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Opinión

Lun 25 Mayo 2020

COR – VIDA versus COVID 19

Por: Mons. Ismael Rueda Sierra - Para esta entrega editorial, a propósito del coronavirus que afecta a la humanidad, se me ha ocurrido reflexionar a partir de estas palabras que son tan pronunciadas cotidianamente en las conversaciones corrientes y que cobran tanto significado en la experiencia de cada uno. Pero creo que es importante primero identificarlas. La primera, “cor” es un vocablo del latín que significa, nada más ni nada menos, “corazón”, palabra tan usada en el mundo, no solo de la medicina, sino para expresar sentimientos y calificar relaciones. Cordialidad, cordial (afecto del corazón), misericordia (tener corazón con el necesitado), concordia, acordar (unir los corazones), recordar (volver a pasar por el corazón), coraje (el corazón adelante!),cordura (sensatez con corazón), discordia (corazones separados), entre tantas. Podríamos continuar la lista pero para el caso, se trata de resaltar que frente a los retos de la vida y los nudos por desatar, es siempre necesario poner a funcionar el corazón, que podríamos traducir en solidaridad, ayuda mutua, cuidado de los unos por los otros. La Sagrada Escritura, cuando se refiere al corazón humano, no alude simplemente a un músculo del cuerpo, sino describe la interioridad del hombre, de donde proceden los sentimientos, las decisiones, la libertad y el amor en ejercicio, el discernimiento, las relaciones etc. El mandamiento del amor está formulado en términos de corazón: “Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Dt 6,5); y en la parábola del buen samaritano, ante la pregunta que hiciera el doctor de la ley a Jesús, de cómo alcanzar la vida eterna, Jesús le contesta ¿que está escrito en la ley? Y éste le contesta de forma idéntica, añadiendo “y al prójimo como a ti mismo”, por lo cual el Señor le manifiesta que ha respondido correctamente (Cfr. Lc 10,27). La segunda palabra es vida, repetida y usada también tantas veces en las conversaciones ordinarias por su importancia en la experiencia cotidiana y por el contenido humano y espiritual que contiene. Hablamos de la vida como derecho fundamental, y durante todo este tiempo de la pandemia del coronavirus, todo gira alrededor de defender y proteger la vida de este ataque inesperado. De manera que la vida, por fortuna, tiene un escenario en el que debe ser colocada en primera línea de valoración, reconociendo sin embargo, que hay muchos otros, distintos al de esta pandemia, en los cuales aún es más vulnerada y agredida la condición humana (hambre, guerras, otras enfermedades no atendidas, injusticias, violencia…etc). Finalmente, podríamos afirmar, que la palabra más pronunciada en lo que va del año a nivel planetario es “Covid 19” - o “coronavirus” - , por lo que ella cala tan profundamente en este momento en la atención y expectativa de todos. A sabiendas que el espíritu de superación y la virtud de la esperanza se abren paso frente a la adversidad, concluimos que hay un antídoto fundamental que ojalá fuera también una vacuna moral para toda la humanidad, frente a tantos males sociales, lo mismo que para seguir afrontando integralmente la crisis generada por el Covid 19: amor como solidaridad (corazón) y cuidado integral de la vida, empezando por la vida humana y la de la casa común o medio ambiente. Sin olvidar que amor y vida tienen su fuente en Dios, quien en concreto, en su Hijo Jesús, dio su vida por amor. + Ismael Rueda Sierra Arzobispo de Bucaramanga

Sáb 23 Mayo 2020

Post pandemia. Entre el deseo y la necesidad

Por: Mons. César Alcides Balbín Tamayo - Este asunto del Convid-19, que lleva en el mundo no menos de seis meses desde su descubrimiento, ha venido para quedarse. Se ven los esfuerzos de los gobiernos para evitar el contagio masivo, con exiguo éxito para algunos, con un éxito un poco más alto para otros, y con la tranquilidad absoluta para unos pocos, que no le han visto ni siquiera llegar, especialmente países desarrollados, especialmente los nórdicos, y algunas comunidades municipales, entre nosotros. Los esfuerzos del mundo de las ciencias para el descubrimiento de una vacuna, o al menos de anticuerpos, no tanto para erradicar el mal sino para tratar de detenerlo, son notorios, de manera especial también en los países desarrollados, que cuentan con los recursos para ello, e incluso bajo el patrocinio de grandes firmas farmacéuticas, con suficiente músculo financiero, con el soterrado interés de quedarse con una buena tajada del mercado que supone el descubrir y poner una vacuna a disposición de los gobiernos. El mundo comienza a despertar, como de manera casi que perezosa de esta pesadilla que por varios meses le ha colocado como en stand by, y es hora de que pensemos en una manera diferente de ser y de estar en el mundo, en relación con los demás y con nosotros mismos. La experiencia de la cuarentena vivida en familia, la gran mayoría, creo yo, así como el alejamiento social, nos deberán dejar interesantes lecciones para nuestra vida, para poner en práctica en adelante. Es cierto que el futuro esta en manos de Dios, así lo creo, pero también es cierto que las personas inteligentes prevén, de algún modo ese futuro. Es como decir que el mismo está en la manos de Dios, y también en nuestras propias manos. Por todo ello, entonces, tendremos que comenzar por ser selectivos en muchas cosas y en muchos aspectos de nuestra vida diaria. Seguramente moviéndonos entre el deseo y la necesidad, como lo he puesto en el subtítulo de esta reflexión. Y para ello será necesario parar y reflexionar a la hora de comprar, invertir y gastar, que son cosas bien diferentes. Tendremos que pensar en la verdad, la bondad y la necesidad de las cosas ¡Cuántas personas seguramente han lamentado el mal manejo que han dado a los recursos propios o de sus organizaciones en este tiempo, en el que el mundo se ha frenado en seco! Y ello tal vez porque el mundo y la cultura del consumo nos han llevado a adquirir cosas innecesarias y superfluas, dejando de lado cosas importantes y necesarias. En más de una ocasión lo he manifestado: nuestro mundo del comercio está repleto de baratijas, chécheres y cosas innecesarias. Qué bueno hacer el ejercicio, y ayudar a nuestros fieles a que lo hagan, de pensar antes de adquirir algo, si es bueno, si es importante, y sobre todo si es necesario, y tal vez haciéndome la reflexión de lo que pueda pasar si no lo adquiero, y si la respuesta es «nada», entonces… no vale la pena adquirirlo. Distinta será la respuesta a la hora de comprar los elementos de primera necesidad del hogar, como el alimento, como los medicamentos, como el pago de los servicios o incluso la adquisición de algún electrodoméstico, que ayuda a los trabajos del hogar. Así entonces y en previsión del futuro, la cuestión será, tomar decisiones inteligentes, a partir de dos situaciones: lo que quiero y lo que necesito. Lo que quiero puede esperar, lo que necesito, si realmente lo necesito, debe ser ya, ahora. Si no, puede ser después. Ahora, y teniendo de frente una anunciada y profunda recesión económica, bien vale la pena poner a funcionar la inteligencia, en orden a prever un poco el futuro. + César Alcides Balbín Tamayo Obispo de Caldas - Antioquia

