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Opinión

Lun 8 Oct 2018

El mes del Rosario

Por Monseñor Ricardo Tobón Restrepo.: Se cuenta en la vida de san Pío X que, en una audiencia, se le acercó un joven con el rosario en la mano; el Papa lo miró fijamente y le dijo: Te recomiendo, cualquier cosa… con el Rosario. El Papa estaba convencido de que con el Rosario nos llegan tantas gracias, consolaciones, conversiones, fortaleza interior, gozo espiritual, favores y ayudas que necesitamos; en síntesis, cualquier cosa buena y santa. A santa Teresita esto le parece normal, pues piensa, con una sencilla imagen, que el Rosario es una cadena que une el cielo y la tierra; un extremo está en nuestras manos y el otro en las de la santísima Virgen. El Papa Pío XII decía que el Rosario es “el compendio de todo el Evangelio”. Luego, san Pablo VI ha explicado esta índole evangélica del Rosario subrayando que pone el alma en contacto directo con la fuente genuina de la fe y de la salvación. Por eso, tiene “una orientación netamente cristológica”, al llevar a vivir los misterios de la encarnación y la redención realizados por Jesús con María, para la salvación de la humanidad. Y recomienda vivamente la contemplación de los misterios: “sin ella el Rosario es cuerpo sin alma y su recitación se vuelve repetición mecánica de fórmulas” (MC, 2, 156). Igualmente, san Juan Pablo II nos invita a la práctica constante del Rosario como un medio muy válido para favorecer la contemplación del misterio cristiano, verdadera y propia “pedagogía de la santidad”. Es necesario, nos enseña, llegar a un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración y a unas comunidades cristianas que se conviertan en auténticas escuelas de oración; es una manera de responder a la urgente necesidad de espiritualidad en nuestro tiempo. El Rosario es una verdadera introducción al corazón de Cristo, abismo de gozo y de luz, de dolor y de gloria (cf RVM, 5,19). Si la vida de la persona humana es un tejido continuo de esperanzas, de realizaciones, de sufrimientos y de alegrías, en los misterios del Rosario encuentra su mejor expresión. En efecto, llena de vitalidad las almas que saben hacer propios el gozo de los tiempos mesiánicos, la luz que alumbra a los pueblos, el dolor en el amor que salva y la gloria del Resucitado que inunda la Iglesia. La santísima Virgen nos ayuda a configurar nuestra vida con la de Jesús, así como ella se compenetró con todos los momentos, experiencias, sufrimientos y triunfos de su Hijo. El Rosario es una oración simple, catequética, eclesial, popular, que respeta los ritmos de la vida y que no riñe con la liturgia. Puede ser recitado sólo por una persona o por un grupo, es una oración para los adultos y para los niños, se puede hacer en silencio o en voz alta, no exige ningún rito o ceremonia pero también se integra en una celebración más solemne, acompaña viajes y desplazamientos pero tiene a la vez en el hogar y la comunidad su espacio más propicio y bello. En verdad, el Rosario es una plegaria sencilla y universal. El mes de octubre se ha tenido en la Iglesia como una oportunidad para hacernos conscientes de la belleza y la importancia del Rosario, plegaria muy propia de los católicos e instrumento eficaz para el crecimiento espiritual. Recientemente, el Papa Francisco nos ha invitado a volver a esta oración como un medio privilegiado para el encuentro con Dios y para la intercesión en favor de la Iglesia. Pido encarecidamente, entonces, que promovamos el rezo del Rosario en las parroquias, en los grupos apostólicos y especialmente en las familias. Con el Rosario, los santos han librado los pueblos de los peligros, han conseguido el fervor de las almas, han logrado la conversión de los pecadores, han atajado las guerras y han unido las familias. Sobre todo, han recomendado el Rosario para que la Iglesia viva con fidelidad su identidad y su misión. En un momento difícil de su pontificado, Pablo VI pedía que se rezara el Rosario con fe porque a través de él se alcanzaba que la Madre de todas las gracias socorriera a la Iglesia y a la humanidad en horas de turbulencia. Monseñor Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Vie 5 Oct 2018

