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Opinión

Mié 30 Sep 2020

Monseñor Jaime Prieto, testimonio de evangelización de lo social

Por: Mons. Héctor Fabio Henao Gaviria - Identificar conflictos y sus caminos de transformación. Dialogando con la sociedad y con otras perspectivas de análisis. En las décadas recientes, los colombianos han reconocido el papel dinámico de la Iglesia Católica y en particular de la Conferencia Episcopal en la búsqueda de la paz y de la reconciliación. Con frecuencia se ven en los medios de comunicación documentos en los cuales se han elaborado propuestas con sentido constructivo frente a la situación de conflictos internos y simultáneamente declaraciones críticas frente a situaciones y estructuras consideradas como contrarias a la convivencia entre los colombianos. Igualmente, los integrantes de la Iglesia han conocido particularmente entre los años 2000-2010 las consecuencias de un clima de violencia que ha tocado con la vida de todos los sectores de la nación, un número significativo de agentes pastorales han sido asesinados incluyendo un Arzobispo, Obispos, sacerdotes, religiosas y religiosos, catequistas, etc. Las posiciones de la Iglesia son con frecuencia objeto de análisis y de controversia en los medios de comunicación y en los debates públicos, lo cual refleja el grado de importancia que revisten las posiciones de la comunidad católica en estos temas. La Iglesia Colombiana ha reflexionado a varios niveles sobre su rol en la construcción de la paz en el país. Son numerosos los sectores eclesiales que han intervenido en la reflexión sobre las respuestas a estos y otros interrogantes. La Conferencia Episcopal no dejó nunca de elevar su voz sobre los grandes desafíos del país. De otro lado este ejercicio de cuestionamientos e interrogantes ha abierto la posibilidad de escuchar a otros actores de la sociedad colombiana que han hecho aportes muy significativos en la reflexión en medio de los enfrentamientos directos, de los actos de terror y de violencia generalizada. Los documentos del magisterio católico tienen una larga tradición de elaboración en el nivel universal sobre las posibilidades de los diferentes sectores de la comunidad católica y del país. Desde la década de los 80 se ha intensificado en la Iglesia colombiana la reflexión sobre la caracterización de la situación que vive Colombia y sus diversas violencias para dar una mejor perspectiva del papel de la Iglesia frente a los múltiples desafíos. Una gran necesidad ha sido el llegar a definiciones sobre el papel de la Conferencia Episcopal frente a los retos enormes del presente y la forma como se integran los diversos sectores de la Iglesia en la búsqueda de alternativas u opciones de transformación frente a la situación de enfrentamientos que han sacudido a Colombia a lo largo de los siglos. En la búsqueda de respuestas frente a la situación del país, la Iglesia Católica en Colombia ha tenido que hacer muchos aprendizajes de otros países en América Latina y el Caribe, pero bajo muchos aspectos se ha visto ante situaciones completamente novedosas. A diferencia de otras situaciones eclesiales, en Colombia no se trata de una Iglesia que responde a los retos de una dictadura militar, tampoco se trata de un país en el cual los bandos en conflicto están tan diferenciados en dos grupos como en otros casos. Este hecho ha exigido un ejercicio de aprendizaje y reflexión junto a otras perspectivas de análisis y de pensamiento. El dialogo con distintos actores de la sociedad colombiana ha llevado a la Iglesia a tomar posición frente a la definición de la situación que vive el país, que ha sido caracterizada en numerosos documentos del episcopado como un “conflicto armado interno” entre sectores enfrentados desde hace décadas y por otro lado la definición de que la salida tendrá que pasar por una negociación justa. Desde la Comisión Episcopal de Pastoral Social y Caritativa los Obispos de este organismo han sido un eje de reflexión permanente y de diálogo con diferentes sectores de la sociedad colombiana. Esta Comisión, desde el mandato recibido de la Conferencia Episcopal, ha representado el rostro de “una Iglesia en salida”, en diálogo e interacción con una sociedad muy viva en sus aspiraciones de paz, justicia y reconciliación. Esto ha posibilitado el que la Conferencia Episcopal haya entrado en interlocución con otros sectores de la sociedad civil y del Estado para definir mejor su papel en el campo de la construcción de la paz y lo específico de sus aportes a la misma, así como para abordar temas como “el orden público”, “la negociación política del conflicto armado”, “la seguridad democrática”, etc. Al lado de esa complejidad, la Iglesia ha resaltado el hecho de que existe una dinámica comunitaria y regional esperanzadora por la riqueza de una variedad enorme de propuestas para construir la paz desde la base. La Conferencia Episcopal ha resaltado el hecho de que “en cada colombiano hay capacidad de construir algo nuevo”. Es justamente este hecho el que ha permitido que se pueda asumir la voz de todos los sectores sociales que en su nivel están comprometidos con la construcción de un proyecto nuevo de nación. El acercarse bajo la óptica de leer “los signos de los tiempos” es la posibilidad de reconocer la historia con sus acontecimientos y en medio de ella descubrir el misterio de la presencia de Dios y su querer. Allí está en gran parte el aporte de la Iglesia en el diálogo. Como fruto de esos diálogos y encuentros con los distintos sectores sociales se han definido mejor las posibilidades de intervención en el conflicto armado. Los roles asumidos por la Conferencia Episcopal que son más conocidos públicamente han tenido que ver con la facilitación, la tutoría moral, la intermediación, en varios casos de negociaciones entre el Estado y actores armados irregulares. Esto hace que hoy muchos consideren a la Iglesia Católica como un actor muy importante o fundamental en la construcción de acuerdos de paz con los diferentes grupos armados tanto de la guerrilla como de los paramilitares o autodefensas. La Iglesia Católica ha prestado sus servicios a las negociaciones de paz bajo la perspectiva de que al mismo tiempo se deben dar pasos que lleven a que el país tenga una política nacional permanente de paz: “La Iglesia Católica Colombiana ha expresado en su trabajo por la paz un concepto de Política Nacional Permanente de Paz o Política de Paz de estado” como una guía para la construcción de la paz que debe tener los siguientes elementos: Consenso Nacional. La política de paz de estado debe ser fruto de un gran consenso nacional, que consulte el interés nacional y no dependa de intereses particulares o de grupos. Por ello deben participar en su elaboración y ejecución todos los sectores representativos de la nación….”. El concepto de fondo sobre la participación de todos los sectores en la construcción y ejecución de una política de paz, ha llevado a que se creen espacios de reflexión nacionales, regionales y locales en los cuales se promueve la formación en la participación ciudadana y en la construcción de la paz desde la base. La perspectiva de lograr la paz después de décadas de confrontación y de millones de víctimas exige un proceso participativo y una pedagogía en todos los ámbitos de la sociedad. Ambas cosas: el proceso participativo y la pedagogía que le deben acompañar han sido poco a poco definidos a lo largo de miles de encuentros y experiencias comunitarias. El trabajo desde la Iglesia por la participación ciudadana y la pedagogía de la paz reconoce que existen distintos escenarios y la construcción de la paz, pero que no son compartimentos separados sino que deben estar en relación estrecha. Por un lado está el escenario de la negociación del conflicto armado, en el cual participan sectores del Estado, de las organizaciones al margen de la ley, otras instituciones involucradas y facilitadores; otro escenario tiene que ver con la conformación y fortalecimiento de la sociedad civil organizada con capacidad de interlocución frente a los múltiples conflictos que atraviesa la sociedad al menos un tercer escenario es el de la construcción de estructuras que aseguren la justicia social y la convivencia desde la base. Allí quienes actúan desde la pastoral encuentran el reto de dialogar para transformar la forma como se expresan y simbolizan los aspectos más profundos de las relaciones en torno a la convivencia. En 1996 el país estaba entrando en una dinámica cada vez más compleja de conflicto y de intentos de negociación política. En ese contexto la Conferencia Episcopal nombra a Monseñor Jaime Prieto, Obispo de Barrancabermeja, como Presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social y Caritativa. Monseñor Jaime identifica ese momento como la encrucijada histórica para fortalecer la capacidad de construir puentes y de llevar el mensaje del Evangelio a los complejos