Jue 21 Mayo 2020

Lo que nos deja el coronavirus

Por: Mons. Luis Adriano Piedrahita Sandoval - La experiencia que hemos vivido con la epidemia del Coronavirus ha sido de una condición impensable, inesperada, inimaginable, además de universal y dolorosa, que ha afectado casi todos los aspectos de nuestra realidad personal y social. Sobre las causas que dieron origen se dan varias hipótesis: La primera versión afirma que surgió en un mercado en Wuham, China, donde comercian animales salvajes. Otra versión afirma que se originó en un laboratorio donde se llevan experimentos científicos, sin las debidas precauciones. Una más, dice que se originó intencionalmente con fines desconocidos. De todas maneras, se trata de una situación que en diferentes proporciones han aparecido en la historia de la humanidad: desde las famosas plagas bíblicas en Egipto, siguiendo con las pestes que se han dado durante las grandes épocas de la humanidad, Antigua, Edad Media, Moderna, y terminando en tiempos más cercanos con la gripe española, el Ébola, etc. Aquí podemos encontrar una primera lección que nos deja la contrariedad de hoy: La conciencia que hemos de tener de nuestras limitaciones humanas, pues somos seres frágiles, débiles, indefensos, sometidos a cualquier clase de adversidad que supera nuestras previsiones y capacidades, lo que nos debe llamar a la humildad, a ser menos propensos a creernos prepotentes, inmortales, a creernos dioses, dueños y soberanos del mundo, que podemos disponer a nuestro antojo de las cosas creadas sin respetar el orden establecido por Dios. Podemos hacernos la pregunta, que talvez algunos se han podido plantear, y de pronto respondido afirmativamente: ¿Es esta epidemia, como las otras, un castigo divino? Definitivamente, Dios no quiere el mal para los hombres y, por tanto, no está en su mente infligirlo. No es correcto atribuir a Dios la inédita y difícil situación que ahora padecemos con el COVID 19. Sin embargo, toda situación humana de esta naturaleza como la epidemia del Coronavirus que ha producido tantas muertes y sufrimientos, pérdidas económicas, y seguramente más pobreza en muchos, es consecuencia en último término del pecado original, es decir, de la rebeldía del hombre contra Dios y contra su Soberanía, apartándose del proyecto que en su sabiduría ha diseñado para este mundo en el que vivimos. Sea que la epidemia haya sido por causas naturales, creada por el hombre intencionalmente o no, podemos decir, que Dios no la causa pero si la permite porque está en Él respetar la libertad humana y los procesos naturales que se rigen por las propias leyes que Él ha dispuesto desde la eternidad. Dentro de esta perspectiva podemos mirar la situación que ahora nos aflige como una señal, un signo, una alerta, un llamado de Dios, que nos está invitando a reconsiderar y rectificar nuestro camino como familia humana y ajustarnos a sus designios y mandamientos. Volver a Dios, reconocer su soberanía sobre el mundo y la historia humana, respetar sus normas, leyes y preceptos, acondicionarnos nuevamente al proyecto que Dios ha tenido al crearnos a imagen y semejanza suya, administradores de la creación, no sus dueños, para que vivamos en comunión, como una familia, la estirpe del género humano, con Él, con los demás y con la naturaleza. En este sentido hemos de sacar nuestras conclusiones, las enseñanzas y llamados que nos ha ofrecido el estado de pandemia actual. Entonces, cuando todo vaya pasando hemos de ir retornando lo que se ha llamado “la Nueva Normalidad”, no solamente con normas de higiene y sanidad con las que hemos de aprender a convivir con ellas de ahora en adelante, sino con otra clase de normas de carácter superior pues toca nuestros comportamientos éticos y evangélicos. Hemos de aprovechar la lección para comprender que nuestra vida social, como pertenecientes que somos a la familia humana, requiere una gran dosis de responsabilidad social y solidaridad de parte de todos con el fin de buscar superar nuestras carencias y alcanzar un mundo mejor. “Si algo hemos podido aprender en todo este tiempo, nos decía el Papa Francisco en estos días, es que nadie se salva solo. Las fronteras caen, los muros se derrumban y todos los discursos integristas se disuelven ante una presencia casi imperceptible que manifiesta la fragilidad de la que estamos hechos”. Y continuaba diciéndonos: “En este tiempo nos hemos dado cuenta de la importancia de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral. Cada acción individual no es una acción aislada, para bien o para mal, tiene consecuencias para los demás, porque todo está conectado en nuestra Casa común; y si las autoridades sanitarias ordenan el confinamiento en los hogares, es el pueblo quien lo hace posible, consciente de su corresponsabilidad para frenar la pandemia. Una emergencia como la del COVID-19 es derrotada en primer lugar con los anticuerpos de la solidaridad”. Unido a este propósito está naturalmente el compromiso de construir un mundo nuevo en la justicia y en la equidad, una tierra para todos, dirigiendo nuestra mirada a millones de personas que en la normalidad de la vida viven ocultas en su pobreza ante la mirada indiferente de muchos, y que la circunstancia actual ha sacado a la luz con tanta evidencia. En ese sentido son igualmente muy valiosas e inquietantes las reflexiones del Santo Padre (Me ha parecido oportuno que este artículo sirva de cauce para trasmitir a nuestros fieles textualmente algunas de las reflexiones con las que el Papa nos ha iluminado en estos días), cuando dice: “¿Seremos capaces de actuar responsablemente frente al hambre que padecen tantos, sabiendo que hay alimentos para todos? ¿Seguiremos mirando para otro lado con un silencio cómplice ante esas guerras alimentadas por deseos de dominio y de poder? ¿Estaremos dispuestos a cambiar los estilos de vida que sumergen a tantos en la pobreza, promoviendo y animándonos a llevar una vida más austera y humana que posibilite un reparto equitativo de los recursos? ¿Adoptaremos como comunidad internacional las medidas necesarias para frenar la devastación del medio ambiente o seguiremos negando la evidencia? La globalización de la indiferencia seguirá amenazando y tentando nuestro caminar… Ojalá nos encuentre con los anticuerpos necesarios de la justicia, la caridad y la solidaridad. No tengamos miedo a vivir la alternativa de la civilización del amor, que es una civilización de la esperanza: contra la angustia y el miedo, la tristeza y el desaliento, la pasividad y el cansancio. La civilización del amor se construye cotidianamente, ininterrumpidamente. Supone el esfuerzo comprometido de todos. Supone, por eso, una comprometida comunidad de hermanos”. Todo esto tiene que ver con la visión recortada que solemos tener de nuestra vida humana, una visión que se queda con lo accesorio, lo superfluo, lo accidental, lo inmanente, lo pasajero, lo que no trasciende, lo que puede movilizar el egoísmo humano, y deja de lado lo que es esencial y verdaderamente perdurable. A propósito del pasaje bíblico de “la tempestad calmada”, el santo Padre nos hacía la siguiente llamada de atención: “La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad. La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas ‘salvadoras’, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad…. ….Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos”. Termino, a modo de conclusión, con otras palabras iluminadoras del Papa en las que nos recuerda que al fondo de todo está el llamado a volver a Dios, a convertirnos a Él y a colocar toda nuestra confianza en Él, pues Dios, que es nuestro Padre, nos acompaña por los siglos de los siglos en el Señor Resucitado y en el Espíritu Santo, como nos lo prometió: “El Señor se despierta (en medio de la tempestad) para despertar y avivar nuestra fe pascual. Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor. En medio del aislamiento donde estamos sufriendo la falta de los afectos y de los encuentros, experimentando la carencia de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro lado. El Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita. No apaguemos la llama humeante (cf. Is 42,3), que nunca enferma, y dejemos que reavive la esperanza. Abrazar su Cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades del tiempo presente, abandonando por un instante nuestro afán de omnipotencia y posesión para darle espacio a la creatividad que sólo el Espíritu es capaz de suscitar. Es animarse a motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad. En su Cruz hemos sido salvados para hospedar la esperanza y dejar que sea ella quien fortalezca y sostenga todas las medidas y caminos posibles que nos ayuden a cuidarnos y a cuidar. Abrazar al Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza”. + Luis Adriano Piedrahita Sandoval Obispo de Santa Marta