Con la visita del Papa Francisco, Colombia ha vuelto a renacer

Por: Mons. Carlos Alberto Correa Martínez - Los pueblos del Pacifico Caucano y Nariñense, hemos sentido en el mensaje del Santo Padre, en su pasada visita a nuestra Nación, la invitación a dar un paso profundo de Paz y Reconciliación para nuestros territorios tan deteriorados por la pobreza y la violencia. El Santo Padre ilumino y alimento nuestra esperanza al decirnos en el encuentro con los Obispos de Colombia en Bogotá; En Cristo Resucitado ningún muro es perenne, ningún miedo es indestructible, ninguna plaga, ninguna llaga, es incurable. Para ello el Santo Padre nos señaló en el aeropuerto Enrique Olaya Herrera de Medellín, el estilo de seguimiento de Jesús, que debe caracterizar a todos los colombianos discípulos de Jesús, por tres actitudes La primera actitud es ir a lo esencial es la invitación a ir a lo profundo, a lo que cuenta y tiene valor para la vida y esto es nuestra relación con Dios que no puede ser un apego frio a normas y leyes, ni tampoco un cumplimiento de ciertos actos externos que no llevan a un cambio real de vida, necesitamos vivir en concreto una nueva relación con Dios, conociendo bien su rostro que es Jesús. Si ignoramos a Jesús, no podremos conocer lo más esencial y decisivo de nuestra fe y de nuestra tarea evangelizadora. Si no sabemos mirar el mundo, la vida, las personas, con la compasión con que Jesús miraba, seremos ciegos. Si no sabemos escuchar el sufrimiento de las gentes como Jesús, seremos sordos. Si no sintonizamos con el amor, el perdón y la ternura de Jesús, no conoceremos lo más valioso y atractivo de nuestra fe. La segunda actitud es Renovarse: Lo primero que se aprende de Jesús no es una doctrina, sino un estilo de vida: una manera de estar en la vida, una forma de habitar el mundo, de interpretarlo y de construirlo; una manera de hacer la vida más humana. Jesús nos convierte así en la fuerza más poderosa que posee la comunidad cristiana para su renovación y transformación, dando pasos hacia comunidades capaces de “hacerse cargo de su realidad”. El Santo Padre nos advierte de que ninguna renovación será posible “si no arde en nuestros corazones el fuego del Espíritu” La tercera actitud es Involucrarse: Todos somos necesarios para crear y formar la sociedad. Esta no se hace sólo con algunos, sino con todos. Y aquí radica la grandeza y belleza de un País, en que todos tienen cabida y todos son importantes. Colombia necesita la participación de todos para abrirnos al futuro con esperanza, el deseo del Santo Padre es que hagamos un esfuerzo de entender que Dios está comprometido en promover un mundo diferente y mejor. El Padre no puede cambiar el mundo si nosotros no cambiamos, hemos de despertar nuestra responsabilidad de creer en el poder transformador de cada colombiano atraído por Dios hacia una vida más digna. En nuestro Vicariato el mensaje del Papa Francisco nos ha llenado de coraje e iniciativa para dar el paso de la compasión, como fuerza que pude mover la historia hacia un futuro más humano. La compasión activa y solidaria nos hace reaccionar ante el clamor de los que sufren y movilizarnos para construir un mundo más justo y fraterno, mirando atentamente a los que sufren, conmovernos y acercarnos. Ser compasivos como el Padre exige buscar la justicia de Dios empezando por los últimos. Esperamos seguir rescatando la vida de los últimos, haciéndola más sana, más digna y más humana. Gracias Papa Francisco con tu visita y mensaje Colombia vuelve a renacer y el Vicariato Apostólico de Guapi a vivir la alegre esperanza y el deseo de seguir acompañando este hermoso y exuberante territorio de la costa caucana y nariñense. + Carlos Alberto Correa Martínez Vicario Apostólico de Guapi

