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Opinión

Sáb 9 Jul 2016

Para orar, meditar y vivir

Seguimiento – Misericordia Por Monseñor Omar de Jesús Mejía Giraldo - Seguir a Jesús, ser sus discípulos implica identidad y misión, pero es además una acción concreta que se manifiesta en la misericordia. No basta con decir Señor, Señor, ni tampoco es suficiente saber la ley. Es necesario reconocer la vida eterna como una acción absolutamente gratuita de Dios, pero que me compromete compasivamente con el prójimo. Con éste preámbulo que nos muestra la estrecha unidad de la liturgia de la Palabra de cada domingo, miremos la pregunta con la cual comienza el evangelio de hoy: ¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna? Pregunta hecha por un letrado a Jesús, además, para ponerlo a prueba. Jesús antes de responder plantea a su vez otra pregunta: ¿Qué dice la escritura o que dice la ley? La respuesta del letrado es precisa y demuestra gran erudición: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu mente, con todo tu ser y amarás a los demás como te amas a ti mismo”. La clave es el amor, ¿pero qué clase de amor? Amar es el imperativo del cristiano. Amar al estilo de Dios, amar como Dios ama, amar sin limites, amar sin esperar recompensa. Dice San Agustín: “la medida del amor es el amor sin medida”. Según el texto y la respuesta del letrado, que recibe la aprobación de Jesús, la ley como ley es clara y contundente, la ley es precisa, la ley es propositiva, la ley es un consenso. Aún más la ley según la Sagrada Escritura es un mandato: “Amarás al Señor tu Dios…”; pero la clave está en el corazón y en la mente. Del corazón del hombre nacen la buenas y las malas intenciones. La ley sin un corazón nuevo, sin un corazón anclado en Dios, se queda en letra muerta que no transforma absolutamente a nadie. El hombre del evangelio sabe perfectamente la ley, es un hombre doctrinalmente bien formado, sabe que la vida eterna es una herencia, es don, es misericordia. En la conversación con Jesús el letrado no se contenta con responder bien. Recordemos que él quiere poner a prueba a Jesús y además quiere demostrarle que él es un hombre justo. El Señor va más allá, Él exige que el amor a Dios se manifieste en lo práctico, en el amor a los hermanos. Dice el apóstol San Juan: “Cómo dices tu que amas a Dios a quien no ves, si no amas a tu hermano a quien si pues ver”, y San Mateo en el capítulo 25 dice: “Todo aquello que hiciste con uno de mis hermanos más pequeños a mi me lo hiciste”. Así pues, amar a Dios con todo el corazón, con toda la inteligencia, con todo el ser, consiste en amar al prójimo con la misma fuerza que Dios nos ama y con el mismo impulso que de nuestra parte decimos que amamos a Dios. La pregunta que el letrado le hace a Jesús, es también nuestra pregunta: ¿Y quien es mi prójimo? La respuesta de Jesús, es la respuesta valida para hoy y para mañana. Es una respuesta testimonial, ejemplarizante y contundente, se trata de un hecho real y no de un simple discurso sobre la misericordia. La respuesta a la pregunta la tiene la parábola del buen samaritano. Miremos la acción de éste hombre de Samaria. Con los siguientes gestos manifiesta misericordia, compasión, cercanía y fraternidad. El samaritano va de camino y se encuentra con un hecho inesperado y espontáneo: un herido en el camino. Allí está la oportunidad para ejercer la caridad y la misericordia sin mucho discurso y quizás sin saber mucha doctrina al respecto. Contemplemos su actitud: Se acerca, venda las heridas, monta al herido en su propia cabalgadura y lo traslada a una posada, cuida personalmente de él, paga la cuenta de la primera noche y deja su anticipo, se muestra disponible para seguir cuidando de él. El samaritano se involucra activamente en la vida del enfermo. El samaritano se conmovió interiormente, hasta tal punto que el dolor del enfermo del camino le entró hasta sus entrañas, hasta su propio corazón, por eso tuvo compasión. El samaritano no es un asistencialista, comparte el dolor del enfermo y hace todo lo que está a su alcance para que el herido restablezca su salud. Recordemos que una vez recuperada su salud el hombre puede volver a sus labores cotidianas y recuperar sus relaciones con los demás. Hermanos, ser prójimo es tomar la iniciativa para ir hacía el otro, en especial hacía aquel que sufre. No se pueden trazar limites en el amor, hay que ayudar allí donde Dios nos ha puesto. Soy yo el que me hago prójimo, para ver la necesidad y poder socorrer al otro. En el prójimo estoy yo porque lo amo. El samaritano se hizo prójimo del herido y no se preguntó quien era el otro, respondió en lo inmediato y en una necesidad real. Conclusión final de la parábola: ¿Cuál de los tres se comportó recta y misericordiosamente? Quien práctico misericordia. ¡Anda, y haz tu lo mismo! La misericordia hace que el seguimiento del Señor sea concreto y se dé realmente en la acción. El discípulo debe saber, pero debe también practicar lo que sabe. Finalmente, es necesario decirlo: la misericordia es la manera más concreta y real de demostrar que se es discípulo del Señor. Sin misericordia no se es cristiano. Tarea: Practiquemos la misericordia. Que no pase una semana sin visitar a un enfermo y manifestarle nuestro acompañamiento, nuestra misericordia. Monseñor Omar de Jesús Mejía Giraldo Obispo de Florencia