Mar 19 Mayo 2020

Una gran crisis dentro de la crisis

Por: Monseñor Víctor Manuel Ochoa Cadavid - Todos en nuestra querida Colom­bia, hemos visto la tragedia de los hermanos venezolanos, a todas las ciudades y pueblos más remotos de nuestro territorio han llegado para bus­car su futuro y tratar de aliviar sus difíci­les situaciones humanas. Un drama que todos hemos contemplado con nuestros ojos. Los hombres y mujeres de esta querida nación y, también los colombianos retor­nados, que no podemos olvidar, quienes emigraron por las particulares situacio­nes que vivió nuestra patria, en otras dé­cadas, han cambiado las ciudades capita­les, los hemos visto con sus requintos y con su música, con su trabajo e inventiva para encontrar sus medios de subsisten­cia y poder ayudar a sus familias en la hermana nación. Son casi dos millones de venezolanos en Colombia y unos cin­co millones que han dejado a Venezuela. Desde la tarde del 17 de agosto del año 2015, en la frontera colombiana de Cú­cuta, se comenzó a vivir una gran trage­dia, la deportación de más de 22 mil co­lombianos, y el retorno de muchos otros, este fue el inicio de un gran drama, que se ha ido desarrollando en los días. Primero vimos llegar deportados en au­tobuses, en forma oficial, con toda la for­malidad institucional, luego vimos llegar familias, hombres y mujeres con niños e infantes con sus pobres pertenencias pa­sando por las trochas de la frontera. La Iglesia Católica, mirando a Jesucristo, exiliado en Egipto -con sus Padres San José y Santa María- , deseó ser testigo de caridad para estos hermanos, atendien­do sus necesidades y sus dolores. Desde este momento las Diócesis de la frontera, tanto en Venezuela como en Colombia, comenzamos a servir a los deportados y a los primeros emigrantes que por diver­sas razones deseaban salir de su tierra, buscando horizontes de esperanza y de bienestar. Todos, sacerdotes, diáconos, religiosas, laicos, los obispos, nos pusimos desde ese momento al servicio de la caridad, pensando en cuanto nos había enseñado el Apóstol San Pablo en la segunda carta a los Corintios, “La caridad de Cristo nos urge” (2 Cor 5,14). La tragedia de una nación con grandes dificultades materiales nos trajo a Norte de Santander y al nororiente de Colom­bia el gran drama de las urgencias en la salud y el bienestar huma­no de muchos venezola­nos que en sus espacios no encontraban los recursos y los cuidados para sus en­fermedades. Comenzamos a ver enfermos de cáncer y otras dolencias graves que necesitaban atención. También escuchamos el llanto alegre de los niños que nacían en los distin­tos hospitales, pues sus madres buscaban un parto seguro. Con nuestros ojos vimos a muchos pobres y nece­sitados buscando medici­nas y drogas que no era posible encontrar en sus lugares de origen. Desde pequeñas y simples pre­paraciones, hasta los re­cursos más avanzados de la medicina, a los cuales estaban acostumbrados por un buen servicio médico que tuvieron en otros decenios. Con paciencia y con un gran esfuerzo, muchos llegaron desde lugares remotos de Venezuela, para buscar repuestos, aprovisionamiento de bienes básicos de subsistencia en alimentos o en las cosas necesarias para la vida. Nuestra ciudad tuvo la presencia de has­ta 80 mil personas, muchas de las cua­les comenzaron su camino, para llegar a otras ciudades de Colombia o para llegar a Ecuador, Perú, Chile, Argentina. Miles de kilómetros, hechos por los caminan­tes. Muchos de ellos llegaron a nuestras ciudades, a Bogotá Capital, a Medellín, a Cali, a Barranquilla, a Bucaramanga, o también a pequeñas poblaciones y allí se asentaron para buscar oportunidades. En este gran drama y tragedia, la Igle­sia no ha querido quedarse inmóvil y ha sacado lo mejor de sí para atender y cuidar a estos hermanos necesitados de ayuda y de protección. Con la previsión y el cui­dado de un gran pastor, hoy anciano en sus años, el Cardenal Pedro Rubia­no Saénz, el Centro de Migraciones de la Dióce­sis de Cúcuta regentado por los Padres Escala­brinianos dio refugio y apoyo material a muchas familias, a enfermos, a refugiados que buscaban caminos de esperanza. También, con la ayuda de un gran sacerdote, con la presencia de otros miem­bros del clero, diáconos, religiosas y casi 800 lai­cos, se abrió la Casa de Paso ‘Divina Providencia’, que entregó desde el 7 de junio 2017, tres millones y medio de almuerzos calientes y un