Lun 1 Oct 2018

A un año de la visita del Papa

Por: Mons. Luis José Rueda Aparicio - El año pasado el Papa Francisco nos visitó, para animarnos desde la fe, a buscar los caminos de la paz social tan anhelada en nuestra patria. Quienes tuvimos la oportunidad de vivir el encuentro del Santo Padre con las víctimas del conflicto en Villavicencio, recordamos con emoción cómo las víctimas y los victimarios reconocieron la gran equivocación de la violencia; además pudimos escuchar el testimonio de varias personas que lograron dejar la guerra y dedicarse a reconstruir sus vidas. La paz social requiere que reconstruyamos la vida de las personas, y así, una persona reconstruida en su dignidad es un protagonista de la paz social, no solo porque se desmoviliza y deja las armas, sino porque es luz y motivación para otros que piensan que la guerra es eterna. En Villavicencio el Papa Francisco, después de escuchar a víctimas y victimarios, se inspiró en la Palabra de Dios para llenarnos de esperanza, y esa esperanza no puede morir en nosotros, los Cristianos Católicos misioneros permanentes de la reconciliación, la fraternidad y la paz. Nos dijo el Papa Francisco:“Resulta difícil aceptar el cambio de quienes apelaron a la violencia cruel para promover sus fines, para proteger negocios ilícitos y enriquecerse o para, engañosamente, creer estar defendiendo la vida de sus hermanos. Ciertamente, es un reto para cada uno de nosotros confiar en que se pueda dar un paso adelante por parte de aquellos que infligieron sufrimiento a comunidades y a un país entero. Es cierto que en este enorme campo que es Colombia todavía hay espacio para la cizaña. No nos engañemos. Ustedes estén atentos a los frutos, cuiden el trigo, no pierdan la paz por la cizaña. El sembrador, cuando ve despuntar la cizaña en medio del trigo, no tiene reacciones alarmistas. Encuentra la manera de que la Palabra se encarne en una situación concreta y dé frutos de vida nueva, aunque en apariencia sean imperfectos o inacabados (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 24). Aun cuando perduren conflictos, violencia o sentimientos de venganza, no impidamos que la justicia y la misericordia se encuentren en un abrazo que asuma la historia de dolor de Colombia. Sanemos aquel dolor y acojamos a todo ser humano que cometió delitos, los reconoce, se arrepiente y se compromete a reparar, contribuyendo a la construcción del orden nuevo donde brille la justicia y la paz”. Al cumplirse un año de la profética visita del Papa Francisco a Colombia, le suplicó a todos aquellos actores de violencia en los distintos territorios de Colombia, que respeten la vida de las personas, que se dejen amar por Dios Padre, rico en misericordia. Animados por la presencia y el mensaje del Papa Francisco, los colombianos tenemos derecho a esperar un país sin narcotráfico, unas ciudades sin extorsión, unas tierras distribuidas con equidad, unos ciudadanos honrados, unos dirigentes políticos sirviendo al bien común, unos medios de comunicación cultivando los valores humanos, un sector bancario con sentido cooperativo superando toda tentación de usura, una Iglesia en salida misionera comprometida con el desarrollo humano integral, unas Fuerzas Armadas sirviendo al desarrollo social. Tenemos derecho a esperar y tenemos el deber de aportar todos, para que se vean en Colombia “los cielos nuevos y la tierra nueva” (Apocalipsis 21,1). A la luz del mensaje del Papa Francisco podemos formularnos tres preguntas para responderlas en los escenarios personal y social: ¿Somos capaces de promover y aceptar el cambio de quienes apelaron a la violencia? ¿Somos conscientes de que en nuestra propia vida y en la sociedad hay presencia de cizaña? ¿Somos obstáculo con nuestro estilo de vida, para que la justicia y la misericordia se encuentren? Jesucristo nuestro Señor en el llamado sermón de la montaña, nos dejó un verdadero desafío de vida, que sigue siendo muy actual en campos y ciudades de Colombia: “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios” (Mt 5,9). En el mes de septiembre de cada año los Cristianos Católicos celebramos el mes de la Biblia y también en este mes, celebramos en la Iglesia de Colombia la Semana por la Paz del 9 al 16. La Palabra de Dios nos anima a vivir la paz y la reconciliación, a superar los odios y a dar paso al perdón, a construir una sociedad no violenta. El trabajo por la paz comienza en nuestra propia conciencia cuando somos capaces de superar toda tentación corrupta, vengativa, guerrerista, agresiva, pesimista. El cultivo de la no violencia comienza en nuestra propia interioridad, cuando somos capaces de superar nuestros odios para dar paso a la valoración de la dignidad de todas las personas incluyendo aquellos que piensan diverso a lo nuestro. «El amor y la verdad se encontrarán, la justicia y la paz se abrazarán» (Salmo 85,11) + Luis José Rueda Aparicio Arzobispo de Popayán

