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El Papa Francisco en Irak
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Por: P. Jorge Enrique Bustamante Mora - La frase de Jesús a sus discípulos: “Todos vosotros sois hermanos” (Mt 23,8) ha vuelto a resonar con fuerza en el viaje apostólico del Papa Francisco a Irak, vivido del 5 al 8 de marzo. Allí resonaron con intensidad, entre otros, grandes temas: La fraternidad humana, el testimonio cristiano y la cercanía a una Iglesia mártir. El Papa fue a Irak, pero su voz, enseñanza y testimonio lo son para el mundo entero.
La primera gran mirada, indudablemente, se centra en el hecho mismo de un viaje testimonial y esperanzador en medio de la pandemia del covid-19; han pasado 15 meses de su último viaje (19 – 26 de noviembre de 2019) a Japón. El mundo ha vivido el parón nunca esperado. Ahora el Papa con las medidas propias de bioseguridad ha emprendido de nuevo el camino de los viajes apostólicos para seguir acercando el amor de Dios a las gentes. El virus no ha parado ni parará la evangelización; ciertamente han cambiado algunas cosas, pero se recurre a la creatividad para seguir en esta marcha incontenible. Este es un testimonio de esperanza, el mundo debe ver en la responsabilidad del Papa y su gesto de cercanía una imagen a no dejarnos derrotar por el “terror” o “miedo” de las incertidumbres humanas, hay que afrontarlas con responsabilidad y seguir el camino de la vida con la esperanza puesta en el Dios de la vida.
Una segunda lectura, incontestable, es el lugar que visitó y desde el cual nos habló. Para muchos en nuestro contexto colombiano o latinoamericano, escuchar Irak, tiene varias resonancias: un lugar lejano, desconocido o únicamente conocido por las violentas noticias de guerra y destrucción que con frecuencia llegan; un mundo que para muchos suena a “enemigos de la fe”. La visita del Pontífice ha colocado en los ojos del mundo esta tierra con todas sus problemáticas; ha evidenciado con su presencia que el testimonio de fe y cercanía es más valioso que el miedo y los prejuicios. Él Vicario de Cristo se hizo presente, como él mismo lo precisa: “Vengo como penitente que pide perdón al Cielo y a los hermanos por tanta destrucción y crueldad. Vengo como peregrino de paz, en nombre de Cristo, Príncipe de la Paz” (Discurso a las autoridades y cuerpo diplomático). No fue una insensatez su decisión de ir a una tierra que centímetro a centímetro ha sido regada por la sangre de inocentes; es la coherencia de sus exhortaciones: una Iglesia en salida, la cultura del encuentro, de la cercanía y del amor misericordioso.
Una tercera ojeada que quisiera subrayar es la categoría de “un viaje histórico”. Por primera vez un sucesor de Pedro pisa la tierra de nuestro padre en la fe, Abraham; con quien tienen que ver las grandes religiones monoteístas del mundo – el islam y el judaísmo –, además el cristianismo. Fue un momento de profunda espiritualidad, como dijo el Papa: “nos parece que volvemos a casa”, fue allí donde nuestro padre Abraham inició una aventura del todo particular en relación amorosa con Dios, “Él escuchó aquí la llamada de Dios, desde aquí partió para un viaje que iba a cambiar la historia”, precisó el Papa Francisco. En este ambiente de misterio frente a los líderes de las diversas confesiones de fe presentes en Irak, especialmente las monoteístas, el Papa subrayó que hoy, nosotros, judíos, cristianos y musulmanes, somos el fruto de esa llamada y de ese viaje. Exhortó a no separarnos nunca como hermanos y hacer que “la verdadera religiosidad – sea – adorar a Dios y amar al hermano”, pues “quien cree en Dios, no tiene enemigos que combatir, solo tiene un enemigo que afrontar: la enemistad”.
Finalmente, una mirada sobre los encuentros vividos del Papa en este viaje. De remarcar la Iglesia cristiana católica que lo recibió, junto con la comunidad de Irak, con alegría y Esperanza; una Iglesia mártir que se ha puesto en pie para continuar su vida. Fue hermoso ver el testimonio, no solo del Papa allí en esa tierra, sino de los niños, los jóvenes y la comunidad en general que con fe y esperanza se han puesto sobre el surco de construir y mirar el futuro con confianza en Dios que los acompaña en medio de tantos dolores. No puedo dejar de mencionar el trascendental, silencioso y austero encuentro entre el Papa Francisco y el Ayatola Al Sistani, líder la comunidad musulmana chiita; un momento sin el ruido de lo mediático, más bien mediado en la plena confianza del uno en el otro. Un encuentro que despierta grandes esperanzas para una convivencia pacífica en esa región entre las distintas concepciones religiosas, donde los católicos hemos puesto parte de la sangre derramada y que llegamos a ser a duras penas cerca del 1% de la población.
Creo que este viaje fue un viaje de amor, de amor a Cristo para darlo a conocer; de amor a la comunidad católica mártir que sufre para acompañarla y sostenerla; un viaje de amor por cada ser humano en Irak, sin importar su concepción de fe, para juntos mirar hacia el futuro con esperanza. Un viaje de amor que se hace testimonio para el mundo, existen razones dolorosas para comprometernos impostergablemente en la construcción de la fraternidad humana. Fue y es un viaje como el de Abraham, una respuesta al llamado de Dios, un viaje que como el del padre en la fe cambiará la historia. Un viaje en el que el Papa le ha gritado al mundo lo que dijo en Ur de Caldea, la patria de Abraham: “Nos toca a nosotros recordarle al mundo que la vida humana vale por lo que es y no por lo que tiene”.
P. Jorge Enrique Bustamante Mora
Director del Departamento de Doctrina y Promoción de la Unidad y del Diálogo (PUD)
Conferencia Episcopal de Colombia



Bautismo y Cuaresma
Lun 3 Mar 2025


Mié 26 Feb 2025
“El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones” (Rom 5, 5)
Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve- Nos encontramos próximos a iniciar el tiempo de cuaresma con el miércoles de ceniza el próximo 5 de marzo, con una invitación concreta a transformar nuestra vida en Cristo, con el llamado del Señor en su Palabra: “Conviértete y Cree en el Evangelio” (Mc 1, 15), que consiste en reorientar la vida hacia Dios y renovar la FE en la buena noticia del Reino de Dios, recordándonos la necesidad de conversión y penitencia que en el tiempo de cuaresma y particularmente en este año jubilar, tenemos que reforzar para purificar nuestra conciencia del mal y el pecado y totalmente purificados recibir la gracia de Dios que nos perdona y nos reconstruye interiormente porque “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones” (Rom 5, 20).Para reconocer el pecado personal es necesario estar muy cerca de Dios, para poder sentir el dolor por el rechazo a Él por el mal que hace nido en el corazón, descubriendo con el pecado la gran pérdida de la gracia. Así lo expresa el Catecismo de la Iglesia Católica: “El pecado está presente en la historia del hombre: sería vano intentar ignorarlo o dar a esta oscura realidad otros nombres. Para intentar comprender lo que es el pecado, es preciso en primer lugar reconocer el vínculo profundo del hombre con Dios, porque fuera de esta relación, el mal del pecado no es desenmascarado en su verdadera identidad de rechazo y oposición a Dios, aunque continúe pesando sobre la vida del hombre y sobre la historia” (CCE 386).Cuanto más cerca estamos de Dios más podemos sentir el desastre y las heridas que causa el pecado en la vida personal, sin embargo, tenemos la posibilidad en Jesucristo Nuestro Señor de recuperarnos, recibiendo su perdón misericordioso tal como lo hizo con la mujer adúltera cuando le dijo: “Tampoco yo te condeno. Puedes irte, pero no vuelvas a pecar” (Jn 8, 11), indicando con ello que el ser humano pecador no quedó abandonado por Dios, al contrario, como Padre misericordioso siempre va en busca de la oveja perdida. Así lo expresa el Catecismo de la Iglesia Católica: “Tras la caída, el hombre no fue abandonado por Dios. Al contrario, Dios lo llama (Cf Gn 3, 9) y le anuncia de modo misterioso la victoria sobre el mal y el levantamiento de su caída (Cf Gn 3,15)” (CCE410), porque “Donde abundó el pecado, sobre abundó la gracia” (Rm5,20) y en la bendición del Cirio Pascual en la noche santa de la Pascua reconocemos “el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones” (Rom 5, 5), cuando cantamos “¡Oh feliz culpa que mereció tal y tan grande Redentor!”