mi­llón quinientos mil desayunos a los que venían de paso a la ciudad de San José de Cúcuta. A esta tarea se unieron ocho parroquias, con entusiastas hijos de la Iglesia, llenos de caridad. Un testimo­nio de caridad viva y operante, una tarea que nos formó en el servicio y exigió a todos una gran generosidad y esfuer­zo. Muchas Iglesias diocesanas siguen sirviendo la caridad, para atender estos hermanos. Muchos católicos colombia­nos, hombres y mujeres generosos nos apoyaron y siguen haciéndolo. Es necesario destacar siempre la genero­sidad del Papa FRANCISCO, que siem­pre estuvo atento a estas necesidades y realidades sociales complejas de esta gran emigración. Su atención estuvo y está siempre presente con el cuidado de dos Nuncios Apostólicos que nos han visitado y animado, S. E. Mons. Ettore Balestrero y S. E. Mons. Luis Mariano Montemayor, trayéndonos la bendición del Papa. El Santo Padre FRANCISCO también, con gestos concretos y precisos ha enviado su ayuda para atender a los necesitados. La caridad en esta gran tragedia la hemos vivido también en la atención médica y sanitaria de emergencia para muchos, con la entrega de medicinas y de peque­ños elementos para los niños y niñas (pa­ñales, complementos vitamínicos, ele­mentos de aseo). Se ha reverdecido una de las instituciones más antiguas de Cú­cuta, la Fundación Asilo Andresen, que cuida de niños y niñas en dificultades. A esta gran tragedia, y a una gran emi­gración que ha llenado las periferias de nuestras ciudades y de San José de Cú­cuta, se une ahora la difusión de esta Pandemia, originada por el virus CO­VID-19. El virus que se ha difundido por todo el mundo, creando una situación ex­cepcional en tiempos de nuestra historia, tocando lo más profundo de nuestra fe y limitando también la expresión de esta con el culto y la celebración de los sa­cramentos ha llegado a los lugares donde todos estos hermanos vivían, mostrando sus limitaciones y necesidades, ocasio­nando la decisión de estos hermanos de retornar a su país, al menos para tener la seguridad de un techo propio. Esta profunda crisis que nos ha tocado vivir, en la cual los medios de comunica­ción han tenido una gran tarea informati­va, nos ha puesto la atención de nuestras comunidades en esta nueva situación. El gobierno colombiano reconoce ya más de 50 mil venezolanos que han retornado a su tierra, en forma oficial. Se abre ante nuestros ojos una nueva crisis, dentro de una gran crisis. Como Iglesia, como creyentes, tenemos que continuar viviendo la caridad, el servicio de los hermanos que sufren. Estos días nos han llevado a todas las Iglesias que peregrinamos en Colombia y en el mundo entero a ponernos al servi­cio de los pobres y necesitados, de aque­llos que no tienen el alimento necesario y los medios de subsistencia. La Caridad de la Iglesia se ha puesto al servicio de los enfermos y de los que sufren en esta pandemia – entre nosotros todavía en ci­fras graves pero contenidas de frente a las de otras naciones- confortando con los sacramentos y la gracia de Dios a los que sufren. Gracias a todos los respon­sables de los bancos de alimentos y de los grupos de caridad que en estos días han atendido a los pobres, también a los donantes generosos y a los voluntarios. Gracias al trabajo de muchos sacerdotes y laicos, con la caridad de muchos he­mos entregado más de 42.000 mercados. Muchos sacerdotes y laicos han vivido la tarea de escuchar y consolar a los que sufren por la pérdida de sus seres queri­dos o que se enfrentan a situaciones muy complejas fruto de la soledad o falta de elementos necesarios para la vida. Gra­cias a las religiosas se han atendido mu­chas obras y servicios caritativos en sus obras educativas y sociales, empeñadas en primera línea en el servicio de los po­bres. Esta grave situación, en la que tenemos que actuar con gran responsabilidad y serenidad para evitar la difusión de la en­fermedad, nos tiene que llevar a vivir la caridad de Cristo, en nuestros hogares en primer momento, con nuestros vecinos, en cada una de nuestras comunidades pa­rroquiales y de vida religiosa. Tenemos que mirar el futuro con los ojos puestos en Jesucristo y en sus palabras que nos invitan a amarnos y a servirnos, inspirados en su Evangelio. Que la Santa Madre de Dios nos proteja y regale la sa­lud en este tiempo de enfermedad. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Sáb 16 Mayo 2020