Vie 28 Sep 2018

El paso siguiente

Por: Mons. Ismael Rueda Sierra - Ha transcurrido ya un año desde la visita del papa Francisco a Colombia. Qué ha ocurrido después de dar el “primer paso”, como fue la invitación que animó el encuentro del Santo Padre con los colombianos?. Hemos adelantado, o por el contrario retrocedido, en el propósito de construir la paz y la reconciliación?. No es fácil decirlo porque son muchas y variadas las facetas de vida de nuestro país y de la presencia de la Iglesia en él, pero sí es posible resaltar síntomas o indicadores que ayuden a discernir lo que ha pasado. “Vengo a Colombia siguiendo la huella de mis predecesores el beato Paulo VI y san Juan Pablo II y, como ellos, me mueve el deseo de compartir con mis hermanos colombianos el don de la fe, que tan fuertemente arraigó en estas tierras, y la esperanza que palpita en el corazón de todos. Sólo así, con fe y esperanza, se pueden superar las numerosas dificultades del camino y construir un país que sea patria y casa común para todos los colombianos”. Estas palabras dirigidas a las autoridades y representantes de la autoridad civil en su primera intervención, señalan sin duda el propósito fundamental de su visita. En efecto, el paso de los dos anteriores pontífices por Francisco señalados, - ya en los altares- significaron también una preciosa siembra de un Evangelio entregado casi en forma de súplica y recomendación a los colombianos, para superar la violencia, construir la paz, buscar la reconciliación, trabajar por la dignidad de todos especialmente de los más pobres. Recomendaciones, diríamos las mismas, sólo que en diferentes momentos y con diversos lenguajes. Mensajes por tanto, de hace 50, 32 y un año respectivamente: en qué tierra han caído, pensando en la parábola del sembrador y la semilla? Porque a veces pareciera que la mayor parte de ella, hubiese caído en el camino, o entre las piedras o ahogado el primer retoño entre las cardos y espinas por los interminables y recurrentes resultados de violencia, conflictos que se pensaban superados o que generan nuevos escenarios de odios y venganzas e inequidades. También, sin duda, una parte ha caído en tierra buena, de pronto imperceptible, que ha permitido arraigar la fe y la esperanza en espera de mejores frutos. Esta percepción que pudiera parecer pesimista, pero que como lo dijéramos, se pudiera verificar por los “síntomas” o “indicadores”, como por ejemplo los citados en un reportaje del periódico “El Tiempo” del 30 de agosto último, con el politólogo italiano Alberto Brunori, representante para Colombia del Alto Comisionado de la ONU para los derechos humanos: “Solicitar mejores maestros, reclamar por la tierra robada, buscar a una vecina desaparecida, denunciar la contaminación de los ríos, protestar por los crímenes sin castigo, cantar rap son algunas de las causas por las que han sido asesinadas más de 300 personas en los dos últimos años. Una escalada criminal, que arreció el pasado mes de julio y ahora vuelve otra vez en ocho departamentos, concentra el 70 por ciento de las víctimas”. Que pudiéramos pensar de todo esto?. Pero resulta triste además ver, como lo describe el reporte en mención, que nos hemos convertido en un laboratorio para entidades internacionales que se ocupan de estas materias: “Por un historial en donde crímenes, desapariciones, torturas, chuzadas, seguimientos, robos de información y demás violaciones a los derechos humanos, son cotidianos, fue que se abrió una oficina del Alto Comisionado, y Colombia se ha convertido en las últimas décadas, en una escuela para los organismos internacionales de derechos humanos…”. Sin comentarios… para meditar. Sembrar fe, esperanza y reconciliación, será tarea permanente, sin descanso, hasta que Colombia se transforme, por el contrario, en escenario seguro y escuela de paz para América y el mundo. Gracias papa Francisco por enseñarnos a dar el primer paso. + Ismael Rueda Sierra Arzobispo de Bucaramanga

Lun 24 Sep 2018

Recordando el “Demos el primer paso”