Mar 5 Jul 2016

El futuro del país depende de un acuerdo de paz inclusivo, que reconozca derechos humanos

Por: Mons. Héctor Fabio Henao Gaviria. - La noticia que el gobierno colombiano y los guerrilleros de las FARC han acordado cese el fuego bilateral y definitivo, podría anunciar un nuevo comienzo para un país que ha sido testigo del conflicto interno de más larga duración en el hemisferio occidental. En medio siglo, por lo menos 220.000 personas han perdido la vida en Colombia, en contexto del conflicto armado; más de 25.000 han desaparecido; más de seis millones han sido desplazados, y miles de personas han sufrido violencia sexual. Después de más de tres años de los diálogos de paz, damos la bienvenida al cese el fuego como un paso importante. Pero tenemos que ser realistas. Las FARC es uno de varios grupos ilegales armados en el país. Otro grupo es el Ejército de Liberación Nacional, ELN, que anunció en marzo el comienzo de conversaciones oficiales con el Gobierno, pero sigue demostrando su capacidad militar. A menos que el ELN también acuerde un cese el fuego bilateral y firme un acuerdo de paz negociada, no podemos decir que el conflicto armado ha terminado, ya que, en muchas regiones, las hostilidades y las violaciones a los derechos humanos continuarán. También se reciben amenazas fuertes de los grupos paramilitares que se formaron originalmente en oposición a las FARC y que no lograron la desmovilización completa tras las negociaciones que terminaron diez años atrás. Estos grupos tienen influencia o control en las zonas cercanas a las históricamente controladas por la FARC. Todavía hay informes humanitarios del desplazamiento forzado como consecuencia de enfrentamientos armados entre estas organizaciones que disputan el territorio para uso de minería ilegal, tráfico de drogas y otras actividades criminales. ¿Si la violencia llega a su fin, que se requeriría para crear una paz duradera? En primer lugar, tendríamos que trabajar con comunidades que no han conocido otra cosa que el conflicto armado desde hace más de 50 años. El éxito de los acuerdos dependerá de lo involucrada que esté, en particular, la población rural. Colombia es un país muy diverso, tanto en lo cultural como en la forma en que el conflicto armado ha afectado a diferentes regiones. Esto exige una solución con enfoque regional, no simplemente planificada desde Bogotá. Durante décadas, el país no ha tenido una política rural. Aquellos que viven en el campo no se han reconocido o representado por parte del Estado de manera adecuada. El primer punto de los acuerdos de La Habana es la reforma agraria, lo que -en caso de implementarse- requerirá profundos cambios políticos. Para ver la magnitud de desigualdad que hay en el país, sólo tenemos que mirar la enorme cantidad de tierra acumulada por muy pocos. En segundo lugar, se deben reconocer los derechos de las víctimas del conflicto. Para la gran mayoría de la sociedad colombiana, la credibilidad del proceso de negociación dependerá de esto. Cáritas Colombia, trabaja con las víctimas para asegurar que sus voces y opiniones sean tenidas en cuenta por el Estado, pero nos enfrentamos a enormes obstáculos, entre ellos la corrupción que existe en todos los niveles, en particular con relación a la justicia. La gente simplemente no cree que el sistema judicial vaya a resolver sus problemas de manera satisfactoria. La solución no son más leyes, sino la creación de una cultura de la legalidad y la igualdad social. Trabajando con el Gobierno, Cáritas Colombiana ha llamado la atención del costo real del conflicto. Nuestro trabajo con grupos locales en áreas de intensos combates ha sido especialmente significativo. Estas personas valientes, que a menudo levantan la voz con un inmenso riesgo para sus propias vidas, han desempeñado un papel clave en la promoción de una solución pacífica. Los colombianos deben ser capaces de vivir en una sociedad libre de corrupción. Para que esto suceda, es necesario un cambio fundamental en lo público y en la política, con la violencia dando paso a una cultura que fomente la inclusión social y reconozca la dignidad humana. Mons. Héctor Fabio Henao Gaviria. Director del SNPS Cáritas Colombiana.

Lun 4 Jul 2016

Con humildad saborearemos la paz

Por Monseñor Froilan Casas - En Colombia y en el mundo siempre hemos hablado de paz. Recientemente salió una información afirmando que solo diez países del planeta viven en paz, a saber: Islandia, Nueva Zelandia, Austria, Suiza, Irlanda, Dinamarca, Eslovenia, Suecia, Noruega y Finlandia. Un poco más adelante están dos latinoamericanos, a saber: Chile y Uruguay. Hay varias razones para llegar a ese estado hermoso de la paz: una alta educación, índice mínimo de desempleo; como consecuencia de la educación, alta cultura ciudadana. Un factor muy importante, mínima corrupción. Infortunadamente Colombia está entre los países más corruptos del mundo. ¡Qué horror! Afirmo sin vacilación, el mayor enemigo de la paz es la deshonestidad en el manejo de la cosa pública y por qué no decirlo, también en el sector privado. La paz es un proceso permanente, la paz no viene solo por la firma de un acuerdo; éste paso es importante, pero no es el único. El discurso sobre la paz debe ofrecerse sin violencia, sin descalificar a nadie; la agresividad es contraria a la paz. La paz implica aceptar el disenso, obviamente un disenso respetuoso. Una democracia madura es la que sabe aceptar los resultados. Los ciudadanos deben ser críticos en la toma de opciones y por ende, deben buscar siempre el bien común. Por favor, dejemos de estigmatizar con calificativos grotescos las opiniones contrarias; ese no es el camino expedito para la paz. El libro santo nos habla con frecuencia de la paz. La paz ha sido un anhelo constante de la humanidad y a ello no está ajeno el autor sagrado. El hombre es un ser paradoxal, quiere la paz y a la par hace la guerra. Israel y Palestina llevan centurias hablando de paz y la paz sigue siendo muy esquiva. Mientras no desarmemos los corazones, no habrá paz. La paz consiste en la capacidad de aceptar un sano pluralismo en la sociedad en que vivimos. La paz consiste en la posibilidad de convivir con las diferencias, respetándonos mutuamente. Es más, las diferencias enriquecen. Unos mínimos valores universales nos permitirán no devorarnos mutuamente. En la guerra, todos perdemos. Queremos una paz en la que no haya vencedores ni vencidos. Una paz triunfalista no es el verdadero sendero de la paz. Lo que se celebra con arrogancia se pagará con vergüenza. Partamos de un hecho: todos los colombianos queremos la paz, pueda que las lecturas de los hechos sean distintas; pero en lo que todos debemos estar comprometidos es en ser constructores de paz. Sigamos el discurso bíblico. La paz que añora el Israel de los profetas, es la paz que está precedida de la justicia. Por ello, la justicia y la paz se besan; más aún, si quieres la paz, trabaja por la justicia. Mientras haya hambre en el país, no habrá paz; mientras no se manejen con honestidad los bienes del Estado, no habrá paz. Un Estado es terrorista cuando sus funcionarios no atienden y no responden con eficacia la demanda de los ciudadanos. Unas obras inconclusas e improvisadas son generadoras de violencia; el despilfarro con los bienes públicos es fuente de violencia. Políticas sociales de mero asistencialismo no desarrolla los pueblos. + Froilán Casas Obispo de Neiva.

Jue 30 Jun 2016

¿Justicia social hoy?

Por: Mons. Víctor Manuel Ochoa Cadavid - En un momento muy particular de la historia, entre el siglo XIX y el siglo XX, un Pontífice, el Papa León XIII realizó profundas reformas en la Iglesia y puso en el centro de la discusión teológica y pastoral la situación de los obreros y de la realidad social. Un gran Pontífice, que con una de sus Encíclicas entró en un tema apasionante y que ha sido central en la historia de la acción pastoral de la Iglesia Católica, la llamada cuestión social. El Papa León XIII, fue acompañado y ayudado en su tarea por un sacerdote Jesuita, el Padre Luigi Taparelli (Turin, Italia, 1793 - Roma, 1862). El fue quien acuñó la expresión Justicia Social. En la tradición cristiana se hace referencia al término de justicia, “dando a cada uno según le corresponda”, este es un concepto que viene desde las doctrinas y enseñanzas de Aristóteles (Ética a Nicómaco, libro V). Este concepto de Justicia en Aristóteles, fue también desarrollado en el contexto de la cultura Romana, con una precisa locución, “Uniqueque suum”, a cada uno lo suyo. Es la que podemos llamar una justicia distributiva, que daba a los hombres aquello que les correspondía precisamente. Una justicia entendida en el marco de la distribución equitativa a todos según cuanto les corresponda. Esta virtud es la base de la conservación del mundo, del equilibrio entre las relaciones que unen a las personas y establecen las responsabilidades. Una reflexión filosófica, profunda que nos pone en este contexto de aquellos que cooperan al bien y al equilibrado desarrollado de los hombres. Esta situación sirvió a la Iglesia y, concretamente, al Papa León XIII para leer una situación completa y muy difícil que el mundo vivía en el desarrollo de las cuestiones sociales que habían creado las relaciones entre el capital, el trabajo, los obreros y el gran desarrollo de la industria. Se puso en ese momento, al final del siglo XIX, el tema de la pobreza, del gran desarrollo de las cuestiones sociales, pero en definitiva era la pérdida de los valores de la persona humana y de sus derechos. Este tema es el llamado argumento de la “cuestión social” que el Papa quiere poner en el centro de la reflexión de la Iglesia en esa Encíclica, Rerum Novarum, “Las cosas nuevas” que permite a la Iglesia establecer nuevamente la que se llama hoy, la “ Doctrina social de la Iglesia”. El respeto de la persona humana, el derecho a la propiedad por parte de todos, el derecho a un salario justo, las dignas condiciones en el trabajo y el descanso dominical, fueron los elementos centrales de esta reflexión sobre la llamada “Justicia Social”. El Evangelio de Cristo no puede existir alejado de las situaciones y de los hechos que afectan a los hombres y mujeres de todos los tiempos. Esa “Doctrina social de la Iglesia” es la respuesta y la lectura de muchos hechos y situaciones desde el Evangelio de Cristo, desde su enseñanza. La fe en Cristo tiene que propiciar una forma de vida, una moral, que haga translucido el Evangelio y las enseñanzas de Jesús. No es algo ajeno a la voluntad de Dios o a su Palabra, es parte de ella misma y nos debe hacer pensar profundamente en la vida y en el camino en el cual formamos nuestra fe y nuestras respuestas a los problemas sociales, de siempre y que hoy vivimos. Con Cristo nace y renace la Justicia Social. Nuestra fe, nuestro camino como iglesia de la Diócesis de Cúcuta, tiene que poner siempre en el centro de nuestra reflexión, trabajo y de nuestra comunidad a Cristo. Ello pasa obligatoriamente por la opción por fortalecer la persona humana, su condición y dignidad, por el buscar los derechos y justicia para todos. Elementos sencillos los que en este concepto, hace muchos decenios defendió y presentó el Papa León XIII, pero que siguen siendo válidos y que nosotros tenemos que fortalecer. Todavía hoy estos restos son actuales entre nosotros, tenemos que vivir una Justicia Social, tiene que propiciarse que muchos hermanos y hermanas nuestras vivan en condiciones dignas, tengan un salario, tengan los medios para sustentarse y sustentar a sus familiares, para que puedan asociarse libremente y defender sus derechos y asumir sus obligaciones La Justicia Social ha cambiado también, se va afirmando cada vez más la necesidad de defender al hombre, su entorno, su vida (desde la concepción hasta el término natural). La opción del Evangelio y la aceptación de la Buena Noticia de Cristo Jesús, pasa necesariamente por la “Vía del hombre” que es el camino de la Iglesia, con la frase de San Juan Pablo II en la Encíclica Redemptor Hominis: “Este hombre es el camino de la Iglesia, camino que conduce en cierto modo al origen de aquellos caminos por los que debe caminar la Iglesia, porque el hombre -todo hombre sin excepción alguna- se ha unido a Cristo de algún modo, incluso cuando ese hombre no es consciente de ello, «Cristo, muerto y resucitado por todos, da siempre al hombre» -a todo hombre y a todos los hombres- «… su luz y su fuerza para que pueda responder a su máxima vocación»” (San Juan Pablo II, Encíclica Redemptor Hominis.N.14). Para nuestra Diócesis y para Cúcuta, concretamente, éste es un gran reto. Una ciudad que tiene grandes signos de pobreza y de exclusión de las personas -hombres y mujeres, jóvenes y niños, ancianos- un reto inaplazable. De nuestra opción por Cristo y por su Evangelio, por la aceptación de su mensaje de salvación, tenemos que ir a ayudar y proteger al hombre, darle aquello que le corresponde justamente, esta es la Justicia Social. Es importantísimo para nosotros esta Justicia Social, porque de ella depende el futuro de la paz que todos estamos tratando de construir. ¡Alabado sea Jesucristo! + Víctor Manuel Ochoa Cadavid Obispo de Cúcuta

Lun 27 Jun 2016

Lo urgente, lo importante y lo necesario

Por: Mons. Gonzalo Restrepo - Hay acontecimientos inesperados que cambian el rumbo de nuestras vidas. Nos hacen aplazar los proyectos y las tareas que considerábamos como urgentes, importantes y necesarias. Un accidente, por ejemplo, es un campanazo fuerte en nuestra vida. Es como un anuncio que nos dice que nada de lo que teníamos proyectado hacer es ni lo más urgente, ni lo más necesario, ni lo más importante. Cuando uno ha vivido esta experiencia tiene que concluir que en la vida uno nunca sabe verdaderamente qué es lo urgente, qué lo necesario y qué lo importante. Creo que todo puede posponerse, retrasarse o incluso cancelarse, y la vida sigue normal. Claro se presentarán algunos cambios, pero por haber dejado de hacer algunas cosas, o haberlas pospuesto o simplemente reconsiderarlas, nada extraordinario va a pasar en nuestras vidas. Sin embargo, lo que no podemos dejar de hacer, posponer o cancelar, es vivir el momento presente. Sea como sea, el tiempo va pasando y los segundos y minutos se van sucediendo. El tiempo es inexorable, no se puede detener. Estemos activos o inactivos, pensando o escribiendo, en clase o en deporte, en oficios de casa o en oficina, estemos haciendo lo que sea, el tiempo pasa y no lo podemos detener. Por eso, lo más importante, lo urgente y lo necesario es vivir “plenamente” el momento presente. El presente no vuelve. Cuando pasa el presente dice adiós para siempre. Sólo quedan los recuerdos, pero no podemos vivir del recuerdo, porque los recuerdos, muchas veces no construyen nuestras vidas, por el contrario pueden destruirlas y empañarlas. Es cierto que necesitamos que tener un grado de planeación y proyección para el futuro y que, en cierto sentido, el futuro depende de lo que seamos y hagamos en el presente, pero también es cierto que no todo depende del pensamiento y del querer del hombre. Uno va poniendo de su parte y las cosas se van sucediendo. Por eso, en nuestra vida, sólo una cosa es necesaria, urgente e importante: tener una mente abierta y un corazón dispuesto para recibir la acción de las fuerzas de la naturaleza, a través de las cuales se manifiesta la acción de Dios. Ningún acontecimiento, ninguna persona, ningún ser existente o por existir puede estar sobre Dios. Por eso, frente a los acontecimientos inesperados, frente a todo lo que consideramos como lo más urgente, lo más importante y lo más necesario, puede servirnos este pensamiento de Santa Teresa de Jesús, maestra y doctora de la iglesia: “Nada te turbe, nada te espante, la paciencia todo lo alcanza. Dios no se muda, quien a Dios tiene nada le falta. Sólo Dios basta”. + Gonzalo Restrepo Restrepo Arzobispo de Manizales

Sáb 25 Jun 2016

Para orar, meditar y vivir

Por Monseñor Omar de Jesús Mejía - Seguimiento – identidad “Tú eres el Mesías”, es el reconocimiento que Pedro hace de Jesús. Ahora los discípulos, entre luces y sombras saben quien es el Señor. Él les invita a seguirle a pesar de la cruz. Si quieren ser de verdad, verdad, sus discípulos, deben donar sus vidas, de lo contrario el seguimiento se queda en mera teoría o en buenas intenciones. En éste sentido, el evangelio de hace ocho días con el de éste domingo, tiene una perfecta conexión. Hasta éste momento el ministerio público de Jesús se ha vivido en Galilea, ahora Jesús, el Señor, el Mesías, opta por ir a Jerusalén, ciudad capital, donde se concentran todos los poderes. Él sabe que será allí, donde debe asumir el reto de presentar el Reino de Dios y su justicia. Será en la ciudad donde finalmente debe configurar la identidad de sus discípulos e incluso donde donará su ser definitivamente, pero Él sabe que está en las manos de su Padre y quiere cumplir su santa voluntad: Salvar la humanidad. Jesús, el Señor, ahora va a Jerusalén, no como peregrino, ni de paseo, va con una misión especifica: Consumar definitivamente su misión y en ello compromete a sus discípulos. Dice la Palabra que “envía mensajeros por delante”. Sus mensajeros entran a Samaria para prepararle un alojamiento y no son bien recibidos. Ésta actitud es consecuencia de la división histórica entre judíos y samaritanos. Santiago y Juan, discípulos suyos, se llenan de sentimientos de dolor y furia, hasta tal punto que quieren destruir a los samaritanos, es la gran oportunidad de Jesús, para corregir a sus seguidores: “Él se volvió y les regañó. Y se marcharon a otra aldea”. En éste contexto de camino, sentimientos de dolor y corrección, se desarrolla la bonita escena del seguimiento del Señor. Seguir a Jesús es “identidad” con Él, con su misión, es compartir su misión y aún su suerte. Seguir al Señor es aprender a jugarnos la vida por Él y con Él. El seguimiento del Señor se debe caracterizar por las siguientes actitudes: Libertad absoluta • Libertad es “ser lo que se es”. Se es discípulo, se debe vivir como discípulo, se deben asumir las responsabilidades de discípulo. En la libertad el discípulo debe saber que nada, ni nadie, lo puede amarrar para ser lo que se es y para ser lo que se debe ser. • En la libertad que ofrece el Señor, el discípulo sabe que el evangelio es para todos, pero no es una obligación es una opción radical, seria y serena. La vida cristiana es un “camino”, Jesús es el “camino” y nos invita a ir con Él, para que donemos la existencia por la salvación de aquellos a quienes él nos confía. • Padres de familia, recuerden que deben ser instrumentos de salvación para sus hijos. Hermanos, debemos ser instrumentos de salvación entre nosotros. Maestros, jefes, empleados…, todos, deberíamos preocuparnos por la salvación de todos. El cristiano es un ser universal y por lo tanto no se debe escandalizar, ni se debe llenar de rabia frente a la diversidad. El cristiano debe amar a todos, sin distinción de credo o clase social. Si algunos tenemos que estar abiertos a la pluralidad, somos nosotros los seguidores de Jesús, el Señor. • Nada produce tanta libertad como cuando se obra el bien, es mas difícil ser malo que bueno, para hacer el mal nos debemos esconder, el bien se puede hacer a la luz de todos. Hacer el bien genera luz y esperanza, hacer el bien nos convierte en luz y sal de la tierra. 2. Disponibilidad para dejarse corregir • Dice la Palabra: “Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron: Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos? El se volvió y les regañó”. El discípulo tiene que estar dispuesto siempre a dejarse corregir de su Maestro y Señor. • El discípulo hace su tarea por mandato del Maestro y debe estar dispuesto a sufrir persecuciones e incomodidades. Seguir a Jesús, es identificarnos con Él, es aprender a “tratar a los demás como queremos ser tratados por ellos”. Ser discípulos del Señor es aprender a perdonar como Él perdona, es amar como él ama. 3. Firmeza de voluntad – opción definitiva • Con Dios no hay medias tintas, se es o no se es. No se puede ser discípulo del Señor a medias. No se puede ser seguidor del Señor sólo en los momentos placenteros de la vida. Dios es plenitud y es eternidad. Dios es trascendencia y es absoluto. Por eso, cuando se hace una alianza con Él, el compromiso es para siempre y es una opción que plenifica, aunque pase por momentos de cruz y de pasión. • Nuestras alianzas las debemos asumir como opciones definitivas y plenificantes, “el oro se prueba en el crisol y el leño en el fuego. Ejemplos: Sacerdocio, matrimonio, vida consagrada. La vida cristiana en sí misma tiene que ser una opción para siempre. 4. Vivir con pasión el presente • Dice el evangelio: “El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios”. Quien se decide a seguir al Señor, no puede estar anclado en el pasado. Si el pasado fue mejor, fijarse en él genera tristeza, porque se quiere volver a él. Si el pasado fue peor que el presente, genera tristeza, porque se vive con angustia y resentimiento. • El pasado paraliza y enferma cuando no se observa con gratitud. El ejemplo típico lo encontramos en Génesis 19,26, dice la Palabra: “Entonces la esposa de Lot miró atrás, a espaldas de él, y se volvió estatua de sal”. El Papa Juan Pablo II, al comenzar el nuevo milenio nos decía: Es necesario vivir con gratitud el pasado, con pasión el presente y con esperanza el futuro. Tarea: • Miremos el pasado, pero con sensatez, si fue mejor, demos gracias a Dios, si fue peor que el presente, por favor sanémoslo. • Soñemos el futuro, por favor, soñémoslo con esperanza y optimismo.