Con serenidad, solidaridad y confianza

Por: Mons. Libardo Ramírez Gómez - Qué importante tener atinadas indicaciones para salir adelante en una difícil travesía. Pues en este difícil caminar, con invisible pero tan peligroso enemigo, presente hoy en todos los lugares del planeta, es importe compartir prudentes recomendaciones entre las cuales están: afrontar esta travesía con serenidad, solidaridad y confianza. Cómo necesitamos asumir esta época con serenidad. “Angustiarse no sirve ni para superar angustias”, nos dijo hace años caricaturista Nieves. Entonces, en medio de las dificultades, cómo es de práctico y saludable conservar la serenidad. Los creyentes recordamos en los peligros el llamado de Jesús a sus discípulos en medio de fuerte tempestad en el Tiberíades: “¿por qué tenéis miedo?”, y, enseguida, muestra su poder para ayudar a cuántos acudan a Él en cualquier tempestad, calmándola (Mt. 8, 26). Qué grande y práctica, luego, la advertencia de afrontar estos momentos de peligro en ambiente de “solidaridad”. Es algo que tenemos para todo momento por mandato de Jesús, como manifestación de creer en Él y testimonio para suscitar verdaderos discípulos suyos (Jn. 17,21). Gracias a Dios, con pocas excepciones de ciegos sectarismos o torcidos sentimientos de algunos que buscan aprovecharse del momento para ventajas personales, hemos visto de otros hermosos testimonios con heroicas y generosas actuaciones como médicos, personal de salud, guardianes del orden, empresarios y gobernantes, desde la Presidencia y otros cargos, entregados de lleno a tomar las medidas que se estime más conveniente para encauzar batallas por la salud y la economía tan golpeadas. Los pastores de la Iglesia, de todos los credos, se han sumado a buscar los medios para que el invaluable mensaje religioso conforte y oriente a los humanos, y, a colaborar en programas de ayuda a los millares de necesitados que arroja este momento. De las dos recomendaciones anteriores surge la tercera, como es la de cultivar la confianza, y no estar a cada paso dudando de las ayudas humanas y divinas. “Dios quiere a los humanos y no al virus”, se ha dicho con razón en estos días de calamidades, que no son fruto de descomposiciones de la materia creada pero sí castigo de desvíos de los humanos de las leyes naturales y preceptos explícitos de Dios. La ciencia va dando medios de superación a esos males y el Creador está listo a dar visiblemente la mano cuando se acude a Él con confianza. Me ha confortado encontrar, en estos días, escritores creyentes, muchos no pastores religiosos, recordando textos bíblicos como el Cap. 38,1 del Eclesiástico, que pide honor al médico en su labor pues es querida por el Señor y Creador. Me conforta que desde el Presidente de la Republica y dirigentes de todo orden y categoría pongan su máxima confianza en Dios. También me llenó el ánimo la voz del joven Jorge Celedón con sus canciones a través de la televisión como aporte alegre en medio de las penas colectivas, como solidaridad con todos los sufrientes, y por su testimonio de que su alegría, serenidad y calma, las apoya en la fe en el Dios de las bondades. En principios superiores se cimenta, firmemente, una actitud serena y confiada, en ambiente de solidaridad ante las grandes calamidades que siembran incerteza. Se refuerza todo con el testimonio de pequeños o grandes, ricos y pobres que ofrecen a la humanidad generosos y variados aportes. Qué bien evaluar salidas de superación con servicios prestados en alegría y esperanza. Es la oportunidad de vivir debidamente este nuevo viernes santo de pasión nuestra, cumpliendo en solidaridad cuanto nos corresponde para bien personal y de los demás, aspirando a una nueva Pascua de Resurrección, libres de egoísmos, llegando a nueva etapa de una humanidad reconciliada. Obispo Emérito de Garzón Email: [email protected]

Mié 13 Mayo 2020

Y Jesús pasó haciendo el bien (Hechos 10,38)

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - Desde el inicio la Iglesia consideró importante y necesario no descuidar a los pobres, a los necesitados, “a las viudas”, por lo que instituyó el grupo de los siete, los diáconos (cf. Hechos 6,1-7). Desde entonces, a través de las colectas promovidas por Pablo, principalmente, la Iglesia se hizo a favor de aquellos que lo habían perdido todo. Con el pasar del tiempo, motivados por la tragedia y el dolor, por las guerras y las pestes que asolaron los pueblos e inspirados por el Espíritu Santo, algunos creyentes vieron la necesidad de unirse para que el servicio de la caridad fuera más eficaz. Nacen pues muchas comunidades religiosas, masculinas y femeninas. Pensemos solo en dos que son emblemáticas, a mi manera de ver, para el contexto de lo que hoy estamos viviendo: la Orden de los Ministros de los enfermos o Padres Camilianos, fundados por San Camilo de Lelis en 1582, para el cuidado de los enfermos y las Misioneras de la Caridad, fundadas por la Madre Teresa de Calcuta en 1950, con aprobación en 1965. Ambos santos en la Iglesia. Hoy, la Iglesia movida por el espíritu de la caridad y del servicio vivido y ofrecido, a ejemplo de Cristo, que se preocupaba porque tenían hambre quienes lo seguían después de estar todo el día con él, simplemente escucha el mandato del Señor “denles ustedes de comer” (Mateo 14,16), y se esfuerza por cumplirlo. Lo ha hecho siempre y con ocasión del COVID - 19, sí que lo ha hecho. Cierto que las circunstancias han cambiado y las intervenciones de los organismos de salud establecen normas particulares que impiden en muchas ocasiones el acercamiento personal de los clérigos, religiosos y religiosas a los enfermos, o como es hoy, incluso a los fieles en general, puesto que puede haber personas asintomáticas pero portadoras del virus. El cierre de las Iglesias para la celebración de los sacramentos, en especial de la Eucaristía, se aceptó con dolor, no por gusto, pero con la conciencia de saber que era necesario el cuidado de todos. Las características del contagio así lo exigen. Sin embargo, esta realidad no ha impedido que la Iglesia, samaritana y servidora, sea creativa para ayudar a los más necesitados; la inmensa mayoría de los párrocos no se contentó con estar lejos de sus feligreses sino que a través de las redes sociales y del contacto telefónico han hecho lo posible por estar cerca de ellos, transmitiendo las celebraciones eucarísticas y los momentos de oración que han animado a sus feligreses a no decaer en el ánimo y mantener la esperanza viva pidiendo por el fin de la pandemia. No cabría en este espacio la enumeración de las múltiples iniciativas de caridad que la Iglesia católica ha realizado, y lleva a cabo en todo el mundo, como fruto de acciones y esfuerzos propios, con el concurso y participación de los fieles y benefactores, o mediante la articulación con los entes e instituciones gubernamentales que, hay que decirlo, confían ampliamente en la acción y transparencia con las cuales la Iglesia realiza su labor. Si bien es cierto que el Señor Jesus dijo, “cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha” (Mateo 6, 3-4)), sí es oportuno que los fieles en general, también los que no hacen parte de la Iglesia, estén al tanto de lo mucho que se hace en favor de los pobres. Sin duda que es sólo una muestra, pues es mucho más “lo que se hace en secreto”, como lo dice el Evangelio. Sería muy bueno que los curiosos de las redes informáticas dedicaran algo del tiempo de la cuarentena para investigar, por ejemplo: ¿cuántas son las clínicas y hospitales en el mundo acompañadas por la Iglesia; cuántos, los asilos de ancianos, cuántos los centros de recuperación de adictos; cuántas las instituciones de educación básica y superior regentadas por la Iglesia; cuántos los empleos que la Iglesia ofrece a los ciudadanos en todo el mundo, como aporte a la paz y la dignidad de las personas; cuántas son los movimientos y las comunidades religiosas masculinas y femeninas dedicadas al cuidado de los pobres, de los enfermos, de los prisioneros, de los orfanatos, de las madres solteras, etc., etc.? La Iglesia colombiana no se ha quedado atrás. Múltiples, incontables por decir lo menos, son las acciones que se están realizando, en todos los ámbitos: en lo social, en lo humanitario y en lo pastoral. A manera de ejemplo, comparto algo de lo que, en la Arquidiócesis de Cali, bajo el liderazgo del Arzobispo, Mons. Darío de Jesús. Monsalve Mejía, estamos realizando. Sabía usted que: Se estableció una red colaborativa entre la Arquidiócesis de Cali y la Vicaría Episcopal para el servicio del desarrollo humano integral, la Gobernación del Valle del Cauca y las Alcaldías de Cali, Jamundí, Dagua, Yumbo y La Cumbre para articular las ayudas, especialmente los mercados y la atención funeraria en los sectores más vulnerables de estos municipios. Fruto de esta red se definió “la hora de todos”, en la que se invita a la comunidad en general a hacer un momento de reflexión y expresión solidaria, todos los días a las 12m. Se ha participado en eventos públicos para expresar solidaridad con el personal de salud que ha fallecido, como también reclamando el respeto y cuidado de sus personas. Además, un grupo de 9 capellanes acompaña espiritualmente a servidores médicos y enfermos, bajo la coordinación de la delegación episcopal para la pastoral de la salud. Se conformaron grupos de acompañamiento a la Alcaldía de Cali, con más de 40 sacerdotes, que desde las 3:00am. han salido en repetidas ocasiones a distribuir los mercados. Se ha conformado un equipo interdisciplinar con sacerdotes y sicólogos, para acompañar a las familias en el duelo, desde Camposanto Metropolitano y su programa UNAME y el Instituto para la familia Benedicto XVI. La Arquidiócesis ha dispuesto un lugar en Cali para la atención de personas contagiadas por el COVID que no tenían donde pasar la cuarentena exigida por las autoridades y un lugar para que tengan su residencia temporal los médicos y personal de salud del Hospital Piloto de Jamundí. El Banco de Alimentos de Cali, ha distribuido hasta la fecha 1.359 toneladas de alimentos y mercados, para una cobertura de 152.603 personas y 80 instituciones. Desde la Pastoral social, se ha ayudado a 55.000 personas con alimentos, a través de los comedores comunitarios, en unión con la Alcaldía de Cali. Desde la Delegación episcopal para migrantes se han atendido 835 familias y 586 hermanos venezolanos durante este tiempo de pandemia, con mercados y las ayudas para su permanencia. Las 181 parroquias han distribuido aproximadamente más de 30.000 mercados a las familias más pobres, que cada párroco ha identificado tanto en la zona urbana como en la zona rural, y que no han recibido las ayudas del Estado. En las instituciones dedicadas al cuidado de los habitantes de calle, Samaritanos de la Calle, Sergente y Ángeles de la Calle, por mencionar algunas, se habilitaron dos hogares para la atención exclusiva de adultos mayores que habitan la calle, además se han distribuido 3.000 raciones diarias, durante 52 días de cuarentena, es decir, una cantidad aproximada de 156.000 raciones alimenticias en articulación con la Alcaldía de Cali. Se acompaña a 75 familias y 350 personas privadas de la libertad en cárceles de Cali y Jamundí, desde la pastoral carcelaria. Hasta la fecha se han logrado preservar los empleos de más de 2.000 colaboradores tanto de la Curia como de las parroquias y demás instituciones arquidiocesanas. Sea esta la oportunidad para agradecer la enorme generosidad de los benefactores; gracias a los fieles católicos que se han desprendido de lo suyo para ayudar a los demás y el sacrificio que también algunas familias pobres han hecho para compartir su pan. Gracias a los sacerdotes y colaboradores que, movidos por la fe, están sirviendo con entrega silenciosa, pues ven en los pobres y hambrientos el rostro sufriente pero salvador de Cristo. Y “Jesús pasó haciendo el bien”, dice el apóstol Pedro. En Cali, y en todo el mundo, Jesús sigue pasando por las calle y pueblos, por cada familia, haciendo el bien, curando y atendiendo a quienes más necesitan de su consuelo. ¡Todavía hay mucho por hacer! + Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar de Cali

Lun 11 Mayo 2020

Bajo tu amparo, Santa Madre de Dios

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid -Con gran esperanza y fe, escribo estas palabras para el periódico diocesano LA VERDAD, que en esta ocasión llega a ustedes por medio de los modernos medios de comunicación social, en forma virtual. Para todos es bien conocida la situación en la cual nos encontramos por un gran riesgo sanitario, ocasiona­do por un agente biológico, el virus CORONAVI­RUS, que ha ocasionado más de 240.000 contagios, superando las 10.000 personas fallecidas en más de 170 países del mundo, en cantidades diversas pero que ya es una PANDEMIA declarada. Con nuestros ojos y con nuestra particular forma de comprender las cosas vamos viendo ya los signos de esta gran preocupación para toda nuestra comunidad. También en Colombia, al momento de escribir estas palabras los infectados positivos al virus, son 145 personas y esta cifra está en crecimiento. Es una triste realidad, que por las condiciones de glo­balización y de posibilidad de movimiento y viajes que tienen las personas hoy, ha permitido el avance y contagio de este virus, que amenaza la vida humana. Seguramente hay otros virus y enfermedades que glo­balmente, ocasionan más muertes entre nosotros, pero la difusión que han hecho los medios de comunica­ción social y la virulencia y agresividad de este agente biológico, hacen temer un gran número de muertes en nuestro medio, especialmente las personas ancianas, con dificultades y problemas en sus defensas o que tienen otros problemas graves de salud los amenazan grandemente. Esta situación nos ha tocado también en la fe, en la vivencia de nuestra vida cristiana, privándonos de la celebración de la Eucaristía y de los sacramentos, decisión dolorosa pero necesaria para no arriesgar la vida de muchos hermanos o la vida personal de quien se expone al virus, que es de muy fácil propagación. Debemos como comunidad de fe, reflexionar también en esta situación y en las enseñanzas que podemos adquirir todos en medio de esta prueba. Para muchos de nosotros la renuncia a la celebración de la Eucaristía, los sacerdotes la siguen celebrando en privado, nos hace reconocer la centralidad e im­portancia de este encuentro personal con Jesucris­to, donde le recibimos real y personalmente presente en el Pan y el Vino, que son su Cuerpo y su Sangre. También sentimos la ausencia de la comunidad de fe, de los hermanos que juntos se encuentran y viven comunitariamente su fe en la vivencia de los sacra­mentos, en la formación y catequesis que acompañan la vida cristiana. También tenemos que entender el sacrificio, la cari­dad, el dolor de muchos en este momento que están privados de lo necesario por la ausencia de trabajo o de bienes, por la dedicación inmensa que tienen que hacer de su vida y de sus acciones al servicio de los hermanos que viven la prueba. Esta gran emergencia tiene que hacernos pensar en muchos de los criterios que aplica la economía y el mercado imperante, los salarios de los jugadores son exorbitantes, como las ganancias de los artistas, que seguramente corresponden a su esfuerzo, pero se nos muestra que la compensación de los agentes sanita­rios (médicos, especialistas, investigadores, perso­nal de los hospitales, enfermeros) no corresponde a su trabajo generoso y riesgos asumidos en el servicio de los otros. La situación que enfrentamos, que ape­nas comienza, tiene que hacernos pen­sar en valores superiores, el cuidado y la dedicación a los ancianos que te­nemos que proteger y acompañar, la dolorosa realidad de los pobres y nece­sitados, la difícil situación de los que viven en condiciones precarias por la falta de trabajo, de justas oportuni­dades y remuneración. Muchos dedicarán su tiempo, su es­fuerzo, su tarea con un gran riesgo para atender la emergencia, en pri­mer lugar los Gobernantes, a nivel mundial y a nivel nacional, en nuestra región, de ellos esperamos gran decisión, claridad y precisión en sus decisiones. Para ellos pedimos a Dios las luces del Espíritu Santo. En sus decisiones está el futuro y el rumbo que tomen los volúmenes de contagio de esta enfermedad, que no perdonará a muchos. En momentos de la historia humana, donde el hom­bre consideraba que estaba a salvo y se consideraba el amo y señor de la naturaleza y del ambiente, un pequeño virus, ha tomado al descubierto a las nacio­nes más importantes de la tierra, poniéndolas de rodi­llas. Esta enfermedad nos recuerda la fragilidad de la vida humana, de su naturaleza superior por la inteligencia y capacidades decisionales, propias de su alma, pero también la fragilidad de la condición biológica de la persona humana. Un pequeño virus tiene en vilo a la humanidad entera. Se unen en el hombre su gran naturaleza y valor, pero también su gran fragilidad. De frente a esta gran pandemia, tenemos que entender que el hombre hace parte también de una realidad bio­lógica muy compleja, que no conocemos totalmente y que muestra la debilidad del hombre. Tenemos que aprender que el hombre es limitado, y no tiene las respuestas a todos los retos de la vida y existencia humana. La fragilidad y la debilidad de estos momentos nos tienen que llevar a respetar y a defender la vida humana en todas sus dimensiones, desde la concepción, desde el pri­mer instante, hasta el término na­tural de la existencia, esta es una de las grandes enseñanzas. El hombre y su inteligencia ha hecho adelantos inmensos en los últimos decenios, especialmente en la medicina, pero en esta situa­ción concreta se encuentra débil y con las manos vacías. En estas circunstancias aprende­mos muchas cosas, una de ellas la necesidad de la caridad y el servi­cio que debemos todos vivir, para ayudar a los enfermos, a los ne­cesitados, para propiciar la ayuda a quien esté en dificultades. En primer lugar los médicos, las autoridades, las fuerzas del orden -Ejercito y Policía Nacional- que están des­plegando su ingente tarea y acción. Es de valorar el esfuerzo de nuestros hospitales, clínicas, lugares de atención médica, a ellos tenemos que ayudar y prote­ger, de ellos depende nuestra vida. Gratitud para quienes nos siguen brindando la po­sibilidad del alimento, la provisión de lo necesario para la vida. Tenemos que ayudarnos y cuidarnos todos, mutuamente, en familia, permaneciendo en nuestros hogares y espacios seguros, para evi­tar ser transmisores de la enfermedad. Gran res­ponsabilidad en el aprovisionamiento de alimentos y bienes de primera necesidad, caridad hacia los pobres y necesitados, donde podamos ayudar y completar lo necesario a niños y ancianos. Saludo afectuosamente a los sacerdotes, quienes viven un particular momento de prueba en estos momentos por la ausencia de sus comunidades. Los invito a cui­dar a los enfermos, a los pobres, a los necesitados en estos momentos de prueba. A los religiosos y religio­sas, también un saludo para que continúen viviendo la caridad de Cristo en sus carismas y llamadas recibidas de Dios. A los seminaristas los exhorto a continuar su proceso formativo con gran responsabilidad, con la oración y el estudio. En esta grave crisis, como Obispo diocesano de Cú­cuta, he repetido la consagración que esta ciudad hizo al Sagrado Corazón de Jesús en ocasión del gran terremoto y que se cumplió en la construc­ción del Monumento de Cristo Rey que preside la ciudad. A Él, con fe cierta, pedimos la protección de la ciudad y de sus hijos, de Norte de Santander y de Colombia entera, también del hermano pueblo de Venezuela en momentos bien difíciles de su histo­ria. He querido llevar con devoción y solemnidad el Santísimo Sacramento por las calles de nuestra ciudad y bendecir cada uno de sus espacios, implorando la protección del Señor sobre nosotros. Los invito a que no cesemos en la oración, en la pe­tición a la protección de Dios sobre nosotros y sobre todo el mundo. Con devoción pidamos también a la Santa Madre de Dios que salvó a Roma de la peste negra en el año 590 que nos proteja. Oremos todos con devoción y fe: Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, de todo peligro líbranos oh Virgen Gloriosa y Bendita. Amén.San José, nuestro celeste Patrono nos proteja como protegió a su Santa Familia, Jesús y María Santísima. + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de la Diócesis de Cúcuta