Mons. Froilán Casas Ortíz - Por este mes de septiembre estamos recordando los colombianos la dicha de haber recibido y acompañado al papa Francisco en su viaje a nuestra patria. Nunca en nuestro terruño se había sentido un ambiente tan especial como el vivido los días del seis al diez de septiembre de 2017. Parecía que Colombia hubiera parado el cúmulo de crímenes y noticias horrendas, como que la presencia del Sucesor de Pedro hubiese desarmado los odios y las venganzas. Esos cinco días fueron como una era mesiánica; como que los anuncios de los profetas mesiánicos se hubiesen cumplido: “De las espadas forjarán arados, de las lanzas podaderas” Is 2, 4. Sí, por esos días se silenciaron las armas y como que el desarme de los corazones de los colombianos, permitió respirar la tan anhelada paz. No cabe duda, hay que leer los signos de los tiempos y con la presencia del papa Francisco, Colombia vivió la esperanza. Nuestro pueblo es creyente y el referente JESUCRISTO, de alguna manera está en el corazón de nuestros coterráneos. Colombia es un terreno propicio para seguir sembrando la Palabra de Dios. ¡Qué reto especialmente para nosotros los ministros ordenados! Cuidado con defraudar la esperanza y el hambre de Dios que se siente en Colombia. Ningún país como el nuestro es tan permeable a escuchar a Dios, pero a la par, es muy sensible cuando sus ministros no son ejemplo de vida. Hoy más que nunca se exige santidad, sobre todo en sus ministros. Nos quieren sí, pero nos quieren santos; claro, santos de carne y hueso, con nuestras debilidades pero al mismo tiempo, con la actitud de un Pedro arrepentido y que da señales de cambio, convirtiéndose en el más fiel seguidor del Maestro. El Santo Padre nos animó a seguir en la tarea hermosa de anunciar a Jesucristo, nos invitó a “soñar en grande”. Hermoso su discurso a los jóvenes en la plaza de Bolívar en Bogotá: “Por favor no se metan en el ‘chiquitaje’, no tengan vuelos rastreros, vuelen alto y sueñen grande”. Sí, siempre hacia adelante. Que los escándalos de unos pocos hombres consagrados, no nos desanimen, que ellos sean acicate para pensar en un futuro lleno de personas integrales, enamoradas de Jesucristo y comprometidos desde Él en el “empeño en reconocer al otro, en sanar las heridas y construir puentes, en estrechar lazos y ayudarnos mutuamente”. Palabras llenas de esperanza y cargadas de emotividad para ser los verdaderos artesanos de la paz, siendo los constructores de la justicia. Nos invitó el papa Francisco a “resolver las causas estructurales de la pobreza que generan exclusión y violencia”. No hay ninguna duda que la principal causa de la pobreza y la desigualdad es la injusticia; una injusticia marcada por la corrupción en todos los niveles, una injusticia que como un cáncer pandémico ha hecho metástasis en gran parte del cuerpo social colombiano. Nos hace falta más predicación del Evangelio a fin de que la gente capte lo horrorosa que es la injusticia, un pecado que clama al cielo. Nos invitó igualmente el Santo Padre a cultivar la cultura del encuentro en donde todos nos sintamos hermanos, ¡qué lindo mensaje! Las palabras del papa siguen sonando en nuestros oídos y su presencia que irradiaba a Jesús nos seguirá impulsando a tener la alegría de ser unos verdaderos cristianos, a vivir la “alegría del Evangelio” Evangelii Gaudium. Que María Santísima, nuestra madre, como en la mañana de pentecostés nos siga acompañando en esta tarea. + Froilán Casas Ortíz Obispo de Neiva

Vie 21 Sep 2018

Dios perdona en mí

