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¿Qué dijo el dicasterio de doctrina sobre las personas transexuales y con orientación homoafectiva?
Tags: Dicasterio para la Doctrina de la Fe personas transexuales qué piensa la Iglesia Católica de las personas homosexuales y transexuales personas de orientación homoafectiva iglesia católica Padre Raúl Ortiz Toro doctrina católica

Por P. Raúl Ortiz Toro
Director del Departamento de Doctrina
El 8 de noviembre pasado, en el portal del Dicasterio para la Doctrina de la Fe (DDF), fue publicado un documento de respuesta a varias preguntas enviadas por el obispo José Negri, de la diócesis de Santo Amaro en Brasil. En primer lugar, se debe tener en cuenta la catalogación del documento, es decir, se trata de una respuesta a seis preguntas particulares de carácter pastoral, concepto emitido por un Dicasterio con el aval del Papa Francisco. En este caso, la respuesta del DDF resuelve casos particulares, pero no tiene “fuerza de ley”, pues no corresponde a lo que se conoce como “interpretación auténtica” (canon 16) que es competencia del Papa o, en su defecto, del Dicasterio para los Textos Legislativos. Por otra parte, la ley canónica enseña la diferencia entre lo que “se ha de creer con fe divina y católica”, es decir, todo lo contenido en la Palabra de Dios, escrita o transmitida por tradición (este no es el caso – cf. canon 750) y las enseñanzas “acerca de la fe y de las costumbres” a las que se le debe “prestar un asentimiento religioso del entendimiento y de la voluntad, sin que llegue a ser de fe” (como en este caso – cf. canon 752).
Esto indica que, con las directrices que ha dado el DDF, las Conferencias Episcopales pueden emitir orientaciones al respecto, considerando la situación pastoral de la Iglesia en cada país. Por ejemplo, el documento responde afirmativamente a si las personas transexuales (incluso si se han sometido a tratamiento hormonal y a intervención quirúrgica de reasignación de sexo) pueden ser bautizadas, si no lo están, pero con la condición de que se sigan los procesos habituales, “con las mismas condiciones de los demás fieles”. Esta expresión debe tenerse en cuenta pues quiere decir que si “Dios no hace acepción de personas” (Hechos 10, 34”), la Iglesia tampoco las hace, pero siguiendo la praxis pre-sacramental. Esto es: que haya deseo de recibir el sacramento, que se conozcan las verdades de fe, las obligaciones cristianas y que haya arrepentimiento por los pecados cometidos.
Las anteriores son condiciones que se les pide a todos los que desean ser bautizados en la Iglesia. De modo que la respuesta del DDF considera, sobre todo, el deseo expresado por una persona de recibir la fe en Jesús a través de la Iglesia, con todo lo que ello implica; y es apenas lógico que si una persona transexual conoce la fe y reconoce las obligaciones que conlleva asumir esa fe, no tenga impedimentos para acercarse al sacramento; porque el bautismo es don y es tarea diaria por vivir las consecuencias de ese don. Así, la segunda respuesta sobre las personas transexuales deriva de este concepto: es decir, si están integradas a la comunidad de fe, pueden ser padrinos o madrinas de bautismo, excepto si ello conlleva el “peligro de escándalo, indebida legitimación o desorientación en el ámbito educativo de la comunidad eclesial”. Esta es una condición que debe tenerse muy en cuenta y que, seguramente, las Conferencias Episcopales explicarán con orientaciones específicas sobre la base de un discernimiento de acogida, pero también, de evitación de deformación de la doctrina.
Por ahora el acento está en que se debe evitar el prejuicio que históricamente se ha tenido respecto de las personas y sus condiciones, de modo que en el servicio de acogida que hace la Iglesia se pueda contemporáneamente predicar la verdad sobre Jesús y las obligaciones que esto conlleva. El mismo principio aplica para la tercera respuesta en la que se indica que “en la legislación canónica universal vigente no existe prohibición de que una persona transexual sea testigo de un matrimonio”.
El segundo bloque, también con tres respuestas, trata específicamente algunos casos de la práctica pastoral diaria en las parroquias respecto de las personas con orientación homoafectiva. La respuesta cuatro no pone reparos a que un niño sea bautizado, pues este no es responsable del comportamiento de sus padres o el método mediante el cual fue gestado, como, por ejemplo, a través de un vientre subrogado (es decir, de alquiler). El principio es muy válido y desde hace años se sigue en la Iglesia: los niños no tienen culpa respecto de estos temas; son criaturas de Dios y el bautismo no puede negarse aludiendo a condiciones de carácter moral que no le atañen al menor. El DDF ha respondido simplemente que “Para bautizar a un niño, se requiere que haya esperanza fundada de que el niño va a ser educado en la religión católica”, sin más explicaciones.