escenarios de “lo social” en los cuales el debate era intenso y desafiante por la emergencia creciente de sectores sociales y de la que se constituiría cada vez más como la sociedad civil con enfoque en la construcción de la paz. Pensar un proyecto de país abierto a esa construcción fue uno de los grandes centros de atención de Monseñor Jaime, al cual le dedicaría gran parte de sus energías de Pastor y hombre de fe. Un proyecto de nación. La construcción de lo público Al lado de esta labor de la Conferencia Episcopal, y estrechamente vinculada con ella, es la que ha posibilitado el avance de perspectivas sobre la construcción de un país reconciliado y con justicia social. “Hacia la Colombia que queremos” era el taller que los Obispos de Colombia realizaron en esos años para plantearse el modelo de país al que la Iglesia le está apostando. Allí se hizo un análisis detenido en los campos de la economía y la pobreza, el aparato de justicia, la seguridad, en fin, los ejes claves de la vida nacional. La óptica de la justicia social y el compromiso con la misma ha tenido un peso tan importante que ha hecho que la Conferencia Episcopal adelante en todo el país programas en todos los órdenes para aportar a la superación de la inequidad que caracteriza las relaciones en Colombia. Inequidad y extrema pobreza son dos de los grandes retos que los Obispos han identificado en torno a la construcción de la paz. Monseñor Jaime Prieto, en un comentario sobre el ejercicio de repensar a Colombia anotaba: “Veo importante la pregunta sobre qué tipo de Estado y para qué tipo de sociedad. Precisamente la pregunta que nos tenemos que hacer es qué tipo de Iglesia para qué tipo de sociedad”. La reflexión en torno al proyecto de país ha conducido a una reflexión sobre la necesidad de aportar a la construcción de lo público como “aquel ámbito en el cual se exponen distintos puntos de vista, se tramitan y aceptan las diferencias”, como un espacio de pluralismo y de debate que permite la tolerancia y el reconocimiento del papel de la palabra en la construcción de un modelo nuevo de sociedad. Para Monseñor Jaime era clave responder a la pregunta sobre el tipo de Estado, de sociedad y de Iglesia que se impone en un mundo tan cambiante y exigente en términos de participación ciudadana como el actual. Un perfil de Monseñor Jaime no puede olvidar esa faceta ciudadana y de compromiso con la democracia que le acompañó a lo largo de su vida episcopal. El desarrollo de este rol de construcción de ciudadanía y de proyecto de país, ha colocado a la Conferencia Episcopal en interlocución estable con organizaciones de la sociedad civil y de la comunidad política. Los encuentros ecuménicos con líderes de otras Iglesias y confesiones religiosas para dialogar sobre este proyecto de país compartido han dejado grandes lecciones. Con el tiempo se ha ampliado el rango de acciones y campañas que tienen un carácter ecuménico en Colombia. Algo que puede ayudar a comprender el rol de la Iglesia Católica en la construcción de país ha sido la participación en la discusión y concertación sobre el plan de cooperación internacional con Colombia. El llamado proceso Londres – Cartagena, que fue seguido muy de cerca y apoyado decididamente por Monseñor Jaime, ha convocado a sectores de la sociedad civil y les ha creado condiciones de diálogo con la comunidad internacional y con el gobierno colombiano sobre las prioridades y ejes de la cooperación internacional. Es tal vez este un escenario estable de diálogo sobre la problemática del país y el rol de la comunidad internacional en la perspectiva de la paz que tiene un impacto mayor por la magnitud de los temas que se discuten, tales como el de la vigencia de los derechos humanos en Colombia. Entre los sectores sociales que han participado activamente a lo largo del proceso se encuentra la Pastoral Social Nacional bajo el liderazgo de Monseñor Jaime. Otro escenario muy importante ha sido el de los diálogos con organizaciones sociales involucradas en la construcción de la paz en Colombia. La Conferencia Episcopal ha participado activamente de estos espacios por medio del Secretariado Nacional de Pastoral Social, con el compromiso decidido de todos los Obispos que la componen. El caminar simultáneo en la búsqueda de un proyecto de país con relaciones justas y equitativas, al lado del ejercicio de construcción de puentes con los bandos enfrentados son dos ejes a los que habría que unir el compromiso con los desplazados y las víctimas del conflicto armado, todo bajo una perspectiva de lo que es propio de la misión de la Iglesia que es el compromiso con el Evangelio y con el anuncio de la vida que da el Resucitado. “El clima que hace posible la realización de la gran tarea de la edificación de un mundo en paz es el de la preocupación por la justicia, concebida en un sentido profético. Además de esto, el fundamento de esa gran tarea lo constituye, desde la perspectiva evangélica a la que siempre tiene que recurrir la Iglesia, lo que hemos llamado el ideal de una civilización del amor y de una cultura de la misericordia”. El rol humanitario En 1996 no existía un documento que alertara sobre el problema del desplazamiento forzado interno en Colombia. En ese momento la Conferencia Episcopal tomó la decisión de adelantar una investigación nacional y regional para llamar la atención de las autoridades y del país sobre la grave situación que vivían las víctimas del conflicto colombiano. Desde entonces las problemática del desplazamiento forzado han sido seguida y analizada por organismos de Naciones Unidas, de la sociedad colombiana y ahora se cuenta con una ley que hace de marco de atención estatal a las víctimas de este flagelo. Una resolución de la Corte Constitucional que obliga a la atención inmediata de las urgentes necesidades de esta población es uno de los resultados de la acción que la Iglesia inició en ese momento. Al conmemorar los 10 años de la primera investigación, la Conferencia Episcopal por medio del Secretariado Nacional de Pastoral Social dio un nuevo documento de seguimiento y actualizó las recomendaciones que elaborara inicialmente. Este proceso que ha estado en el corazón de la Conferencia Episcopal como expresión de su opción por las víctimas y los más necesitados fue altamente animado por Monseñor Jaime quien asumió y encarnó este compromiso como representante de la Iglesia en el campo social. El trabajo del Secretariado Nacional de Pastoral Social ha incluido un programa especial de investigaciones en el campo del desplazamiento y de la situación de las víctimas del conflicto con el fin de dar recomendaciones al gobierno nacional, a la comunidad internacional y para orientar las acciones que la Iglesia adelanta en el campo de la prevención de las violaciones a los derechos humanos, la atención y protección de las víctimas y la labor de largo plazo de restitución de sus derechos. Todo esto ha llevado a que la Iglesia colombiana en su trabajo en el terreno haya claramente optado por trabajar al lado de los que sufren y de las víctimas. Habría varios niveles en el trabajo al lado de los que sufren: uno es el investigativo del cual hacen parte los trabajos de las bases de datos sobre desplazamiento forzado: RUT y el de recuperación de la memoria histórica: TEVERE. Ambos programas aprobados desde su nacimiento por la Comisión Episcopal de Pastoral Social bajo el liderazgo de Monseñor Prieto Amaya. Otro nivel hace parte de los planes de incidencia para lograr una mayor atención internacional y nacional frente a las víctimas, por ejemplo el haber dado inicio a una campaña internacional con la red Caritas que se enfoca todavía hoy sobre la crisis humanitaria en Colombia. Monseñor Jaime justamente participaba con regularidad en las reuniones internacionales del Grupo de Trabajo Colombia de Caritas sobre la situación humanitaria de paz en Colombia y su último viaje al exterior fue justamente para una de esas reuniones en Oslo donde tuvo una destacada intervención sobre la posición de la iglesia colombiana en esta materia. Mientras tanto acompañaba el trabajo junto a otras organizaciones sociales y redes de víctimas para lograr la elaboración y puesta en ejecución de la ley sobre desplazamiento forzado. Las acciones emprendidas a favor de la población desplazada tienen una perspectiva de restauración de derechos y por lo tanto hacen parte de un esfuerzo más amplio de la Conferencia Episcopal y de la Pastoral Social de promover la defensa de los derechos humanos de todos los colombianos. De hecho existen nexos muy estrechos con organismos de derechos humanos no gubernamentales en Colombia y con organizaciones del nivel internacional para actuar conjuntamente en la promoción y defensa de la dignidad de cada hombre y mujer de Colombia. Diálogos pastorales La labor de la Iglesia en la facilitación de procesos de paz ha sido fuertemente avalada por su presencia junto a las víctimas