Por: Mons. Omar de Jesús Mejía Giraldo - “Son muchos los que no pueden perdonar todavía, pero hoy recibimos una lección de teología, de alta teología: Dios perdona en mí. Basta dejar que Él haga” (Septiembre 8 de 2017). Después de escuchar el testimonio de lo que ha sido en Colombia la experiencia del “hospital de campo”, el Papa quedó sobrecogido y nos dijo que jamás olvidaría las palabras: Dios perdona en mí. Hermosa lección de aprendizaje nos dio el Santo Padre, lección de humildad y apertura. Esta debe ser nuestra actitud, por más “alto” que podamos estar siempre hay algo nuevo que aprender. El aprendizaje de un líder debe ser constante, es lo que en nuestros círculos eclesiales llamamos “formación permanente” y que a veces confundimos con ciertos espacios de educación formal o informal que realizamos en nuestra Iglesia, instituciones, empresas, ciertamente, algo es esto; sin embargo, la lección de Francisco fue: en cada “instante existencial” nos formamos y mucho más cuando se trata de maneras tan sencillas como la gente humilde expresa su manera de vivir y de experimentar la gracia y el perdón de Dios. Estas palabras que la señora de “Machuca” nos dijo y que luego repitió el Papa: Dios perdona en mí, Colombia, necesita que las estemos recordando continuamente. Recordemos que los gobernantes dieron parte de tranquilidad sobre muertes y atracos durante los días de la presencia de Francisco entre nosotros. Sin embargo, es necesario reconocerlo, que una vez que el Santo Padre emprendió su regreso a la ciudad eterna, los colombianos volvimos a revivir nuestros sentimientos de venganza, odio, resentimiento, dolor… Si hoy hacemos un recuento de las muertes y maldades que han aflorado después de un año de la presencia del Santo Padre entre nosotros, tendríamos que decir que las estadísticas son alarmantes. Pensemos solo en las muertes por venganzas familiares, por herencias, conflictos pasionales, cuestión de limites entre vecinos, intolerancias. En nuestra querida patria siguen asesinando líderes, continúa el feminicidio y mil violencias más. Dios perdona en mí. Nuestro gran aporte como Iglesia al momento histórico y existencial que vive Colombia hoy, tiene que ser anunciar en Reino de Dios sin tregua, sin miedo y con esperanza; un Reino que se recibe como don de Dios, pero que también se gana con nuestro aporte y nuestra disponibilidad a él. Nuestro trabajo puntual hoy, debe ser anunciar la Buena Nueva como lo hizo Jesús y como lo realizó entre nosotros Francisco. El Papa dio el primer paso y durante una semana nosotros lo dimos con él. Ahora nos corresponde a nosotros dar el segundo y el tercer paso. Un segundo paso: perdonar y un tercer paso: reconciliarnos. Sin perdón no habrá reconciliación. Cuando el corazón humano no se ha desarmado del resentimiento, del odio, de la rabia…, por el mal sufrido, será imposible que se reconcilie. Solo un corazón sano de la impureza de un pensamiento mal sano será capaz de reconciliarse. Basta dejar que Él haga. Sin mucha reflexión y sin discernimiento ésta expresión aparece como si se tratará de una pasividad en el alma y es todo lo contrario. Para dejar que Dios haga la obra en nuestro ser necesitamos estar sumamente activos. Para que Dios haga la obra en nosotros necesitamos dejarlo ser Dios en toda su plenitud y con todas sus exigencias. Dice Jesús en el evangelio: “Nadie puede venir a mí, si no es atraído por el Padre” (Jn 6, 44). San Agustín dice que se trata de una atracción con libertad y por amor. Nadie es atraído contra su voluntad. La atracción debe ser por el gozo del amor y la alegría que produce la amistad con el Señor. Así es el perdón, Basta dejar que Él haga, pero hay que dejarlo hacer, Dios no violenta nuestra libertad, Él posee sumo respeto por nuestro ser. Al conmemorar un año de la visita del Santo Padre, la invitación es pues a que no olvidemos su mensaje. Sobre todo, quisiera insistir en la fuerza con la cual el Santo Padre nos habló de la necesidad de reconciliación entre nosotros. Recordemos: reconciliación que brota de un corazón lleno de Dios, reconciliación que se dará como consecuencia de la experiencia del perdón (Cf Mt 18,15-35). Reconciliación que solo es posible cuando el corazón está en paz con Dios, consigo mismo, con la naturaleza y con los hermanos. Reconciliación que no será posible sin recibir y vivir la gracia del perdón. + Omar de Jesús Mejía Giraldo Obispo de Florencia

Mié 19 Sep 2018

“Esclavos de la paz, para siempre”

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - Hace un año, estábamos de fiesta. Dispusimos de la mejor forma posible nuestra casa para recibir al Papa Francisco, quien nos visitaría del 6 al 11 de septiembre de 2017. Cómo es de necesario recordar y actualizar todas y cada una de sus palabras, sus mensajes, sus homilías, sus gestos y en general su testimonio de hombre creyente valiente, entusiasta y lleno de esperanza. Aparecen en la memoria las multitudes que en Bogotá, Villavicencio, Medellín y Cartagena, salieron alegres a saludar al Sucesor de Pedro, y a dejarse “tocar” por el haz de su presencia. Resuenan todavía los ecos de sus palabras prolongadas en el espacio por todos los medios de comunicación social, para que millones de personas, creyentes y no creyentes, en todo el territorio colombiano y más allá de nuestras fronteras, pudieran sentir cercano al Papa que vino a Colombia, siguiendo las huellas de Pablo VI y Juan Pablo II, para “compartir con mis hermanos Colombianos el don de la fe, que tan fuertemente arraigó en estas tierras y la esperanza que palpita en el corazón de todos”. ¿Para qué mas vino el Papa a Colombia? Lo dijo también en Roma, en la audiencia general del miércoles siguiente a su llegada: “Este viaje se hizo para llevar la bendición de Cristo, la bendición de la Iglesia, al deseo de vida y de paz que desborda en el corazón de esta nación”. Sin duda que el Papa quiso ayudarnos no solo a “dar el primer paso”, sino que nos estimuló para que siguiéramos dando nuevos pasos en orden a fortalecer el encuentro con Cristo, “en un país en el que las raíces cristianas son muy fuertes”, pero que requiere de un nuevo fervor que haga posible que el Evangelio permee la sociedad entera y dé los frutos de conversión esperados. Pero el Papa no solo quiso anunciar el Evangelio por sí solo. Quiso que este anuncio tocara nuestra realidad. ”Es evidente -dijo el Papa en Roma- que el maligno ha querido dividir al pueblo para destruir la obra de Dios, pero es también evidente que el amor de Cristo, su infinita misericordia es más fuerte que el pecado y que la muerte”. Así es, Francisco encontró un país divido, en la lucha de querer encontrar la paz, pero ante la subjetiva imposibilidad de perdonar, de reconciliarse, de mirar a los demás como hermanos. El Papa Francisco quiso, con su palabra y la palabra de Cristo, liberarnos del yugo del pecado, del rencor, de la iniquidad y la injusticia. Su sueño, su proyecto, que sigue vigente, es que nos hagamos esclavos en el amor, “esclavos de la paz, para siempre”, como fueron sus últimas palabras antes de subir al avión en Cartagena. Que la visita del Papa Francisco a Colombia hace un año, con los esfuerzos que implicaron esta inolvidable visita, no la hagamos inútil, como tantas cosas, que rápido son llevadas al rincón del olvido. La semilla de la esperanza ha sido sembrada, hagamos que produzca verdaderos frutos, y que el Papa, en su corazón, pueda decirse, “no perdí el tiempo en mi viaje a Colombia”. Vino el Papa Francisco y nos bendijo. A nosotros nos toca poner en práctica sus mensajes y orar por él, que tanto necesita de nuestra adhesión filial. + Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar de Cali