Un poco más elaborada es la respuesta a la pregunta cinco, respecto de si “una persona homoafectiva y que convive con otra puede ser padrino o madrina de un bautizando”. El DDF aclara que, con base en la ley canónica (cf. canon 874), para ser padrino o madrina en un bautismo, basta con que la persona “tenga capacidad para esta misión” y “lleve, al mismo tiempo, una vida congruente con la fe y con la misión que va a asumir”. Estas dos condiciones superan la clasificación de orientación sexual y se aplican a todos los padrinos y madrinas en general. El problema radica en si la comunidad eclesial tiene conocimiento de que los futuros padrinos de orientación homoafectiva sostienen convivencia estable, es decir, unión marital civil. En este caso el DDF invita a practicar “prudencia pastoral” que exige “que cada caso sea sabiamente ponderado, para salvaguardar el sacramento del bautismo y sobre todo su recepción, que es un bien precioso que se debe tutelar”.
Incluso el documento permite considerar la conveniencia o no de la presencia de padrinos en el bautismo, ya que cada comunidad eclesial asigna diversos valores a este servicio, y la ley canónica no los exige como condición sine qua non sino, “en la medida de lo posible” (canon 872). No se ha de olvidar que, en Italia, este año y durante tres más, algunas diócesis han decidido suspender la exigencia de padrinos para el bautismo mientras se estudia su pertinencia y viabilidad, sobre todo en contextos culturales en los que se ha desnaturalizado esta misión y ha derivado en muestras de compromiso y conveniencia económica. El documento del DDF invita a los padres de familia para que los padrinos sean escogidos, preferiblemente, del círculo familiar y garanticen la formación en la fe de sus ahijados. Además, que consideren que hay otros modos de participar durante el rito de bautismo, por ejemplo, como testigos.
Finalmente, como se advirtió respecto de las personas transexuales, el documento del DDF responde que tampoco existen actualmente impedimentos en la ley canónica para que las personas de orientación homoafectiva puedan ser testigos de un matrimonio.

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Mar 22 Abr 2025
Situación de la Iglesia tras la muerte del Papa Francisco
Por Pbro. Carlos Guillermo Arias Jiménez - El canon 335 del Código de Derecho Canónico (CIC) nos dice que al quedar vacante o totalmente impedida la sede romana, nada se ha de innovar en el régimen de la Iglesia universal y por lo tanto han de observarse las leyes especiales dadas para esos casos. En este momento, tras la muerte del Papa Francisco, nos encontramos en sede vacante.En cuanto a las leyes especiales dadas para este caso, nos remitimos a la Constitución Apostólica UNIVERSI DOMINICI GREGIS, del papa Juan Pablo II, del 22 de febrero de 1996, dedicada a los temas de la vacante de la Sede Apostólica y la elección del Romano Pontífice. Este documento, como lo refiere el mismo Papa Juan Pablo II, contiene las normas a las que, cuando tenga lugar la vacante de la Sede Romana, deben atenerse rigurosamente los Cardenales que tienen el derecho-deber de elegir al Sucesor de Pedro, Cabeza visible de toda la Iglesia y Siervo de los siervos de Dios.Este documento está compuesto por dos grandes partes, la primera dedicada a la vacante de la sede Apostólica que, en cinco capítulos, presenta todo lo referente a los poderes del Colegio de Cardenales mientras está vacante la sede, a las congregaciones de los cardenales para preparar la elección del Sumo Pontífice, además de algunos cargos durante la sede vacante, las competencias de los dicasterios de la Curia Romana y las exequias del Romano Pontífice. En la segunda parte, dedicada al tema de la elección del Romano Pontífice, se expone en siete capítulos lo referente a los electores, el lugar de la elección y las personas admitidas en razón de su cargo, el comienzo de los actos de elección, la observancia del secreto sobre todo lo relativo a la elección, el desarrollo de la elección, lo que se debe observar o evitar en la elección del Sumo Pontífice, y finalmente la aceptación, proclamación e inicio del ministerio del nuevo Pontífice.A estas normas se le han hecho dos modificaciones, ambas por el Papa Benedicto XVI, la primera el 11 de junio del año 2007, en el que se modifican algunas cuestiones relacionadas a los escrutinios en las votaciones de los cardenales y la segunda modificación a través de la Carta Apostólica Normas Nonnullas, publicada el 22 de febrero del año 2013, donde se modifican las normas publicadas en el 2007 y otras de las establecidas por el Papa Juan Pablo II, relativas a la elección del Romano Pontífice.La Sede VacanteA la muerte del Pontífice todos los jefes de los Dicasterios de la Curia Romana, tanto el Cardenal Secretario de Estado como los Cardenales Prefectos y los Presidentes Arzobispos, así como también los Miembros de los mismos Dicasterios, cesan en el ejercicio de sus cargos. Se exceptúan el Camarlengo de la Santa Iglesia Romana y el Penitenciario Mayor, que siguen ocupándose de los asuntos ordinarios, sometiendo al Colegio de los Cardenales todo lo que debiera ser referido al Sumo Pontífice.Apenas recibida la noticia de la muerte del Sumo Pontífice, el Camarlengo de la Santa Iglesia Romana debe comprobar oficialmente la muerte del Pontífice en presencia del Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias, de los Prelados Clérigos y del Secretario y Canciller de la Cámara Apostólica, el cual deberá extender el documento o acta auténtica de muerte. Además, sellar el estudio y la habitación del mismo Pontífice, disponiendo que el personal que vive habitualmente en el apartamento privado pueda seguir en él hasta después de la sepultura del Papa, momento en que todo el apartamento pontificio será sellado. Es competencia del Camarlengo de la Santa Iglesia Romana, durante la Sede vacante, cuidar y administrar los bienes y los derechos temporales de la Santa Sede, con la ayuda de tres Cardenales Asistentes.El Decano del Colegio de los Cardenales, sin embargo, apenas haya sido informado por el Cardenal Camarlengo o por el Prefecto de la Casa Pontificia de la muerte del Pontífice, tiene la obligación de dar la noticia a todos los Cardenales, convocándolos para las Congregaciones del Colegio. Igualmente comunicará la muerte del Pontífice al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede y a los Jefes de Estado de las respectivas Naciones. Durante la Sede vacante, todo el poder civil del Sumo Pontífice, concerniente al gobierno de la Ciudad del Vaticano, corresponde al Colegio de los Cardenales, el cual sin embargo no podrá emanar decretos sino en el caso de urgente necesidad y sólo durante la vacante de la Santa Sede.Después de la muerte del Romano Pontífice, los Cardenales celebrarán las exequias en sufragio de su alma durante nueve días consecutivos, según el Ordo exsequiarum Romani Pontificis, cuyas normas, así como las del Ordo rituum Conclavis ellos cumplirán fielmente.A nadie le está permitido tomar con ningún medio imágenes del Sumo Pontífice enfermo en la cama o difunto, ni registrar o grabar sus palabras para después reproducirlas. Si alguien, después de la muerte del Papa, quiere hacer fotografías para documentación, deberá pedirlo al Cardenal Camarlengo, el cual no permitirá que se hagan fotografías del Sumo Pontífice si no está revestido con los hábitos pontificales.Desde el momento en que la Sede Apostólica quede vacante, se debe esperar durante quince días completos a los Cardenales ausentes de la ciudad de Roma antes de iniciar el Cónclave, aunque los Cardenales tienen la facultad de anticipar el comienzo del mismo, si consta la presencia de todos los electores, así como la de retrasarlo algunos días si hubiera motivos graves, pero, en todo caso, al máximo de veinte días desde el inicio de la Sede vacante, todos los Cardenales electores presentes están obligados a proceder a la elección.En todo caso, siempre habrá que estar pendiente de las indicaciones que, a través de los medios oficiales, la Santa Sede estará emitiendo sobre las exequias del Santo Padre, así mismo sobre todo lo referente a la sede vacante y la realización del cónclave.El CónclaveEl derecho de elegir al Romano Pontífice corresponde únicamente a los Cardenales de la Santa Iglesia Romana, con excepción de aquellos que hayan cumplido 80 años de edad antes del día de la muerte del Sumo Pontífice o del día en que la Sede Apostólica quede vacante. Ningún Cardenal elector podrá ser excluido de la elección, activa o pasiva, por ningún motivo o pretexto. Todos los cardenales están obligados, en virtud de santa obediencia, a cumplir con el anuncio de convocatoria y acudir al lugar designado, a menos que estén impedidos por enfermedad u otro impedimento grave.Desde el comienzo del proceso de elección hasta el anuncio público de que se ha realizado la elección del Sumo Pontífice, o hasta que así lo ordene el nuevo Pontífice, los locales de la Domus Sanctae Marthae y, de manera especial, la Capilla Sixtina y las áreas destinadas a las celebraciones litúrgicas, deben estar cerrados a personas no autorizadas, bajo la autoridad del Cardenal Camarlengo y con la colaboración externa del Sustituto de la Secretaría de Estado. Se debe cuidar especialmente que nadie se acerque a los Cardenales electores durante el traslado desde la Domus Sanctae Marthae al Palacio Apostólico Vaticano.A todos los Cardenales electores les está prohibido mantener cualquier tipo de comunicación con el exterior desde el comienzo del proceso de elección hasta que ésta tenga lugar y sea anunciada públicamente. Las personas que, por razón de su oficio, tengan acceso a los Cardenales o a los lugares donde ellos se encuentren, deben prestar juramento de mantener en secreto todo lo que puedan ver y escuchar, y abstenerse de usar cualquier elemento electrónico de grabación o comunicación.En el día establecido para el inicio del Cónclave, todos los Cardenales se reunirán en la Basílica de San Pedro en el Vaticano para participar en una solemne celebración eucarística con la Misa votiva Pro eligendo Papa, que debe celebrarse preferiblemente en la mañana. En la tarde, desde la Capilla Paulina del Palacio Apostólico, los Cardenales electores irán en solemne procesión, invocando con el canto del Veni Creator la asistencia del Espíritu Santo, a la Capilla Sixtina del Palacio Apostólico, lugar y sede del desarrollo de la elección. Se deberá cuidar que dentro de dicha Capilla y de los locales adyacentes, todo esté dispuesto de manera que se preserve la normal elección y el carácter reservado de la misma.Llegados los Cardenales electores a la Capilla Sixtina, en presencia aún de quienes han participado en la solemne procesión, emitirán el juramento. Una vez terminado, el Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias pronunciará el "extra omnes" y todos los ajenos al Cónclave deberán salir