.Frente a la realidad del pecado que nos agobia y destruye, tenemos la certeza que es la gracia salvadora de Dios para con toda la humanidad que se nos ha ofrecido desde el madero de la Cruz, donde Jesús entregó su vida en rescate por todos, la que nos purifica y esto es posible por el amor de Dios que es infinito y que Él permanentemente derrama en nuestros corazones. De tal manera que en Jesucristo no todo está perdido, tenemos la esperanza de ser perdonados, que es la certeza que la gracia de Dios sobreabunda en nuestras vidas. De esta realidad nosotros somos testigos y tenemos la misión de anunciarlo a los demás, siendo instrumentos de la misericordia del Padre.El mundo, nuestra región y también muchas de nuestras familias se están destruyendo por causa del pecado. Muchos desesperados en las angustias y tragedias que causa el mal, siguen buscando una salida sin Dios. Desde la Fe damos testimonio que sin Dios es imposible una solución, por eso es hora de volver al Señor, haciendo resonar en el corazón las palabras que escucharemos el miércoles de ceniza y durante este año jubilar: “Conviértete y cree en el Evangelio” (Mc 1, 15), tomando conciencia que: “Ya no pesa, por tanto, condenación alguna sobre los que viven en Cristo Jesús, porque la ley del Espíritu vivificador me ha liberado por medio de Cristo Jesús de la ley del pecado y de la muerte” (Rm 8, 1-2), porque Cristo murió para que nosotros fuéramos perdonados y que en nuestra vida sobreabundara la gracia.La certeza del perdón en Cristo la tenemos que renovar permanentemente en nuestra vida. Todos somos pecadores, pero lo que se espera de todos los cristianos es que no permanezcamos en situación de pecado, sino que frente al pecado busquemos el recurso de la gracia mediante el sacramento de la confesión, que nos reconstruye interiormente y nos devuelve la gracia de Dios.Aprovechemos este año jubilar para revisar nuestra vida en ambiente de oración contemplativa y recibamos las gracias que nos trae el jubileo, para seguir en nuestra vida perdonados, reconciliados y en paz. Que esta cuaresma que estamos prontos a iniciar sea un tiempo para recibir “el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones” (Rom 5, 5), donde dejemos que sobreabunde la gracia de Dios en nuestras vidas, para reafirmar nuestra respuesta de Fe, Esperanza y Caridad a la llamada que Dios nos hace a la conversión y a la Santidad, escuchando y leyendo el mensaje del Señor, meditándolo y creyendo en su Palabra y con ello convertir nuestra vida en Cristo para decir con San Pablo: “Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20) y poder cumplir con el mandato del Señor: Sean mis testigos.En este camino espiritual contamos con la protección maternal de la Santísima Virgen María y la custodia del Glorioso Patriarca San José, quienes escucharon la Palabra de Dios y entregaron su vida para hacer su voluntad, viviendo siempre en la gracia de Dios.En unión de oraciones, reciban mi bendición.+José Libardo Garcés MonsalveObispo de la Diócesis de Cúcuta

Lun 24 Feb 2025
Homilía ordenación episcopal monseñor Alexander Matiz Atencio
Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - “Con la mirada fija en Jesús, el que inicia y perfecciona nuestra fe” (Hb, 12, 2); con la mirada fija en el Cristo milagroso que preside esta basílica, los invito a contemplar el misterio del amor de Dios que nuevamente se desparrama sobre esta Iglesia diocesana de Buga al concederle un nuevo obispo en la persona del presbítero Alexander Matiz Atencio.Recordamos agradecidos y oramos por quienes han sido sus antecesores, hoy, de manera especial por Mons. José Roberto Ospina Leongómez, quien después de más de 12 años de servicio entrega el cayado de pastor de Buga al nuevo obispo, con la tranquilidad del deber cumplido, para la gloria de Dios y el bien de la Iglesia. A monseñor José Roberto lo saludamos y le expresamos nuestra sincera y ferviente gratitud por su generosa entrega a la Iglesia colombiana y de Buga en sus 21 añosde vida episcopal.Hoy la Diócesis de Buga está alegre. Celebra la dedicación de su iglesia catedral y la consagración de la diócesis al patrocinio de San Pedro.La celebración litúrgica de hoy, la Cátedra de San Pedro, es fiesta en Buga, y lo será todavía más, porque en este día su Obispo es consagrado y asume con alegría la misión de ser su padre, amigo y pastor.La diócesis de Buga acoge un presbítero ordenado en la Arquidiócesis de Cali, quese alegra de entregarles un servidor fiel, solidario, amante y servidor de los pobres. Como su arzobispo y ahora su metropolitano, me llena de júbilo y honor poder imponerle las manos, y con mis hermanos obispos, elevar al Pastor de los pastores nuestra oración por el buen éxito de la misión que el Señor, a través del papa Francisco, le ha confiado.Mi saludo y gratitud al señor Nuncio, moseñor Paolo Rudelli por la reiterada confianza que ha tenido en la Provincia eclesiástica de Cali, al llamar recientemente a tres de sus hijos al episcopado en nombre del Papa.Gracias, señor Nuncio por su cercanía y presencia entre nosotros. En esta fiesta de la Cátedra de san Pedro, le pido el favor de hacer llegar al Santo Padre el amor que este pueblo le tiene, así como nuestra oración por su ministerio apostólico y susalud.Todos conocemos diversas facetas de la vida de San Pedro. Todos sabemos cómo a pesar de haberse reconocido pecador, el Señor lo llama; le cambia el nombre de Simón por Cefas (piedra); lo acompaña, comprende y educa en los distintos momentos de su vida; lo va puliendo y formando desde dentro; se le da a conocer y hace posible que en él actúe el poder de Dios, y le ayuda a caer en la cuenta que el conocimiento que va teniendo de su naturaleza divina, al reconocerlo como “el Mesías, el Hijo de Dios vivo”, le es revelado por el Padre que está en el cielo (cfr. Mt. 16, 16 – 17).Así, Jesús lo va transformando de pescador de peces en pescador de hombres; lo va llenando de su fortaleza para que al final se identifique tanto con él, que su triple profesión de amor se hizo testimonio de vida crucificado por ese mismo amor en Roma.Y a lo largo del camino, el pescador y analfabeta Pedro se fue llenando de la sabiduría que viene de lo alto. No solo ejercía el liderato entre los apóstoles y discípulos, sino que los orientaba con su palabra y ejemplo.Si bien es cierto que la fiesta de la Cátedra de San Pedro nos remite a la misión que el Papa tiene de guiar y enseñar al pueblo santo de Dios, y por eso oramos con sincero corazón por el papa Francisco, sucesor de Pedro en nuestros días, también es cierto que esta fiesta nos permite reconocer en el apóstol Pedro y en los sucesores de los apóstoles a los hombres elegidos por el mismo Cristo paraconstituirlos en la roca firme sobre la que se edifica la iglesia de ayer, hoy y mañana. Y en esta misión estamos los obispos. Y para esta misión has sido llamado, apreciado monseñor Alexander.El rito de ordenación recoge la múltiple y variada misión que debe realizar el obispo. Al responder libremente a las preguntas del interrogatorio inicial, el candidato asume el reto de hacer posible que el Reino de Dios, inaugurado por Cristo, se siga expandiendo en el mundo.Es por esto que, dentro de poco, te voy a preguntar, entre otras cosas, si quieres edificar la Iglesia, Cuerpo de Cristo y permanecer en su unidad con el Orden de los Obispos bajo la autoridad del sucesor de Pedro; si Quieres obedecer fielmente al sucesor de Pedro, y si quieres cuidar del pueblo santo de Dios y dirigirlo por el camino de la salvación con amor de padre. En estas tres preguntas encontramos la centralidad de la misión episcopal.Con amor de padre estás siendo llamado a acompañar a tus hijos para que conozcan a Jesucristo, y con Él, hagan posible que el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, se siga edificando en todos los rincones de tu jurisdicción. Me viene ahora a la mente la promesa de Yahvé al pueblo de Israel a través del profeta Jeremías: “Les daré pastores conforme a mi corazón, que los aparecerán con ciencia y con sabiduría” (Jr. 3,15). Esa promesa se sigue cumpliendo también hoy, aquí en Buga. Es muy significativo que la palabra edificar aparezca en el rito. Ya el apóstol Pablo también dirá que “por la gracia que Dios me ha concedido, yo, como hábil arquitecto, puse los cimientos, pero otro continúa la construcción” (1Cor, 3, 10). Dentro de tus saberes, apreciado Alexander, fuera de los estudios eclesiásticos, eres también arquitecto. Entiendes de sobra lo que significa edificar sobre bases firmes, antisísmicas, se diría hoy. Qué bueno que, en tu misión en Buga, y como obispo al servicio de la Iglesia en Colombia, seas hábil arquitecto, al estilo de Pablo, para que la comunidad que se te confía, pueda resistir los embates de las tormentas o de los sismos que pretenden impedir la construcción de la obra de la fe de la Iglesia o destruirla.La Diócesis de Buga, con la siembra hecha por tus antecesores, tiene bases sólidas; haz que sean realmente antisísmicas a través de la evangelización centrada en la persona de Jesús, animando a tus hijos y colaboradores a perseverar en la fe, aun en medio de la prueba.Para lograr este objetivo, ten presente en todo momento lo que el apóstol Pedro te ha dicho hoy: “Apacienta el rebaño de Dios que te ha sido confiado; vela por él, de buena gana, como quiere Dios; no a la fuerza ni por un interés mezquino, sino con abnegación; no como dueño de aquellos que están a tu cuidado, sino siendo de corazón ejemplo para el rebaño” (1Pe. 5, 2 – 3).En las conclusiones del Sínodo sobre la sinodalidad del 2024, se dice que “la tarea del Obispo es presidir una Iglesia local, como principio visible de unidad en su interior y vínculo de comunión con todas las Iglesias” (n. 69) y que “el servicio del obispo se realiza en, con y para la comunidad, realizado a través de la proclamación de la Palabra, la presidencia de la celebración de la Eucaristía y de los demás sacramentos (n. 70).Apreciado Alexander. Los retos que tiene la Iglesia son enormes y, por tanto, los desafíos del obispo son inmensos. Trabajar por la sinodalidad, fomentar la santidad del rebaño y allanar el camino al cielo, resumen algunos de los aspectos que se espera del obispo de hoy. Por eso mismo, tu lema “Todo lo puedo en aquel que me conforta (Filp. 4,13) tiene pleno sentido porque será el Señor quien realmente haga posible que el edificio crezca. Ten presente en todo momento lo que dijimos con el salmista: “Aunque camine por cañadas oscuras nada temo, porque tú vas conmigo”. Apreciado Alexander: confía, espera y ama.Recibes le ordenación episcopal también en el marco del año santo, cuando el Papa nos ha exhortado a ser peregrinos de la esperanza. Que tu servicio episcopal esté macado por la esperanza que no defrauda (Rom. 5,5), que sirva de aliento y consolación para tus hijos.En el emocionante y espiritual ambiente orante que estamos viviendo en esta basílica, permítanme terminar esta reflexión compartiendo un hermoso soneto - oración, que encontré en una placa ubicada en el exterior de la basílica, junto a la antigua ermita, escrito por el poeta Jorge Robledo Ortiz, que se intitula El Cristo milagroso. A este Cristo encomendamos tu ministerio, a este Cristo inmolado por amor, imploramos el don de la paz y la reconciliación para el Valle del Cauca y el mundo entero.“Este Cristo a los odios enclavado; este Cristo en plegaria suspendido; esteCristo desnudo de pecado, pero en ingratitudes florecido.Este Cristo de dudas coronado; este Cristo de amor desprotegido; este Cristoen los ojos apagado, pero para el perdón siempre encendido.Este Cristo de barro americano; este Cristo de nieve entre el pantano; esteCristo con sed y hambre de paz.Es el guardián del corazón de Buga, el Cristo de la ermita que madruga aencender el amor de la heredad”.Nuestra Señora de las Victorias te ayude a recibir la corona de gloria que no semarchita. Amén.+Luis Fernando Rodríguez VelásquezArzobispo de Cali

Mié 19 Feb 2025
La esperanza cambia la vida
Por Mons. Ricardo Tobón Restrepo - Hemos entrado en el Año Jubilar que el Papa Francisco ha querido orientar hacia la esperanza. La esperanza es una dimensión fundamental de la vida cristiana; por eso, la Carta a los Hebreos une estrechamente a la “plenitud de la fe” la “inmutable profesión de la esperanza” (10,22-23). Pero la esperanza responde también a una necesidad profunda de la persona y de la sociedad que, en medio de los avatares de la existencia, van haciendo un camino en el que es preciso tener un proyecto y un horizonte.En efecto, sólo la esperanza logra liquidar la angustia que puede anidar en el corazón del ser humano, proclamar valores y propósitos capaces de constituir una base segura para la sociedad, mantener presente el primado de Dios como norte indefectible en el camino. Todavía más, la esperanza cristiana, asegurando la certeza de la providencia divina que vela siempre sobre nosotros, puede proclamar que la última palabra no la tendrá el mal, que la vida es más fuerte que la muerte y que el triunfo definitivo será el del amor.Por eso, San Pedro exhorta a los cristianos a ser capaces de dar razón de su esperanza (1 Pe 3,15) y San Pablo recuerda a los Efesios que, antes de su encuentro con Cristo, estaban sin Dios y sin esperanza en el mundo (Ef 2,12). Es decir, que los dioses y mitos que tenían se contradecían, no ofrecían un sentido a la vida y, finalmente, no daban seguridad ni aliciente para el futuro. Sin Dios el mundo es tenebroso y el futuro es oscuro, pero gracias a Cristo no nos afligimos como los que no tienen esperanza (1Tes 4,13).La esperanza es un distintivo de nosotros los cristianos porque verdaderamente tenemos futuro. No conocemos los elementos particulares de lo que nos espera, pero sabemos que nuestra vida no terminará en la nada y el vacío. Sólo cuando el futuro es una realidad positiva, es vivible el presente. Por eso, el cristianismo no es sólo para comunicar una doctrina que se debe saber, sino para entrar en una vida nueva, que no está esclavizada por las promesas de falsos dioses, sino que tiene abierta la puerta oscura del futuro.Es preciso aprovechar este año para clarificar si nuestra fe cristiana conlleva para nosotros hoy una esperanza que transforma y orienta decididamente la propia existencia, si es un mensaje que moldea de un modo nuevo la vida misma o es solamente una información que a veces creemos superada por otras noticias y propuestas más recientes, si trabajamos para que sea realidad lo que nuestros padres y padrinos en el Bautismo buscaban para nosotros cuando pidieron que se nos diera la fe que lleva a la vida eterna.Tal vez hoy, para muchos cristianos, la vida eterna no aparece como una realidad deseable. No pocos están tan instalados en la vida presente, que sólo quisieran retardar lo máximo posible la muerte. Incluso, algunos pueden pensar que vivir para siempre puede resultar aburrido y finalmente insoportable. Muy distinta es la visión cristiana que considera la muerte como una liberación de las fatigas y el sufrimiento que nos ha traído el pecado, para tener de nuevo la vida en plenitud que habíamos perdido. La esperanza no puede ser una ilusión etérea o una actitud pasiva, debe convertirse en movimiento, en tarea que pone en juego la vida misma. No puede desentendernos de la realidad que vivimos y de los deberes que tenemos. Se vive la esperanza en la vida eterna construyendo cada día la tierra que Dios nos ha confiado. Dada la situación del mundo marcado frecuentemente por la injusticia, el egoísmo, la codicia, la mentira y la violencia, que ponen en cuestión aun la condición humana, es preciso hacer realidad la esperanza.Para el cristiano, la certeza de que un Dios personal abraza el universo, interviene en la historia y vela amorosamente por cada persona y la espera en su casa, no es una simple teoría. Es una certeza transformadora de la vida y, como consecuencia, empeño renovador del mundo, de las realidades sociales y económicas, de las familias y de la condición de cada persona. El Evangelio no es sólo una comunicación de cosas que se pueden saber, sino un anuncio poderoso que debe producir hechos y cambiar la vida.+Ricardo Tobón RestrepoArzobispo de Medellín

Mié 19 Feb 2025
El Jubileo, un Año para Renacer
Por Mons. Ricardo Tobón Restrepo - Según las disposiciones de la Ley de Moisés (cf Lev 25), en cada pueblo de Israel resonaba el sonido de un cuerno llamado yobel, del que se deriva el término “jubileo”, para anunciar el comienzo de un año especial. Era un tiempo de reconstrucción de la vida social que proponía una redistribución de la tierra y hacía consciente al pueblo de que era una familia en camino. Al comienzo de su predicación, Jesús retoma en la sinagoga de Nazaret esta propuesta del jubileo, dándole un sentido nuevo.El mismo Jesús, ungido y enviado por el Espíritu, es la liberación de los cautivos, la luz de los ciegos, la buena noticia para los pobres, el año de gracia que todos esperan para salir del pecado, para encontrar la misericordia de Dios y emprender un camino de alegría y esperanza (cf Lc 4,18-19). A partir del año 1300, la Iglesia Católica viene convocando a vivir este tiempo fuerte que alimenta el deseo de transformar la propia existencia, mediante un encuentro con Dios que libera del pecado y de la muerte.Realmente el Año Santo es una ocasión especial para la renovación personal y el enriquecimiento espiritual de toda la Iglesia. El signo de la peregrinación que se vive en Roma y en las distintas diócesis del mundo nos recuerda que todos estamos en camino y que no podemos despreciar el llamamiento a una unión más profunda con el Señor Jesús y a estar disponibles a la acción de su Espíritu que puede transformar nuestras vidas y el mundo en que vivimos.Concretamente, este año debe ser una experiencia de la gracia de Dios que perdona nuestros pecados y nos ofrece su indulgencia, es decir, una nueva oportunidad de vivir en la alegría y la libertad de su amor. Es la ocasión de renovar las fuerzas y la certeza de que, en esta “hora oscura” por las guerras y la pobreza en que viven tantas personas, de la que habla el Santo Padre, podemos mirar el futuro con un espíritu nuevo, un corazón generoso y una mente clarividente.Es un año para acoger y transmitir la esperanza cristiana. Sobre esto el Papa Francisco nos dice que la esperanza no es un final feliz que hay que esperar pasivamente, sino la promesa del Señor que hemos de acoger. Esta esperanza nos pide que no nos dejemos llevar por la rutina, que no nos detengamos en la mediocridad, que tengamos la valentía de cambiar las cosas que no están bien, que busquemos la verdad, que nos dejemos inquietar por el sueño de Dios de un mundo nuevo donde reinen la paz y la justicia.Sigue señalando el Papa, en su homilía para el inicio del Jubileo, que la esperanza cristiana no admite la falsa prudencia de quien no se arriesga a comprometerse, ni el cálculo de quien sólo piensa en sí mismo, ni la vida tranquila de quien no alza la voz contra el mal y las injusticias. La esperanza mientras nos invita a la paciente espera del Reino que germina y crece, exige de nosotros la audacia de anticipar hoy esta promesa, a través de nuestra responsabilidad y de nuestra compasión.(cfr Homilía 24.12.24).Este Jubileo nos urge a redescubrir la alegría del encuentro con el Señor, nos llama a la renovación espiritual y nos compromete en la transformación de nuestras familias, de nuestros ambientes de trabajo, de nuestros centros urbanos. Todos, además, tenemos la tarea de llevar la esperanza donde se ha perdido, allí donde la vida está herida, en los fracasos que destrozan el corazón, en los ambientes donde hay cansancio, soledad, sufrimiento, pobreza, violencia y tristeza.Este es un año para renacer en Cristo. Es a Él a quien buscamos cuando anhelamos la felicidad, es Él quien nos espera cuando nada de lo que encontramos nos satisface, es Él la belleza que siempre nos atrae, es Él quien nos impulsa a quitarnos las máscaras que hacen falsa la vida, es Él quien pone en el corazón las decisiones verdaderas que otros quieren sofocar (San Juan Pablo II). El Jubileo se abre para que a todos nos sea dada la esperanza del Evangelio, la esperanza del perdón, la esperanza del amor.+Ricardo Tobón RestrepoArzobispo de Medellín