Lun 17 Sep 2018

Un momento difícil y salvífico

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - Han generado inquietud y dolor una serie de acontecimientos en los que está involucrada la Iglesia Católica. Los más recientes han sido el informe sobre mil víctimas de abuso sexual por parte de sacerdotes de siete diócesis de Pensilvania en los últimos setenta años; la situación de la Iglesia en Chile creada por numerosos casos de pederastia que al parecer han sido encubiertos; también se han denunciado casos de abuso a menores en nuestra Arquidiócesis y otros escándalos de sacerdotes en diversos lugares; finalmente, lo más grave es la acusación contra el Papa Francisco de que ha encubierto el lamentable comportamiento moral de un cardenal de Estados Unidos. Ante estas situaciones, comentadas por algunos medios de comunicación, varias personas me han preguntado: ¿Qué está pasando en la Iglesia? ¿Cuál es la causa o realidad de fondo de estas denuncias? ¿Qué debemos pensar y hacer frente a esta situación? Me parece que estos interrogantes no admiten respuestas evasivas o simplistas. Sin poder agotar la materia, me propongo exponer algunos elementos de respuesta y de reflexión para los fieles católicos que, como es natural, sienten una honda preocupación por su Iglesia y necesitan un poco de claridad frente a la confusión generada por las diversas informaciones de distintas fuentes. Pido el favor de tomar en su conjunto el contenido de este texto. 1. ¿Qué está pasando en la Iglesia? + Debemos comenzar por reconocer que la pederastia es un mal gravísimo, que atenta contra la dignidad, el bienestar y el futuro de las niñas, los niños y los adolescentes. Está presente en el mundo del deporte, de la salud, de la educación, de la familia y también, qué dolor y vergüenza, donde menos debería estar, en la Iglesia. + Los actos de pederastia de algunos sacerdotes y su ocultamiento por parte de la Iglesia se vienen denunciando desde hace unos veinte años. Ha sido un proceso que ha comenzado en Estados Unidos y que luego ha ido recorriendo las diócesis de diversas naciones del mundo. + Han aparecido casos reales de abusos a menores por parte de eclesiásticos y religiosos, que nos han llenado de tristeza. También, es preciso decirlo, se ha dado en diversas ocasiones manipulación y tergiversación de la información por parte de algunos medios. + La denuncia de pederastia en la Iglesia, aún en ocasiones con fundamento en la realidad, aparece en el contexto de un conjunto de acciones que, no se puede ignorar, afectan su vida y misión. Tal es el caso de documentales que, en algunos eventos, tergiversan la historia, promoción de leyes contra valores innegociables del cristianismo como la vida y la familia, estrategias para desdibujar la naturaleza y el innegable aporte de la Iglesia a la sociedad. + La Iglesia Católica ha venido condenando fuertemente este delito, ha promovido diversas iniciativas para prevenir dentro y fuera de ella el abuso a menores, ha emanado unas normas canónicas concretas y exigentes para el tratamiento de las denuncias y el acompañamiento de las víctimas, que no eximen a los abusadores de los procesos civiles. La aplicación de estos medios ha tenido variantes según las circunstancias eclesiales y las leyes civiles de cada país. 2. ¿Cuál es la realidad de fondo de estas denuncias? + La causa primera y fundamental de estas denuncias es que en la Iglesia algunos sacerdotes y religiosos han caído en el grave delito de la pederastia. Con estos actos han hecho mucho mal a los menores, a la Iglesia y a toda la sociedad. Por eso el Papa y los obispos hemos pedido repetida y humildemente perdón y nos hemos empeñado con todas nuestras fuerzas en la erradicación de este mal. + También está, en ciertos casos, aún sin mala voluntad, la lentitud o imprecisión para tratar estas situaciones en las que ha habido abuso sexual, de poder y de conciencia. Pueden darse también abusos que no se procesan porque no son denunciados. + Igualmente, en otras ocasiones, ha habido dificultades procesales porque no siempre se cuenta con declaraciones y pruebas concretas, porque se reciben testimonios contradictorios, porque hay que respetar la intimidad de las víctimas y porque es preciso cuidar la reserva necesaria en las posibles investigaciones de las autoridades civiles. + Algunos hablan también de que existe una agenda internacional que, a partir de hechos graves de pederastia que ocurren en la Iglesia, promueve este movimiento de denuncias y las acciones indicadas antes, con propósitos concretos en orden a una nueva visión y organización del mundo, en las que la Iglesia católica resulta incómoda. + En el fondo de todo, está la acción de Dios que, a través de estas dolorosas situaciones, nos llama a todos con urgencia a la conversión. Como dice san Pablo, Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman (Rm 8,28). 3. ¿Qué debemos pensar y hacer frente a esta situación? + Trabajar seriamente en una purificación de la Iglesia. La orden del Papa Francisco ha sido la de “tolerancia cero” para los casos de pederastia. Esta es una forma de valorar y amar a la Iglesia, que tiene personas que han pecado y que han cometido delitos, pero que no es una institución de criminales. Son muchos más los sacerdotes, religiosos y laicos que viven fielmente el Evangelio. + Luchar por acabar con todas las formas del mal que afectan a la Iglesia; su purificación no es sólo erradicar casos de pederastia. Debemos construir una comunidad que viva con santidad y eficacia su identidad y su misión: ser signo e instrumento del amor y de la salvación de Dios en el mundo. En la Iglesia todos hemos pecado y todos formamos un solo cuerpo (1Cor 12,26-27), por eso, como ha escrito el Papa Francisco, todos estamos implicados y todos somos responsables. + Continuar e incrementar los diversos programas e iniciativas para la protección de niñas, niños y adolescentes y para prevenir los abusos a menores, en colaboración armónica con las autoridades civiles. Esto es inherente a la misión de la Iglesia. De otra parte, como el buen Samaritano, debemos acompañar a las víctimas, compartir su dolor y sanar sus heridas. + Orar siempre sin desfallecer (Lc 18,1). Orar pidiendo perdón a Dios; un corazón quebrantado y humillado él no lo desprecia (Sal 51,19). Orar para tener un corazón limpio que nos permita ver a Dios y lo que él quiere (Mt 5,8). Orar por los obispos y por los sacerdotes. Orar por las víctimas y los abusadores. Orar y hacer penitencia por todos, para que aprovechemos esta hora de salvación. + Construir una profunda comunión eclesial. Es hora de apoyarnos unos a otros. Como recomienda san Pablo, los más fuertes deben hacerse cargo de los más débiles (Rom 15,1). Urge unir y formar a los fieles en pequeñas comunidades; es necesario llegar a tener laicos santos y apóstoles, que asuman su puesto y su misión en la Iglesia. Es el momento para construir la Iglesia con una profunda evangelización, con una liturgia viva, con un fuerte compromiso social; no para abandonarla. No hundimos el barco por unas personas que dentro de él se comportan mal. + Tener fortaleza y perseverar. No nos vamos a ahorrar los sufrimientos de la purificación. Jesús mismo no quedó exento del sufrimiento de la obra redentora. Hijo y todo como era, dice la Carta a los Hebreos, aprendió por los padecimientos la obediencia (Heb 5,8). La pascua es la fragua en la que se forja la vida de los cristianos. Este dolor nos debe dar fuerzas para luchar por una Iglesia mejor. Cuando nos denuncian no siempre nos hacen mal; si lo hacen con recta intención y con objetividad, lo debemos agradecer pues nos ayudan a encontrar la verdad, que aunque sea dolorosa nos libera (cf. Jn 8,32). + Mantener viva la confianza y la esperanza. No podemos desesperarnos ni impacientarnos. Es preciso avanzar en la fe y la responsabilidad. Como nunca, según la recomendación del Apóstol, debemos tener los ojos fijos en Jesús (Heb 12,2). La Iglesia es de él. Por eso, ella es más que sus miembros y a pesar de los pecados con los que la afeamos, ella sigue ofreciendo a todos enormes recursos para ser libres y felices en la vida nueva que presenta el Evangelio. Este es un momento de salvación; es la ocasión para una profunda renovación de la Iglesia. Ya sabemos, las fuerzas del mal no prevalecerán contra ella (Mt 16,18). + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín