juntos conforman el Colegio Episcopal, al cual pertenecen to­dos los Obispos en co­munión con el Roma­no Pontífice, que en el momento actual es el Papa Francisco. Los Obispos presiden cada diócesis y garantizan la comunión en la ca­ridad, con Pedro y bajo la autoridad de Pedro; de tal manera, que la Iglesia de Cristo existe donde se encuentren hoy los sucesores de los Apóstoles, en comunión y obediencia al sucesor de Pedro, el Papa Francisco. Desde el principio hasta el día de hoy, el Obispo tiene la misión de ser testi­go de la Muerte y la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, principio de la comunión católica, animador de la misión de la Iglesia y estímulo para que el pueblo de Dios crezca en la fe, la esperanza y la caridad. Así lo enseña el Concilio Vaticano II cuando dice: “Con la consagración episcopal se confiere la plenitud del sacramento del Orden, que por esto se llama en la liturgia de la Iglesia y en el testimonio de los Santos Padres ‘supremo sacerdocio’ o ´cumbre del ministerio sagrado´. Ahora bien: la consagración episcopal, junto con el oficio de santificar, confiere también los de enseñar y regir, los cuales, sin embargo, por su naturaleza, no pue­den ejercitarse sino en comunión je­rárquica con la Cabeza y miembros del Colegio… los Obispos en forma eminente y visible, hacen las veces de Cristo, Maestro, Pastor y Pontífice, y obran en su nombre” (LG 21). La clave para el ejercicio del minis­terio episcopal está en la Comunión, afectiva y efectiva en el hoy de la historia con el Papa Francisco, como sucesor de Pedro y con la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica, misterio que se hace presente en cada diócesis, donde está un Obispo legítimamente constituido y que a la vez es garantía de la sucesión apostó­lica, enseñanza que a la vez retoma Apare­cida cuando afirma: “Reunida y alimen­tada por la Palabra y la Eucaristía, la Iglesia Católica exis­te y se manifiesta en cada Iglesia Particu­lar, en comunión con el Obispo de Roma. Esta es, como lo afirma el Concilio, ‘una porción del pueblo de Dios confiada a un Obispo para que la apaciente con su presbi­terio” (DA 165). En virtud de esa institución divina, los Obispos representan a Cristo, de manera que escucharlos significa es­cuchar a Cristo. Así pues, además del sucesor de Pedro, también los otros sucesores de los Apóstoles represen­tan a Cristo pastor. Esto lo enseña el Concilio: “En la persona de los Obis­pos, a quienes asisten los presbíteros, el Señor Jesucristo, pontífice supre­mo, está presente en medio de los fieles” (LG, 21), realidad que tiene raíces en el Evangelio: “Quien los escucha ustedes, a mí me escucha (Lc 10, 16). De tal manera, que escuchar al Obispo sucesor de los Apóstoles es escuchar a Nuestro Señor Jesucristo. Los invito a que en espíritu de comu­nión, todos vivamos este comienzo de una nueva etapa, como diócesis en camino sinodal y en salida misionera. Por voluntad de Dios y llamado de la Iglesia, en cabeza del Papa Francisco, vengo a caminar con ustedes, con la convicción que yo los voy a escuchar, ustedes me van a escuchar y juntos vamos a escuchar al Espíritu Santo, que nos iluminará para discernir la Voluntad de Dios para este momento de nuestra historia diocesana, que será estar en salida misionera, buscando a los que están alejados, siguiendo el espíritu de la enseñanza de Apareci­da cuando afirma: “La Diócesis, en todas sus comunidades y estructuras, está llamada a ser una ‘comunidad misionera’, cada Diócesis necesita robustecer su conciencia misionera, saliendo al encuentro de quienes aún no creen en Cristo en el ámbito de su propio territorio y responder adecua­damente a los grandes problemas de la sociedad en la cual está inserta. Pero también, con espíritu materno, está llamada a salir en búsqueda de todos los bautizados que no partici­pan en la vida de las comunidades cristianas” (DA 168). Con este buen propósito nos pone­mos bajo la protección y amparo de la Santísima Virgen María, Estrella de la Evangelización, que nos protege y ampara y del Glorioso Patriarca San José nuestro patrono, que custodia nuestra fe, esperanza y caridad. Que ellos nos alcancen de Jesucristo todas las bendiciones y gracias necesarias, para emprender esta experiencia en camino sinodal y en salida misionera, para mayor gloria de Dios y salvación nuestra. En unión de oraciones, reciban mi bendición. + José Libardo Garcés Monsalve Obispo electo de la Diócesis de Cúcuta

Vie 12 Nov 2021

4 C’s en la Jornada de los Pobres

La Jornada Mundial de los Pobres, instaurada por el papa Francisco, alcanza este domingo, 14 de noviembre, su quinta edición, con el deseo de que “arraigue cada vez más en nuestras Iglesias locales y se abra a un movimiento de evangelización que en primera instancia salga al encuentro de los pobres, allí donde estén” (Mensaje del Santo Padre para la V Jornada Mundial de los Pobres, n. 9). El lema escogido para la ocasión está tomado de la escena evangélica de la unción en Betania: “A los pobres los tienen siempre con ustedes” (Mc 14,7). Mi primera propuesta –la más sencilla, obvia y directa– es que aprovechemos este momento para leer y orar el Mensaje del papa Francisco, fácilmente accesible en la página web del Vaticano y en otros lugares. Como invitación a ello, ofrezco en los párrafos siguientes un posible esquema de lectura, centrándome en cuatro palabras, las 4 C’s: la convicción de que los pobres son un lugar sagrado, la necesaria contemplación de la realidad, la imprescindible y gozosa conversión que el mundo de los pobres exige de nosotros y el compromiso al que somos lanzados por el Señor Jesús y por la Buena Noticia de la Redención. Convicción. En el relato evangélico “Jesús les recuerda [a los comensales y a nosotros] que el primer pobre es Él, el más pobre entre los pobres, porque los representa a todos. Y es también en nombre de los pobres, de las personas solas, marginadas y discriminadas, que el Hijo de Dios aceptó el gesto de aquella mujer” (Mensaje, n. 1). De este modo, captamos “el vínculo inseparable que hay entre Jesús, los pobres y el anuncio del Evangelio” (Mensaje, n. 2). Aquí aparece una convicción central en la vida de la Iglesia: “Los creyentes, cuando quieren ver y palpar a Jesús en persona, saben a dónde dirigirse, los pobres son sacramento de Cristo, representan su persona y remiten a él” (Mensaje, n. 3). De un modo semejante a como afirmamos la presencia de Cristo en la Eucaristía, debemos afirmar la presencia real de Cristo en el cuerpo de los pobres, tal como Él mismo indicó: “Os aseguro que lo que hayáis hecho a uno solo de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40). Contemplación. Esta mirada sacramental de los pobres pide afinar nuestro talante contemplativo: “El rostro de Dios que Él revela, de hecho, es el de un Padre para los pobres y cercano a los pobres. Toda la obra de Jesús afirma que la pobreza no es fruto de la fatalidad, sino un signo concreto de su presencia entre nosotros. No lo encontramos cuando y donde quisiéramos, sino que lo reconocemos en la vida de los pobres, en su sufrimiento e indigencia, en las condiciones a veces inhumanas en las que se ven obligados a vivir” (Mensaje, n. 2). Esta mirada contemplativa va más allá de los casos individuales: “El Evangelio de Cristo impulsa a estar especialmente atentos a los pobres y pide reconocer las múltiples y demasiadas formas de desorden moral y social que generan siempre nuevas formas de pobreza” (Mensaje, n. 5). El Papa indica que, ante la cambiante realidad de nuestro mundo, “se requiere un enfoque diferente de la pobreza” (Mensaje, n. 7). Y añade: “Es decisivo que se aumente la sensibilidad para comprender las necesidades de los pobres, en continuo cambio como lo son las condiciones de vida… Debemos estar abiertos a leer los signos de los tiempos que expresan nuevas modalidades de cómo ser evangelizadores en el mundo contemporáneo” (Mensaje, n. 9). Conversión. Este ejercicio contemplativo exige, y a la vez provoca, una verdadera conversión de la mirada y de la vida. Dice el Papa: “Esta conversión consiste, en primer lugar, en abrir nuestro corazón para reconocer las múltiples expresiones de la pobreza y en manifestar el Reino de Dios mediante un estilo de vida coherente con la fe que profesamos. A menudo los pobres son considerados como personas separadas, como una categoría que requiere un particular servicio caritativo. Seguir a Jesús implica, en este sentido, un cambio de mentalidad, es decir, acoger el reto de compartir y participar” (Mensaje, n. 4). Obviamente, esto tiene implicaciones para nuestra vida cotidiana: “Un estilo de vida individualista es cómplice en la generación de pobreza, y a menudo descarga sobre los pobres toda la responsabilidad de su condición. Sin embargo, la pobreza no es fruto del destino sino consecuencia del egoísmo” (Mensaje, n. 6). Por eso, “servir eficazmente a los pobres impulsa a la acción y permite encontrar los medios más adecuados para levantar y promover a esta parte de la humanidad, demasiadas veces anónima y sin voz, pero que tiene impresa en sí el rostro del Salvador que pide ayuda” (Mensaje, n. 7). De este modo, entramos ya en el cuarto punto de nuestra reflexión. Compromiso. El Papa recuerda un texto de su exhortación apostólica Evangelii Gaudium: “Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos. Nuestro compromiso no consiste exclusivamente en acciones o en programas de promoción y asistencia; lo que el Espíritu moviliza no es un desborde activista, sino ante todo una atención puesta en el otro considerándolo como uno consigo” (Mensaje, n. 2). Reconoce que “la solidaridad social y la generosidad de la que muchas personas son capaces, gracias a Dios, unidas a proyectos de promoción humana a largo plazo, están aportando y aportarán una contribución muy importante en esta coyuntura” (Mensaje, n. 5). Aclara que “no se trata de aliviar nuestra conciencia dando alguna limosna, sino más bien de contrastar la cultura de la indiferencia y la injusticia con la que tratamos a los pobres” (Mensaje, n. 8). Y, a la vez, subraya que “la ayuda inmediata para satisfacer las necesidades de los pobres no debe impedirnos ser previsores a la hora de poner en práctica nuevos signos del amor y de la caridad cristiana como respuesta a las nuevas formas de pobreza que experimenta la humanidad de hoy” (Mensaje, n. 9). En definitiva, esta Jornada Mundial es una invitación a plantar cara, a la pobreza y a ayudar a los pobres, saliendo a su encuentro, enjugando sus lágrimas, tendiéndoles la mano, descubriendo en su rostro el de Cristo. “No podemos esperar a que llamen a nuestra puerta, es urgente que vayamos nosotros a encontrarlos en sus casas, en los hospitales y en las residencias asistenciales, en las calles y en los rincones oscuros donde a veces se esconden, en los centros de refugio y acogida… Es importante entender cómo se sienten, qué perciben y qué deseos tienen en el corazón. […] Los pobres están entre nosotros. Qué evangélico sería si pudiéramos decir con toda verdad: también nosotros somos pobres, porque solo así lograremos reconocerlos realmente y hacerlos parte de nuestra vida e instrumentos de salvación” (Mensaje, n. 9). Mons. Fernando Chica Arellano Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA

Mié 10 Nov 2021

«A los pobres los tienen siempre con ustedes» (Mc 14,7)

Por: Dagoberto Cárdenas Artunduaga - Este 14 de noviembre la Iglesia Universal celebra la quinta Jornada Mundial de los Pobres, instituida por el Papa Francisco como un llamado a los católicos, no católicos, a los gobiernos y las organizaciones a no olvidarnos de los pobres, a tener muy en cuenta que su presencia en medio de nosotros es constante, pero, sobre todo, a involucrarnos con ellos, puesto que los pobres nos evangelizan. El Santo Padre invita también, a buscar las causas de la pobreza, para luego identificar las iniciativas necesarias para llegar a una posible solución, una tarea urgente para todos. En el mensaje para esta jornada el Papa resalta que Jesús es el primer pobre, el más pobre entre los pobres, porque los representa a todos y expresa muy categóricamente que “quienes no reconocen a los pobres traicionan la enseñanza de Jesús y no pueden ser sus discípulos. Los pobres están en el centro del camino de la Iglesia”, así mismo, afirma que ellos “son sacramento de Cristo, representan su persona y remiten a él. A Dios se le encuentra en la vida de los pobres, en su sufrimiento e indigencia, en las condiciones a veces inhumanas en las que se ven obligados a vivir”. En esta era en la cual la tecnología avanza, donde las libertades de las personas se marcan por el tener, el poseer y el individualismo se mira a los pobres como personas a quienes se debe descartar, o como personas “externas” y “ajenas” a la comunidad, ante esto, el Papa nos llama a verlos, sentirlos como hermanos y hermanas con los cuales es necesario compartir el sufrimiento para aliviar su malestar y marginación, así mismo, para devolverles la dignidad perdida y asegurarles la necesaria inclusión social. Jesús nos dice firmemente: «a los pobres los tienen siempre con ustedes» (Mc 14,7), por