y por su labor en todas las regiones del país con ellos. El telón de fondo de todas estas intervenciones ha sido la construcción de formas de acercamiento y de crear confianza y espacios para la palabra. Entre estas posibilidades hay que recordar los “diálogos pastorales” como de ejercicios de encuentro y escucha con actores enfrentados para establecer puentes de comunicación y abrir posibilidades de encuentro. El diálogo pastoral es una figura que ha sido muy debatida en Colombia. En algunos momentos ha sido objeto de debate jurídico y legal, en otros se ha discutido sobre su pertinencia. El dialogo pastoral tan valorado y defendido por Monseñor Jaime es un ejercicio eclesial que resulta de una reflexión y discernimiento desde el Evangelio sobre lo que exige el momento actual a la Iglesia local. El Obispo con los integrantes de la comunidad eclesial analizan las circunstancias, las leen con perspectiva evangélica. Al final como responsabilidad de Iglesia el Obispo define el tipo de diálogo pastoral que más conviene. Es muy conocido este ejercicio fue muy promovido por Monseñor Jaime a nivel regional y nacional. El dialogo pastoral puede estar orientado hacia asuntos prioritariamente humanitarios, como la liberación de secuestrados, la situación de personas amenazadas, la presión sobre comunidades para que se desplacen. Pero el diálogo pastoral puede ir más lejos hacia la búsqueda de caminos para la terminación de enfrentamientos tal como lo hizo Monseñor Jaime. Por diálogo pastoral se ha entendido la posibilidad de explorar caminos en forma creativa y con gran imaginación pastoral, descubriendo posibilidades y fortalezas en los interlocutores pero sin dejar de lado la voz profética que denuncia el mal de la violencia y proclama la necesidad de construir formas diferentes de buscar los fines que se persiguen. Lo que parecería muy importante es que la intervención de la Iglesia ha buscado legitimar el diálogo como forma de resolver las confrontaciones y conflictos que vive el país. Recuperar el valor de la palabra es una tarea difícil y muy exigente cuando se tienen décadas de confrontaciones armadas y multiplicidad de conflictos. Otro elemento importante es que el rol asumido en cada proceso de negociación o de acercamientos para la paz ha sido previamente reflexionado en la Conferencia Episcopal para llegar a unas definiciones concertadas sobre los pasos a dar. Monseñor Jaime fue miembro desde la fundación de la “Comisión de Paz” del Episcopado que reúna a los Obispos que intervienen en cada uno de estos acercamientos. Hay una realidad muy significativa y es que un cuerpo como la Conferencia Episcopal mantiene la reflexión y la acción común frente a las distintas posibilidades. Indudablemente que las dinámicas y posibilidades que se establecen en los acercamientos cada grupo armado son muy diversas y es necesario un mecanismo que permita revisar lecciones aprendidas y avanzar en retos de largo plazo. Una pastoral para la paz y la reconciliación Uno de los aportes más significativos de Monseñor Jaime Prieto Amaya, el hombre del diálogo social con diversos y distantes, el hombre gran sensibilidad por las problemáticas humanitarias, el Pastor dedicado al discernimiento del querer de Dios para la Iglesia y el país, el incansable evangelizador de lo social, fue la pastoral de la paz y la reconciliación. Si se pregunta por la estrategia que la Iglesia Colombiana ha desarrollado a la largo de estas décadas en materia de paz, la respuesta está en una serie de acuerdos y de principios que están consignados en documentos que se pueden aglutinar bajo el nombre genérico de “pastoral para la paz y la reconciliación”. Los documentos que responden a la necesidad de una respuesta de Iglesia frente a los retos que impone el aportar a un proceso de paz. Estos documentos desarrollan el principio de que la paz y la reconciliación son centrales en la construcción de una sociedad que asegure la realización humana plena de todos sus asociados y al mismo tiempo que la paz es central en el mensaje cristiano como práctica. Por lo tanto ubica los niveles de compromiso, los valores, principios y directrices de acción y los roles de cada uno. El tener un conjunto de tomas de posición, declaraciones o verdaderos documentos de la Iglesia colombiana al respecto, ha sido de una gran utilidad práctica para que en las parroquias del país y en los grupos eclesiales se identifique el compromiso con la paz como parte integrante de la labor eclesial. Esto ha asegurado el que las acciones de la Conferencia Episcopal en el campo de las negociaciones con grupos armados puedan tener un efecto en procesos comunitarios de largo plazo que conducen hacia la reconciliación. La reflexión sobre los roles y posibilidades se ha mantenido activa a lo largo de los años y ha dejado algunas lecciones importantes sobre la forma como se puede intervenir desde una posición de “reserva moral” de un país, fuertemente respaldada en la credibilidad por el compromiso con la búsqueda de soluciones. Cada conflicto, en su especificidad, ha requerido de una reflexión ética que el de alternativas en términos de justicia y al mismo tiempo ha exigido que quien intervenga entre los actores enfrentados tenga la credibilidad moral necesaria. Esto ha tenido exigencias grandes para la Iglesia en Colombia; le ha colocado como tarea el preguntarse constantemente sobre el tipo de mensaje que transmite para hacer posible la paz. Al lado de estas lecciones ha producido una reflexión muy profunda sobre la manera como se pueden integrar todas las posibilidades que tiene la iglesia para dar una intervención más enriquecedora y completa frente al fenómeno de la guerra y la violencia. Crear espacios para el encuentro, la escucha, la consolación, la reconciliación Integrar voces de distintos sectores afectados por la situación de conflicto y acercarse al dolor por las atrocidades vividas ha conllevado la tarea de “crear espacios” para la reflexión y la acción promovidos por la Iglesia con sus Diócesis y organismos locales. El crear espacios es ante todo una tarea que la Iglesia ha identificado frente al conflicto armado y particularmente frente a las víctimas de las agresiones y violaciones a los derechos humanos. Se trata de una respuesta cercana y muy humana que abre puertas para quienes no tienen manera de vivir sus sufrimientos y elaborar sus duelos, e incluso para quienes no logran hacer escuchar sus propuestas de paz y reconciliación. Cuando hablamos de “espacios” pensamos no sólo en lugares físicos, pensamos en ambientes en los cuales se puedan hacer y rehacer relaciones que permitan vivir la dignidad humana. La percepción es que el espacio vital está muy restringido o limitado en regiones en las cuales la confrontación tiende a involucrar a todos sus habitantes. La propuesta de crear espacios en términos pastorales apuesta a dar la posibilidad de vivir en la práctica los grandes principios que están en la base de la convivencia humana, es decir a crear las condiciones para que las personas puedan vivir su dignidad en plenitud en medio de circunstancias sociales que les son muy adversas. Se trata del poder expresar la palabra y escuchar otras voces, el poder dar a conocer sus sentimientos y sufrimientos al mismo tiempo que sus anhelos y sueños. Es encontrar la posibilidad de soñar con otros en un futuro en paz. Finalmente es crear posibilidades para una esperanza comprometida, activa, transformadora. Son justamente estos espacios de vida y de esperanza los que han caracterizado la presencia de la Iglesia en sectores en los cuales no se conoce una presencia social del Estado y donde el espacio pastoral está acompañado de múltiples servicios comunitarios que brindan educación, salud, recreación, etc. En torno a los “espacios” gira sobre todo la pregunta sobre las relaciones que se necesitan para que cada quien pueda sentir que las relaciones que establece son seguras y fraternas. Podríamos encontrar miles de ejemplos. Uno de ellos tiene que ver con el programa Testimonio, Verdad y Reconciliación, TEVERE, que es una metodología de recuperación de la memoria histórica, acogida de las víctimas, sanación de las agresiones sufridas y puesta en marcha de nuevas posibilidades. El proceso de curación debe ser iniciado desde ahora en términos sociales y comunitarios aunque el conflicto con actores a los que Monseñor Jaime dedicó muchas energías para convencerles del camino de la paz sigue produciendo dolor y muerte. Al cumplirse 10 años del paso de Monseñor Jaime Prieto Amaya a la Casa del Padre Celestial siguen grabados profundamente sus esfuerzos, firmes convicciones y permanente compromiso con una Iglesia volcada hacia las periferias existenciales del sufrimiento por las crisis humanitarias y de las esperanzas que vienen de la presencia del Resucitado. Mons. Héctor Fabio Henao Gaviria Director del Secretariado Nacional de Pastoral Social - Caritas Colombia

Vie 25 Sep 2020

¿Por qué volver a los templos?

Por: P. Jorge Enrique Bustamante Mora - La pandemia nos alejó durante meses de los templos; ahora se nos invita a “volver a los templos”; y no han faltado en las redes sociales las voces disonantes que se oponen a este volver, y no me refiero a los argumentos de salud sino a posturas muy distantes de esos estrados. Algunos recurren a la sentencia que no es necesario volver a un templo pues a Dios se le encuentra en todo lado. Alguien en mis redes me decía “oraré para que usted pueda encontrar a Dios sin necesidad de ir al templo”, de estas motivaciones o cuestionamientos nacieron estas reflexiones, que espero sean luz y formación de unos y otros. Quiero iniciar citando a Pablo para argumentar a quiénes me dirijo: “¿por qué voy a juzgar a los de fuera?” (1 Cor 5,12), estas reflexiones, enseñanzas, orientaciones son para los de dentro, para los que se precian de ser y pertenecer a la comunidad cristiana católica. Sé que otras comunidades cristianas tienen una comprensión y teología muy distinta sobre el valor de los templos, respeto sus posturas y espero que ellos respeten la nuestra. Me surgen varios interrogantes ¿En nuestra relación y amor con Dios qué valor damos a los templos? ¿Acaso podemos cambiar nuestra postura bajo el argumento que a Dios lo encontramos en todo lado? ¿Un cristiano católico no tiene necesidad de ir al templo? ¿Acaso el creyente católico resuelve su relación con Dios en un intimismo personal? ¡Que a Dios lo encontramos en todo lado lo tengo claro! ¿Qué católico desconoce el atributo divino de la omnipresencia de Dios? Sabemos que le es propio de su perfección y que este atributo le permite estar presente en todos los lugares y en todos los momentos al mismo tiempo. Por si acaso, he aquí algunas referencias bíblicas, Dios mismo con una pregunta retórica nos cuestiona “¿No lleno yo el cielo y la tierra?” (Jr 23,24); la sabiduría del pueblo de Israel así lo comprendió “En todo lugar están los ojos de Yahvé observando a malos y a buenos” (Pr 15,3); y solo por citar un texto del Nuevo Testamento veamos lo que nos enseña Jesús sobre la oración: “Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará” (Mt 6,6). Que Dios está presente en todo lado es claro, pero estos encuentros no eximen de aquellos en los lugares sagrados, como los templos. Todo lo contrario, cuando el creyente en cualquier lugar y en una relación auténticamente espiritual se encuentra con Dios, es Dios mismo quien le enseña que hay encuentros más íntimos y lugares especiales en los que se vivencia su amor. El encuentro real don Dios en cualquier lugar no es pretexto para despreciar los lugares que Él mismo consagró. “Volver a los templos” significa tener claridad sobre la dimensión espiritual católica. Tres grandes componentes se pueden citar: El valor sagrado del lugar, el sentido inigualable de la Iglesia – comunidad creyente, y finalmente, la incuestionable presencia real de Jesús en la Sagrada Eucaristía. Nuestra comprensión del valor del lugar sagrado nace de la experiencia bíblica. Israel descubrió el valor sagrado del Templo, sobre este argumento compuso hermosísimos salmos hablando del recinto sagrado (Cf. Sal 27; 24, 42), su oración hoy frente al Muro de los Lamentos no es más que una manifestación del valor sagrado del Templo. Jesús respetó el valor del Templo y buscó su purificación, Él que habla de oración en Espíritu y verdad (Cf. Jn 4,24) no escatima en llamar al Templo “casa de oración” (Mc 11,17; Mt 21,13; Lc 19,46; Jn 2,14). A la edad de 12 años ya lo había llamado: “casa de mi Padre” (Lc 2,49). Los cristianos en continuidad con este valor consagramos lugares especiales al encuentro con Dios, y aunque nos encontramos con Él en todo lado, no dejamos de tener “casas de oración”. El valor de lo sagrado para los cristianos es una novedad fielmente vivida durante estos ya casi dos mil años. Cada lugar sagrado, templo, capilla, oratorio, nos lleva a decir como Pedro: “Señor está bien que nos quedemos aquí” (Mt 17,4), estos lugares son para los cristianos católicos esas “chozas” que quiso construir Pedro para estar cerca del Señor, en ellas experimentamos la luz de la transfiguración y bajamos a la lucha de la vida con la fuerza del Señor. ¡Nada como un lugar sagrado para intimar con Dios! La expresión “volver a los templos” en los labios de un creyente significa comprender el sentido inigualable de la Iglesia – comunidad creyente; en ella se expresa su deseo de querer vivir su condición de piedra viva de la Iglesia, pues “los que en un tiempo no eran pueblo, ahora son Pueblo de Dios” (2 P 2,10). Cada bautizado se sabe parte de este Pueblo único; “volver a los templos” es volver a ver el rostro del otro que es hermano, es compartir la alegría de caminar juntos al encuentro de Dios. La Iglesia va más allá de las fronteras de la propia casa, en los otros hay riqueza y presencia de Dios. Es suficiente ver la realidad de la Iglesia en sus inicios “En Antioquía, donde por primera vez, los discípulos recibieron el nombre de cristianos” (Hch 11,26); “Al llegar Bernabé y ver lo que Dios había obrado entre ellos se alegró y los exhortaba a permanecer unidos al Señor” (Hch 11,23). En el encuentro de las piedras vivas, cada uno se fortifica en el testimonio, comparte la oración, juntos aprenden como Iglesia a no temer la persecución, el sufrimiento de cada uno cobra sentido, valor, ella- la Iglesia – permanece unida en oración (Cf. Hch 12,1.5). El pueblo congregado en un lugar sagrado es fuerza que alcanza el amor de Dios. “Volver a los templos” no significa caminar de casa a otro lugar para hacer lo que se podía haber hecho en casa, nada más absurdo y ajeno a la comprensión de la verdad. El “volver a los templos” significa volver a la realidad de la vivencia sacramental; y de manera particular a la incuestionable presencia real de Jesús en la Sagrada Eucaristía. Esta, aunque por más que se quiera no se puede tener en cada casa o en cualquier lugar, qué más quisiéramos que en cada una hubiese un sacerdote para hacer presente la Carne y Sangre del Señor. Aunque Dios lo llena todo y nos podemos encontrar con él en cualquier lugar, no acontece lo mismo con la realidad de la Carne y Sangre de Jesús. La presencia viva y real de Jesús está allí presente en el encuentro de la comunidad eclesial presidida de un sacerdote que ofrece el Sacrificio de la Salvación. Sobre este realismo ya nos dijo Jesús: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna” (Jn 6,54); Pablo al respecto nos dice: “la copa de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo?; y el pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? (1 Cor 10,26). Así que “volver a los templos” es volver a los sacramentos, a la realidad de la Confesión a la vivencia de la Eucaristía; es volver a sentir la Gracia transformante del Señor en la realidad de la gracia sacramental que se debe prolongar a lo largo de la vida. “Volver a los templos” es ser Iglesia que entra en contacto con la presencia real de Jesús en un espacio Sagrado. Nuestros templos no son solo un altar de sacrificio sino también un espacio sagrado de encuentro y oración, a ellos va el creyente buscando al Señor, a vivir su amor. Hermanos creyentes ¡Volvamos a los templos”! no traguemos entero que nosotros tenemos doctrina, teología y espiritualidad que nos hace comprender porque es importante “volver a los templos”. P. Jorge Enrique Bustamante Mora Director del Departamento de Doctrina y Animación Bíblica de la CEC [email protected]

Mar 22 Sep 2020

Sobre la situación social y la violencia

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - Un repaso de las enseñanzas del Papa Francisco en su visita a Colombia. Estos días hemos experi­mentado situaciones muy complejas y dolorosas en el país, con la muerte violenta de muchas personas, con el ataque indiscriminado de estructuras y personas que sirven a la comuni­dad, como lo son los comandos de Policía y los lugares cercanos a nuestras viviendas que cuidan de nosotros. Las imágenes, el dolor de muchas personas que lloran a sus muertos, las imágenes de los servidores de la Policía Nacional, el sufrimien­to de muchas personas que han tenido que vivir las limitaciones del transporte, especialmente en la ciudad capital, Bogotá, en otras importantes ciudades, incluidos los desórdenes de nuestra ciu­dad de San José de Cúcuta, nos hacen reflexionar profundamente en cuanto ha sucedido y retomar elementos que nos ayuden a releer y explicar nuestra realidad social. Ha coincidido este fenómeno so­cial de desorden y violencia, con la Semana por la Paz, que cada año nos invita a celebrar la Iglesia colombiana, por medio de la Con­ferencia Episcopal de Colombia y el Secretariado Nacional de Pasto­ral Social. Esta semana coincidía exactamente con los tres años de la Visita Pastoral que realizó el Santo Padre FRANCISCO a Colombia en el año 2017 (del 6 al 11 de sep­tiembre 2017) y que nos ha dejado un magisterio muy valioso, intere­sante y casi que profético para leer las situaciones que vivimos. El Papa FRANCISCO nos invitó, con un sugestivo lema DEMOS EL PRIMER PASO a caminar hacia la PAZ que Colombia tanto necesi­ta. Nos invitaba a dejar de lado la violencia armada y a “encontrar caminos de reconciliación”. Po­nía este objetivo como un camino de esperanza, en el que “la búsque­da de la paz es un tra­bajo siempre abierto, una tarea que no tiene tregua y que exige el compromiso de todos. Trabajo que nos pide no decaer en el es­fuerzo por construir la unidad de la nación y, a pesar de los obstácu­los, diferencias y dis­tintos enfoques sobre la manera de lograr la convivencia pacífica, persistir en la lucha para favorecer la cultura del encuentro, que exige colocar en el centro de toda acción política, social y económica, su al­tísima dignidad, y el respeto por el bien común” (Encuentro con las Autoridades, el Cuerpo Diplomáti­co y algunos Representantes de la sociedad civil, Palacio de Nariño, 7 de septiembre 2017). Pasados los días y los meses, ve­mos que este cami­no de reconciliación aparece como algo difícil de encontrar, sobretodo porque no tenemos la vivencia de caminos de recon­ciliación y no se logra una convivencia pací­fica. Si bien existe un gran error y una gran falta, al excederse en la fuerza y matar a una persona humana sin razones, ello ha sido reconoci­do por las autoridades, nada nos puede llevar a una violencia ge­neralizada que suscita más vio­lencia. Es importante cuanto nos recuerda el Papa, es necesario que en el centro de las acciones políti­cas, sociales y económicas se pon­ga como horizonte el respeto del bien común y, especialmente de la vida humana. En ese mismo encuentro, el Papa nos decía: “Cuanto más difícil es el camino que conduce a la paz y al entendimiento, más empeño he­mos de poner en reconocer al otro, en sanar las heridas y construir puentes, en estrechar los lazos y ayudarnos mutuamente”. En este momento es necesario el entendi­miento, la serenidad, para sanar heridas y buscar todos ayudarnos mutuamente. Para la Iglesia Católica, existe un compromiso irrenunciable e ina­plazable para la construcción de la paz, para buscar que, en el res­peto de la vida humana, se pueda construir una sociedad libre de enfrentamientos y dolor, donde se derrame sangre humana que lo único que produce es la crea­ción de más violencia y más do­lor. A este propósito las palabras del Papa son bien significativas y nos hacen reflexionar ampliamen­te: “La Iglesia, en fidelidad a su misión, está comprometida con la paz, la justicia y el bien de todos. Es consciente de que los principios evangélicos constituyen una di­mensión significativa del tejido so­cial colombiano y por eso pueden aportar mucho al crecimiento del País; en especial, el respeto sagra­do de la vida humana, sobre todo la más débil e indefensa, es una piedra angular en la construcción de una sociedad libre de violencia” (Gran encuentro de oración por la Reconciliación nacional, 8 de sep­tiembre 2017). Es necesario en este momento una gran responsabilidad de parte de las autoridades, también en la defensa de la ley y el orden, para evitar más derramamiento de san­gre y suscitar más violencia en el entorno social de Colombia. Un apartado del discurso el Papa en el encuentro con las autoridades nacionales y el cuerpo diplomá­tico: “El lema de este País dice: «Libertad y Orden». En estas dos palabras se encierra toda una ense­ñanza. Los ciudadanos deben ser valorados en su libertad y prote­gidos por un orden estable. No es la ley del más fuerte, sino la fuerza de la ley, la que es aprobada por todos, quien rige la convivencia pacífica. Se necesitan leyes justas que puedan garantizar esa armonía y ayudar a superar los conflictos que han desgarrado esta Nación por décadas; leyes que no nacen de la exigencia pragmática de or­denar la sociedad sino del deseo de resolver las causas estructurales de la pobreza que generan exclusión y violencia. Sólo así se sana de una enfermedad que vuelve frágil e indigna a la sociedad y siempre la deja a las puertas de nuevas cri­sis. No olvidemos que la inequidad es la raíz de los males sociales (cf. ibíd., 202).” (Encuentro con las Autoridades, el Cuerpo Diplomáti­co y algunos Representantes de la sociedad civil, Palacio de Nariño, 7 de septiembre 2017). En las condiciones excepcionales que estamos viviendo es necesario conservar el orden, además de garantizar las condi­ciones de vida de los colombianos, allí se encuentra un camino de gran responsabili­dad para quienes de­tentan las armas del derecho que garanti­zan el bien común, pero es nece­saria también la responsabilidad y el respeto desde la fuerza de la ley. Tampoco podemos ver imágenes de gran dolor y ataque desmedi­do a quienes representan y deben fortalecer la convivencia pacífica. Todos, ciudadanos, autoridades civiles, fuerza pública tenemos que mantener la cordura y hacer respetar la dignidad de la perso­na humana y evitar episodios de confrontación. Ninguna situación de injusticia, puede garantizar o defender escenas de guerrilla urba­na y destrucción. Las escenas de violencia y de muerte que hemos presenciado quedarán marcadas en la historia del país, en lustros no las había­mos vivido. Precisamente el Papa FRANCISCO, en su Visita Apos­tólica, refiriéndose a otro aconteci­miento muy doloroso, la muerte de muchas personas, adultos, jóvenes y niños en Bojayá (Departamen­to del Chocó), nos decía palabras que iluminan y hacen reflexionar ampliamente sobre cuanto hemos vivido: “Nos reunimos a los pies del Crucificado de Bojayá, que el 2 de mayo de 2002 presenció y su­frió la masacre de decenas de per­sonas refugiadas en su parroquia. Esta imagen tiene un fuerte valor simbólico y espiritual. Al mirarla contemplamos no sólo lo que ocurrió aquel día, sino también tan­to dolor, tanta muerte, tantas vidas rotas, tan­ta sangre derramada en la Colombia de los últimos decenios. Ver a Cristo así, mutilado y herido, nos interpela. Ya no tiene brazos y su cuerpo ya no está, pero conserva su rostro y con él nos mira y nos ama. Cristo roto y amputado, para nosotros es «más Cristo» aún, por­que nos muestra una vez más que Él vino para sufrir por su pueblo y con su pueblo; y para enseñar­nos también que el odio no tiene la última palabra, que el amor es más fuerte que la muerte y la vio­lencia. Nos enseña a transformar el dolor en fuente de vida y resurrec­ción, para que junto a Él y con Él aprendamos la fuerza del perdón, la grandeza del amor.” (Gran en­cuentro de oración por la reconci­liación nacional, Villavicencio, 8 de septiembre 2017). Reflexionemos delante de tantas vidas rotas, delante de tanta vio­lencia. Es la hora de la PAZ, de la reconciliación, donde, como dice el Papa “Es la hora para des­activar los odios y renunciar a las venganzas y abrirse a la convi­vencia basada en la justicia, en la verdad y en la creación de una ver­dadera cultura del encuentro fra­terno. Que podamos habitar en ar­monía y fraternidad, como desea el Señor. Pidámosle ser constructores de paz, que allá donde haya odio y resentimiento pongamos amor y misericordia” (Idem). Que retomar estas enseñanzas del Papa FRANCISCO, en estos mo­mentos, nos sirva para crecer en nuestra opción segura y clara por la paz, rechazando la violencia, arropando a los familiares de quie­nes han muerto con el consuelo cristiano, arropando a los heridos, laicos y policiales, siendo solida­rios y caritativos con los que su­fren. Es la hora de la paz y de la reconciliación, es la hora de la serenidad y de un gran diálogo social. Tenemos que dar nuevos pasos hacia la paz: “Si Colombia quiere una paz estable y duradera, tiene que dar un paso en esta di­rección [el encuentro personal con Cristo] que es aquella del bien co­mún, de la equidad, de la justicia, del respeto de la naturaleza huma­na y de sus exigencias” (Francisco, Homilía en Cartagena, 10 septiem­bre 2017). Concluyo con las bellas palabras del Romano Pontífice en la sentida despedida de Cartagena de Indias: “Colombia, tu hermano te necesita, ve a su encuentro lle­vando el abrazo de paz, libre de toda violencia, esclavos de la paz, para siempre” (Francisco, Despe­dida, Cartagena de Indias, 10 de septiembre 2017). Seamos todos esclavos de la paz que nos regala el encuentro personal con Jesucristo. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Dom 20 Sep 2020

Mons. Jaime Prieto: El amigo, el pastor, el visionario y defensor de los DD.HH.

Por: Mons. José Figueroa Gómez - Agradezco a todas las personas que me solicitaron un artículo con ocasión de los 10 años da la partida de Monseñor Jaime Prieto Amaya al encuentro definitivo con nuestro Padre Dios. De verdad que expresar todo lo que siento, no es fácil; pues fueron tantos años de compartir experiencias que, sin lugar a dudas, fueron las que me permitieron crecer en la fe y en la entrega a la comunidad como él lo hizo. Al hablar de Monseñor Jaime, habría muchos elementos para compartir; pues todos los que lo conocimos supimos de su rica personalidad, su entrega desinteresada a la comunidad y su gran sabiduría para sortear los distintos momentos difíciles que afrontó. Quisiera compartir tres valores que para mí, personalmente, fueron verdaderamente iluminadores; Monseñor Jaime Prieto Amaya: el amigo, el pastor y el visionario y defensor de los derechos humanos. Monseñor Jaime el Amigo Yo conocí a Monseñor Jaime unos días antes de su consagración episcopal en diciembre de 1993; cuando unos sacerdotes de la Diócesis de Barrancabermeja; el padre Arturo Garzón, el padre Gabriel Ojeda, el padre Floresmiro López, el padre Ernesto Silva y mi persona; fuimos a saludarlo a Facatativá con motivo de su nombramiento para Barrancabermeja, en ese momento él era Vicario General de la Diócesis y Párroco de la Catedral de la Diócesis de Facatativá. Desde ese primer momento de encuentro con él pude percibir la calidad de persona que era; fue personalmente al Aeropuerto El Dorado a recibirnos en su vehículo personal y nos llevó a la casa cural de la Catedral de Facatativá, allí estuvimos todo el día con él. Le pudimos compartir algunos aspectos generales de la Diócesis. Y él nos hizo muchas preguntas muy encaminadas al plan de pastoral que nosotros seguíamos. Inmediatamente percibí en él una personalidad de gran cercanía humana y de gran profundidad de pensamiento. Su estilo bogotano lo llevaba a ser de un humor agudo y agradable y al mismo tiempo una persona de pensamiento amplio y profundo. Ya una vez fue consagrado Obispo y llegó a Barrancabermeja a comenzar la novena de navidad, de ese año de 1993, comenzamos una relación de amigos, de hermanos y sacerdotes. Yo había sido administrador diocesano en 1993 y prácticamente a mí me correspondió entregarle la Diócesis en ese diciembre de ese mismo año. El inmediatamente me ratificó como Vicario General de la Diócesis y ahí comenzamos esa relación de hermanos y amigos. Monseñor Jaime, no gustaba mucho el título de padre para con los sacerdotes; él prefería el título de hermano y realmente siempre se comportó con nosotros como un hermano. Así yo lo vi siempre, el hermano mayor que con su cariño, su preocupación y su entrega generosa a la comunidad me indicaba el camino para desarrollar la pastoral. Fue un hombre de una sensibilidad exquisita y de una cercanía verdaderamente admirable, yo le fui presentado algunas personas y familias de la Parroquia de la Inmaculada, donde yo era párroco, e inmediatamente fue entrando en un ambiente de familiaridad y fraternidad verdaderamente admirables. Era feliz cuando se le invitaba a festejar el cumpleaños de cualquiera de esas personas y gozaba haciendo bromas a niños y adultos; su personalidad sencilla y sincera lo caracterizo para ser persona cercana y querida de todos. Monseñor Jaime el Pastor Esa personalidad sencilla, sincera y cercana la puso al servicio del Señor y por eso se convierte en un gran pastor para Barrancabermeja. Fue el hombre que recorrió permanentemente todo la Diócesis desde Betulia hasta Vijagual y desde Puerto Berrio hasta El Carmen; en esos 15 años de permanencia no se le quedo ninguna población ni vereda sin visitar. Su celo apostólico lo llevó siempre a ser un gran evangelizador: con palabras y con obras; sus predicaciones siempre estuvieron muy acompañadas de acciones concretas, siempre mantuvo una preocupación por los más pobres, marginados y desplazados, y a través de la pastoral social de la Diócesis se hacía presente en todas estas comunidades. Su celo apostólico era fruto de su espiritualidad profunda; su rato de oración en la mañana era intocable, siempre decía a los que éramos cercanos que ese rato no se lo interrumpiéramos; luego la Eucaristía era la centralidad de su vida; tuve la oportunidad de acompañarlo casi todos los días a celebrar, pues desde que estuviera en Barraca celebraba siempre en la catedral y sus predicaciones eran reflejo de su encuentro con Jesús. Su actividad diaria era una prolongación de esa Eucaristía, pues las palabras de la consagración marcaban su accionar: “este es Mi cuerpo, que se entrega por ustedes”. Esa fue la vida de él, una entrega permanente a los demás, una entrega sencilla y generosa a los más necesitados, una preocupación permanente por la defensa de los derechos humanos; me acuerdo que nunca faltaba a esas marchas del 1 de mayo y en varias oportunidades era quien dirigía la palabra y todo ello era efecto de su compromiso con el Evangelio. Era persona que encarnaba el Evangelio: que con sus palabras y acciones, transparentaba las palabras y acciones de Jesús. Otro momento profundo de su espiritualidad fue la consagración episcopal mía, puedo decir que el gozó tanto esa celebración, como la gocé yo; todos los detalles de dicha celebración fueron preparados, minuciosamente, por él y el sentir yo sus manos sobre mi cabeza será un gesto que jamás podré olvidar: por sus manos me consagraba sucesor de los Apóstoles para servicio de mis hermanos en Granada (Meta). Todos esos detalles reflejan la profundidad de vida espiritual, que vivió Monseñor Jaime. Monseñor Jaime, el Visionario y Defensor de los Derechos Humanos Algo que siempre le admire a Monseñor Jaime fue su capacidad de visionar. Él fue un hombre de formación en sociología y seguramente esos estudios lo capacitaron para ser un gran conocedor y crítico de la realidad, pero al lado de esos conocimientos académicos, él tenía una intuición natural para conocer y analizar los distintos problemas y situaciones que la vida le presentaba. Algo que me impresionaba mucho era como cuando había conflictos en Ecopetrol lo buscaban como mediador, tanto la USO como la Presidencia de Ecopetrol, porque tenía siempre una palabra acertada y sabia para la resolución de los conflictos. Por otra parte el análisis de los aspectos políticos y sociales del país, lo llevaban siempre a tener una actitud crítica frente a los problemas sociales. Frente a la pastoral nos insistía mucho en una “Iglesia en salida”, como nos ha insistido el Papa Francisco, una Iglesia que salga de las sacristías y vaya en ayuda de los más necesitados, por eso fue un gran animador del “P.D.R.E.” (Proceso Diocesano de Renovación y Evangelización) y nos enseñó, a nosotros los sacerdotes, a valorarlo e impulsarlo. Gracias a este Proceso la Diócesis tuvo un crecimiento notable en todas las dimensiones pastorales y sociales; Monseñor Jaime fue un gran defensor de los derechos humanos y al estilo de los verdaderos profetas, no pocas veces sufrió las críticas e incomprensiones de algunos hermanos Obispos. Fue el gran ideólogo y animador del Programa Desarrollo y Paz de Magdalena Medio, que junto con el padre Francisco de Roux (SJ) lo llevaron adelante en el Magdalena Medio y se convirtió en modelo para que otros programas de desarrollo y paz fueran implementados en distintas partes del país. La vida y obra de Monseñor Jaime —sin duda alguna— marcó la historia de Barrancabermeja, su voz profética en esos momentos de la incursión del paramilitarismo fue la voz de la esperanza, para tantos hombres y mujeres que sufrieron el desplazamiento la guerra y la pobreza. Pedimos al Dios de la vida, que la persona de Monseñor Jaime, siga siendo para los que tuvimos la fortuna de conocerlo una luz que nos anima a seguir construyendo caminos de justicia, reconciliación y paz. + José Figueroa Gómez Obispo de la Diócesis de Granada (Meta)

Mié 16 Sep 2020

La Palabra de Dios en la pandemia

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez - Sí. Ahora más que nunca necesitamos los creyentes creer de verdad. Jesús, en el Evangelio nos dirá que si nos ponemos de acuerdo para pedir algo con fe al Padre, Él lo concederá (cfr. Mateo 18, 19). Centenares de veces se repiten en la Biblia las palabras “no teman”, “no tengan miedo”. Algunos llegan a contar 365 citaciones de esta exhortación del Señor en la Biblia a su Pueblo Israel, tanto en el Antiguo testamento, como luego Jesús a los discípulos y en ellos a nosotros. Durante este tiempo de aislamiento preventivo voluntario u obligatorio, son propuestas a las personas para ocupar el tiempo en casa, toda clase de libros, de programas por TV y por distintas plataformas, así como reuniones virtuales; se han publicado toda clase de libros físicos y digitales, revistas, artículos con los que, esperamos de buena fe, se quiere ilustrar a los lectores, con la innegable realidad de que se ha venido creando una gran confusión, cansancio, aburrimiento y desconfianza en lo que se dice y se lee. ¿Quién tiene la verdad? Lo cierto del caso es que nadie tiene esa verdad y por el contrario, todos están o estamos caminando a tientas, adivinando en cada momento y en cada día los pasos que deben darse. Pero hay una lectura sobre la que es posible que se hable poco. Una lectura que seguramente traerá paz, tranquilidad, confianza y fortaleza. Es la Biblia, la Sagrada Escritura, la Palabra de Dios, como se quiera llamar. En ella, Jesús, la Palabra hecha carne, se hace cercano, asume nuestra condición humana, experimenta nuestro dolor y nos redime. “Vengan a mí todos los cansados y abrumados por cargas, y yo los haré descansar. Tomen sobre ustedes mi yugo, y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso para sus vidas, pues mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mateo 11, 28 - 30). Es posible que muchos desconozcan textos bellísimos de la Palabra de Dios que acompañan en la soledad, alegran el espíritu cansado y abatido, alientan en la debilidad y entretienen. A quienes leen estos Tips, les sugiero los libros que pueden ser inicialmente leídos, meditados y compartidos, especialmente en este tiempo de pandemia. Esos sí contienen la Verdad revelada y nos ayudarán a vivir mejor estos días de incertidumbre: Eclesiastés. Sabiduría. Eclesiástico. Proverbios. Los salmos. El Éxodo. Evangelio de San Lucas. Evangelio de San Marcos. San Pablo a los Corintios San Pablo a los Tesalonisences San Pablo a los Filipenses. Las Cartas de San Juan. Los textos bíblicos los pueden leer de dos formas: o lectura seguida (lectio continua), donde cada día se lee una parte del libro elegido hasta terminarlo. Sugiero, que cada que se lea la parte escogida, se deje un espacio de tiempo, de silencio, para recordar las palabras o el mensaje que más le llame la atención. La segunda forma es la lectura orante (lectio divina), en donde elegido el texto, se siguen los pasos ilustrados en las siguientes preguntas: ¿Qué dice el texto? ¿Qué me dice el texto? ¿A qué me compromete el texto? Si leen así la Palabra de Dios, no sólo “ocupan el tiempo”, sino que se llenan de la fuerza de Dios y de su luz divina, para entender lo que también Él nos está diciendo en esta pandemia. Léanla con pasión. Y si “quedan encarretados”, lean toda la Biblia, que les hará mucho bien. + Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo auxiliar de Cali

Lun 7 Sep 2020

En tiempos de pandemia también se construye la paz

Por: Mons. Juan Carlos Cárdenas Toro - La primera semana de septiembre se ha institucionalizado en Colombia como la Semana por la Paz. Durante estos duros días por la pandemia del COVID-19, se han hecho notar muchos rasgos esperanzadores del ser humano: la generosidad, la solidaridad, el heroísmo de los servidores de la salud y otros sectores sociales, entre otros. Pero también se han evidenciado preocupantes signos oscuros que nos interpelan y tienen que movilizar para mejorar. Numerosos hechos violentos revelan el aumento de la agresividad en las personas: violencia intrafamiliar, contra las mujeres, los niños, asaltos callejeros, a establecimientos de comercio, a peatones y usuarios de bicicletas, masacres perpetradas por distintos grupos armados contra sectores específicos de la población como jóvenes, líderes sociales, comunidades indígenas, muestran que no solo se ha multiplicado exponencialmente el contagio del COVID-19 sino también el muy triste y mucho más letal de la violencia. Por ello nos viene bien hacer esta semana una buena lectura del mensaje que el Papa Francisco nos regaló para la jornada mundial de la paz que se celebra todos los 1 de enero: «La paz como camino de esperanza: diálogo reconciliación y conversión ecológica» Mientras circula toda clase de informaciones que infunden desconcierto y confusión y muchos líderes locales y globales parecerían estimular sentimientos que infunden animadversión hacia otras regiones y naciones, el Papa hace un llamado a la esperanza, perseverando en tender puentes y espacios de diálogo reconciliador. Si bien cuando vio la luz el mensaje del Papa publicado el 1 de enero aun no nos encontrábamos en medio de la pandemia, sus palabras son oportunas: «la esperanza es la virtud que nos pone en camino, nos da alas para avanzar, incluso cuando los obstáculos parecen insuperables» (Francisco, 53 Jornada Mundial de la Paz, enero 1 de 2020). El Santo Padre deja claro una de las causas que alimentan los conflictos y violencias: «nuestro mundo vive la perversa dicotomía de querer defender y garantizar la estabilidad y la paz en base a una falsa seguridad sustentada por una mentalidad de miedo y desconfianza, que termina por envenenar las relaciones entre pueblos e impedir todo posible diálogo» (JMP, 2020). ¿Cómo romper el miedo que mantienen a las sociedades inmersas en círculos de violencia en muchos niveles? El Papa Francisco plantea la vía de la fraternidad: «basada sobre nuestro origen común en Dios y ejercida en el diálogo y la confianza recíproca. El deseo de paz está profundamente inscrito en el corazón del hombre y no debemos resignarnos a nada menos que esto» (JMP, 2020). Si algo tenemos que aprender de esta pandemia, nos lo recordó el Papa el 27 de marzo, es que todos somos igualmente vulnerables y que en las manos de todos, remando juntos, esta la salida a la crisis. Este razonamiento podemos también ponerlo para otras dificultades, como las de la violencia fratricida que vivimos en nuestro país. Estos días de confinamientos y mucho tiempo para pensar, vayamos a lo profundo de nuestra conciencia y redescubrámonos como hermanos, ni iguales ni perfectos, pero todos hijos de una misma tierra: en nuestras manos está hacer de esta una nación donde haya espacio y posibilidades de vida digna para todos o seguir tercamente viéndonos como enemigos y tiñendo cada centímetro cuadrado de la patria con sangre de hermanos. ¿Ansiamos la vacuna para liberarnos del Coronavirus? En nuestras manos ya tenemos el antídoto para nuestra larga historia de violencia: cultivar la paz por el camino de la esperanza, en diálogo honesto y fraterno, asumiendo cada uno su propia parte de responsabilidad. Finalmente, al tiempo con la Semana por la Paz, tenemos la jornada de las migraciones. En esta ocasión el Santo Padre nos convoca a recordar que como tantos hermanos y hermanas nuestras deben dejar su tierra para buscar un mejor porvenir en tierras extrañas, Jesús tuvo que refugiarse con su familia en Egipto cuando apenas era un bebé. Y desde esta perspectiva, una vez más nos convoca para acoger, promover e integrar a los migrantes y desplazados internos. + Juan Carlos Cárdenas Toro Obispo Auxiliar de Cali Secretario General del Consejo Episcopal Latinoamericano - CELAM

Vie 4 Sep 2020

El Jubileo de la Tierra

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - En estos días celebramos el JUBILEO DE LA TIERRA, vivimos en un mundo complejo, con profundos cambios sociales en una humanidad que también tiene unos retos inmensos, en campos diversos, que afectan a los hombres y a la persona humana en todos los lugares de la tierra. Esta situación no se debe solamente a la grave situación que nos aflige, con el masivo contagio del virus COVID-19. Son muchos los elementos que se unen para mostrarnos este panorama ecológico terrible, la destrucción de los bosques de la tierra, la explotación desmedida de los mares y de sus recursos pesqueros, la actividad minera intensiva -legal o ilegal- para extraer minerales y recursos para la producción industrial, el uso indiscriminado de los combustibles para producir energía, con el desprendimiento del carbono en cantidades ingentes. El hombre, en todos los confines de la tierra ha asumido una actitud de aprovechamiento desmedido y desordenado de los recursos de la tierra, llevando al límite las capacidades de regeneración del equilibrio de la naturaleza. Todos somos conscientes de estos cambios que han sucedido en los últimos decenios y que nos afectan directamente con el llamado cambio climático. Son muchas las tragedias que hemos experimentado entre nosotros por los huracanes, las temporadas excesivas de lluvia o la sequía. Particularmente la escasez de agua potable, que es la protagonista de estas crisis que afectan a muchos pueblos de la tierra. En muchos campos el hombre busca su bienestar, su alimentación, su transporte. Todo ello ha afectado el equilibrio de la tierra con desmedidas emisiones de gas carbónico. Estas emisiones llegan a ser 35 millones de millones de toneladas de gas carbónico, en el año 2019. Estos días, entre el 1 de septiembre y el 4 de octubre de 2020, se celebrará el “JUBILEO DE LA TIERRA”, que comienza con el Día Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación. El Papa FRANCISCO, desde el inicio de su “Solicitud por todas las Iglesias”, como Obispo de Roma, nos ha invitado a una “Conversión ecológica” (Cf. Encíclica Laudato Si’, ns. 5,8, 216,221). El Papa FRANCISCO nos invita a empeñarnos en esta tarea del cuidado de la creación con muchas acciones precisas con las cuales evitaremos dañar el planeta, alejando la posibilidad de dañar la creación de Dios, asumiendo también la conversión de esos pecados (una sociedad de consumo desmedida, el uso excesivo del plástico, el desperdicio del agua potable, el no reciclar los bienes materiales, la destrucción de los bosques y la naturaleza, el mal uso de la electricidad). Hace 50 años se estableció en la humanidad “El día de la Tierra”, en ambientes ecologistas de los Estados Unidos de América. El Papa FRANCISCO en el rezo del Angelus, del día 30 de agosto 2020, nos recordó que “Celebramos con nuestros hermanos y hermanas, cristianos de diversas Iglesias y tradiciones el “Jubileo” de la tierra, para conmemorar el establecimiento, hace 50 años, del “Día de la Tierra” y que dará inicio con el Día Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación”. Este es un gran reto para los católicos y para todos los cristianos, esta es una tarea que también otras Iglesias, como la gran Iglesia hermana de Constantinopla, con el Patriarca Bartolomeo han emprendido. El Santo Padre en este mensaje que ahora ha escrito para este Jubileo nos indica una gran enseñanza a partir de una frase del libro del Génesis “Dios vio que era bueno” (Gen 1, 25), nos enseña qué es este Jubileo con cinco grandes actitudes: el Jubileo es un tiempo para recordar, regresar, descansar, reparar, y alegrarse. Tiempo para recordar: Que Dios es el destino eterno de la creación y haciendo memoria de la vocación original de la creación, en el respeto de las obras de Dios y de las relaciones entre los hombres. Tiempo para regresar: Para volver atrás y arrepentirse del daño causado a la creación, rompiendo con Dios. Es el “tiempo para volver a Dios, nuestro creador amoroso”. Debemos pensar en el destino de los bienes de la tierra como “herencia común, un banquete para compartir con los hermanos” (n. 2). Tiempo para descansar: Dios estableció el reposo del Shabat, el sábado, que los católicos vivimos en el Domingo de la resurrección del Señor. De frente al clamor de la creación, ocasionada por el daño ecológico es necesario hacer descansar la tierra. Dice el Papa “hoy necesitamos encontrar estilos de vida equitativos y sostenibles que restituyan a la tierra el descanso que merece, medios de subsistencia suficientes para todos, sin destruir los ecosistemas que nos mantienen” (n. 3). Es necesario redescubrir estilos de vida más sencillos y sostenibles. Hay una gran llamada a evitar aspectos nocivos y nuevas formas de relaciones entre los hombres. Tiempo para reparar: Una invitación a reparar la armonía original de la creación y a sacar las relaciones humanas perjudiciales. Es necesario reparar la enorme deuda ecológica. Propone el Santo Padre asegurar los incentivos para la recuperación de muchas maneras y formas, para mirar el mundo con cariño y sentirlo como propio. Todos los pueblos están siendo invitados a asumir estas tareas. Tiempo para alegrarse: Por la respuesta ecológica, sabiendo que la relación con el Creador puede ser mejor. “Las cosas pueden cambiar” (FRANCISCO, Encíclica Laudato Si’, n. 13). Nos invita el Papa a “crear un mundo más justo, pacífico, sostenible”. Estas reflexiones del Papa FRANCISCO son fundamentales para el tiempo actual, mirando a Jesucristo, el Señor del tiempo y de la historia, que hace nuevas todas las cosas (Apocalipsis 21,5). Tenemos que cambiar y reconocer la importancia de la tierra, de la naturaleza, del jardín maravilloso en el cual nos ha puesto el Creador, y sobre el cual tenemos la gran responsabilidad del cuidado de esta “casa común”. Reflexionemos. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo Diócesis de Cúcuta

Jue 3 Sep 2020

Un réquiem

Por: Mons. Ovidio Giraldo Velásquez - En esta pandemia y en el tiempo de confinamiento ha habido una frecuente y dolorosa experiencia de la muerte. Algún amigo, vecino, compañero de trabajo, conocido o, más doloroso aún, alguien de la familia ha partido. En la reapertura de las actividades ya no los encontraremos. En esta luctuosa lista hay personas de todas las edades, de todas las profesiones y condiciones. No importa tanto saber su número o establecer una clasificación. Nos debemos resistir a olvidarlos o a pasar desapercibida su partida. Son más que registro de estadísticas. En cada uno de ellos hay una historia de vida, un drama familiar, un reclamo, lágrimas, esperanzas y desesperanzas. Han partido, ya no están, queda su ausencia y tal vez profundo dolor. Hagamos un pare para pensar en ellos y en sus familias, para pensar que, como dice Ernest Hemingway, “la muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca hagas preguntas por quién doblan las campanas: doblan por ti”. Sin duda alguna la pandemia nos ha arrebatado un significativo número de compañeros de viaje y nos ha desprovisto de su presencia y competencia, enrostrándonos nuestra esencial fragilidad, la natural precariedad de los recursos y cálculos humanos y el límite de nuestras posibilidades. Pero, en nuestra esperanza y para nuestro consuelo debemos pensar, con el apóstol San Pablo, que en la muerte se siembra una semilla y ésta fructificará en un cuerpo celestial; y que la muerte también es una ganancia, es una puerta de vida “porque este ser corruptible tiene que vestirse de incorrupción, y este ser mortal tiene que vestirse de inmortalidad” (1Corintios 15,53). Oremos por todos los que han partido, muchos de ellos en angustia y soledad; oremos por sus familias y sus allegados; también por quienes en vida de ellos supieron servirles, supieron ayudarlos, supieron quererlos. Dios pagará. Finalmente, pensemos en Dios, en su dolor, en el luto de su corazón por toda esta suspensión afanosa de la vida de muchos. Todos somos sus hijos. El corazón de Dios está sangrando con más intensidad en estos días. Pensemos también en la creación, que gime por nuestras locuras, que sufre nuestros horrores, que se estremece por nuestros abusos. Para nuestra oración de sufragio podemos apoyarnos en los salmos 40, 42, 51, 70, 86, 121, 130, 145. Para oración de reconciliación con la creación nos pueden servir los salmos 8, 104, 148. Para nuestro reencuentro con Dios en estas circunstancias dolorosas nos pueden ayudar los salmos 9, 11, 25, 31, 38, 39, 40, 41, 46, 89, 90, 102, 123, 127, 139, 143, 146, 150. Himno de la Liturgia de las Horas Amargo es el recuerdo de la muerte en que el hombre mortal se aflige y gime en la vida presente, cuya suerte es morir cada día que se vive. Es verdad que la luz del pleno día oculta el resplandor de las estrellas, y la noche en silencio es armonía de la paz y descanso en las tareas. Pero el hombre, Señor, la vida quiere; toda muerte es en él noche y tiniebla, toda vida es amor que le sugiere la esperanza feliz de vida eterna. No se oiga ya más el triste llanto; cuando llega la muerte poco muere; la vida, hija de Dios, abre su encanto :“La niña no está muerta, sólo duerme”. Señor, da el descanso merecido a tus siervos dormidos en la muerte; si el ser hijos de Dios fue don vivido, sea luz que ilumine eternamente. Amén. + Ovidio Giraldo Velásquez Obispo de Barrancabermeja