de la Capilla Sixtina.El Papa Juan Pablo II, en la Universi Dominici Gregis, estableció el modo de realizar los escrutinios en los números 64 al 77. En ellos se detallan las formas de entregar y recoger las papeletas y su conteo. En la tarde del primer día del cónclave, podría realizarse un solo escrutinio. En los días sucesivos, si la elección no ha tenido lugar en el primer escrutinio, se deben realizar dos votaciones tanto en la mañana como en la tarde, comenzando siempre las operaciones de voto a la hora previamente establecida en las Congregaciones preparatorias. Al terminar las dos votaciones de la mañana, tendrá lugar la quema de las papeletas, y lo mismo por la tarde. Para la elección válida del Romano Pontífice se requieren al menos los dos tercios de los votos, calculados sobre la totalidad de los electores presentes y votantes.En este documento también se advierte a los cardenales sobre pactos, alianzas o la intromisión de autoridades civiles en el proceso de elección. Los Cardenales deben abstenerse de toda forma de pactos, acuerdos, promesas u otros compromisos de cualquier género que los obliguen a dar o negar el voto a uno o a algunos. Si esto sucediera en realidad, incluso bajo juramento, tal compromiso es nulo e inválido y nadie está obligado a observarlo, so pena de la excomunión latae sententiae para los transgresores de esta prohibición. Igualmente, está prohibido a los Cardenales hacer capitulaciones antes de la elección, es decir, tomar compromisos de común acuerdo, obligándose a llevarlos a cabo en el caso de que uno de ellos sea elevado al Pontificado. Estas promesas, aun cuando fueran hechas bajo juramento, son nulas e inválidas.También se exhorta a los Cardenales electores, en la elección del Pontífice, a no dejarse llevar por simpatías o aversiones, ni influenciar por el favor o relaciones personales con alguien, ni moverse por la intervención de personas importantes, grupos de presión, medios de comunicación social, la violencia, el temor o la búsqueda de popularidad.La Elección del Romano PontíficeRealizada la elección canónicamente, son llamados al aula de la elección el Secretario del Colegio de los Cardenales y el Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias. Posteriormente, el Cardenal Decano, en nombre de todo el Colegio de los electores, pide el consentimiento del elegido con las siguientes palabras:¿Aceptas tu elección canónica para Sumo Pontífice?Una vez recibido el consentimiento, le pregunta:¿Cómo quieres ser llamado?Entonces, el Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias, actuando como notario y teniendo como testigos a dos Ceremonieros que serán llamados en ese momento, levanta acta de la aceptación del nuevo Pontífice y del nombre que ha tomado.Después de la aceptación, el elegido que ya haya recibido la ordenación episcopal es inmediatamente Obispo de la Iglesia romana, verdadero Papa y Cabeza del Colegio Episcopal. En cambio, si el elegido no tiene el carácter episcopal, será ordenado Obispo inmediatamente. Esta ordenación debe hacerla, según la costumbre de la Iglesia, el Decano del Colegio de los Cardenales o el más antiguo de los Cardenales Obispos.Cumplidas todas las formalidades previstas, los Cardenales se acercan para expresar un gesto de respeto y obediencia al nuevo Sumo Pontífice. A continuación, se dan gracias a Dios. El Cónclave se concluye inmediatamente después de que el nuevo Sumo Pontífice elegido haya dado su consentimiento a la elección, salvo que él mismo disponga otra cosa. Luego, el primero de los Cardenales Diáconos anuncia al pueblo, que está esperando, la elección y el nombre del nuevo Pontífice, con estas palabras:Annuntio vobis gaudium magnum:Les anuncio un gran gozo:Habemus Papam;Tenemos PapaEminentissimum ac reverendissimum Dominum, Dominum [prænomen] Sanctæ Romanæ Ecclesiæ Cardinalem [nomen],El eminentísimo y reverendísimo señor, Don [nombre], el cardenal de la Santa Iglesia Romana [apellido],qui sibi nomen imposuit [nomen pontificale].quien se ha impuesto el nombre [de] [nombre papal].Inmediatamente después, el nuevo Papa, imparte la Bendición Apostólica Urbi et Orbi desde el balcón de la Basílica Vaticana.ConclusiónComo vemos, la elección de un Papa es un proceso que conlleva el cumplimiento de normas y preceptos que garantizan que la elección sea realmente secreta, además de libre y bajo la guía del Espíritu Santo. Este proceso, por su carácter secreto, ha llamado la atención del mundo, a tal punto que no faltan las especulaciones e incluso las obras escritas o cinematográficas que, lejos de la realidad, quieren mostrar de forma ficticia lo que ocurre en la elección de un Sumo Pontífice.Además del cónclave, la elección del Romano Pontífice es un momento en el que la Iglesia se encomienda totalmente a la acción del Espíritu Santo. Es a través de Su guía y sabiduría divina que los Cardenales eligen a quien llevará adelante la misión de Cristo en la Tierra. Este proceso no solo reafirma la continuidad y la tradición de la Iglesia, sino que también destaca su compromiso inquebrantable con la misión de evangelizar, guiar y servir a todos los fieles en el camino de la fe. La elección de un nuevo Papa es, sin duda, un acto profundo de fe y esperanza, una renovada respuesta al llamado de Cristo para ser luz del mundo y sal de la tierra.Pbro. Carlos Guillermo Arias Jiménez.Director Departamento de Doctrina y Promoción de la Unidad y el DiálogoConferencia Episcopal de Colombia.

Mar 22 Abr 2025
Con esperanza en el retorno del Papa francisco a la Casa del Padre Eterno: custodiar su legado para los hombres de este tiempo
Por Pbro. Mauricio Rey Sepúlveda - La noticia del retorno del Papa Francisco a la Casa del Padre no nos sumerge en la tristeza, sino que nos envuelve en una serena esperanza. Ha concluido su peregrinación terrenal, pero su testimonio sigue latiendo con fuerza en el corazón de la Iglesia y en la conciencia del mundo. Fue un pastor que caminó con su pueblo, un profeta que habló desde las periferias, un hermano mayor que nos enseñó a mirar la vida desde el Evangelio. Su partida, por tanto, no cierra un capítulo, sino que abre una responsabilidad de custodiar, encarnar y proyectar su legado con valentía, fidelidad y alegría.El Papa Francisco fue, en medio de un mundo herido y fragmentado, un testigo luminoso de la alegría del Evangelio. Con palabras sencillas y gestos radicales, nos recordó que el anuncio cristiano no es una doctrina muerta, sino una experiencia viva de encuentro con Cristo que transforma la existencia. Su magisterio en particular Evangelii Gaudium nos desafía a ser una Iglesia en salida, que no se encierra en estructuras ni lenguajes autoreferenciales, sino que va al encuentro del otro con ternura y pasión misionera. Es interesante notar cómo logró, en un lenguaje cercano, renovar la conciencia misionera del Pueblo de Dios y devolverle frescura al testimonio cristiano.Con mirada compasiva y corazón atento, Francisco discernió los signos dolientes que atraviesan el mundo actual, el de la tierra herida y el de los pobres olvidados. No los nombró por separado, porque en su mirada de fe todo estaba vinculado. En Laudato Si’, nos propuso un camino de conversión ecológica que no solo interpela nuestros hábitos, sino también nuestras estructuras, nuestras prioridades y nuestra espiritualidad. Con claridad y ternura profética, denunció el modelo de desarrollo que descarta tanto a la creación como a los más vulnerables. Por tanto, su palabra se alza como un llamado urgente a tejer una nueva relación con el mundo y con los otros, donde el cuidado sustituya al dominio y la justicia a la indiferencia. Escuchar estos clamores no es una opción ideológica, sino una exigencia del Evangelio encarnado en nuestro tiempo.El Papa Francisco caminó hacia las periferias humanas, no solo geográficas, sino existenciales. Allí donde el dolor, la exclusión o la desesperanza se hacían carne, él quiso estar presente, como pastor con olor a oveja. Nos enseñó que la dignidad humana es inviolable y que el rostro de Cristo se revela con especial claridad en los marginados y sufrientes. Es interesante constatar cómo esta opción preferencial por las periferias resignificó la identidad misma de la Iglesia como madre cercana y samaritana.Su constante llamado a asumir una cultura del cuidado es una respuesta evangélica a la lógica del descarte. Cuidar de los otros, de la creación, de las instituciones, de la fraternidad y del tejido social roto, es una tarea urgente que Francisco nos deja como herencia. En este horizonte, promovió una fraternidad universal, como lo expresó en Fratelli Tutti, insistiendo en que somos hermanos todos, sin distinción, y que la amistad social es el camino hacia una paz duradera. Por tanto, nuestras comunidades están llamadas a ser escuelas de humanidad donde florezca la reconciliación y el compromiso social.Igual de importante fue su decidido impulso a la sinodalidad como expresión genuina de ser actual de la iglesia. Nos llamó a escuchar con atención a todos, a caminar juntos en comunión y discernir de manera comunitaria, dejando atrás el clericismo y abriendo caminos para una participación real y corresponsable del Pueblo de Dios. Su visión. A lansinodalidad no se reduce a una estructura organizativa, sino que brota de una espiritualidad y de una iglesia en permanente salida misionera.La conversión integral que el Papa Francisco promovió no se limitó a lo personal o espiritual, sino que abarcó las dimensiones cultural, social, eclesial y ecológica. Nos desafió a dejar atrás esquemas obsoletos, a dialogar con el mundo contemporáneo desde el corazón del Evangelio, a construir puentes, a sanar heridas y a recomponer lo humano desde la fe. Es interesante observar cómo su propuesta de transformación integral ha sido acogida con entusiasmo en diversos espacios eclesiales, académicos y sociales. Por tanto, se abre ante nosotros la responsabilidad de seguir traduciendo esta visión en caminos concretos de comunión y servicio.Hoy, al elevar oraciones por su descanso eterno, hacemos memoria agradecida y, con más fuerza que nunca, asumimos la misión de hacer vivo su legado. Que el Espíritu Santo nos impulse a ser testigos del Evangelio con la alegría, la audacia y la ternura que Francisco nos mostró. Que su ejemplo nos inspire a seguir caminando, sin miedo, hacia un mundo más justo, fraterno y reconciliado.Papa Francisco, gracias por habernos mostrado el rostro misericordioso del Padre. Ruega por nosotros desde la Casa del Amor eterno.Pbro. Mauricio Rey SepúlvedaDirector del Secretariado Nacional de Pastoral Social - Cáritas Colombiana

Vie 4 Abr 2025
La Iglesia: Baluarte de confianza y credibilidad en la acción social
Por Pbro. Mauricio Rey Sepúlveda - La acción social es una de las dimensiones más urgentes y necesarias en la construcción de sociedades justas, fraternas y solidarias. Frente a los desafíos del siglo XXI - crisis humanitarias, pobreza extrema, cambio climático, conflictos armados y el deterioro del tejido social - las respuestas institucionales suelen ser insuficientes o estar condicionadas por intereses políticos y económicos. En este contexto, la Iglesia ha logrado consolidarse como una de las instituciones con mayor credibilidad en la acción social, no solo por su presencia histórica en el servicio a los más vulnerables, sino por su permanencia y acompañamiento activo en los territorios, y su total compromiso con la dignidad humana, la justicia y la paz.A lo largo de los siglos, la Iglesia ha demostrado que su labor no se reduce a una asistencia paliativa (desvirtuando la acción caritativa), sino que busca incidir en las estructuras que generan exclusión y desigualdad. Su papel como mediadora en conflictos y guerras, promotora de derechos humanos y defensora de los pobres, la convierte en un actor clave y agente dinamizador para la transformación social. En esta reflexión exploramos las razones por las cuales la Iglesia continúa siendo un referente de confianza en el ámbito social e identificamos los desafíos que enfrenta para seguir desempeñando este rol en un mundo de constantes cambios y vulneraciones.1.Un legado histórico de servicio y entregaLa vocación social de la Iglesia no es una tarea reciente ni una estrategia institucional; es dimensión esencial de su identidad y misión. Desde sus primeros siglos, inspirada en el Evangelio y en el ejemplo testimonial de Jesucristo, la comunidad cristiana se ha dedicado a la atención de los enfermos y vulnerables, a la acogida de los más necesitados y defensa de los marginados. La enseñanza de Jesús - “porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber” (Mt 25,35) - se ha convertido en el fundamento y elemento dinamizador de innumerables obras sociales a lo largo de la historia en el mundo entero.Durante la Edad Media, los monasterios no solo fueron centros de espiritualidad, sino también espacios de acogida para los pobres y desvalidos, hospitales para los enfermos y escuelas para quienes no tenían acceso a la educación. En tiempos de pandemias, pestes y hambruna, las órdenes religiosas han desempeñado un papel fundamental en la atención a los afectados, sin distinción de origen o condición.Con la llegada de la modernidad, la Iglesia adaptó su acción social a nuevos desafíos. En el siglo XIX, con la Revolución Industrial y la explotación de la clase trabajadora, la Iglesia elevó su voz a favor de la justicia con documentos como Rerum Novarum (1891) de León XIII, que defendió los derechos laborales y sentó las bases de la Doctrina Social de la Iglesia. Desde entonces, su labor ha continuado expandiéndose, dando origen a iniciativas como Caritas Internationalis, el Comité Católico Internacional de Migración, el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral y múltiples programas educativos y sanitarios en contextos de pobreza, emergencia humanitaria, subsidiariedad y solidaridad.2.La integridad y coherencia como base de la credibilidadUno de los factores que refuerzan la confianza en la Iglesia dentro de la acción social es su coherencia entre el mensaje y la práctica. A diferencia de muchas instituciones que pueden ver la ayuda humanitaria como un medio para obtener reconocimiento o influencia política, según intereses particulares, la Iglesia ha mantenido una postura constante basada en el servicio interesado en el desarrollo humano integral. Su labor no busca protagonismo ni responde a ciclos electorales o intereses económicos, sino a un compromiso ético centrado en la dignidad humana. Es ahí donde la integridad de su identidad compromete e implica a la Iglesia en verdaderos procesos de transformación social a partir de la transformación de la persona humana en concreto y ubicada en su contexto vital.La Doctrina Social de la Iglesia ha sido un pilar en esta misión. Desde Rerum Novarum (1891) hasta Fratelli Tutti (2020), los principios de solidaridad, subsidiariedad y bien común han guiado las acciones de miles de comunidades cristianas en todo el mundo. Este marco doctrinal ha permitido que la Iglesia no solo asista en emergencias a los afectados, sino que también promueva el desarrollo integral y sostenible, la justicia, la equidad y la inclusión social.En términos de impacto, la credibilidad de la Iglesia se ve reflejada en el testimonio de sus agentes de pastoral. Sacerdotes, religiosos y laicos han dado su vida en defensa de los más vulnerables, incluso en contextos de persecución y violencia. Ejemplos como San Óscar Arnulfo Romero (1917 - 1980) asesinado por denunciar las injusticias en El Salvador, o la labor de miles de misioneros en zonas de guerra y pobreza, muestran que la Iglesia no solo predica el Evangelio, sino que lo encarna con acciones concretas en sus procesos sociales humanizando la sociedad.3.Un puente de diálogo y reconciliaciónEn sociedades fracturadas por conflictos políticos, sociales y culturales, la Iglesia ha asumido un rol clave como mediadora, posibilitadora y constructora de paz. Su posición apartidista, su arraigo en las comunidades localizadas en los territorios y su autoridad moral le permiten ser un interlocutor confiable en procesos de perdón, reconciliación y paz.En América Latina, África y Asia, la Iglesia ha intervenido en negociaciones de paz, ha denunciado violaciones a los derechos humanos y ha acompañado a las víctimas de todo tipo de violencia. En Colombia, por ejemplo, el papel de la Iglesia en los diálogos de paz ha sido fundamental para la reintegración de excombatientes y la sanación de heridas comunitarias, promoviendo un perdón real y sincero, una reconciliación fraterna y esperanzadora, y una paz estable y duradera.Además de su acción en contextos de conflicto armado, la Iglesia promueve una cultura del encuentro en sociedades polarizadas, una recomposición de relaciones y un diálogo franco y abierto. Frente al individualismo y la fragmentación social, la Iglesia impulsa espacios de diálogo interreligioso, cooperación con otras organizaciones y formación en valores como la empatía, la justicia y la fraternidad, propuestas siempre actuales en medio de “culturas” de indiferencia y discriminación social.4.Desafíos para renovar la confianzaSi bien la Iglesia sigue siendo un referente de credibilidad en la acción social, enfrenta desafíos importantes en el contexto actual. La secularización, la crisis de confianza en las instituciones y los escándalos que han golpeado su imagen exigen un compromiso renovado con la transparencia, la autenticidad y la formación de líderes íntegros.Uno de los mayores retos contemporáneos es la necesidad de actualizar su acción social sin perder su identidad. La Iglesia debe responder a problemáticas emergentes como el cambio climático, la migración forzada, la movilidad humana, y las nuevas formas de pobreza, integrando su misión evangelizadora con soluciones innovadoras y sostenibles.Otro desafío clave es la formación de nuevas generaciones de agentes de pastoral y voluntarios con un fuerte sentido de vocación y compromiso ético. En un mundo donde la indiferencia y el asistencialismo pueden debilitar el impacto de la acción social, es crucial que la Iglesia siga promoviendo una caridad que no solo alivie necesidades inmediatas, sino que transforme realidades estructurales, para hacer el salto del Dar al Solidarizar.ConclusiónLa Iglesia ha sido y sigue siendo un baluarte de confianza y credibilidad en la acción social porque su compromiso con los más vulnerables es parte de su esencia. Su legado histórico, su coherencia entre el mensaje y la acción, y su capacidad para ser un puente de diálogo y reconciliación la convierten en una institución clave en la construcción de sociedades más justas y solidarias.Sin embargo, para seguir cumpliendo con esta misión en el siglo XXI, la Iglesia debe enfrentar los desafíos de esta generación con valentía y renovación. La credibilidad no se impone; se construye día a día con hechos concretos, con un servicio genuino y con una presencia que inspire esperanza en medio de las dificultades, dinamizando procesos transformadores de vida y sociedad.En un mundo donde muchas instituciones han perdido la confianza de la gente, la Iglesia tiene la oportunidad de reafirmar su papel como faro de esperanza, promoviendo la justicia, la paz y la dignidad de cada ser humano, sin excepción alguna, en su integralidad.Pbro. Mauricio Rey SepúlvedaDirector del Secretariado Nacional de Pastoral Social - Cáritas Colombiana

Mar 18 Mar 2025
El Pensamiento Social Cristiano: claves para una transformación social integral
Por Pbro. Mauricio Rey Sepúlveda - El tejido social contemporáneo se encuentra en una encrucijada. La incertidumbre, la fragmentación y la instrumentalización del ser humano han erosionado los valores fundamentales que sostienen la convivencia y la justicia. Frente a este panorama, el Pensamiento Social Cristiano (PSC) se posiciona como una brújula ética capaz de orientar procesos de cambio, no desde la imposición de modelos cerrados, sino desde una propuesta que articula reflexión, acción y compromiso.Más que un cuerpo doctrinal rígido, el PSC es una dinámica de discernimiento en la que la realidad es interpelada a la luz de principios que permiten desentrañar sus causas profundas y proponer alternativas viables. Este análisis no solo busca exponer su relevancia teórica, sino evidenciar su impacto en la reconfiguración de los sistemas económicos, políticos y culturales.De la fragmentación a la reconstrucción del sentidoUno de los signos más evidentes de la crisis actual es la disolución de referentes compartidos. La sobrevaloración del individualismo, la relativización de la verdad y la pérdida de vínculos comunitarios han generado un vacío que se traduce en ansiedad social, polarización y crisis del compromiso cívico.Desde el PSC, la reconstrucción del sentido no pasa por un retorno nostálgico a modelos del pasado, sino por la capacidad de generar espacios de diálogo auténtico, donde la verdad y la libertad no sean vistas como opuestas, sino como dimensiones complementarias de la misma realidad.La educación juega aquí un papel central, pero no como mero mecanismo de transmisión de datos, sino como un proceso que debe formar criterios de juicio, estimulando el pensamiento crítico y la capacidad de reconocer en el otro a un interlocutor legítimo.Economía y ética: hacia una visión integral del trabajo y la producciónEl modelo económico dominante ha reducido el trabajo a una variable de ajuste, precarizando la existencia de millones de personas. La lógica de la rentabilidad inmediata ha dejado en segundo plano la pregunta por el significado del trabajo y su impacto en la construcción del bien común.El PSC invita a replantear el sentido de la actividad productiva, reivindicando el trabajo como una dimensión esencial de la realización humana. Esto implica:• Superar la dicotomía entre eficiencia y justicia social.• Impulsar modelos de producción que pongan en el centro la dignidad de la persona y el equilibrio ecológico.• Fomentar estructuras económicas basadas en la reciprocidad y la cooperación, en contraste con la competencia destructiva.La emergencia de iniciativas de economía solidaria, empresas con propósito social y modelos de comercio justo muestran que no se trata de una utopía, sino de un horizonte posible cuando la acción política y empresarial asume su responsabilidad ética.Poder y participación: reconstrucción de la esfera públicaLa democracia enfrenta una paradoja: mientras se multiplican los mecanismos formales de participación, crece el desencanto ciudadano y el escepticismo sobre la capacidad de las instituciones para generar cambios reales. El PSC aporta una perspectiva que va más allá de las estructuras políticas, entendiendo la participación como un proceso que se juega tanto en el ámbito institucional como en la vida cotidiana.Es necesario reconfigurar el concepto de ciudadanía, pasando de una visión pasiva centrada en el ejercicio del voto a una lógica de corresponsabilidad, donde cada persona se asuma como actor en la construcción del bien común. Esto implica:• Revitalizar el tejido asociativo y fortalecer los espacios de deliberación pública.• Combatir la corrupción no solo como fenómeno legal, sino como expresión de una cultura del privilegio.• Promover liderazgos basados en el servicio y no en la acumulación de poder.La regeneración del ámbito político no será el resultado de reformas aisladas, sino de un cambio de mentalidad que redescubra la dimensión comunitaria de la vida social.El desafío ecológico: una cuestión de justicia intergeneracionalEl deterioro del planeta no es un fenómeno aislado, sino el reflejo de una cosmovisión que ha instrumentalizado la naturaleza y la ha reducido a un mero recurso explotable. El PSC introduce un cambio de perspectiva al situar la crisis ecológica dentro de una visión integral, donde el respeto por la creación es inseparable de la justicia social.El concepto de ecología integral, desarrollado en Laudato Si’, enfatiza que la degradación del medio ambiente y la exclusión de los más vulnerables son dos caras de la misma moneda. Esto nos lleva a repensar:• El modelo energético y el impacto de la extracción indiscriminada de recursos.• La cultura del descarte, que normaliza el desperdicio y la obsolescencia programada.• La ética del consumo, promoviendo estilos de vida sostenibles que no respondan solo a criterios de mercado.No basta con llamados genéricos a la responsabilidad ambiental. Es necesario impulsar estructuras normativas y económicas que hagan viable una transición hacia modelos productivos sostenibles sin que esto se convierta en una carga para las poblaciones más vulnerables.Espiritualidad y acción: la mística del compromisoUno de los riesgos en la aplicación del PSC es reducirlo a un catálogo de principios abstractos, desconectados de la vida real. Sin embargo, su verdadera fuerza radica en que no es solo un cuerpo de ideas, sino una forma de estar en el mundo.El compromiso con la justicia no puede ser sostenido solo por la indignación moral, sino que necesita una raíz profunda, una espiritualidad que lo nutra y le dé dirección. Esto se traduce en:• La capacidad de mantener la esperanza en medio de contextos adversos.• La disposición a asumir riesgos en la defensa de los más vulnerables.• La apertura al discernimiento, entendiendo que la acción social no es mera ejecución de planes, sino respuesta a una interpelación constante.El PSC, lejos de ser un esquema fijo, es una invitación a vivir la fe desde la historia concreta, reconociendo que el Evangelio tiene implicaciones radicales en la manera en que configuramos nuestras relaciones, nuestras instituciones y nuestras estructuras económicas.ConclusiónLa transformación social no ocurre por inercia ni por decretos. Requiere un cambio de mentalidad, una reorientación profunda de los valores que guían la convivencia y la organización de la sociedad. El Pensamiento Social Cristiano, en este sentido, no es un conjunto de respuestas prefabricadas, sino una herramienta crítica que permite interpretar los signos de los tiempos y generar respuestas creativas.Más que nunca, se necesita una inteligencia social capaz de articular análisis, acción y espiritualidad en un proyecto común que restituya la centralidad de la persona, impulse estructuras justas y fomente una cultura del encuentro. El desafío no es menor, pero la historia ha demostrado que las grandes transformaciones comienzan con comunidades convencidas de que otra realidad es posible.Pbro. Mauricio Rey SepúlvedaDirector del Secretariado Nacional de Pastoral Social - Cáritas Colombiana