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Opinión

Mié 9 Mar 2016

Cien emisiones de luz

Por Mons. Libardo Ramírez Gómez. Se han completado, en estos días, cien Asambleas Plenarias de la Conferencia Episcopal de Colombia, Fue del 14 de septiembre 1908 cuando se inició la primera Asamblea de esta gran organización que ha dado tanta luz a Colombia. Fue el Arzobispo de Bogotá Bernardo Herrera Restrepo (1891-1928), quien la convocó y presidió. Los nombres de los 15 participantes en esa primera Asamblea, 4 Arzobispos, 9 Obispos y 2 Vicarios Capitulares, son recordados con gran aprecio en las distintas regiones de Colombia. Al lado de Mons. Herrera, estuvieron los Arzobispos Manuel José Caicedo, de Medellín; Pedro Adán Brioschi, de Cartagena; Manuel Arboleda de Popayán. Entre los Obispos estuvieron dos grandes servidores de la Iglesia, oriundos del Huila, el Obispo de Garzón Mons. Esteban Rojas Tobar, formidable apóstol, e Ismael Perdomo Borrero, en ese momento Obispo de Ibagué, luego Arzobispo de Bogotá, de gran ciencia, piedad y entrega apostólica. Ha regalado Dios a la Iglesia en Colombia eminentes Prelados llegados a Presidentes de la Conferencia, 12 en total, todos de gran calidad eclesial y patriótica. De muy especial aprecio han sido Mons. Ismael Perdomo, los Cardenales Luis Concha Córdoba, Aníbal Muñoz Duque, Pedro Rubiano y Rubén Salazar, y el entonces Obispo de Garzón José de Jesús Pimiento, hoy Cardenal. Gracias a ellos, y a tantos Obispos de las distintas épocas y regiones del País ha sido trascendental lo actuado por la Conferencia. En este amplio periodo de más de cien años, tuvo lugar el Concilio Vaticano II, preparado con sus proféticas enseñanzas por el gran Pontífice Pio XII, convocado por S. Juan XXIII, llevando a culminación por el Beato Paulo VI, con impulso denodado de S. Juan Pablo II, y vivencial enseñanza de los Papas Benedicto XVI y Francisco. Los documentos de este Concilio tuvieron una magistral presentación en el documento del Episcopado Colombiano. “La Iglesia ante el cambio” de 1969. Fruto de ese Concilio fue avanzar en la elaboración de nuevo Código de Derecho Canónico, publicado en 1983, y la elaboración del Catecismo de la Iglesia Católica (1992), al cual se remite el Papa Francisco como punto de referencia doctrinal cuando frases suyas espontáneas las interpretan como salidas de tono. Desde sus cien Asambleas Plenarias nuestra Conferencia Episcopal ha emitido luces sobre gran número de temas. En muchas épocas se ha acogido esa voz de la Iglesia con entusiasmo y respeto, algo que ha mermado en estos últimos años cuando solo se quiere que el Papa y los Obispos secunden campañas contra el mismo derecho natural como el aborto, o el matrimonio de parejas del mismo sexo, o que, sin reparos, se acoliten programas oficiales nada claros en educación sexual, o en procesos de paz que abran paso a ideologías materialistas, con exaltación de la lucha armada, y sin arrepentimiento de los que han perpetrado crímenes atroces. A las profundas enseñanzas que va dando la Conferencia en materias de su real competencia poca o nula difusión se ofrece en la prensa o en cátedras. Se han tratado desde la Conferencia Episcopal, temas como la relación entre fe y razón, enseñanzas doctrinales, compromiso social y político del cristiano, campañas de paz iluminadas por el Evangelio y no por otras ideologías, lo dañino de la droga y del delito del narcotráfico, el cáncer de la corrupción en política y organismos gubernamentales, razón de ser de Concordato con la Iglesia de la gran mayoría de los colombianos. Innumeros han sido los servicios prestados al pueblo colombiano por pastores y fieles laicos que cumplen con su misión en cada una de las profesiones, realizados bajo el impulso permanente de esa Conferencia nuestra, con empeño entusiasta por los más de cien Obispos Residenciales y Eméritos, que estamos empeñados en colaborar hasta nuestro final terreno. Mons. Libardo Ramírez Gómez Obispo Emérito de Garzón Email: [email protected]

Mar 8 Mar 2016

Mujeres que valen la pena recordar hoy

Por: Dra. Danelia Cardona - Hoy, día en el que se reivindican los “derechos” de la mujer quiero referirme a una mujer católica, que fue socialista, que hizo parte del movimiento feminista, que abortó y que hoy se encuentra camino a los altares: Dorothy Day. La historia de la mujer ha estado enmarcada por una mala interpretación de sus dimensiones fundamentales: biológica, psicológica, espiritual y social; su dignidad y su rol. Erróneamente se considera que la dimensión de la maternidad femenina es una obligación para que biológicamente todas las mujeres sean madres, lo que las reduce a solo un aspecto de su identidad: el biológico. Sin embargo, es esta identidad femenina la que las dota de especiales características que las hace mujeres: una capacidad de entrega y de preocuparse por “el otro”, así como una capacidad de sobreponerse a la adversidad como lo muestran diferentes hechos de la historia pasada y actual. Y mi amiga Dorothy lo demostró en su vida, cómo a través de su trabajo periodístico y del movimiento “El Trabajador Católico” se entregó al trabajo de los más necesitados y vulnerables. Existía una errónea interpretación del rol de la mujer donde esta es considerada de menor dignidad que el hombre y es oprimida en los sistemas políticos y legales del mundo, que no podemos negar es muchas veces señalada hacia el texto bíblico del Génesis. Se acusa a la mujer de la caída del varón al ceder a la tentación de la serpiente. Sin embargo, el mensaje sobre la dignidad del hombre y la mujer es inequívoco en este libro: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”. Lo confirma luego el Catecismo de la Iglesia católica: “el hombre y la mujer son, con la misma dignidad ‘imagen de Dios’”. Dorothy fue hija de esta tergiversación de las escrituras y fue parte del movimiento feminista, a partir de 1916 se involucró en asuntos candentes como: los derechos de la mujer, el amor libre y el control de la natalidad. Al mismo tiempo ingresaba en el Partido Socialista de América. Una precursora de esta Dorothy fue Ellen de Gouges quien redactó una declaración de los derechos de la mujer, paralelamente a la publicación de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. De Gouges insistía en igual dignidad para el hombre y la mujer, en el derecho al voto, en la obligación tributaria y en condiciones sociales iguales entre hombre y mujer. Uno de los primeros hitos en la adquisición de igualdad de derechos para la mujer fue el derecho al sufragio. Day, por otra parte, mientras militaba por la igualdad femenina, cayó en brazos de varios amantes, quedó embarazada, y este primer hijo lo abortó. Posteriormente, fruto de otra unión volvió a quedar embarazada pero decidió tener este hijo y bautizarlo en la Iglesia Católica. Ella misma, decidió también bautizarse en la Iglesia Católica, pues en años anteriores se había enamorado de la Iglesia, como la Iglesia de los inmigrantes y los pobres. Desde la Revolución Industrial, y con el paso por las dos guerras mundiales, se le fue abriendo campo a la mujer en aspectos sociales nunca imaginados: entre ellos, el trabajo. Dorothy trabajó por los demás, a través de su periódico (que hoy en día se sigue vendiendo y alcanza 150,000 ejemplares) y el posterior movimiento que surge del trabajo en este periódico, donde abrieron centros de acogida para los necesitados, y estos se expandieron por todo Estados Unidos. Se entregó al servicio de otros, nunca se volvió a casar y vivió su vida como célibe. En 1955 se hizo oblata de los Benedictinos y reverenció los valores monásticos del trabajo, la comunidad, la hospitalidad y la paz. En los años sesenta se da la segunda oleada de la mal llamada liberación femenina, que posteriormente se fue conociendo como el movimiento feminista gracias a la introducción de “la píldora” o pastilla anticonceptiva, llegándose a afirmar como el avance científico más significativo al revolucionar la vida sexual de las mujeres. La píldora trae consigo una realidad: el ejercicio de la sexualidad y la procreación se separan, se le da prioridad a un comportamiento sexual alejado de la definición de sexualidad humana. Se inicia la construcción del feminismo radical, aquel que intenta revelarse contra el “patriarcado” y donde comienza una búsqueda de igualdad entre hombre y mujer que los separa a cada uno de su identidad, y anula sus sanas diferencias. Y hoy, en este contexto, no puedo evitar pensar en Dorothy Day, una “piadosa radical”, una mujer atípica para sus tiempos desde cualquier punto de vista – liberal o conservador – pero una mujer convencida de su vocación de mujer, del bien que hay que hacer siendo cristiano y plena en todas las dimensiones como una mujer católica. “Ella se inspiró en el espíritu de San Francisco en su adopción de la pobreza voluntaria. Como Santa Teresa de Ávila, ella era una mujer apasionada, una mística práctica, sin temor de iniciarse en nuevas direcciones, de arriesgar la desaprobación y la falla aparente en la persecución de su causa. Como la madre Teresa de Calcuta ella buscó en reconocer a Cristo en el penoso disfraz de los pobres y de los no deseados. Con su santa favorita, Teresita de Lisieux, ella abrazó “caminito” siempre haciendo énfasis que no son los grandes proyectos y logros los que son los más importantes a los ojos de Dios, sino el hacer las cosas pequeñas con amor y fe. Cada día en el Trabajador Católico, ella creía que traía una repetición del milagro de los panes y de los peces”. Danelia Cardona Lozada MD MRCPsych Directora departamento de Promoción y Defensa de la Vida Conferencia Episcopal de Colombia