tanto, se convierte en una invitación a no perder nunca de vista la oportunidad que se ofrece de hacer el bien, de escucharlos, de compartir y acompañar, pero el Papa Francisco enfatiza que “no se trata de aliviar nuestra conciencia dando alguna limosna, sino más bien de contrastar la cultura de la indiferencia y la injusticia con la que tratamos a los pobres”. De hecho, continúa el Pontífice, “la limosna es ocasional, mientras que el compartir es duradero”. “La primera corre el riesgo de gratificar a quien la realiza y humillar a quien la recibe; el segundo refuerza la solidaridad y sienta las bases necesarias para alcanzar la justicia”. Otro de los puntos importantes de reflexión es la idea actual que impone la sociedad de que los pobres no sólo son responsables de su condición, sino que son una carga para el sistema económico que impone una cultura del individualismo y el consumo desenfrenado generando pobreza, ante esto, el Papa Francisco enfatiza que “la pobreza es consecuencia del egoísmo”, y expresa de manera vehemente que existen “muchas pobrezas de los “ricos” que podrían ser curadas por la riqueza de los “pobres”, ¡si sólo se encontraran y se conocieran! Ninguno es tan pobre que no pueda dar algo de sí mismo en la reciprocidad. Por tanto, esta jornada se convierte en una oportunidad desde nuestra Iglesia particular de Cali para reconocer las nuevas formas de pobreza que van agrandando la brecha de inequidad y las diversas violencias que se generan a raíz de situaciones de carencia, abandono, desempleo e injusticias y buscar desde cada una de las parroquias, las organizaciones y diversas instituciones estrategias para sensibilizar a la sociedad en la búsqueda de soluciones viables. Para el papa Francisco es “urgente dar respuestas concretas a quienes padecen el desempleo, que golpea dramáticamente a muchos personas, en especial a las mujeres y los jóvenes, quienes en este contexto de pandemia y de paro nacional han sido golpeados y conducidos a una pobreza extrema”. El mensaje de esta jornada es también un reclamo a los Gobiernos e Instituciones mundiales para que se sientan comprometidos con la construcción de un mundo mejor basado en la justicia. Así mismo, se necesita despertar en cada cada uno de los fieles católicos y demás ciudadanos la solidaridad social y la generosidad para con quienes sufren la pobreza, ellos están allí, a diario los vemos, y urgen de una solución a sus problemas y necesidades, dichas respuestas deben ser signos de amor y de caridad cristiana. Que esta V jornada de los Pobres nos ayude a vivir una reflexión personal sobre lo que estamos haciendo en favor de nuestros hermanos desde cada una de nuestras realidades, que no nos limitemos a saber que sí hay pobres, quiénes son y cuántos son, porque ellos, como dice don Primo Mazzolari “a los pobres se les abraza, no se les cuenta”. Recordemos siempre que Jesús no sólo está de parte de los pobres, sino que comparte con ellos la misma suerte, ¿será que nosotros compartimos los sufrimientos y esperanzas de nuestros hermanos necesitados? Padre Dagoberto Cárdenas Artunduaga Vicario Episcopal Arquidiócesis de Cali LEA TAMBIÉN⬇️ La pobreza, una violencia que sufren las mujeres Por: Adriana Lozada - “Mujeres y niñas están más expuestas a sufrir pobreza económica en todo el mundo. Brecha de género y pobreza son dos desigualdades interconectadas que vulneran los derechos de las mujeres”. Amnistía Internacional. Liliana cada mañana alista la masa de las arepas, la mantequilla y demás ingredientes para subir hasta la calle principal que atraviesa Terrón Colorado para venderlas, sube ilusionada porque de ellas depende el alimento diario para sus cuatro hijos, por lo menos garantizar uno al día. Ella vive en un asentamiento subnormal, su “casa” está hecha de bareque y latas que consiguió caminando calle arriba, calle abajo, buscando allí, pidiendo allá. “La pandemia me dejó en ruinas. Ya no podía con el arriendo, lo servicios y la comida, soy una mujer sola, he vivido la violencia y soy desplazada. Una amiga me dijo que me fuera a vivir al asentamiento, allí no pagaría arriendo y tendría por lo menos un techo seguro”, afirmó Liliana Candelo, mientras estira un plástico azul que sirve de pared al improvisado servicio sanitario. Como Liliana, existen cientos de mujeres pobres y en extrema pobreza, según Amnistía Internacional, el 70% de las personas pobres en el mundo son mujeres. Además, una de cada cinco niñas en el mundo vive en condiciones de extrema pobreza, esto producto de una gran desigualdad entre hombres y mujeres. Es evidente que este flagelo está asociado a las relaciones de poder que golpea con mayor fuerza a las mujeres, a las comunidades indígenas y afrodescendientes, además de la pobreza, se presenta la invisibilidad del trabajo doméstico no remunerado, la discriminación laboral, salarial y racial. Esta es una realidad que no se puede esconder, que marca y se nota, por ello el papa Francisco en esta Jornada de los Pobres, además de reflexionar sobre la necesidad de atender y servir a los pobres en general, hace énfasis en las mujeres, él pone de plano para su catequesis de esta Jornada, un pasaje bellísimo, tomado del evangelio de San Marcos 14, 7: "Jesús estaba en Betania, en casa de Simón el Leproso. Mientras estaban comiendo, entró una mujer con un frasco precioso como de mármol, lleno de un perfume muy caro, de nardo puro; quebró el cuello del frasco y derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús. Entonces algunos se indignaron y decían entre sí: «¿Cómo pudo derrochar este perfume? Se podría haber vendido en más de trescientas monedas de plata para ayudar a los pobres.» Y estaban enojados contra ella”. Ante esta situación Jesús expresó: «¡Déjenla! ¿Por qué la molestan? Ha hecho una obra buena conmigo» para Jesús ella, con su sensibilidad femenina, demostró ser la única que comprendió el estado de ánimo del Señor. Y agrega el Santo Padre “Esta mujer anónima, destinada quizá por esto a representar a todo el universo femenino que a lo largo de los siglos no tendrá voz y sufrirá violencia, inauguró la significativa presencia de las mujeres que participan en el momento culminante de la vida de Cristo: su crucifixión, muerte y sepultura, y su aparición como Resucitado”. Francisco sabiendo esta realidad, enfatiza que “las mujeres, tan a menudo discriminadas y mantenidas al margen de los puestos de responsabilidad, en las páginas de los Evangelios son, en cambio, protagonistas en la historia de la revelación” y más aún, es el mimo Jesús quien asocia a la mujer en su misión «Les aseguro que, para honrar su memoria, en cualquier parte del mundo donde se proclame la Buena Noticia se contará lo que ella acaba de hacer conmigo» (Mc 14,9). Ahora bien, es importante en esta jornada hacer una reflexión sobre la necesidad de reconocer que la pobreza afecta a hombres y mujeres de manera diferente, así como la exclusión de la mujer en todos los ámbitos. Si nos remitimos al pasaje bíblico citado por el Papa, podemos ver cómo los apóstoles se enojaron por la acción de la mujer hacia Jesús, descalificando su actuar frente al Mesías, por el contrario, fue Jesús quien valoró profundamente su acción que no es más que reconocerlo como el más pobre y tener una acción buena hacia Él, así también en esta sociedad no es visibilizada la pobreza en que viven las mujeres. Esta Jornada debe movilizar a la sociedad a diseñar políticas públicas que permitan dar solución a las situaciones de pobreza y desarrollar procesos que permitan la autonomía económica de las mujeres desde su empoderamiento, teniendo en cuenta que ellas representan más de la mitad de la población mundial. El Papa afirma que “es decisivo que se aumente la sensibilidad para comprender las necesidades de los pobres, en continuo cambio como lo son las condiciones de vida”. El llamado es entonces a que las soluciones planteadas a nivel mundial, nacional y regional para eliminar la pobreza sean bajo la perspectiva de género, puesto que erradicarla es fundamental porque sin igualdad no hay desarrollo posible. Recordemos siempre que fue Jesús el primero en empoderar a las mujeres, en reconocer su pobreza y la desigualdad existente desde esos tiempos: “les aseguro que, para honrar su memoria, en cualquier parte del mundo donde se proclame la Buena Noticia se contará lo que ella acaba de hacer conmigo” (Mc 14,9). Y termina diciendo: “Esta fuerte “empatía” entre Jesús y la mujer, y el modo en que Él interpretó su unción, en contraste con la visión escandalizada de Judas y de los otros, abre un camino fecundo de reflexión sobre el vínculo inseparable que hay entre Jesús, los pobres y el anuncio del Evangelio”. Adriana Lozada Vidal Vicaria Episcopal Desarrollo Humano Integral Arquidiócesis de Cali