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GERARDO VALENCIA CANO, el más discutido y admirado obispo de Colombia en su momento
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Al celebrar este 21 de enero, 2022, los 50 años de la partida a la Casa del Padre de Mons. Gerardo Valencia Cano, la Conferencia Episcopal de Colombia se une a los pueblos indígenas de nuestro país y al pueblo de Buenaventura y de la Costa Pacífica, en homenaje y reconocimiento a quien fuera su pastor abnegado. Como miembro de la Congregación de los Misioneros de Yarumal, en 1949, a la edad de 32 años, fue nombrado Prefecto Apostólico de Mitú, Prefectura que cubría los actuales departamentos de Vaupés, Guaviare y Guainía, donde dejó una huella imborrable por su trabajo apostólico, que sintetizó en el bello poema y canto de su inspiración poética:
“¡Vaupés, Vaupés, tierra brava de la selva y del raudal!
¡Vaupés, Vaupés, en tus aguas se oye el toque de un clarín!
Vaupés, Vaupés, no te busquen los que no saben luchar,
que a tus selvas se entra siempre con coraje
Y a tus ríos con bravura
Y a tu corazón con fe”. (…) [1]
En 1953 fue designado por la Santa Sede como Vicario Apostólico del recién creado Vicariato Apostólico de Buenaventura, donde inició un incansable trabajo misionero que trascendió las fronteras de su jurisdicción hacia todo el litoral Pacífico colombiano, con influencia en todo el país. Mons. Valencia fue uno de los más reconocidos obispos de Colombia en su tiempo por su búsqueda de un nuevo estilo de Iglesia que viviera y proclamara auténticamente el Evangelio de Jesús, adelantándose más de 50 años a la propuesta del papa Francisco de una Iglesia en SALIDA. El “Hermano Gerardo”, como fue reconocido por su pueblo, nos dejó un legado misionero de auténtico cristiano de a pie, como sacerdote y pastor comprometido con su grey, y de obispo de su tiempo que buscó aplicar el Concilio Vaticano II en la Iglesia latinoamericana, a través del Departamento de Misiones del CELAM, como su primer presidente.
Monseñor Valencia Cano, Vicario Apostólico de Buenaventura de 1953 a 1972, murió en el accidente del avión HK 661 de Satena que volaba de Medellín a Istmina y se estrelló en el Cerro de San Nicolás, en la región del Citará, jurisdicción del municipio de Ciudad Bolívar, al suroeste del departamento de Antioquia. Su muerte conmocionó a su querido pueblo de Buenaventura y del litoral pacífico que le rindió un sentido homenaje el 7 de febrero, 17 días después del accidente; cuando su cuerpo fuera rescatado de la selva inhóspita por la comisión terrestre liderada por el sacerdote Ricardo Saldarriaga, párroco de la parroquia San Bernardo de los Farallones, de Ciudad Bolívar.
“Todos somos un solo Pueblo” [2]
Cincuenta años después, su memoria sigue aún más viva y fecunda, como nos lo confirma Monseñor Rubén Darío Jaramillo M., actual obispo de la diócesis de Buenaventura: “El 21 de enero de 1972 parte hacia el Cielo Mons. Gerardo Valencia Cano, obispo de Buenaventura, coronando así una obra maravillosa que, en 19 años, como Vicario Apostólico de Buenaventura, realizó innumerables obras en esta región del Pacífico Colombiano, en Colombia y en América Latina. Hemos querido designar esta gran fiesta con el nombre: “TODOS SOMOS UN SOLO PUEBLO”, resumiendo así la vida y obra, la memoria y pensamiento de Gerardo Valencia Cano, el Hermano Mayor, el obispo de los pobres. “Todos somos un solo pueblo”, solía decirlo en sus alocuciones en Radio Buenaventura en su programa diario “Muy Buenos Días”. GVC está vivo, está resucitado, y cada día toma más fuerza su pensamiento, su amor a sus comunidades, primero en el Vaupés y luego en Buenaventura. En palabras de la poetisa Lucrecia Panchano digo: “Fue nuestro gran monseñor G. Valencia Cano quien, en todo hombre, su hermano reconoció con amor”. Es para nosotros, yo como obispo de Buenaventura, Rubén Darío Jaramillo Montoya, poder celebrar la vida y obra de un hombre grande, de un obispo que supo ver en el otro el rostro de Dios y entregarse por Él como profeta, como sacerdote y como obispo, pero ante todo como hermano, “hermano del Tucano”, decía en el Vaupés, y aquí “hermano del negro, del indígena, del mestizo”, que defendió las poblaciones de los potentados que querían destruir a los humildes, a los “negritos”, como decía él. Que Dios en el Cielo lo corone y a nosotros nos inspire en estos cincuenta años que estamos celebrando, poder imitar su legado de entrega absoluta por los demás; dejar a un lado tantas complicaciones como llevamos nosotros y ser humildes y sencillos como él vivió. En el Cielo hay fiesta porque hay un hombre grande. En la tierra, en Buenaventura, ya no lloramos a Gerardo; ya lo invocamos para que siga acompañando la lucha del Pueblo de Buenaventura en su liberación total, en su dignificación. Dios bendiga nuestro Puerto y que, desde el Cielo, Gerardo nos envíe su bendición”[3]. Desde la Comisión Episcopal de Misiones y del Centro de Animación Misionera de la CEC y el área de Etnias nos unimos a Mons. Rubén Darío para apoyar a su diócesis y a la Iglesia colombiana en el proceso de beatificación que se inicia.
¿Cómo se entendió a sí mismo el Hermano Gerardo?
El esfuerzo por plasmar en su “Diario” sus vivencias del día a día en su actividad apostólica nos dejan una prueba de su íntimo deseo de identificarse más y más con el proyecto de Jesús. Escribía en 1969, a poco más de un año de su partida:
“Yo quisiera salir gritando: soy un sacerdote misionero que quiere vivir a los 52 años de edad y hasta la muerte, su sacerdocio como el día de su ordenación”.
(…)
“Comprendí que "para conocer a Dios es necesario conocer al hombre y que es necesario amar al hombre para poder amar a Dios", como lo recordaba Pablo VI al finalizar el Concilio”.
(…)
“Comprendí que la vocación de "evangelizar a los pobres" lleva consigo el deber de denunciar las injusticias y las hipocresías de quienes echan pesadas cargas sobre los hombros de los demás y ellos no las tocan ni con un dedo”.
(…)
“¿Y el "aggiornamento"? Para mí, aggiornarse el sacerdote es sentir como Cristo el dolor de las muchedumbres marginadas y la rebelión de esa juventud aprisionada dentro de unas estructuras que deberían estar en continua revisión, según las exigencias de los tiempos y los impulsos del Espíritu” [4]
El talante de su personalidad y de su pensamiento social lo podemos medir en sus mismas palabras; en un discurso pronunciado en 1971, expresaba:
“Hermanos, os habla un porteño que ha sufrido durante diecinueve (19) años la dureza de la estiva sobre los hombros encorvados de sus hermanos con hambre de libertad; (…) Os habla un hombre que ha llorado con el indio la desaparición de su raza y ha llorado con el negro el desprecio de las otras; (…) Os habla un hombre que, habiendo recibido de Cristo su mandato de amor, ve con angustia que el egoísmo de los que algo tienen, clava sus garras implacables sobre las frentes de los desposeídos”. (…) “Hermanos, os habla un hermano, un hermano vuestro Latinoamericano, nacido en las montañas de Los Andes, quemado por el sol de nuestros valles, herido en las espinas de la selva, conocedor del Amazonas y del Plata. Os habla mi experiencia de la tierra, la angustia de libertad, la sed insoportable de que todos tengamos una sola Patria” [5]
Entre muchas opiniones sobre el Hermano Gerardo, destaco el siguiente escrito del poeta nadaista Gonzalo Arango, quien fue su amigo y quien tuvo la ocasión de caminar con Mons. Valencia en una correría por San Francisco del Naya. En el periódico El Tiempo en 1971 nos dejó el poeta esta reseña del obispo de Buenaventura: “Monseñor Valencia no es el lobo de Golconda, pero tampoco el caperucita roja de la religión. Evidentemente no es el capellán del statu quo. Sencillo como la coliflor, flaco, bajito, con un motorcito pegado al alma, con una autoridad que no emana del poder sino de su bondad. Así es él. Silencioso y activo, incansable y meditador. Un peón de Cristo a quien le sobra tiempo para la poesía”.
Su biógrafo, Gerardo Jaramillo lo define como un profeta: “Gerardo era un profeta: sintió que tenía una misión que cumplir, sintió que Dios le había encomendado una misión y, aunque a veces había sentido deseos de huir, siempre permaneció asido a la cruz, uncido a la tarea que el Señor le encomendó”[6].
"Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque ellos serán saciados!", gritó Jesús en el sermón de las Bienaventuranzas, grito que actualizó el Hermano Gerardo durante su actividad misionera, y en numerosos escritos y discursos, como lo testimonia Monseñor Raúl Zambrano Camader, su colega en el episcopado: “De los negros opinó que son el símbolo de todo el pueblo iberoamericano. La clave de la liberación debemos buscarla en nuestro mismo continente. América Latina es tierra propicia para la unidad, pues sus gentes son una síntesis de todas las razas del mundo. En Quibdó pronunció un corto discurso y decía Mons. Valencia: “El indio de América y el negro más auténtico tiene en su alma y en su historia la clave verdadera de las reformas sociales; lo han tomado de su casto contacto con la naturaleza, lejos de lo artificial que ha provocado en el hombre su tentación de ser Dios” [7]
A buena hora el obispo de Buenaventura, Monseñor Rubén Darío Jaramillo, nos invita a estar en sintonía como Iglesia colombiana, desde el pueblo fiel del litoral Pacífico y de las minorías étnicas de Colombia, para unirnos en oración y acción por la causa de Beatificación de este testigo fiel de nuestra Iglesia local. En el contexto de la SINODALIDAD que vivimos como Iglesia universal el papa Francisco nos está mostrando el camino a seguir en este siglo XXI. Gerardo Valencia, en actitudes proféticas similares al papa Francisco, fue un visionario en su tiempo y nos dejó un derrotero de humanismo cristiano con una actitud misionera en salida, al encuentro de tantos hermanos y hermanas, víctimas de la marginalidad en nuestro país.
En una anotación de un libro de lectura de Mons. Valencia se encontró este escrito de su puño y letra: "Señor, cuando yo muera, ¿qué será de mí? Déjame perderme bajo la tierra como una pepa dura, de la memoria de todos, mientras que Tú plasmas de nuevo al viejo Adán, y reviente como una estrella sobre el nuevo mundo" [8]
Gracias Hermano Gerardo por quedarte entre nosotros animando nuestra Iglesia colombiana.
P. Omer Giraldo R. MXY
Centro de Animación Misionera Conferencia Episcopal de Colombia CEC
Director del Área de ETNIAS
Director Director del El Instituto Misionero de Antropología - IMA
[1] MONSEÑOR VALENCIA. Homenaje póstumo a la memoria de Monseñor Gerardo Valencia Cano, MXY. Publicación dirigida por P. Gerardo Jaramillo G. MXY y varios colaboradores. Editorial Librería Stella. Bogotá. Página 27.
[2] Expresión de Monseñor Valencia en sus alocuciones radiales en Radio Buenaventura
[3] Mons. RUBEN DARÍO JARAMILLO. Mensaje con ocasión de la celebración de los 50 años de la muerte de Mons. Gerardo Valencia Cano.
[4] Monseñor Valencia. Op. Cit. Pag. 38-41
[5] Monseñor Valencia Op. Cit. Pag. 54-56
[6] Gerardo Jaramillo Gonzalez. El Obispo de los Pobres. Una biografía de Monseñor Gerardo Valencia Cano. Seminario de Misiones Extranjeras de Yarumal. Edit. Carpgraphics. MEDELLIN. Agosto 2008.
[7] Zambrano Camader, Mons. Raúl. “El pensamiento social de Mons. Valencia”. En Monseñor Valencia. Op. Cit. Pág. 76.
[8] Monseñor Valencia. De Gerardo Jaramillo González. Op. Cit. Pag. 195
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Miremos y contemplemos el Crucificado
Jue 2 Mayo 2024
Lex orandi, lex credendi, lex vivendi
Jue 2 Mayo 2024
Mar 16 Abr 2024
“Yo soy el Buen Pastor, conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí” (Jn 10, 14)
Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve - El próximo domingo contemplamos en la liturgia de la Iglesia a Jesucristo Buen Pastor, que da la vida por sus ovejas, así lo expresa en el Evangelio: “Yo soy el Buen Pastor, el buen pastor da la vida por las ovejas” (Jn 10, 11), además, el Evangelio destaca las características de Jesús Buen Pastor y nos dice que va en busca de las ovejas para llevarlas hasta el Padre. Jesucristo como Buen Pastor está atento a cada uno de nosotros, nos conoce, nos busca y nos ama, dirigiéndonos su Palabra, conociendo la profundidad de nuestro corazón, nuestros deseos, nuestras esperanzas, como también nuestros pecados y nuestras dificultades diarias, “Conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí” (Jn 10, 14).La acción del Buen Pastor que da la vida por las ovejas, que no las abandona, son acciones que muestran cómo debemos corresponder a la actitud misericordiosa del Señor. Seguir al Buen Pastor y dejarse encontrar por Él, implica intimidad con el Señor que se consolida en la oración, en el encuentro personal con el Maestro y Pastor de nuestras almas, es la actitud del conocimiento y el amor que tenemos por el Señor, que nos lleva a profesar la fe en Él diciendo: “Tú eres el Cristo” (Mc 8, 29), reconociendo como el centurión, al mirar y contemplar el Crucificado que “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Mc 15, 39) y que desde la cruz ha conocido nuestros pecados y ha dado la vida por nosotros, en un acto de amor infinito del Padre celestial por toda la humanidad caída y rescatada desde la Cruz.Jesucristo Buen Pastor se ha quedado con nosotros en cada uno de los sacerdotes, que, participando del único sacerdocio de Jesucristo, hacen visible al Buen Pastor, siendo Pastores del pueblo de Dios, cuidando las ovejas, saliendo en busca de la oveja perdida y comportándose como pastor en medio del redil y no como asalariado que abandona las ovejas en el momento del peligro. “El Sacerdocio es el Amor del corazón de Jesús”, repetía el Santo Cura de Ars. Un Amor que desciende del cielo para entrar en el corazón de cada pecador, para romper sus cadenas, para sacarlo de las tinieblas y llevarlo a la vida de la gracia. Así es cada sacerdote Buen Pastor, es el Amor del Corazón de Jesús para la comunidad parroquial, para cada una de las familias, para todos los fieles de la comunidad, cercanos y alejados de Dios, todos caben en el corazón del Buen Pastor.Cada sacerdote en el mundo es sacramento de este Sumo Sacerdote de los bienes presentes y definitivos. El sacerdote actúa en representación del Señor, no actúa nunca en nombre de un ausente, sino en la persona misma de Cristo Resucitado, que se hace presente con su acción eficaz. El Espíritu Santo garantiza la unidad en el ser y en el actuar con el único sacerdote. Es Él quien hace de la multitud un solo rebaño y un solo Pastor y la misión del sacerdote es apacentar las ovejas que debe ser vivida en el amor íntimo con el Supremo Pastor (Cfr Benedicto XVI, Audiencia General, 14 de abril de 2010), dando la vida por las ovejas, conociéndolas por su nombre y dejándose conocer por el Supremo Pastor.El próximo domingo es un día especial para dar gracias a Dios por el Sumo Sacerdocio de Nuestro Señor Jesucristo, que como Buen Pastor nos rescata a cada uno de nosotros de las tinieblas del pecado y levantándonos nos lleva sobre sus hombros. Pero también es un día para agradecer al Señor por cada uno de nuestros sacerdotes, que dejándolo todo han sabido escuchar la voz del Pastor Supremo, para cumplir la misión en el mundo de pastorear al pueblo de Dios con los sentimientos de Jesucristo Buen Pastor, dando la vida por las ovejas que han sido puestas bajo su cuidado.Cada sacerdote como Pastor de una comunidad parroquial necesita de la oración y del acompañamiento de su pueblo. La santidad del pueblo de Dios está en las rodillas del sacerdote, que, como Buen Pastor, sabe acompañar desde la oración a cada uno de los fieles. Pero también la santidad de cada Sacerdote está en las rodillas de los fieles, que en actitud contemplativa frente al Señor ora por sus sacerdotes. Agradecemos hoy, el don de cada uno de los sacerdotes de nuestra Diócesis de Cúcuta y también de las vocaciones, para que el Señor siga enviando obreros a su mies, para rescatar tantas ovejas perdidas que necesitan volver al redil a beber el vino de la gracia de Dios y llegar un día a participar de la felicidad eterna. Oremos por los jóvenes que se encuentran en nuestro Seminario Mayor San José, para que sepan responder al llamado del Señor y se vayan configurando con Jesucristo Buen Pastor, hasta llegar a dar la vida por el rebaño que se les será confiado.Pidamos la gracia de la renovación sacerdotal para nuestro tiempo, que nos comprometa a todos en salida misionera, para ir en busca de la oveja perdida, de quien rechaza a Jesús o no lo conoce y poderlo retornar a tomar el alimento que ofrece Jesucristo Buen Pastor en la Eucaristía, en donde somos transformados en Cristo cuando comulgamos en gracia de Dios y aprendemos desde la Eucaristía a resolver nuestra vida desde Dios.Pongámonos en oración de rodillas frente al Santísimo Sacramento y en actitud contemplativa miremos y abracemos el Crucificado y tengamos muy presentes a todos los sacerdotes del mundo entero y de nuestra Diócesis, para que cada día el celo pastoral de los ministros conduzca al pueblo de Dios a hacer profesión de fe en Jesucristo Crucificado y bajo la protección y amparo de la Santísima Virgen María y del Glorioso Patriarca San José, todos los sacerdotes seamos fieles a Jesucristo y a la Iglesia.En unión de oraciones,reciban mi bendición.Mons. José Libardo Garcés MonsalveObispo de Cúcuta
Vie 5 Abr 2024
“Les traigo la paz” (Juan 20, 19.21.26)
Por Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - ¡FELICES PASCUAS! Es el saludo esperanzado de los creyentes durante este tiempo inaugurado con la Resurrección de Cristo que es el acontecimiento más importante de la fe, pues nos permite comprender en profundidad el sentido de la vida verdadera, respondiendo incluso a los interrogantes ¿Cómo aprovechar y cómo construir la vida en nosotros?En los días de las Octava de Pascua y en el domingo “de la Divina Misericordia” escuchamos en el Evangelio cómo Jesús, cuando se aparece a los discípulos, los saluda diciendo: ¡Les traigo la paz!Hoy, como su arzobispo católico de Cali, en nombre del Señor que vive, les hago llegar el mismo saludo de paz a todos los que habitan en el territorio de la Arquidiócesis, especialmente a los jamundeños y a todos los que viven o visitan Terranova y sectores aledaños, El Rodeo y las zonas rurales en Robles, Timba, Quinamayó, Guachinte, Villa Paz, Potrerito, San Antonio, Villa Colombia y las veredas que las conforman.Con el Resucitado, les expreso mi paternal cercanía con este mensaje pascual reiterando el llamado a que se custodien y respeten las vidas humanas y la libertad de pensamiento, de culto y de movimiento.En nombre de Dios, hago eco del clamor de millones de colombianos para que cesen las acciones bélicas de todas las partes, así como las acciones orientadas por los grupos insurgentes al reclutamiento de menores de edad y el uso de las poblaciones civiles como escudos humanos. Nos inquieta y preocupa el incremento y reestructuración de los grupos armados ilegales.Reitero este llamado con las palabras del Papa Francisco en su último mensaje pascual: “No permitamos que las hostilidades en curso continúen afectando gravemente a la población civil, ya de por sí extenuada, y principalmente a los niños. Cuánto sufrimiento vemos en los ojos de los niños: ¡olvidaron de sonreír esos niños en aquellas tierras de guerra! Con su mirada nos preguntan: ¿por qué? ¿Por qué tanta muerte? ¿Por qué tanta destrucción? La guerra es siempre un absurdo, la guerra es siempre una derrota… Que no se ceda a la lógica de las armas y del rearme. La paz no se construye nunca con las armas, sino tendiendo la mano y abriendo el corazón”.Como Iglesia católica seguimos acompañando a todos los ciudadanos en el territorio de la Arquidiócesis. Especialmente, nuestro pensamiento se dirige ahora a quienes viven en Jamundí y sus corregimientos, sedientos de paz y de tranquilidad.A todos pido orar por quienes han perdido la vida, están siendo extorsionados, han sido reclutados o han tenido que salir desplazados de sus tierras, implorando también el arrepentimiento y la conversión de los autores de tales crímenes.Los bendigo y animo a que no pierdan la esperanza, pues Jesús, con su resurrección, venció la muerte y nos hizo libres, ¡Aleluya!+LUIS FERNANDO RODRÍGUEZ VELÁSQUEZArzobispo de CaliSantiago de Cali, abril 4 de 2024
Mar 2 Abr 2024
“Ha resucitado; no está aquí” (Mc 16, 6)
Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve - Con esta expresión el evangelista Marcos resume el acontecimiento decisivo que contiene toda nuestra profesión de fe, que se hace realidad en nuestra vida cristiana en este día en que celebramos con gozo la resurrección del Señor. Ya en el momento del calvario pocos segundos después de Jesús lanzar un fuerte grito y expirar, el centurión romano hizo profesión de fe cuando dijo: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Mc 15, 39), encontrando la certeza plena en el anuncio que el joven vestido de blanco les dijo a las mujeres que fueron a ver el sepulcro: “No se asusten. Buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado; no está aquí. Miren el lugar donde lo pusieron. Vayan, pues, a decir a sus discípulos y a Pedro: Él va camino de Galilea; allí lo verán, tal como les dijo” (Mc 16, 6-7).Frente a un mundo con mucho odio, venganza y violencia, la Resurrección de Jesucristo es la revelación suprema para decirle a la humanidad que finalmente no reina el mal, sino que reina Jesucristo Resucitado que ha venido a traernos perdón, reconciliación y paz, para que todos tengamos en Él la vida eterna. La proclamación de la resurrección de Jesús es fundamental para dar cimiento a la fe, tal como lo señaló el Apóstol san Pablo “Si Cristo no ha resucitado, la fe de ustedes no tiene sentido y siguen aún sumidos en sus pecados” (1Cor 15, 17), pero como Cristo resucitó, Él es la fuente de la verdadera vida, la luz que ilumina las tinieblas, el camino que nos lleva a la salvación: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie puede llegar al Padre, sino por mí” (Jn 14, 6).El desarrollo de la vida diaria tiene que conducirnos a un encuentro con Jesucristo vivo y resucitado, “que me amó y se entregó por mí” (Gal 3, 20), y ahora resucitado vive y tiene en su poder las llaves de la muerte y del abismo, para rescatarnos del mal que nos conduce a la muerte y darnos la verdadera vida, la gracia de Dios que nos renueva desde dentro con una vida nueva, para convertirnos en misioneros del Señor resucitado, según su mandato a los discípulos: “vayan y hagan discípulos a todos los pueblos y bautícenlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que les he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 19-20).Así lo entendieron los primeros discípulos que vieron a Jesucristo y lo palparon resucitado. Pedro, los apóstoles y los discípulos comprendieron perfectamente que su misión consistía en ser testigos de la resurrección de Cristo, porque de este acontecimiento único y sorprendente dependería la fe en Él y la difusión de su mensaje de salvación por todos los confines de la tierra.Pedro, ante la pregunta de Jesús de quien era Él para ellos, le contesta: “Tú eres el Cristo” (Mc 8, 29), pero como todavía no había llegado la hora, Jesús les ordenó que no se lo dijeran a nadie. Ahora con la certeza de la resurrección, después de pasar por la cruz, todos salen a comunicar esa gran noticia por todas partes. También nosotros haciendo profesión de fe como Pedro, en el momento presente somos testigos de Jesucristo resucitado y cumplimos con el mandato de ir por todas partes a anunciar el mensaje de la salvación, con la certeza que no estamos solos en esta tarea, Él está con nosotros todos los días hasta el final de los tiempos (Cf Mt 28, 19-20).Dejemos a un lado nuestras amarguras, resentimientos y tristezas. Oremos por nuestros enemigos, perdonemos de corazón a quien nos ha ofendido y pidamos perdón por las ofensas que hemos hecho a nuestros hermanos. Deseemos la santidad, porque he aquí que Dios hace nuevas todas las cosas. No temamos, no tengamos preocupación alguna, estamos en las manos de Dios. La Eucaristía que vivimos con fervor es nuestro alimento y fortaleza que nos conforta en la tribulación y una vez fortalecidos, queremos transmitir esa vida nueva a nuestros hermanos, a nuestra familia, porque “Ha resucitado; no está aquí” (Mc 16, 6).La esperanza en la resurrección debe ser fuente de consuelo, de paz y fortaleza ante las dificultades, ante el sufrimiento físico o moral, cuando surgen las contra-riedades, los problemas familiares, cuando vivimos momentos de cruz. Un cristiano no puede vivir como aquel que ni cree, ni espera. Porque Jesucristo ha resucitado, nosotros creemos y esperamos en la vida eterna, en la que viviremos dichosos con Cristo y con todos los Santos. Tenemos esta posibilidad gracias a su resurrección.Haciendo profesión de fe en el Señor, miremos y contemplemos el Crucificado y digamos: “Tú eres el Cristo” (Mc 8, 29) y en ambiente de alegría pascual por la Resurrección del Señor, afrontemos nuestra vida diaria renovados en la fe, la esperanza y la caridad y vayamos en salida misionera a comunicar lo que hemos experimentado al celebrar esta semana santa. Puestos en las manos de Nuestro Señor Jesucristo y bajo la protección y amparo de la Santísima Virgen María y del Glorioso Patriarca San José, pidamos la firmeza de la fe para ser testigos de la Resurrección del Señor.En unión de oraciones,reciban mi bendición.+José Libardo Garcés MonsalveObispo de la Diócesis de Cúcuta
Jue 7 Mar 2024
Cuaresma: un camino de fe en comunidad
Por Mons. Ricardo Tobón Restrepo - La Cuaresma, si por una gracia especial de Dios la vivimos en serio, es un verdadero camino hacia la Pascua. Es decir, asumimos el éxodo en que estamos y aprendiendo a interpretar y a aprovechar los dones y las pruebas en medio de las que avanza nuestra existencia, vamos haciendo resurrección en cada uno de nosotros y en las personas que nos rodean. Para esclarecer las sombras, afrontar las luchas y no perder la esperanza, es necesario peregrinar en comunidad a la luz de la fe. Tal vez, entonces, la primera pregunta es si hoy tiene sentido creer.Partamos de la realidad. Junto a tantos signos de bondad y junto a un desarrollo impensable de la ciencia que cada día abre nuevos horizontes, crece igualmente una especie de desierto espiritual. Se tiene la sensación de que, a pesar de tantos logros, a veces el mundo no se dirige hacia la construcción de una sociedad más justa y fraterna. El hombre no aparece más libre y humano, continúan tantas formas de explotación y de violencia, quedan preguntas fundamentales sin responder, constatamos que, además del pan, necesitamos también sentido, fundamentos seguros, amor y esperanza.En este contexto, se requiere una renovada educación para la fe, que lleve a un conocimiento de la verdad y de los acontecimientos de la salvación, pero que brote sobre todo de un encuentro con Dios. Realmente, la fe verdadera se produce en un contacto profundamente personal con Dios, que nos pone frente a Él en absoluta inmediatez de modo que podamos hablarle, amarlo, entrar en comunión con Él, permitirle que nos toque en lo más íntimo de nosotros mismos. La fe es confiarse a un Tú, que es Dios, el cual nos da una certeza diversa, pero no menos sólida de la que viene de los cálculos exactos de la ciencia.La fe no es un mero asentimiento intelectual a unas verdades particulares sobre Dios; es un acto con el que nos confiamos libremente a un Dios que es Padre y que nos ama, es adhesión a un Tú que nos da confianza y esperanza. Este amor tiene su máxima revelación en la cruz de Cristo. Con la muerte y resurrección de su Hijo, Dios desciende hasta el fondo de nuestra humanidad para levantarla hasta Él. Así la fe hace ver cómo el amor de Dios es capaz de transformar toda forma de mal en salvación y cómo en Cristo se ha revelado la realidad profunda de la persona, el camino a la libertad y la posibilidad del amor.La fe viene por la escucha, dice San Pablo; es necesario escuchar a Dios que, a partir de una historia que Él mismo ha creado, nos interpela. Para que podamos creer tenemos necesidad de testigos que han encontrado a Dios y nos lo hacen accesible. De ahí la importancia de la comunidad. Pero la comunidad de fe no se crea por sí sola. La Iglesia ha sido creada por Dios y viene continuamente formada por Él. Esto encuentra su expresión en los sacramentos, especialmente en el Bautismo, en el que venimos acogidos por una comunidad, que no se ha originado por sí misma y que se proyecta más allá de sí misma.Esta realidad profundamente personal que es la fe está en relación inseparable con la comunidad. La fe es un don comunicado a través de otro don que es la comunidad. En efecto, es parte de la esencia de la fe el hecho de quedar introducidos en el nosotros de los hijos de Dios, en la comunidad peregrina de los hermanos y hermanas. El encuentro con Dios significa que, al mismo tiempo, somos sacados de nuestra soledad y acogidos en la comunidad viva de la Iglesia. Ella es mediadora de nuestro encuentro con Dios, que llega al corazón de cada uno de un modo completamente personal.La Cuaresma es entonces una oportunidad imperdible para consolidar nuestra fe y al mismo tiempo construir la comunidad cristiana. Nuestra sociedad requiere cristianos que se comprometan con Dios y su proyecto de salvación, que estén vitalmente incorporados a Cristo por la acción de su Espíritu, que sean la Iglesia que testimonia al mundo la experiencia de la vida nueva que surge del bautismo. Tengamos presente que esto se logra por la acción de Dios mediante la catequesis bien conducida, la liturgia celebrada con unción, la práctica de la oración humilde y el ejercicio de la caridad con todos los hermanos. Esta es la tarea pastoral de las parroquias en este tiempo de Cuaresma.+ Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín