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Opinión

Sáb 6 Nov 2021

Hacia una Iglesia sinodal (IV)

Por: Luis Fernando Rodríguez Velásquez - San Vicente de Lerins, nacido en Toulouse, Francia, y fallecido en el 450, monje declarado doctor de la Iglesia, afirmó que: “Lo propio del progreso es que la misma cosa que progresa crezca y aumente, mientras lo característico del cambio es que la cosa se muda y se convierta en algo totalmente distinto (…) Es también esto mismo lo que acontece con los dogmas cristianos: las leyes de su progreso exigen que éstos se consoliden a través de las edades, se desarrollen con el correr de los años y crezcan con el paso del tiempo” (San Vicente de Lerins, presbítero. del primer conmonitorio. Oficio de lectura viernes de la XXVII). El Papa Francisco, en el 2021, afirmó también, retomando palabras del Padre Congar que “No hay que hacer otra Iglesia, pero, en cierto sentido, hay que hacer una Iglesia otra, distinta”. La pregunta común que todos nos podemos hacer es ¿para qué servirá este ejercicio sinodal, para hacer otra Iglesia? Al final de la intervención del Papa en el encuentro de apertura del Sínodo en Roma, nos invita a “no dejarnos abrumar por el desencanto”. Esto es muy claro, pues en el ejercicio que se va al realizar, que ciertamente no es nuevo, a veces puede estar latente el sentimiento de desánimo por los resultados que pueden darse en la fase de consultación sinodal. Comparto una sencilla metodología, de manera que haya motivación para el trabajo y se logre llegar a conclusiones pertinentes y aplicables, a nivel particular y a un nivel global. Sugiero, antes que todo, que se parta de la realidad local, y cuando hablo de local, es la parroquia o grupo de interés primario, para pasar luego al grupo de interés secundario que es la Arquidiócesis, y posteriormente en el grupo de interés terciario que es la Iglesia Universal, pero sin olvidar que a la manera de los discos dentados de un reloj, el del segundero, el del minutero y del horario, los tres se inter relacionan y si uno falla, todo el reloj se detiene o atrasa o adelanta. Lo mismo en la Iglesia, y el ejercicio sinodal, teniendo en cuenta que la parroquia, la diócesis y la Iglesia Universal, tiene cada una un fin propio, todos se inter relacionan de manera que lo que se haga en la parroquia, si bien es cierto que el primer beneficiario será la misma parroquia, este beneficio y las reflexiones que se hagan, deberán tener una mirada más amplia, convencidos de que lo poco o mucho que se haga en cada porción de la Iglesia, es valioso y necesario y tendrá efectos en la Arquidiócesis y en la Iglesia Universal. En definitiva, el ejercicio sinodal nos hará entender mejor que hacemos parte de un proceso sistémico, donde todos somos necesarios. El Papa lo presenta cuando nos dice que “estamos en la misma barca”. ¿Y cómo responder a las preguntas que nos van a plantear? No se trata de responder con discursos elaborados o teóricos y alejados de la realidad. Se trata es de responder desde la experiencia vida de cada persona, grupo y comunidad. El itinerario sinodal será un espacio para realizar un auto examen a partir de lo que en el campo civil se ha denominado el DOFA, esto es, un acercarnos a las debilidades, oportunidades, fortalezas y amenazas que en cada momento y situación se puede estar viviendo en la Iglesia. Es reconocer lo que como persona, servidor, ministro y comunidad eclesial tenemos como debilidades y fortalezas, y también como en el mundo en que se vive, se pueden encontrar oportunidades y amenazas. Sugiero que se tengan en cuenta estos tips para que las reflexiones sean realmente motivadoras y aportantes. Un tip final: hay que dejar espacio al Espíritu Santo en los diálogos, en la escucha y el discernimiento. Con el Papa decimos: “Ven Espíritu Santo, dispón nuestros corazones a la escucha”. + Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar de Cali Lea también: Por una Iglesia sinodal (I) [icon class='fa fa-download fa-2x'] LEER AQUÍ[/icon] Hacia una Iglesia sinodal (II)[icon class='fa fa-download fa-2x'] LEER AQUÍ[/icon] Hacia una Iglesia sinodal (III)[icon class='fa fa-download fa-2x'] LEER AQUÍ[/icon]

Mié 3 Nov 2021

“Pónganse en camino” (Lucas 10,3)

Por: Mons. Darío de Jesús Monsalve Mejía - El fenómeno de las migraciones masivas de pueblos enteros es un alarmante signo de estos tiempos. Colombia lo está viviendo, con inesperados flujos que atraviesan todas sus fronteras. El mapa demográfico del planeta se transforma en inmensas caravanas y riesgosas travesías. Estas enormes movilizaciones internacionales y las mismas grandes movilizaciones ciudadanas que se vienen dando en calles y plazas dentro del país, nos obligan a pensarnos como conjunto humano. Más aún cuando la comunicación por redes y medios visualizan en tiempo real lo que ocurre en cada lugar. O cuando la pandemia, con su expansión y confinamiento, con la vacunación y la reactivación progresiva, pone al desnudo que somos una misma humanidad, identificada en la igual fragilidad, pero con abismal desigualdad de condiciones y oportunidades. El mundo es planeta, humanidad y vida que a todos pertenece y a todos nos requiere. El pasado nos puede parecer lejano y lento, pero el presente tiene cara de conjunción y de síntesis, de celeridad y de necesaria apertura a la corresponsabilidad, a la movilización de las consciencias y voluntades hacia propósitos planetarios. Porque el futuro depende de nuestra capacidad de conjugarnos en tiempo, espacio y modelos de vida justos y equilibrados. No sin razón las nuevas generaciones, la juventud mundial, es el sector poblacional que más está reclamando cambios y transformaciones, para no dejarse robar el futuro de sus vidas por los poderes actuales, que acumulan dinero y depredan recursos y vidas humanas, sin acogerse a límites éticos. La realidad misma nos exige ese caminar juntos que la Iglesia llama Sínodo y que la humanidad define como inclusión y ecosistema. El tercer Evangelista, Lucas, ve en los 72 discípulos que envía Jesús junto con los 12, la unión del nuevo Israel, la Iglesia, con todos los pueblos de la tierra. Si la cifra de los 12 evoca al pueblo de Israel, la cifra de los 72, que solo trae el evangelio de Lucas, evoca a los pueblos gentiles o paganos. A la Iglesia y a la humanidad, a Israel y a todas las naciones de la tierra, nos dice Jesús en esta hora de la historia: “¡Pónganse en camino!”. Es la orden de marcha que asumimos como divisa en este tiempo de proceso sinodal que convoca a la Iglesia a reformarse y a configurarse de manera completa, como Cuerpo habitado por el Espíritu Santo, con el que ha sido bautizada por el mismo Jesús. Rehaciéndose con estilo bautismal y sinodal, como fue en sus inicios, con Jesús (Lucas 10) y con las comunidades apostólicas (Hechos 15), la Iglesia convoca a la humanidad a superar fronteras y barreras, excesos y abusos, exclusiones y violencias, para caminar juntos y darnos “una segunda oportunidad” sobre la tierra. El camino de la vida, con la fe que anuncia a Jesús y con la luz que Él enciende en nosotros, se transforma, no en una curva que asciende y desciende para morir, sino en un vivir progresivo y ascensional en el amor, hasta hacerse población total a Dios. Caminar juntos con Jesús e ir “a donde pensaba ir Él”, precediéndolo, anunciándolo, testimoniándolo, es la “movilización” misionera de la historia: la que permitirá que el amor convenza al mundo de algo: que es posible vencer con Jesús el odio, la mentira, la codicia, el pecado, la culpa y a la misma muerte. Que el secreto de la victoria se llama Cruz y Resurrección, caminando juntos con Jesús. Noviembre se inicia con la solemne asamblea de Todos los Santos, la asamblea del Cielo, como señal de vida que se absorbe a la muerte, conmemorando al día siguiente, el dos de noviembre, a Todos los Difuntos. Es un llamado a que recuperemos el don bautismal de la Vida Eterna, para que amemos el don sinodal de la vida temporal, sin jamás permitirnos interrumpirla con la manipulación humana de la muerte. Recuperar el amor por la vida y el respeto por la muerte es lo menos que la Iglesia puede suplicar a Dios para la humanidad y el primer paso ético para que podamos caminar juntos. + Darío de Jesús Monsalve Mejía Arzobispo de Cali

Vie 29 Oct 2021

Iglesia en camino sinodal

Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve - El Papa Francisco ha convo­cado para el mes de octubre del 2023 un sínodo de Obis­pos, que tiene por tema: “Por una Iglesia sinodal: Comunión, par­ticipación y misión”, en donde la intención del Santo Padre es que desde las diócesis todos los cre­yentes, pastores y fieles, podamos participar en este proceso que ayu­da al crecimiento y fortalecimiento de la Iglesia en su misión evange­lizadora, del anuncio gozoso del Evangelio de Nuestro Señor Jesu­cristo. Camino sinodal en la Iglesia, sig­nifica “caminar juntos”. Esto se concretiza en la escucha atenta de todos los bautizados, sobre todas las cuestiones que tienen que ver con la evangelización, en un ca­mino que se recorre en comunión y participación para la misión que todos cumplimos en la Iglesia por llamado del Señor. El Papa Fran­cisco en la Exhortación Apostólica ‘Evangelii Gaudium’ lo ha expre­sado cuando afirma: “en virtud del Bautismo recibido, cada miembro del Pueblo de Dios se ha converti­do en discípulo misionero (Cf. Mt 28, 19). Cada uno de los bautiza­dos, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de ilustra­ción de su fe, es un agente evange­lizador, y sería inadecuado pensar en un esquema de evangelización llevado adelante por actores cali­ficados sea sólo receptivo de sus accio­nes” (EG 120). Con esta enseñanza el Papa Fran­cisco nos está marcando el sendero de una Iglesia sinodal, que en pri­mer lugar es una Iglesia de escu­cha; donde todos, pastores y fieles, podemos escucharnos y aprender unos de otros y hacer discerni­miento para ir juntos a la misión con los mismos sentimientos de Cristo, iluminados por el Espíritu Santo, a comunicar la Buena Nue­va de la salvación. Así lo expre­sa el Papa en ‘Evangelii Gaudium’ cuando afirma: “necesitamos ejer­citarnos en el arte de escuchar, que es más que oír. La escucha nos ayuda a encontrar el gesto y la pa­labra oportuna que nos desintala de la tranquila condi­ción de espectadores. Sólo a partir de esta escucha respetuosa y compasiva se pueden encontrar los cami­nos de un genuino crecimiento, desper­tar el deseo del ideal cristiano, las ansias de responder ple­namente al amor de Dios y el anhelo de desarrollar lo mejor que Dios ha sembrado en la pro­pia vida” (EG 171). Para cumplir con el deseo del Papa de escucharnos desde las parro­quias y las Iglesias Particulares, se ha involucrado a todo el pueblo de Dios a participar, comenzando con la apertura solemne del Sí­nodo, que en Roma fue el pasado 9 y 10 de octubre del 2021 y en nuestra Diócesis se inauguró el domingo 17 de octubre desde cada una de las parroquias, para seguir en el desarrollo del mismo con participación en cada comunidad parroquial, con el propósito de re­flexionar juntos sobre el camino recorrido y las metas que tenemos como comunidad de creyentes. Así lo expresa el documento prepara­torio del sínodo: “Precisamente el camino de la si­nodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer mi­lenio. Este itinerario, que se sitúa en la línea del «aggiornamento» de la Iglesia propuesto por el Con­cilio Vaticano II, es un don y una tarea: caminando juntos, y juntos reflexionando sobre el camino re­corrido, la Iglesia podrá aprender, a partir de lo que irá experimen­tando, cuáles son los procesos que pueden ayudarla a vivir la comu­nión, a realizar la participación y a abrirse a la misión. Nuestro “caminar juntos”, en efecto, es lo que mejor realiza y manifiesta la naturaleza de la Iglesia como Pue­blo de Dios pere­grino y misionero” (Documento prepa­ratorio, 1). Por el bautismo so­mos discípulos mi­sioneros de Nuestro Señor Jesucristo y cumplimos con esta misión en la Iglesia, que en este momen­to histórico nos convoca a hacer discernimiento juntos a la luz de la Palabra de Dios, valorando lo que se ha vivido hasta el momento y abiertos al futuro desde lo que te­nemos, para buscar la voluntad de Dios y participar conscientemente en el desarrollo de la misión del Iglesia. En este sentido, el documento pre­paratorio del sínodo nos dice: “Ilu­minado por la Palabra y fundado en la Tradición, el camino sinodal está enraizado en la vida concreta del Pueblo de Dios… Por otra par­te, no se puede evitar la referencia a las experiencias de sinodalidad ya vividas, a diversos niveles y con diferentes grados de intensi­dad: los puntos de fuerza y los éxi­tos de tales experiencias, así como también sus límites y dificultades, ofrecen elementos valiosos para el discernimiento sobre la dirección en la que continúan avanzando” (Documento preparatorio, 25). Caminar juntos en la Iglesia ayuda a fortalecer la comunión, que nos permite afrontar las dificultades y tormentas de la vida, con espíritu eclesial y entre todos buscar solu­ciones que nos permitan avanzar en el camino de la fe, la esperanza y la caridad, en un estilo de vida comunitario, que también se aplica al caminar de cada familia, en me­dio de las luchas y las dificultades, aciertos y desaciertos; siempre en búsqueda constante de la volun­tad de Dios, dóciles a la acción del Espíritu Santo en nuestra vida personal, familiar y en la vida de la Iglesia, teniendo en cuenta que “todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Je­sús” (EG 120). Con la conciencia de ser discí­pulos misioneros de Nuestro Se­ñor Jesucristo, en la Iglesia y en nuestra Diócesis de Cúcuta, re­novamos la decisión de ser evan­gelizadores, caminando juntos, intensificando nuestra respues­ta de fe y anunciando a todos a Jesucristo nuestra salvación. Amparados por la intercesión de la Santísima Virgen María Estrella de la Evangelización y del glorio­so Patriarca san José, que custodia nuestra vida, vocación y misión, pidamos al Señor la gracia de vivir como Iglesia en camino sinodal, para ofrecer a los demás el testi­monio explícito del amor salvífico del Señor. En unión de oraciones, reciban mi bendición. + José Libardo Garcés Monsalve Obispo electo de la Diócesis de Cúcuta

Mié 27 Oct 2021

Caminando hacia el Encuentro Mundial de las familias

Por: Mons. Marco Antonio Merchán Ladino - En el contexto de la fiesta de San Juan Pablo II, aquel santo abanderado de la pastoral familiar, y precisamente en el día del agente de pastoral familiar, Como presidente de la comisión episcopal de familia, presento mi saludo muy especial y fraterno, unido a mi felicitación por ser ustedes los designados por Dios para que sean los agentes de pastoral familiar en este momento histórico que vivimos. Mi saludo a cada uno de los Señores Obispos, a los sacerdotes miembros de la comisión nacional, a cada una de las familias y de los laicos comprometidos en esta preciosa tarea que nos empeña a trabajar por resaltar la belleza del matrimonio y de la familia y por defender a nuestras familias de los tantos ataques de las que son objeto en la actualidad. Que el Señor bendiga, sus vidas, los esfuerzos y sacrificios que el cumplimiento fiel de esta misión, conlleva, pero estamos convencidos que valen la pena, en realidad todo aquello que se haga en bien de la familia, del matrimonio y de la defensa de la vida siempre valdrá la pena, no importan los sacrificios que se tengan que afrontar. Estamos ya en el contexto de preparación del encuentro mundial de familias que como bien sabemos, por querer del Santo Padre, tendrá lugar al mismo tiempo en Roma, como sede principal, y en cada diócesis, del 22 al 26 de junio de 2022 bajo el lema: “El amor familiar: vocación y camino de santidad”. Como ha subrayado el Santo Padre, se desarrollará de forma inédita y multicéntrica, con iniciativas locales en las diócesis de todo el mundo, similares a las que tendrán lugar simultáneamente en Roma, con lo que se favorece la implicación de las comunidades diocesanas de toda la Iglesia universal. Con esto, cada diócesis podrá, o mejor tendrá que ser el centro de un encuentro local para sus propias familias y comunidades, con el fin de que todos se sientan protagonistas. En Roma, durante estos tres días, se celebrará: el Festival de las Familias y el Congreso Teológico-Pastoral, en el Aula Pablo VI; y una solemne Eucaristía presidida por el Santo Padre y que tendrá lugar en la Plaza de San Pedro. En particular, se espera que participen algunos delegados de las conferencias episcopales y de los movimientos internacionales comprometidos con la pastoral familiar. Pero el querer del Santo Padre es que, al mismo tiempo, en cada una de las diócesis, los obispos puedan actuar a nivel local, organizando iniciativas similares, partiendo del tema del Encuentro y utilizando los símbolos que la Iglesia ha ya predispuesto como son (el logotipo, la oración, el himno y la imagen). El Papa Francisco nos ha recordado que, en los Encuentros anteriores, la mayoría de las familias se quedaban en casa y se percibía el Encuentro como una realidad lejana, a lo sumo seguida por televisión, y normalmente desconocida para la mayoría de las familias”. “Esta vez en cambio, seguirá una modalidad inédita: será una oportunidad para realizar un evento mundial capaz de involucrar a todas las familias que quieran sentirse parte de la comunidad eclesial”. Esto porque en realidad las familias son y están llamadas a ser parte esencial, célula básica, columna y fundamento de la Iglesia El Santo Padre nos pide y nos anima a todos como miembros de la Iglesia ser “dinámicos, activos y creativos para organizarse con las familias, en sintonía con lo que se celebrará en Roma”. “Es una oportunidad maravillosa para dedicarnos con entusiasmo a la pastoral familiar: ¿quiénes?: los esposos, las familias y nosotros los pastores, Obispos y sacerdotes, siempre en clave de sinodalidad que es el contexto en el cual debemos movernos. El Cardenal Farrell Prefecto del Dicasterio Vaticano para los Laicos, la Familia y la Vida nos hace ver que “No debemos ver esta modalidad inédita y multicéntrica como un límite. Al contrario, será una preciosa oportunidad, para hacer que las familias de cada diócesis se vinculen, se encuentren y participen”. Además, “las familias no pueden ser vistas como si fueran un terreno de irrigar que solo reciben pasivamente discursos, enseñanzas e iniciativas pastorales desde ‘el alto’, sino que son la semilla que puede (y agrego, que debe) fecundar el mundo, son ellos los evangelizadores, pues más que los discursos abstractos, ellos son los verdaderamente llamados a testimoniar al mundo la belleza del mundo familiar”. Esto como vemos, coincide con la propuesta del caminar juntos, camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio, camino que es propio de su naturaleza y de su misión: Obispos, sacerdotes, religiosos, laicos, familias, profesionales, etc. caminar juntos, que es el camino propio de la sinodalidad que estamos redescubriendo en toda su profundidad e iniciando en cada diócesis desde el pasado domingo. Debemos ver entonces esta propuesta y aprovecharla como “una oportunidad preciosa y única para reiniciar la pastoral familiar con renovado impulso misionero y creatividad, a partir de las indicaciones que nos da el Santo Padre en la exhortación Amoris Laetitia, es decir, con la implicación de los esposos, las familias y los pastores juntos”, como comentaba el también cardenal vicario para la diócesis de Roma, Angelo De Donatis. Logotipo Considero que el logotipo del evento, promovido por el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida y organizado por la Diócesis de Roma, nos presenta todo un programa de pastoral para las familias y para nuestras realidades de la pastoral diocesana. Permítanme resaltar los elementos de este logotipo, ya por todos ustedes muy bien conocido: La forma elíptica, que recuerda el columnario de Bernini de la Plaza de San Pedro, hace referencia a su significado original, que es el abrazo acogedor e inclusivo de la Madre Iglesia de Roma y su Obispo dirigido a todos los hombres y mujeres de todos los tiempos. Las figuras humanas que se encuentran bajo la cúpula, representan al marido, la mujer, los hijos, los abuelos, los nietos, los enfermos. Se trata de evocar la imagen de la Iglesia como “familia de familias” propuesta por Amoris Laetitia (AL 87) en la que “el amor vivido en las familias es una fuerza constante para la vida de la Iglesia” (AL 88). La cruz de Cristo que se alza hacia el cielo y los muros que protegen, son sostenidos por las familias, pues son ellas auténticas piedras vivas de la construcción eclesial. En el lado izquierdo, en la delgada línea de la columnata, se observa la presencia de una familia en la misma posición que las estatuas de los santos colocadas en las columnas de la plaza. Éstos nos recuerdan que la vocación a la santidad es una meta posible para todos en la vida ordinaria. La familia de la izquierda, que aparece detrás de la línea de la columnata, indica también a todas las familias no católicas, alejadas de la fe y ajenas a la Iglesia, que miran desde fuera el acontecimiento eclesial que está teniendo lugar. La comunidad eclesial siempre las ha mirado atentamente, subraya la explicación oficial. El dinamismo de las figuras que se mueven hacia la derecha. Se mueven hacia el exterior. Son familias en salida, testigos de una Iglesia no autorreferencial. Van en busca de otras familias para intentar acercarse a ellas y compartir con ellas la experiencia de la misericordia de Dios. Resumiendo: Hay una propuesta clara para la Iglesia, imagen del Padre misericordioso, y para cada uno de nosotros, llamados a abrazar, a acoger, a incluir a todos, pues todos somos llamados a la salvación, ninguno puede ser excluido o considerado como irrecuperable. La Iglesia está llamada a ser una familia, conformada por todas las familias, y cada una de las familias a su vez, está llamada a dar con su amor, fuerza y vigor a la gran familia que es la Iglesia, y a recibir de a Iglesia todo lo necesario para su salvación; es una retroalimentación recíproca. Las familias están llamadas también a ser piedras vivas, y a sostener a la Iglesia en este momento difícil que atravesamos; el Señor hace a cada familia, la misma llamada que hizo a San Francisco de Asís: Ven a reconstruir, a revigorizar, ven a sostener la Iglesia. La vocación al amor familiar, es definitivamente una llamada a buscar la santidad, meta última de todo nuestro peregrinar. El fin del matrimonio es la santidad de los dos cónyuges, junto a sus hijos, esto no lo podemos olvidar nunca, sucede a menudo que hasta en los cursos prematrimoniales se nos olvida hablar de la santidad como la meta última del proyecto de vida matrimonial. Los no católicos, los alejados de la fe, los ajenos a la Iglesia, también son llamados a la salvación, de manera que la pastoral familiar debe abrir los espacios de participación de acuerdo a la situación que estén viviendo y de acuerdo a las posibilidades, que siempre serán muchas en la Iglesia. Finalmente, la misión que nos urge a todos y que nace de la experiencia de comunión y de participación propia de la sinodalidad. Esta propuesta contrasta con la realidad que nos hacía ver Mons. Mauricio Vélez en el pasado encuentro con la comisión nacional: La creciente violencia intrafamiliar La crisis económica, La falta de solidaridad y de comunión familiar Los procesos de descristianización y la baja nupcialidad. De manera que el horizonte para nuestra misión es demasiado grande, y que trabajo por hacer tenemos y bastante… ORACION POR EL X ENCUENTRO MUNDIAL DE FAMILIAS El amor familiar: vocación y camino de santidad Padre Santo, estamos aquí ante Ti para alabarte y agradecerte el gran don de la familia. Te pedimos por las familias consagradas en el sacramento del matrimonio, para que redescubran cada día la gracia recibida y, como pequeñas Iglesias domésticas, sepan dar testimonio de tu Presencia y del amor con el que Cristo ama a la Iglesia. Te pedimos por las familias que pasan por dificultades y sufrimientos, por enfermedad, o aprietos que sólo Tú conoces: Sostenlas y hazlas conscientes del camino de santificación al que las llamas, para que puedan experimentar Tu infinita misericordia y encontrar nuevas formas de crecer en el amor. Te pedimos por los niños y los jóvenes, para que puedan encontrarte y responder con alegría a la vocación que has pensado para ellos; por los padres y los abuelos, para que sean conscientes de que son signo de la paternidad y maternidad de Dios en el cuidado de los niños que, en la carne y en el espíritu, Tú les encomiendas; y por la experiencia de fraternidad que la familia puede dar al mundo. Señor, haz que cada familia pueda vivir su propia vocación a la santidad en la Iglesia como una llamada a ser protagonista de la evangelización, al servicio de la vida y de la paz, en comunión con los sacerdotes y todo estado de vida. Bendice el Encuentro Mundial de las Familias. Amén + Marco Antonio Merchán Ladino Obispo de Vélez - Santander

Vie 22 Oct 2021

La “Buena noticia” del matrimonio

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - Cuando unos fariseos, confundidos por normas e interpretaciones de su tiempo, se acercaron a Jesús para preguntarle acerca de la licitud del divorcio, él simplemente los envía al “principio”, es decir, al acto creador de Dios. Les muestra la persona humana y el matrimonio como han salido de las manos de Dios. Al “principio”, Dios considera que el varón no debe estar solo y crea la mujer tan íntimamente vinculada a él, que cuando Adán la ve se llena de admiración y de alegría, porque ha encontrado su misma “carne”. Nuestra época necesita escuchar estos textos sagrados y reencontrar la profunda revelación que entrañan de la naturaleza del ser humano, de la vida conyugal y de su unidad indisoluble. Hoy, cuando se habla tanto de fracasos matrimoniales, cuando abundan las separaciones y divorcios, cuando se denomina matrimonio cualquier tipo de relación, cuando se ponderan las dificultades y no se quieren asumir las condiciones de la vida familiar, es necesario volver, como pide Jesús, a lo que Dios hizo al principio. Urge hablar más de la belleza de la unión fiel de los esposos; de la alegría de una familia estable; del proyecto divino sobre el amor, que trasciende los instintos y las pasiones. La indisolubilidad matrimonial no es una ley opresora de la que nos debemos deshacer o una obligación que viene de afuera a limitar la libertad, sino una realidad interior y bienhechora del amor, que traza el camino de la felicidad humana y revela que la relación conyugal y familiar es fuente de creación y de gozo. La indisolubilidad matrimonial expresa el anhelo profundo del amor, ya que todo amor verdadero exige compromiso, aspira a realizarse en la unidad, sabe que siempre puede resucitar, quiere ser eterno. El amor, como viene desde su origen, consiste en la posibilidad que tiene la persona de desarrollarse y renovarse indefinidamente. El cambio de cónyuge, por lo general, no es renovación, sino repetición. Es volverse a encontrar con el egoísmo, la superficialidad y la infidelidad, que lleva dentro el que no tiene madurez humana. El amor es la creación permanente de una persona, de una pareja, de una familia; por eso, la alegría inunda una persona cuando está enamorada. Es preciso conocer el movimiento del amor, que se vale de situaciones de prueba para llevar a las personas cada vez más lejos. De hecho, cuando una persona comienza a ser amada se descubre, se transforma, florece. Una separación a la ligera es arruinar el proceso que lleva a casarse, es decir, a inventarse cada día; una persona es inagotable, siempre tiene más futuro que pasado. El gran error es buscar afuera lo que se debe construir adentro. Cuando dos se aman y aprenden cada día el amor, se van creando, se van llamando permanentemente a la vida. Hay que evitar que los condicionamientos sociales y jurídicos hagan ver el matrimonio como algo estático e inamovible; en realidad, cuando hay auténtico amor, el matrimonio cada día es nuevo. Al amor no lo matan las dificultades sino la rutina, el egoísmo y la inmadurez. La indisolubilidad no es una ley, sino un programa de vida y realización. La prueba de ello está en que uno de los dolores más grandes de una persona es verse traicionada, cuando la infidelidad rompe la indisolubilidad que pide todo verdadero amor, cuando no se da más el movimiento de creación en el que cada uno transforma al otro, llama al otro a vivir. Es necesario que entendamos que lo que Dios ha hecho es bueno y no podemos dejar que lo perviertan el egoísmo, la lujuria y la soberbia. El plan de Dios es mejor que el proyecto hedonista y vacío del mundo. En este mes misionero, cuando nos proponemos hacer un particular énfasis en la pastoral familiar, trabajemos más por tener matrimonios felices y familias unidas; aprovechemos todos los medios para animar a los esposos que llevan años caminando fielmente en el amor; acompañemos a las parejas que tienen dificultades para que se renueven desde adentro con nuevas metas; mostremos a los novios que el matrimonio no es una veleidad de un día, sino una vocación que nos trasciende porque viene desde Dios. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Mar 19 Oct 2021

Fracaso de la Humanidad

La dignidad de la persona humana exige la garantía de una alimentación sana y suficiente y la promoción de un trabajo decente para todos La celebración de la Jornada Mundial de la Alimentación, cada 16 de octubre, nos recuerda que la aceptación social del hambre en el mundo es uno de los mayores errores morales de nuestro tiempo. Es cierto que existe la acción enérgica de muchas organizaciones y personas para erradicar este atroz flagelo. Al respecto, el compromiso de la Iglesia Católica es enorme. Y, sin embargo, no somos capaces de acabar con esta dolorosa plaga, que tantos males y penurias acarrea a multitud de hermanos nuestros. No se trata solo de pobreza y miseria, lo que es mucho, demasiado, sino de hambre, de millones de personas que carecen del alimento necesario para subsistir. Muchas de ellas son niños de corta edad. Un buen número perece por su causa. El hambre es un fracaso de la Humanidad y de la humanidad. Es un escándalo, una tremenda injusticia que no logremos liberarnos de sus garras. Esto solo será posible si los sistemas alimentarios trabajan la inclusividad, la resiliencia y la sostenibilidad. Lo están reclamando los más de 800 millones de personas en el mundo que se fueron a la cama con el estómago vacío el pasado 2020. No se trata de descalificar otros objetivos y reivindicaciones, pero sí de establecer la correcta jerarquía de valores. Y resulta difícil encontrar otra meta humanitaria más inaplazable y perentoria que la abolición del hambre en el mundo. Para alcanzarla es preciso establecer e impulsar la lógica del cuidado, creernos que la fraternidad es algo más que una simple palabra. No podemos vivir mirando solo a nosotros mismos y a nuestros familiares y amigos. Cualquier sufrimiento humano nos interpela a todos. La dignidad de la persona humana exige la garantía de una alimentación sana y suficiente y la promoción de un trabajo decente para todos. Para conseguir este fin inexcusable existen tres categorías que deben tener una amplia voz y participar en los procesos políticos y de toma de decisiones: los pequeños productores locales, los jóvenes y los pueblos indígenas. El hambre en el mundo constituye uno de los más patentes síntomas del proceso de deshumanización del hombre, que se ha acentuado en las últimas décadas a partir de los sesenta. Su consecuencia principal ha sido el declive de la dignidad de la vida y de su protección jurídica, que se manifiesta en la regulación del aborto, la eutanasia, la reproducción asistida, la experimentación con embriones, entre otros asuntos. Negada la condición de hijo de Dios, la dignidad de la persona humana se degrada hasta llegar a desaparecer. Las conciencias de muchos hombres parecen adormecidas, anestesiadas. No faltan recursos para que todo ser humano goce del pan de cada día. Se producen anualmente alimentos suficientes. El drama consiste en que no todos tienen acceso a ellos, no todos pueden comer lo que requieren. Mueren centenares de miles de personas por inanición mientras otras viven en la opulencia, se someten a severas dietas para adelgazar y desperdician los alimentos sin escrúpulo alguno. Se trata, sin duda, de la más apremiante tarea de nuestro tiempo. Aquí no hay opresión ni explotación sino sencillamente muerte. No hay guerra peor ni más cruel que esta. Para resolver un problema es ineludible diagnosticar correctamente sus causas, pero no se trata en este caso de una mera disputa ideológica o política sino de una absoluta y grave urgencia moral. Ninguna como esta es tanto una cuestión de vida o muerte. Los países más ricos tienen contraída una grave responsabilidad, pero no es menor la que corresponde a los regímenes tiránicos y a los que implantan políticas económicas que contribuyen a establecer condiciones materiales de vida miserables. Por no hablar de las hambrunas deliberadamente desatadas. El primer derecho natural es el derecho a la vida y se le arrebata a quien queda sometido al hambre hasta llegar al fallecimiento por falta de comida. Nadie puede quedar al margen para poner fin a este macabro espectáculo. Entre todos, conjugando voluntades y sumando ideas, trabajando juntos y uniendo esfuerzos, destinando fondos y emprendiendo iniciativas eficaces, hemos de afrontar esta tragedia. Gobiernos, instituciones internacionales, asociaciones públicas o privadas, personas individuales, todos hemos de poner nuestra imaginación, voluntad, generosidad y empeño para que la nuestra sea en verdad la generación que contempló finalmente el «Hambre cero». La estrategia ha de consistir en tres acciones: ver, juzgar y actuar. Nuestra contribución a la lucha contra el hambre en el mundo es única e insustituible. Entonces, no temamos preguntarnos, con leal sinceridad, ¿qué podemos hacer? Será el inicio de un dinamismo que nos conduzca a abatir en nuestro interior la tendencia al individualismo, la costumbre a encerrarnos en nosotros mismos, el hábito de pensar que ya habrá alguien que se ocupe de solucionar este asunto. Hemos de salir de la fascinación de la comodidad, de movernos solo si ganamos algo, buscando el beneficio a toda costa. Convenzámonos: Derrotar el hambre de una vez por todas depende del triunfo de la solidaridad. En este camino vale la pena escuchar al Papa Francisco, cuando dice: «Pienso que es necesario, hoy más que nunca, educarnos en la solidaridad, redescubrir el valor y el significado de esta palabra tan incómoda, y muy frecuentemente dejada de lado, y hacer que se convierta en actitud de fondo en las decisiones en el plano político, económico y financiero, en las relaciones entre las personas, entre los pueblos y entre las naciones. Solo cuando se es solidario de una manera concreta, superando visiones egoístas e intereses de parte, también se podrá lograr finalmente el objetivo de eliminar las formas de indigencia determinadas por la carencia de alimentos. Solidaridad que no se reduce a las diversas formas de asistencia, sino que se esfuerza por asegurar que un número cada vez mayor de personas puedan ser económicamente independientes. Se han dado muchos pasos en diferentes países, pero todavía estamos lejos de un mundo en el que todos puedan vivir con dignidad» (Mensaje con motivo de la Jornada Mundial de la Alimentación. 16 de octubre de 2013, n. 1). Estos buenos deseos del Obispo de Roma se harán feliz realidad si los tomamos en serio. De nosotros depende. Mons. Fernando Chica Arellano Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, FIDA y PMA

Vie 15 Oct 2021

Hacia una Iglesia sinodal (III)

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - Cuando se habla de sinodalidad eclesial como experiencia en la que caminamos juntos buscando un mismo fin, es necesario tener en cuenta algunas consideraciones. La primera, es que esta concepción no es nueva en la Iglesia. Desde sus mismos orígenes las comunidades cristianas, en torno, primero de su maestro, Cristo, y luego, en torno de los apóstoles, presididos por Pedro, trabajan juntos, hacen discernimiento juntos para resolver conflictos, etc. La segunda, más recientemente, el Concilio Vaticano II, propone la elocuente figura de la Iglesia como Pueblo de Dios, donde se invita a replantear los principios de la Iglesia netamente jerárquica, para apropiarnos de la imagen de una Iglesia servidora, en donde todos los miembros del Pueblo de Dios somos iguales en dignidad, aunque cada uno tiene un papel o una misión en la Iglesia, tanto universales, con el sacerdocio común, y los dones y carismas particulares, como los que surgen por el sacramento del orden (episcopado, presbiterado, diaconado). En los años 80 se promulga la reforma del Código de Derecho Canónico, y allí, en el libro segundo, intitulado “Del Pueblo de Dios”, se dedican 542 cánones al tema de los derechos y deberes de los fieles cristianos en general, luego los derechos y deberes de los fieles laicos, y describe la constitución jerárquica de la Iglesia y los Institutos de vida consagrada. Esto se encuentra en los cánones 204 a 746. En estos cánones ofrece el Código las formas como cada miembro del pueblo de Dios, peregrino en la tierra, puede y está llamado a ofrecer sus aportes para la consolidación del Reino de Dios en el mundo. A manera de ilustración, veamos algunos de los cánones, que nos permiten entender por qué en la dinámica sinodal, todos estamos invitados a participar activamente. c. 208 “Por su regeneración en Cristo, se da entre todos los fieles una verdadera igualdad en cuanto a la dignidad y acción, en virtud de la cual todos, según su propia condición y oficio, cooperan a la edificación del Cuerpo de Cristo”. 209 &1 “Los fieles está obligados a observar siempre la comunión con la Iglesia, incluso en su modo de obrar”. &2 “Cumplan con gran diligencia los deberes que tienen tanto respecto a la Iglesia universal como en relación con la Iglesia particular a la que pertenecen, según las prescripciones del derecho”. 211 “Todos los fieles tienen el deber y el derecho de trabajar para que el mensaje divino de salvación alcance más y más a los hombres de todo tiempo y del orbe entero”. 212 &2 “Los fieles tiene la facultad de manifestar a los Pastores de la Iglesia sus necesidades, principalmente las espirituales y sus deseos”. &3 “Tienen el derecho, y a veces incluso el deber, en razón de su propio conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar a los Pastores sagrados su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de manifestar a los demás fieles, salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres, la reverencia hacia los Pastores, y habida cuenta de la utilidad común y de la dignidad de las personas”. Son muchos otros cánones que dan pie a la realización de las asambleas sinodales parroquiales y diocesanas. Vale la pena leerlos todos. + Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar de Cali Lea también: Por una Iglesia sinodal (I) [icon class='fa fa-download fa-2x'] LEER AQUÍ[/icon] Hacia una Iglesia sinodal (II)[icon class='fa fa-download fa-2x'] LEER AQUÍ[/icon]

Lun 11 Oct 2021

Aprendiendo a caminar juntos

Por: Mons. Darío de Jesús Monsalve Mejía - “Juntos vamos más despacio, pero podremos llegar más lejos”, reza una popular consigna. La tentación de quedarnos quietos, de instalarnos como seres sedentarios, es contrarrestada por la vocación nómada que convierte el camino, la vía, el sendero, el viaje y las encrucijadas, en metáforas de la existencia. Como seres vivos, el dinamismo interior nos hace buscar la luz y tener ojos que la reciban y nos permitan ver. Todos nuestros sentidos están en función del movimiento, del pensamiento, del horizonte, del crecimiento y del avance. La vida puede ser vista como un proceso de subida hasta el descenso de la vejez y la muerte, o como un progreso hacia la felicidad más plena y eterna. También el vivir puede ser simplemente un coexistir, o tirando a más, una convivencia y, más plenamente aún, una comunión que engendra comunidad y sinodalidad, es decir, un caminar juntos. Desde la fe, tanto la génesis como la escatología, es decir, el inicio y la meta de la humanidad, marcan la existencia como itinerario de vida e historia, pero más profundamente, como “alianza” con Dios, arraigada en la consciencia personal, en la relación interhumana, en el trato con los demás seres vivos, en el dinamismo de toda la creación. Son “los caminos de Dios en la tierra” y el perpetuo caminar de la fe que caracteriza la condición del creyente. Este destino no es un errar por caminos azarosos, sino una perpetua marcha siguiendo la estrella, como los magos de Oriente (Mateo 2,9), como rebaño del Buen Pastor o séquito del Cordero. “Dios es origen, guía y meta del Universo” (Romanos 11,36). “Yo soy el camino la verdad y la vida” (Juan 14,6). “Recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra, cuando llegase el momento culminante” (Efesios1,10), es “el plan de Dios” para el universo. El mismo ser de Dios se ve plasmado en este obrar dinámico del Padre Creador, del Hijo Salvador y del Espíritu Unificador, proyectándolo “al mundo entero y a toda la creación” (Marcos 16, 15). Este gran horizonte entre el mundo, la persona y Dios, llamados “a la perfección del amor”, es el que nos permite percibir también el actuar de Dios en nuestros tiempos, espacios y procesos. Más aún, nos impulsa a comprender “la sinodalidad eclesial” que intentamos despertar entre los creyentes católicos y los de otros credos, también en la humanidad como tal, en los actuales tiempos y acontecimientos. Somos humanidad e Iglesia en camino, “aprendiendo a caminar juntos”. Somos “compañeros de viaje”: “en la Iglesia y en la sociedad estamos en el mismo camino, uno al lado del otro”, reza el documento preparatorio para “el Sínodo de la sinodalidad”. Este no es un sínodo temático sino un proceso de conversión de la Iglesia, primeramente hacia adentro de ella misma, en tres planos: en el plano de su estilo y naturaleza asamblearia, de sus estructuras comunitarias e institucionales y de sus procesos y procedimientos, basados en la escucha, el ejercicio de la palabra, del diálogo, de la consulta y los consensos. Pero este “hacia adentro” de la comunidad eclesial diocesana, regional y universal, no es auto referencial: no se reduce a ampliar reuniones y conversatorios, ni siquiera a integrar a los creyentes, hombres y mujeres, generaciones y carismas, servicios y ministerios. Es una sinodalidad misionera, ecuménica, espacial y diaconal. Es “la Iglesia en salida” hacia periferias y centros; abierta como espacio de encuentro y de diálogo sociocultural, para diversos y adversos; identificada como servidora de la humanidad, desde su sentido más ecuménico, samaritano y profético. Por todo lo anterior, la sinodalidad no es sólo un método pastoral, sino ante todo un propósito territorial de integrar poblaciones y etnias, culturas y tradiciones. Un compromiso colectivo de cuidar de los más débiles, de los más vulnerables, de las víctimas e indefensos, así como de “la casa común”. Hacia afuera es entonces llegada, conversación, escucha, diálogo e integración de espiritualidades, para suscitar propuestas y llegar a propósitos comunes, a tejer ese “caminar juntos”, indispensable hoy ante los desafíos de las crisis sanitaria, ambiental, migratoria, de seguridad e inclusión social. Y hacia adentro ha de ser, fundamentalmente, de configuración comunitaria, de participación y discernimiento, de respuesta a las preguntas y desafíos que nos plantea el “caminar juntos” hacia afuera, con nuestros pueblos y naciones, construyendo con ellos vida, dignidad humana, convivencia, paz, progreso y futuro. Escribo estas reflexiones con todo el “beneficio de inventario”: la sinodalidad no es una “novedad” sino un aprender a caminar con Jesús y como Él, con la Iglesia Primitiva y con María. Un aprendizaje para estos tiempos y realidades que todos debemos hacer. Necesita hoy la humanidad que la Iglesia la contagie del espíritu de comunidad, del ambiente de concilios y de sínodos, desde el de Jerusalén en los inicios, hasta el Vaticano II. Aún en nuestro continente americano, desde Santo Toribio de Mogrovejo, gran arzobispo de Lima y gigantesco ejemplo de sinodalidad, hasta el Sínodo de la Amazonia, que recién se hizo, marcan este “caminar juntos” que nos urge asimilar y testimoniar. Todo un desafío por afrontar, partiendo siempre del itinerario que ya hemos hecho como Iglesia del post concilio, desde la “Evangelii Nuntiandi” de San Paulo VI, hasta la “Evangelii Gaudium” y el magisterio del Papa Francisco. Nuestro plan quinquenal arquidiocesano, con sus previstas asambleas presinodales y el sínodo parroquial quinquenal, recoge, en gran medida, este contenido sinodal y conciliar de la Iglesia. Una Iglesia Servidora, discípula, samaritana, esponsal, territorial y sinodal, son los trazos de ese rostro comunitario y sinodal que nos hemos propuesto darle a nuestra Iglesia Particular de Cali y que ahora podemos configurar y fortalecer desde las Asambleas Parroquiales de Servidores y la llegada misionera a las gentes de todo el territorio parroquial. Una parroquia sinodal, con esposos, familias. Carismas, servicios y ministerios, con verdaderos espacios de encuentro y de acuerdos dos, con una espiritualidad de participación, comunión y misión. Volvamos consigna nuestra para estos años de aprendizaje en este “caminar juntos”: “desde cada parroquia, nuestra Iglesia se hace sinodal”. + Darío de Jesús Monsalve Mejía Arzobispo de Cali