Lun 4 Mayo 2020

“Estoy a la puerta”

Por: Mons. Darío de Jesús Monsalve Mejía – Casa: En estos tiempos la “casa” es nuestro mundo. Quizás nuestra tortura, en condiciones poco habitables. Pero es allí donde estoy, donde estamos, cercanos y distantes, quizás hacinados, quizás solos. Reserva Y es ahí donde, en estos días de confinamiento y miedo, se vuelven importantes las “reservas”. Las que tengo en mi alma, en mi mente y cuerpo. Las que tengo en la despensa, en la nevera o el cuarto frío. Las que tenemos en los bolsillos o en el banco. Las que tienen la sociedad, el gobierno, el mundo. Nos da pánico una hambruna. Comida Vuelven a ser valiosos los campesinos, los pescadores, los productores y procesadores de comida humana y animal. Los que las importan y exportan. ¡Que no se nos agoten las reservas de pan! Sagrario Hoy te invito a pensar en una RESERVA MUY ESPECIAL, allá en la “casa grande” del Templo parroquial, de la capilla. A ella le dedicamos El Tabernáculo o El Sagrario. En ella se guardan las sagradas formas, la “reserva” del Santísimo Sacramento, para quienes no pueden venir al templo, ni participar en la misa, ni recibir la comunión que anhelan. Rostros Arrodillarse ante el Sagrario es hacer memoria del que tiene hambre de pan eucarístico, sed de Dios; del despojado y descartado; del desplazado y forastero; del que está enfermo o en la cárcel, confinado o perseguido. Presencia Jesús tiene dos presencias inseparables: en la eucaristía y en el prójimo. Ellas unen dos amores: el amor a Dios y el amor al prójimo. Él se identifica con el necesitado. Reclama un mundo sin hambre, con agua potable, con dignidad humana, con casa, salud, libertad, con comunidad y pastor “que reúna a ovejas y cabras” (Mateo 25, 31-46). Ministros Este es EL TIEMPO DEL SAGRARIO, de La Reserva Eucarística en camino hacia las casas. Hay que ponerle manos y pies de laicos, de hombres y mujeres; de religiosas y religiosos; de esposos y servidores. No solo de ordenados: Obispo, Presbítero, Diacono. Puerta Y hay que tocar la puerta, ojalá señalada con bandera o tela blanca, azul o vaticana. De la Paz, Mariana o Pontificia. “Mira que estoy a la puerta y llamo: si alguno oye mi voz y me abre, entrare y cenaré con él y él conmigo” (Apocalipsis 3,20). Comunión Comulgar es la gracia de la UNIÓN íntima del alma con Jesús, con Quien “me amó y se entregó por mí” (Gálatas 2,20). Es la gracia de la COMUNIÓN o común participación de Jesús, formando todos “El Cuerpo de Cristo”. Es la gracia del Resucitado que anticipa mi Cielo y nuestro Banquete de Bodas del Cordero: “Dichosos los invitados a la Cena de Bodas del Cordero”, a la Cena del Señor (Apocalipsis 19,9). Buena y dichosa comunión eucarística, que nos une en el Sacerdocio bautismal, de todos, y el ministerial, de algunos que, “en persona de Jesús y de la Iglesia”, son quienes CONSAGRAN EL PAN; porque, como Jesús, lo toman en sus manos, lo agradecen y bendicen, lo parten y lo dan o distribuyen para todos. “El Señor es mi Pastor, prepara ante mí una mesa” (Salmo 23). Los bendigo en Jesús Buen Pastor. + Darío de Jesús Monsalve Mejía Arzobispo de Cali