Lun 7 Mar 2016

La paz

Por: Ismael Rueda Sierra - El Beato Paulo VI, en su memorable Exhortación Apostólica, Evangelii Nuntiandi (1975), sobre la evangelización del mundo contemporáneo, hacía ver que esta tarea significaba para la Iglesia, “llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad.” Por tanto no se trata – añade - solamente de llevar el evangelio a zonas geográficas distantes y apartadas o poblaciones más numerosas, “sino de alcanzar y transformar con la fuerza del evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación” (cf. E.N. 18- 19). En Colombia, una vez más, frente al proceso o procesos de paz que adelanta el gobierno con los grupos armados, con la cooperación de diversas instituciones, suscita dirigir el mayor interés de los ciudadanos y creyentes en general, hacia este valor, a su vez, don y tarea como es el de la paz. Pero es cierto también en la práctica, que esta atención revela la diversidad e incluso divergencias en el modo de concebir la construcción auténtica de la paz y sobre todo en los métodos más idóneos para alcanzarla: todos queremos la paz pero no de la misma manera, se podría concluir. Como Iglesia, en estado de misión permanente, entendemos que la paz, juntamente con el valor de la vida humana, son “punto de interés” determinantes en la evangelización urgida y urgente del país, para ayudar a iluminar y transformar desde dentro y en la raíz una convivencia pacífica, duradera y sostenible de los colombianos. Los acuerdos que a través del diálogo se puedan lograr, contribuyen pero no agotan, indudablemente, la inmensa tarea de construir, como tarea de todos, la paz; sin embargo, nos llevan a examinar, frente a la diversidad de interpretaciones, el sentir evangélico traducido también por el Magisterio y el pensamiento social de la Iglesia para su aplicación con coherencia, en el camino de evangelización. En efecto, el Concilio Vaticano II en la Constitución sobre la Iglesia en el mundo de hoy, al discernir sobre la construcción de la paz en el mundo, dice que “la paz no es la mera ausencia de la guerra, ni se reduce al sólo equilibrio de las fuerzas adversarias, ni surge de una hegemonía despótica, sino que con toda exactitud y propiedad se llama ´obra de la justicia´ (Is.32,7) … Por eso la paz jamás es una cosa del todo hecha, sino un perpetuo quehacer …Para construir la paz son absolutamente necesarios el propósito de respetar a los otros hombres y pueblos y su dignidad, y el apasionado ejercicio de la fraternidad. Así, la paz es también fruto del amor, el cual sobrepasa a todo lo que la justicia puede realizar” (G.S. 78). De tal manera que además de todo el trabajo de base, en experiencias de reconciliación, perdón y reintegración social con los grupos, las comunidades, las personas afectadas de diversos modos por las consecuencias de un conflicto de tantos años, generadora de resentimientos, revanchas, odios viscerales, desplazamientos, víctimas de tantas clases, es necesario y de modo estructural una acción tendiente a buscar la justicia y la equidad en la construcción de esa nueva sociedad. De lo contrario, con seguridad no faltarían por parte de grupos, nuevos motivos para generar también nuevos conflictos. Invocamos la misericordia de Dios para que en Colombia se cumpla también lo anunciado por el profeta Isaías: “De sus espadas forjarán arados, y de sus lanzas podaderas. Las naciones no levantarán ya más la espada una contra otra y jamás se llevará a cabo la guerra” (Is 2,4). Con mi fraterno saludo de paz. + Ismael Rueda Sierra Arzobispo de Bucaramanga

Dom 6 Mar 2016

¡Voy a volver a casa!

Por: Mons. Edgar de Jesús García Gil - Volver a casa ha sido para todos nosotros una alegría sin igual, especialmente cuando por estudios, viajes u opciones de vida estamos durante muchos años lejos de los nuestros. Decimos usualmente. No hay como volver a casa. Los abrazos de la familia, los lugares comunes, las comidas, las tertulias, todo se convierte en vida porque la familia es la matriz fundamental de nuestra existencia. La parábola del evangelio de San Lucas 5 en este cuarto domingo de cuaresma nos presenta una historia magistral de amor, ternura y misericordia como nunca la habíamos oído. El hijo menor pretendiendo ganar libertad encontró esclavitud y humillación. Los sabores de las algarrobas y los olores de los cerdos le recordaron con mayor fuerza los sabores y olores de su casa paterna. Pero sobre todo el amor de su familia querida donde era reconocido como hijo y como hermano. Tuvo el valor de reconocer su pecado y volver a casa. Este drama que vivió el hijo menor lo vivimos todos cuando pretendemos ganar vida y libertad sin Dios. El Pueblo de Israel en una etapa de su historia vivió esta situación. Fue sometido por los egipcios a la esclavitud y la vida se convirtió en opresión. Yahveh Dios como padre misericordioso los liberó a través de su siervo Moisés para traerlos de nuevo a la casa de la tierra prometida. Lo más conmovedor de la parábola es cuando el hijo menor regresa a casa con su lista de pecados resuelto a ser tratado como un siervo. En cambio, el padre siempre ha esperado a su hijo y apenas lo ve de lejos se lanza en una carrera de amor misericordioso. “Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió y echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo”. Esta actitud es indudablemente el colmo del amor de Dios que rompe los paradigmas de nuestras maneras de reaccionar ante el hijo o hermano que nos ha ofendido o ha vivido desordenadamente. El vestido, el anillo, las sandalias, la fiesta, el ternero cebado y el baile se convierten en los elementos más bellos de acogida al hijo y hermano que estaba muerto y ha vuelto a la vida. Este es el amor misericordioso de Dios. Hay muchas situaciones de pecado que nos esclavizan y nos hacen vivir lejos de la casa del padre. El sacramento de la reconciliación que Jesús ha dejado en su Iglesia es una de las maneras más humanas y bellas para experimentar este amor misericordioso de Dios cuando el presbítero en nombre de Cristo y de la Iglesia nos absuelve y perdona los pecados. De esclavos del pecado pasamos a hijos revestidos por el amor de Dios. “El que es de Cristo es una criatura nueva: lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado. Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió consigo y nos encargó el servicio de la reconciliación. Es decir, Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuentas de sus pecados, y a nosotros nos ha confiado el mensaje de la reconciliación” 2Corintios 5, + Edgar de Jesús García Gil Obispo de Palmira

Dom 6 Mar 2016

¡Voy a volver a casa!

Por: Mons. Edgar de Jesús García Gil - Volver a casa ha sido para todos nosotros una alegría sin igual, especialmente cuando por estudios, viajes u opciones de vida estamos durante muchos años lejos de los nuestros. Decimos usualmente. No hay como volver a casa. Los abrazos de la familia, los lugares comunes, las comidas, las tertulias, todo se convierte en vida porque la familia es la matriz fundamental de nuestra existencia. La parábola del evangelio de San Lucas 5 en este cuarto domingo de cuaresma nos presenta una historia magistral de amor, ternura y misericordia como nunca la habíamos oído. El hijo menor pretendiendo ganar libertad encontró esclavitud y humillación. Los sabores de las algarrobas y los olores de los cerdos le recordaron con mayor fuerza los sabores y olores de su casa paterna. Pero sobre todo el amor de su familia querida donde era reconocido como hijo y como hermano. Tuvo el valor de reconocer su pecado y volver a casa. Este drama que vivió el hijo menor lo vivimos todos cuando pretendemos ganar vida y libertad sin Dios. El Pueblo de Israel en una etapa de su historia vivió esta situación. Fue sometido por los egipcios a la esclavitud y la vida se convirtió en opresión. Yahveh Dios como padre misericordioso los liberó a través de su siervo Moisés para traerlos de nuevo a la casa de la tierra prometida. Lo más conmovedor de la parábola es cuando el hijo menor regresa a casa con su lista de pecados resuelto a ser tratado como un siervo. En cambio, el padre siempre ha esperado a su hijo y apenas lo ve de lejos se lanza en una carrera de amor misericordioso. “Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió y echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo”. Esta actitud es indudablemente el colmo del amor de Dios que rompe los paradigmas de nuestras maneras de reaccionar ante el hijo o hermano que nos ha ofendido o ha vivido desordenadamente. El vestido, el anillo, las sandalias, la fiesta, el ternero cebado y el baile se convierten en los elementos más bellos de acogida al hijo y hermano que estaba muerto y ha vuelto a la vida. Este es el amor misericordioso de Dios. Hay muchas situaciones de pecado que nos esclavizan y nos hacen vivir lejos de la casa del padre. El sacramento de la reconciliación que Jesús ha dejado en su Iglesia es una de las maneras más humanas y bellas para experimentar este amor misericordioso de Dios cuando el presbítero en nombre de Cristo y de la Iglesia nos absuelve y perdona los pecados. De esclavos del pecado pasamos a hijos revestidos por el amor de Dios. “El que es de Cristo es una criatura nueva: lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado. Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió consigo y nos encargó el servicio de la reconciliación. Es decir, Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuentas de sus pecados, y a nosotros nos ha confiado el mensaje de la reconciliación” 2Corintios 5, + Edgar de Jesús García Gil Obispo de Palmira

Vie 4 Mar 2016

Solo recibe perdón quien se arrepiente

Mons. Froilán Casas Ortiz - El perdón no viene por arte de magia o generación espontánea. El hombre es una criatura libre para tomar decisiones; a su vez, él debe responder por sus actos libremente realizados. En toda la historia bíblica es recurrente el tema del perdón: el Señor es clemente y rico en misericordia. El cínico nunca obtendrá el perdón pues su descarada y laxa conciencia lo hace ver como un héroe, cuando en realidad es un infeliz villano. Dios no entra en el corazón del soberbio, pues su personalidad está henchida de vanagloria y arrogancia. Allí no cabe Dios: su yo narcisista imposibilita dar cabida a Dios. Para el megalómano y narciso, su dios es él mismo. De ahí que dice el libro Santo: “Dios se resiste a los soberbios y abre su corazón a los humildes”. ¿Cómo va a recibir perdón aquel que se cree la divina perfección? En el colectivo cultural colombiano va entrando, con base en tanto adoctrinamiento publicitario la necesidad de la reconciliación nacional. Sí, hay que buscar la reconciliación, pero quienes cometieron atroces crímenes deben pedir perdón y arrepentirse sinceramente por haber causado tanto daño al país, a tanta gente. Claro, se debe perdonar, pero se espera que quienes han pecado gravemente, manifiesten un arrepentimiento sincero, cambien de conducta y muestren con hechos su nuevo comportamiento. Quien no se arrepiente está lejos de un cambio de conducta pues es tan cínico que antes se le sale a deber. Con esas personas no podrá establecerse un diálogo, pues ya de entrada tienen las de ganar. Reconocer el error es ganar la verdad. Hay gente tan descarada en su pecado que tras de ladrón bufón. Nuestro Maestro fue vilmente crucificado en medio de dos terribles bandidos. Ambos igualmente bandidos. Sólo uno recibió el perdón, porque sólo uno, reconoció su pecado. El cínico y desvergonzado murió en su ley, en su soberbia y así, asumirá sus propias consecuencias. Que no nos vengan con el sofisma de distracción que a todos se les dará perdón. Sí a todos se les ofrecerá el perdón, pero habrá algunos que creyéndose perfectos, su orgullo obnubila su inteligencia y entonces nunca reconocerán que han fallado. De soberbios está lleno el infierno. Sin arrepentimiento sincero no habrá perdón. Para que haya “borrón y cuenta nueva” tiene que visualizarse un cambio de actitud. Sí, habrá perdón, pero que por lo menos haya una declaración clara de arrepentimiento. Siguiendo el mandato divino, una víctima que ha sufrido todo el flagelo de la maldad, regalará el don precioso del perdón a quien se arrepienta y ofrezca un cambio de conducta. No olvidemos lo que nos dice la sabiduría popular: el que ofende escribe en el agua, el ofendido en la piedra; el que ofende se le olvida y el ofendido se acuerda. Comprendamos el dolor de la víctima y reconozcamos los errores cometidos para saborear la dulzura del perdón. Tú eres libre, pero Dios a la hora de la muerte te pediría cuentas del uso de tu libertad. “Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti”. Dios no es jurado de piedra, Dios ve tus actos. A Él no podrás engañar. + Froilán Casas Ortiz Obispo de Neiva

Mié 2 Mar 2016

Cuatrocientos años de evangelización

La fundación de Medellín puede pensarse como un proceso realizado a lo largo de muchos años. Los primeros pobladores indígenas, que habitaban estas tierras desde tiempo inmemorial, fueron encontrados, el 10 de agosto de 1541, por Jerónimo Luís Tejelo, el primer español que pisó el Valle de Aburra. Cien años después, en 1649, comienza a formarse el caserío de Aná, tomando el nombre de la quebrada que lo atravesaba, hoy conocida como Santa Helena. Más tarde, en 1675, se funda propiamente la Villa de Nuestra Señora de la Candelaria y se establece la parroquia denominada con esta advocación mariana, en el sitio que ocupa actualmente. Pero, entre esos acontecimientos hay uno, ocurrido exactamente hace cuatrocientos años, que no puede pasar desapercibido. El 2 de marzo de 1616, el Oidor-Visitador Francisco Herrera Campuzano inauguró, probablemente donde hoy se ubica el parque de El Poblado, un Resguardo Indígena con el nombre de San Lorenzo de Aburrá. Se trata de un ente jurídico que arropa unas construcciones básicas, alrededor de una capilla doctrinera, para la protección y evangelización de unos 500 nativos de distintas tribus de Antioquia. Se cumplía así una política del gobierno español que ordenaba concentrar los indígenas que sobrevivieron a la conquista, en rudimentarios caseríos con fines humanitarios y militares. El Oidor dispuso que los indígenas fueran adoctrinados, que se les enseñara el español, que se los defendiera en su libertad para tener una organización bajo jefes de su misma tribu y ordenó que no se sometieran a trabajos duros y que se protegiera especialmente a los ancianos y a los huérfanos. La fundación de San Lorenzo puede considerarse, de una parte, como el inicio del poblamiento de todos los municipios del Valle de Aburrá; y, de otra, como el verdadero comienzo de la evangelización en esta comarca. Hecho que resulta innegable por la constitución de la primera parroquia-doctrina y la toma de posesión del primer párroco, el portugués Baltasar Pereira Orrego. No es difícil imaginarse las dificultades del comienzo. En este sentido, concluye el P. Javier Piedrahíta, cuidadoso investigador de estos acontecimientos, que la evangelización de América fue tan meritoria como lo fue la primera evangelización del mundo pagano hecha por los apóstoles y sus inmediatos sucesores y añade que la evangelización de una cultura no puede verse sino como una obra de Dios. Junto a la acción insustituible de la gracia podemos pensar también cuánto esfuerzo y cuántos sacrificios han aportado obispos, presbíteros, religiosos y laicos bajo el sol de estos cuatro siglos para que la fe cristiana esté, desde la raíz, en nuestra historia y en nuestra organización social y cultural. Por eso, no se trata simplemente de recordar unos acontecimientos, sino de entrar en una realidad espléndida y permanente que se ha descrito desde el principio de la evangelización diciendo: “Y la Palabra de Dios cundía...”. Entonces, debe brotar en cada uno de nosotros, junto a la acción de gracias por el camino recorrido, el impulso apostólico para continuar, respondiendo a los desafíos de hoy, la misión que hemos recibido de Cristo. De tal manera, que nuestra sociedad no olvide su vocación cristiana y logre configurar desde ella un modelo de vida que no cambie los valores irrenunciables del Evangelio por los ídolos del poder, de la riqueza, del placer y de la violencia. La celebración de estos cuatrocientos años de evangelización es una nueva oportunidad para reforzar el sentido de pertenencia a nuestra Iglesia y para renovar la pasión por hacer verdaderos discípulos misioneros de Cristo; así los católicos no estarán tentados de acampar en sectas y grupos que los deslumbran, pero que no les dan la vida plena en Cristo. Debe acrecentarse la formación de los laicos, además, para que puedan trabajar con eficacia en la construcción de un tejido social que no ceda ante las propuestas de la corrupción, de la fuerza de las armas, de la codicia, del espejismo de la droga, de ciertas ideologías y del egoísmo que carcomen la integridad moral y la esperanza de nuestro pueblo. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Lun 29 Feb 2016

En la escuela de la Misericordia en camino hacia la pascua

Por Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez. Todos los años, los cristianos tenemos la gracia de vivir y celebrar la Cuaresma, como tiempo de gracia, tiempo de conversión, tiempo propicio para volver a Dios, tiempo que nos sirve para prepararnos adecuadamente para la Pascua anual. Pero este año 2016, reviste la Cuaresma un significado del todo particular. Estamos en el Jubileo de la Misericordia, y por esto mismo, hacemos caso del deseo del Santo Padre, el Papa Francisco, cuando en la Bula Misericordiae vultus nos dice que “la cuaresma de este Año Jubilar ha de ser vivida con mayor intensidad, como momento fuerte para celebrar y experimentar la misericordia de Dios” (MV, 17). Es por esto que en la pedagogía del encuentro, el Santo Padre nos invita a llevar a cabo, en todas las iglesias particulares del mundo, la “iniciativa de las 24 horas para el Señor” (MV, 17), que se propone realizar entre el viernes y el sábado anteriores al IV domingo de Cuaresma, es decir, antes del domingo 6 de marzo de 2016. La Arquidiócesis de Cali se vincula con vivo ardor a esta iniciativa pastoral, y organizada por cada una de las cuatro zonas pastorales, se llevarán a cabo sendas celebraciones penitenciales donde los fieles podrán acercarse al sacramento del perdón, animados también por la presencia de los Obispos y sacerdotes, que como Jesús, y en su nombre, impartiremos el perdón e invitaremos a la reconciliación. Unas jornadas de adoración y de encuentro con el Amor, en la alabanza eucarística, la escucha de la Palabra y la meditación. Será la ocasión, también, de celebrar con profunda esperanza el misterio de la fe, que es la Santa misa, para que cada fiel se una al sacrificio redentor de Cristo. El Santo Padre nos dice algo que es suma importancia: “De nuevo ponemos convencidos en el centro el sacramento de la Reconciliación, porque nos permite experimentar en carne propia la grandeza de la misericordia. Será para cada penitente fuente de verdadera paz interior” (MV, 17). En la escuela de la misericordia, el sacramento del perdón es una ayuda magnífica para aportar a la paz de nuestro mundo, porque no se puede negar que la paz comienza en el corazón de cada persona, cuando descubre que su vocación es a la fraternidad, y no a la venganza ni al odio fratricida. Por esto, “las 24 horas para el Señor”, se hará en todas las parroquias en los tiempos y modalidades que sean más oportunos. Ya hay parroquias en donde grupos de sacerdotes se están organizando para realizar celebraciones penitenciales y colaborarse mutuamente. Pero qué bueno que cada católico, de manera particular el fin de semana del 4 y 5 de marzo, que es viernes penitencial, si no puede asistir a las celebraciones programadas, se proponga dedicarle esas 24 horas al Señor desde su hogar, y haga una obra de misericordia especial. Ese día la Iglesia, en todos los rincones de la tierra, clamará y alabará al Señor “porque es eterna su misericordia” (Sal. 118), pues durante las 24 horas para el Señor, en todo el mundo se escucharán las palabras de los ministros del perdón, cuando a cada penitente haga saber que Dios los ama y que los perdona sin condiciones. Por otro lado, no sólo habrá fiesta en el cielo por un pecador que se convierta, sino por los tantos que movidos por el Espíritu Santo se acercarán en estos días al Amor, para tener la experiencia del abrazo del Padre celestial. Que todos, sacerdotes y fieles, nos dispongamos con humildad para participar en la fiesta del perdón, recordando las palabras de San Juan “Si decimos: «No tenemos pecado», nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos nuestros pecados y purificarnos de toda injusticia” (1Jn, 1,8-9).