Vie 24 Jun 2016

La “Revolución tranquila”

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - Estamos viviendo un cambio cultural sin precedentes. Sobre el particular hay diversos análisis y pronósticos, que no siempre coinciden ni son totalmente creíbles. A primera vista no se ve quién guía este cambio; parece que obedece a sus propias dinámicas y que no logra tampoco escapar a sus efectos perversos. Nos alegra el desarrollo tecnológico que ofrece tantas posibilidades al hombre actual; las comunicaciones han ido generando rasgos nuevos a la forma de ser y de situarnos en el mundo; tenemos grandes e inéditos recursos para la integración e interacción de todos los países e instituciones del mundo. Hay un gran afán de conquistar la libertad, la más noble de todas las capacidades humanas; en este campo, se han logrado avances no pequeños pero se han desencadenado también nuevas formas de esclavitud personal y colectiva. Se pretende una ética mundial, hecha por consenso, y un estado laico, en el que Dios ya no se necesita. Se busca tener diversas formas y modelos de “familia”, para que las “parejas” puedan tener a su gusto el placer del sexo. Se exigen calidad de vida sin ningún sentido trascendente, derechos individuales sin ninguna norma, tolerancia acrítica frente a la diversidad cultural. La expresión “revolución tranquila” se ha usado para describir el proceso de secularización de Canadá. Hoy vemos, por todas partes, esta transformación silenciosa que va cambiando los principios, los valores y el comportamiento de los pueblos. Constatamos que todo está en movimiento, pero no analizamos qué está pasando, hacia dónde vamos y qué debemos hacer. Todos los adelantos de la ciencia y los logros de un proceso social deben alegrarnos y comprometernos en una permanente cooperación. Pero, igualmente, debemos estar atentos a ciertas realidades y procedimientos que trae este cambio y que preocupan. El capitalismo se ha corrompido por la codicia desenfrenada de ciertos grupos económicos, cuya voracidad los ha llevado incluso a operaciones suicidas que atentan contra los fundamentos mismos del sistema. El hedonismo se ha vuelto casi el único objetivo de la vida; los valores y deberes caen ante el compromiso prioritario con lo cómodo y placentero. El relativismo ha dejado en la incertidumbre la verdad y el bien, para que cada uno haga sus opciones como mejor le parezca renunciando a todo criterio objetivo y a toda norma aun natural. El individualismo nos aísla y disgrega, mientras concentra a cada uno en un amor propio excesivo que no admite ni contradicciones a sus propósitos ni compromiso con causas solidarias. Por eso, la corrupción cunde y se infiltra en los corazones y en las instituciones; la inequidad social se acentúa de modo amenazante; la agresividad se vuelve el medio más eficaz para conseguir cada uno lo que se propone; el abandono de Dios coincide con la idolatría del dinero que promueve la sociedad de consumo; la superficialidad se convierte en el estado normal de la vida y la angustia la consecuencia más común de todo lo anterior. El cambio es un dinamismo indispensable para el crecimiento de la humanidad. Cada generación tiene que dar un paso hacia delante y allá, en último término, se dirige todo lo que vivimos. Pero los resultados son mejores y se dan sin traumas si nos hacemos conscientes del camino y dirigimos la marcha. No podemos permitir que por buscar su bienestar y libertad, la humanidad ensaye un proceso de autodestrucción. Ahí estriba, desde cierto aspecto, la misión que debemos asumir todos en la Iglesia: transmitir la sabiduría y la fuerza del Evangelio para que acrisole y perfeccione lo mejor de la persona humana hacia el futuro. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Mié 22 Jun 2016

Bajar los índices de corrupción

Por Monseñor Froilán Casas - ¡Qué descaro! Hemos llegado al cinismo en la conciencia moral; conciencia moral que no existe. Ya no se le teme ni a Dios, ni al diablo. El relajamiento de la conciencia ha tocado fondo y todos sufrimos las consecuencias; doloroso para quienes somos honestos, justa consecuencia para los pillos y corruptos. El pícaro disfruta evadiendo todas las leyes, tiene una creatividad en grado superlativo para hacerlo. Se ha llegado incluso a admirar al infractor de la ley, ¿dónde está su sagacidad? En que no se deja pescar. Los calificativos morales se han cambiado en el imaginario cultural. Esa frase tan común en nuestra cultura: ¿usted no sabe quién soy yo? sí que es recurrente en todos los estratos sociales, cada quien desde su propio horizonte hermenéutico. Hasta el ser matón da “estatus”, sí, estatus de miedo. El salvaje oeste en muchos ambientes colombianos, es apenas una muestra insignificante de la crueldad con que se masacra a una población. Se atraca a la población cuando no hay control de precios y los intermediarios fijan los precios de acuerdo con el sucio e inmoral esquema de la oferta y la demanda. Con frecuencia los resultados de utilidades de algunas empresas no corresponden a la justicia social y el Estado que, se supone defiende el Bien Común, emplea el viejo esquema capitalista del: “Laisser faire, laisser passer”; en francés: “Dejar hacer, dejar pasar”. Una libre competencia en donde el pez grande se come al chico y después nos quejamos de la violencia. ¿Qué más violencia que una cultura de ese calibre? En la Antigua Grecia apareció una escuela en el mundo de la academia que se llamaron los sofistas. ¿Quiénes eran estos personajes? Aquellos que enseñaban las mentiras con base en las verdades. El ser humano, acrítico e ingenuo se traga el anzuelo con la forma en que le presentan el discurso. El sofista es aquél que presenta una dialéctica del discurso, empleando un método de investigación que se llama el silogismo. El silogismo tiene tres afirmaciones; las dos primeras son verdaderas y la conclusión es falsa. El oyente se queda con las dos primeras y se traga sin sentido crítico la tercera. Eso se podría llamar verdad a medias. Seamos definidos en nuestro moral y ética: o se es bueno o se es malo. Nadie puede ser medio bueno o medio malo. Robar poco es ser ladrón; robar mucho es ser igualmente ladrón. El que es infiel en lo poco es infiel en lo mucho, nos dice el Libro Santo. Dios no acepta al tibio: “Porque no eres frío ni caliente, estoy pata vomitarte de mi boca”. Cualquier porcentaje en los índices de corrupción es inmoral. ¡Qué engaño y qué sofisma! legalizar la llamada dosis mínima de consumo de una droga alucinógena. ¿Cuándo empieza la adición a una sustancia sicotrópica? Que lo digan los sicólogos clínicos, los genetistas y en general los académicos del área. ¿Quién mide la dosis? El funcionario que lo hace, ¿está en la capacidad científica de hacerlo? Pobre país con esas mediocres reglas de convivencia ciudadana. Desde el hogar empiezan estas sucias costumbres de exigir lo mínimo y ganar lo máximo. + Froilán Casas Obispo de la diócesis de Neiva