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Matrimonio y familia: don de Dios
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Por Mons. Héctor Cubillos Peña - La vida de pareja, como la de familia, son un don de Dios a la humanidad, que Él ofrece como camino de luz, verdad y amor. La Iglesia está llamada a anunciar la buena noticia sobre el amor humano.
1. “Hagamos al hombre nuestra imagen y semejanza” (Gn 1, 26)
Con estas grandiosas palabras introduce el Génesis los relatos sobre la creación del hombre como culminación de la obra creadora divina. El “hagamos” está indicando esta determinación eterna de crear al género humano. Según la tradición la Iglesia puede ser considerado como una deliberación de Dios con sus ángeles, o también como la expresión de la consideración del Dios trinitario que determina crear al ser humano en una clara referencia al Hijo encarnado como imagen del hombre.
El hombre es descrito como “imagen y semejanza”, lo cual pone de relieve una especial relación con Dios, diferente y superior a la relación con las demás creaturas. “Hagamos” pone de presente que el hombre ha sido creado por Dios, y que éste es su dueño y Señor; de Él procede, en Él existe y hacia Él se orienta en su existencia. De esta verdad no es posible alejarse ni negarla. La afirmación del Génesis de Dios al concluir su obra lo dice todo: “y vio Dios que todo era bueno” (Gn 1, 31)
El ser el hombre imagen, ícono y semejanza de Dios, explícita esas realidades propias de lo humano: su ser personal e individual, su capacidad para escuchar y responder, su inteligencia, libertad y voluntad. El hombre y la mujer son semejantes a Dios, pero no iguales. El ser humano es por tanto la obra más perfecta y maravillosa de Dios; colocada por él como centro y señor de la creación; único ser capaz de acoger y corresponder al don de la vida y el amor que el Creador ha establecido conceder a su creatura. De esta condición se desprende su obligación, su valía y su condición sociable.
2. “Hombre y mujer los creó” (Gn 1, 27)
Otra de las grandes afirmaciones de la Palabra de Dios es la de que los creó diferenciados hombre y mujer. Esta realidad también ha de verse bajo el principio de la imagen y semejanza; juntos reflejan a Dios. La belleza, las propiedades y características de cada uno de los sexos, son obra del Creador. Lo masculino y lo femenino se expresan y se comunican en todas las dimensiones del ser humano: lo físico, lo intelectual, lo afectivo y lo social. Allí se encuentra por tanto la perfección y belleza de lo humano. Ambos son complementarios y están destinados a la unión. Todo intento de querer modificar o destruir esta condición es un atentado contra el ser humano y contra su Creador. Ambos, pues, han de reflejar en su unión la obra divina, bella y completa de Dios. En el hombre y la mujer unidos se hace presente Dios, porque Él es amor. “Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre” (Mt 19,6)
3. “Y se unirá a su esposa y los dos serán una sola carne, de manera que ya no son dos, sino uno solo” (Gn 2,24; Mc 10,8)
Hombre y mujer destinados a ser una sola carne. El término carne como también el de cuerpo designan la persona humana en su totalidad desde la perspectiva de su ser relacional y de presencia en la realidad y la historia. La vocación terrena de hombre y mujer, por tanto, es la de ser pareja y en el matrimonio; que es por tanto unidad y comunión. El amor tiende a la unidad sin que se pierda la diferencia; y, Dios es amor (1 Jn 4; 8). La vida matrimonial conlleva la mutua donación por amor hasta la muerte. El verdadero amor excluye toda forma de violencia, opresión, aniquilamiento o separación. En estos tiempos de sinodalidad, del “caminar juntos” se puede contemplar la vida de pareja y también de familia como ser – “caminar en el amor”. La unidad que una pareja está llamada a alcanzar siempre estará sostenida y alimentada por la gracia el Sacramento del matrimonio. La infidelidad y la separación, de otra parte, lamentablemente siempre estarán al acecho para destruir la relación matrimonial.
4. “Gran misterio es este y yo lo refiero a Cristo y a su Iglesia” (Ef 5,32)
Estas palabras paulinas tocan lo más profundo del diseño de Dios sobre el matrimonio. El término “misterio” designa el querer de Dios que se orienta al bien y la plenitud de la humanidad.
La vida de pareja por tanto se puede contemplar a la luz de la súplica de Jesús a su Padre: “Que todos sean uno como tú Padre y yo somos uno” (Jn 17,21). Es el misterio del amor divino en el amor humano. La vida matrimonial y de familia también han de reflejar el amor entre el Padre y el Hijo; por eso es que en concreto la familia es llamada “iglesia doméstica”. Cristo es la cabeza y la Iglesia la familia, son su cuerpo. Cristo entrega su amor y la pareja responde con amor a Él y esto lo testimonia la familia en el amor de esposos y de padres e hijos.
Conclusión
La vida matrimonial como la familiar son un don maravilloso del amor de Dios. Urge en la actualidad anunciar y testimoniar la belleza del amor en pareja para traer a tantos que se encuentran desorientados o engañados por falsas propuestas. El camino del Sacramento del matrimonio es verdadero camino de amor, de felicidad y también de santidad.
+HÉCTOR CUBILLOS PEÑA
Obispo de Zipaquirá
Miembro Comisión Episcopal de Matrimonio y Familia



“¡Es Verdad, el Señor ha Resucitado!” (Lc 24, 34)
Jue 24 Abr 2025

Pascua y año litúrgico
Lun 7 Abr 2025


Jue 27 Mar 2025
Proteger y defender la familia
Por Mons. Ramón Alberto Rolón Güepsa - “Después que ellos se retiraron, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle.»Él se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera el oráculo del Señor por medio del profeta: «De Egipto llamé a mi hijo». (Mateo 2,13-15) Desde el nacimiento del niño Jesús, la familia de Nazaret sufrió persecución, injusticia e incomprensión por parte de quienes le ven como competencia y siguen los lineamientos y normativas del rey judío, pretenden acabar con Él.La levadura de Herodes, enemigo de la fe, sigue hoy persiguiendo y hostigando a la familia tal como el Señor la instituyó desde el principio. Se intenta minar la concepción cristiana de la familia, desorientándola con ideologías que distorsionan su más sana visión. Por ejemplo, la ideología de género desarticula y divide, poniendo en riesgo el futuro de la humanidad. El mandato primordial «Crezcan y multiplíquense» queda sujeto al vaivén de interpretaciones humanas. Ya se observa cómo la población envejece y los nacimientos son cada vez menos; nuestros jardines escolares y escuelas tienen menos alumnos. Esto debe ponernos en alerta.Por otra parte, la posición abortista sigue cobrando la vida de inocentes, avalada por legislaciones de tinte ideológico que agravan la crisis de nuestra humanidad.Nuestro cometido, como miembros de la familia cristiana, es defenderla de estos ataques de sabor herodiano. Debe ser un compromiso de fe. Es necesario escuchar la voz de Dios, como lo hizo José con la Sagrada Familia, y apartarnos de todo lo que pueda atentar contra ella. Debemos seguir la voz del Señor, confiar en su Palabra para preservar y hacer realidad su plan.Hoy deben resonar las palabras de Jesús en el Evangelio de Mateo: «¿No han leído que el Creador, desde el comienzo, los hizo varón y hembra, y que dijo: por eso el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre» (Mateo 19, 4-6).Es necesario hacer una alianza santa para preservar la familia de ataques, muchas veces sutiles, disfrazados de bien para confundir. Es un llamado a todos los que siguen los pasos del Maestro divino, para hacer resplandecer el Evangelio de la familia, defender la verdad sobre ella y comprometernos en la defensa de nuestra fe. La familia es la Iglesia doméstica donde crece y se fortalece la fe.¿Qué deberíamos hacer?1. Reconocer la obra de Dios en la familia y aceptarla en nuestras vidas. Esto implica asumir la misión encomendada con valentía y determinación. La Sagrada Familia fue llamada de Egipto para dar testimonio en medio del pueblo de Israel, ocupado por el régimen romano. Es tiempo de ocupar los espacios invadidos por ideologías extrañas y llenarlos con la verdad de Dios y el testimonio de nuestra fe. Debemos vivir con parresía la fe que confesamos y nos salva.2. Valorar la familia como llamada a la santidad en el sacramento del matrimonio. Es necesario recuperar la vida espiritual de la familia como Iglesia doméstica, para recibir las gracias necesarias y permanecer en el camino de fe, fidelidad y amor a Cristo. En el matrimonio se consagra el amor sagrado, haciéndolo puro y santo, proyectado a la prole y llamado a santificar a los hijos.3. Convertir la familia en una verdadera familia de Dios. Debemos trabajar constantemente para liberarla del pecado y colocarla en el corazón de Dios. En el Génesis, Noé y su familia fueron salvados del diluvio porque obedecieron la voz de Dios. Hoy, el Señor nos invita a subir a la barca de su Iglesia y reconstruir nuestra familia. Dios no nos abandona; siempre nos da una nueva oportunidad. «Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Romanos 5,20). Cristo ha vencido el pecado y nos llama a la victoria sobre el mal. Nada está perdido si confiamos y esperamos en Él.4. Recuperar la dignidad de la familia en cada uno de sus miembros. La paternidad debe asumirse con responsabilidad, amor y gracia, teniendo como referente a San José, padre adoptivo de Jesús, y a Dios Padre, quien nos protege con amor misericordioso. La maternidad encuentra su más alta representación en María, Virgen y Madre por bondad de Dios. Cada mujer tiene en María el modelo a seguir para asumir su gran misión de madre y asegurar el futuro de la humanidad. En Cristo, tenemos el ejemplo preclaro de los hijos: obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.5. Orar por y con la familia. La familia debe abrirse a Dios y cumplir su misión siguiendo el ejemplo de la Sagrada Familia de Nazaret. Poner en manos de Dios nuestra familia para que Él nos dé la fuerza y la luz necesarias para defenderla como su don y regalo.Dios Padre Todopoderoso bendiga nuestras familias, las guíe y las proteja de todo mal. Reciba nuestro acto de gratitud por habernos dado una familia donde recibimos la vida, el amor, el sustento y el reconocimiento, para seguir realizando su plan.Dios bendiga nuestras familias.Mons. Ramón Alberto Rolón GüepsaObispo de MonteríaMiembro de la Comisión Episcopal de Matrimonio y Familia

Mar 11 Mar 2025
San José, modelo de santidad por la obediencia a la Voluntad de Dios
Mons. José Libardo Garcés Monsalve- Celebramos el próximo 19 de marzo la solemnidad de San José, patrono de la Iglesia universal de nuestra Diócesis y de varias instituciones de nuestra Iglesia Particular. Ese día viviremos la Eucaristía con el jubileo del Seminario Mayor y Menor. Es una oportunidad para reflexionar sobre las virtudes de San José, que vamos descubriendo cada vez que nos adentramos en su misión de custodio de María y del Niño Jesús. Aquí consideramos a San José como modelo de santidad por la obediencia a la voluntad de Dios, ya que escuchó lo que Dios le pedía y en silencio y con corazón limpio y disponible obedeció al plan de Dios.Hoy la obediencia es una virtud poco común en la sociedad, porque cada uno quiere defender su autonomía y su deseo de prevalecer con sus propios planes y proyectos. San José obediente a la voluntad de Dios enseña a entregar la vida, aunque no se entienda el alcance de la misión y de lo que Dios pide. Así lo expresa la Palabra de Dios: “El nacimiento de Jesús, el Mesías, fue así: su madre María estaba prometida a José y, antes de vivir juntos, resultó que esperaba un hijo por la acción del Espíritu Santo. José su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió separarse de ella en secreto” (Mt 1, 18 - 19), manifestando aquí la incertidumbre en la que entró San José, pero con la serenidad que proviene de una vida interior contemplativa, pudo escuchar la voz de Dios.Cuando San José tiene todo decidido y su plan organizado, Dios le pide que entregue su vida a su voluntad, “Después de tomar esta decisión, el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas aceptar a María como tu esposa, pues el hijo que espera viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados. Cuando José se despertó del sueño, hizo lo que el ángel del Señor le había mandado” (Mt 1, 20 - 24), sin entender obedeció a Dios en actitud contemplativa, orante y silenciosa.En la Palabra de Dios encontramos a San José como el hombre que no habla, sino que obedece. Con su obediencia lleva adelante las promesas de Dios que garantizan la llegada del Salvador al mundo para liberarnos de la esclavitud del pecado. San José habló más con el silencio que con las palabras, él aceptó la misión que Dios le confió y la cumplió totalmente en una actitud de obediencia sin límites. San José el hombre de la fe y de la obediencia, es modelo en nuestro camino de vida cristiana, que exige de nuestra parte hacer y amar la voluntad de Dios.San José con fe firme nos enseña a escuchar la voz de Dios, con la disposición de la obediencia a su voluntad, con docilidad a su Palabra. La misión que se le confiaba no era fácil de entender en el momento, sin embargo, con la simplicidad de su vida interior, supo contemplar al Señor y obedecer sus mandatos desde una vida silenciosa. Al respecto San Juan Pablo II en Redemptoris Custos (Custodio del Redentor) afirma: “El clima de silencio que acompaña a todo cuanto concierne a la figura de José se extiende también a su trabajo de carpintero en su casa de Nazaret. Se trata de un silencio que revela de manera especial el perfil interior de esta figura. Los Evangelios hablan exclusivamente de lo que José ‘hizo’, pero permite descubrir en estas ‘acciones’, envueltas en el silencio, un clima de profunda contemplación del misterio de Dios” (RC 25).La contemplación del misterio de Dios en una actitud silenciosa, refleja en la obediencia a la voluntad de Dios, la limpieza de la vida interior que solamente tiene lugar para las cosas del Señor, reflejando con ello que la gracia de Dios está por encima de cualquier proyecto humano. Desde el primado de la Gracia de Dios y de la vida interior, San José enseña la sumisión a Dios, como disponibilidad para dedicar la vida de tiempo completo a la misión que el Señor confía, logrando hacer su voluntad, desde el ejercicio piadoso y devoto a las cosas del Padre Celestial, que ocupaban el tiempo del Niño Jesús, desde que estaba en el templo en medio de los doctores de la ley escuchándolos y haciéndoles preguntas (Cf. Lc 2, 46-49).San José modelo de santidad por la obediencia a la voluntad de Dios, nos enseña a vivir la Fe sin buscar protagonismos, a vivir la Esperanza con la confianza puesta en Dios aún en los momentos de dolor, a saber, estar como María al pie de la Cruz esperando la promesa de la salvación, y a vivir en cada momento la Caridad como amor total a Dios y al prójimo en una entrega de total donación a la voluntad de Dios.La Iglesia siempre ha mirado a María y a José como modelos y patronos, reconociendo que ellos, no sólo merecieron el honor de ser llamados a formar la familia en la que el Salvador del mundo quiso nacer, sino que son el signo del creyente que se santifica obedeciendo a la voluntad de Dios. Que la contemplación de la figura de San José nos ayude a todos nosotros a ponernos en camino, dejando que la palabra de Dios sea nuestra luz, para que así, encendido nuestro corazón por ella (Cf. Lc 24, 32), podamos ser auténticos discípulos misioneros de Jesús, cumpliendo con el mandato misionero que nos pide: Sean mis testigos, por todos los confines de la tierra.En unión de oraciones, reciban mi bendición.+José Libardo Garcés MonsalveObispo de la Diócesis de Cúcuta

Lun 3 Mar 2025
Bautismo y Cuaresma
Por Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - El 5 de marzo damos inicio al tiempo litúrgico de la Cuaresma. Como bien se sabe, son 40 días de preparación para la gran solemnidad de la Pascua, a través de la oración, la penitencia y la limosna.Este año coincide con el Jubileo de la Esperanza. En este sentido, las actividades jubilares están en íntima consonancia con el propósito de la Cuaresma, que nos invita a tener la valentía de la conversión de corazón, desde lo profundo de nuestro ser.Sin embargo, desde tiempos inmemoriales, la Cuaresma tiene una dimensión bautismal, que es la que le da sentido a este tiempo de gracia. Durante la Cuaresma, los catecúmenos terminaban su preparación para ser admitidos y bautizados en la noche santa de la Pascua; y los pecadores, tenían -y la siguen teniendo- la oportunidad de reorientar sus vidas y recibir el perdón de sus pecados y poder participar plenamente en la pascua en comunidad.Por eso mismo, abordar el tema del bautismo en este contexto, es necesario y más cuando se vuelve urgente que volvamos todos al amor primero, al bautismo.La XVI Asamblea general ordinaria del Sínodo de Obispos, por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión, que se realizó el mes de octubre de 2024, abordó de una manera especial el tema del bautismo como base importante de la dimensión sinodal del pueblo de Dios, que en nuestro caso, resulta providencial, puesto que en nuestras líneas pastorales hemos puesto en primer lugar el bautismo como el sacramento que estamos llamados a valorar en su justa dimensión, pues los cristianos debemos vivir con coherencia el bautismo recibido.Me permito destacar apartes de la primera parte de las conclusiones que tiene como título “El corazón de la sinodalidad. Llamados por el Espíritu a la conversión”. Aquí se destaca la aproximación a la Iglesia, entendida como pueblo de Dios sacramento de unidad, en donde se afirma que del bautismo brota la identidad del Pueblo de Dios y se realiza la llamada a la santidad y el envío a la misión (cfr. n.15). Luego, en los números 21 a 28, aborda el tema de las raíces sacramentales del pueblo de Dios. Aquí transcribo lo siguiente:24. “No es posible comprender plenamente el Bautismo sino dentro de la Iniciación cristiana, es decir, el itinerario a través del cual el Señor, por el ministerio de la Iglesia y el don del Espíritu, nos introduce en la fe pascual y en la comunión trinitaria y eclesial. Este itinerario conoce una importante variedad de formas, según la edad en la que se emprende, los diferentes acentos propios de las tradiciones orientales y occidentales, y las especificidades de cada Iglesia local. La iniciación nos pone en contacto con una gran variedad de vocaciones y ministerios eclesiales … (sic).25. Dentro del itinerario de la iniciación cristiana, el sacramento de la Confirmación enriquece la vida de los creyentes con una particular efusión del Espíritu con miras al testimonio. El Espíritu que llenó a Jesús (cf. Lc 4,1), que lo ungió́ y lo envió́ a anunciar el Evangelio (cf. Lc 4,18), es el mismo Espíritu que se derrama sobre los creyentes como sello de pertenencia a Dios y como unción que santifica. Por eso la Confirmación, que hace presente la gracia de Pentecostés en la vida del bautizado y de la comunidad, es un don de gran valor para renovar el prodigio de una Iglesia movida por el fuego de la misión, que tiene el valor de salir a los caminos del mundo y la capacidad de hacerse comprender por todos los pueblos y culturas… (sic).26. La celebración de la Eucaristía, especialmente el domingo, es la primera y fundamental forma en la que el Pueblo santo de Dios se encuentra y reúne. Por medio de la celebración eucarística, “se significa y se realiza la unidad de la Iglesia” (UR 2). En la “participación plena, consciente y activa” (SC 14) de todos los fieles, en la presencia de los diversos ministerios y en la presidencia del obispo o presbítero, se hace visible la comunidad cristiana, en la que se realiza una corresponsabilidad diferenciada de todos para la misión. Por eso la Iglesia, Cuerpo de Cristo, aprende de la Eucaristía a articular unidad y pluralidad: unidad de la Iglesia y multiplicidad de asambleas eucarísticas; unidad del misterio sacramental y variedad de tradiciones litúrgicas; unidad de la celebración y diversidad de vocaciones, carismas y ministerios. Nada muestra mejor que la Eucaristía que la armonía creada por el Espíritu no es uniformidad y que todo don eclesial está destinado a la edificación común. Cada celebración de la Eucaristía es también expresión del deseo y de la llamada a la unidad de todos los bautizados, que todavía no es plena y visible. Donde no es posible la celebración dominical de la Eucaristía, la comunidad, deseándola, se reúne en torno a la celebración de la Palabra, donde Cristo sigue estando presente” … (sic).Invito pues a los sacerdotes, diáconos, catequistas y fieles en general, a reflexionar en el valor del bautismo recibido, a evaluar la forma como han asumido sus compromisos, y la manera como el itinerario de formación sacramental, que lleve al crecimiento y madurez de la fe cristiana, se está llevando a cabo. Nuestro propósito es propiciar procesos que permitan adentrarse más y mejor el corazón mismo del Señor y de la Iglesia. Buena Cuaresma bautismal para todos.+Luis Fernando Rodríguez VelásquezArzobispo de Cali

Mié 26 Feb 2025
“El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones” (Rom 5, 5)
Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve- Nos encontramos próximos a iniciar el tiempo de cuaresma con el miércoles de ceniza el próximo 5 de marzo, con una invitación concreta a transformar nuestra vida en Cristo, con el llamado del Señor en su Palabra: “Conviértete y Cree en el Evangelio” (Mc 1, 15), que consiste en reorientar la vida hacia Dios y renovar la FE en la buena noticia del Reino de Dios, recordándonos la necesidad de conversión y penitencia que en el tiempo de cuaresma y particularmente en este año jubilar, tenemos que reforzar para purificar nuestra conciencia del mal y el pecado y totalmente purificados recibir la gracia de Dios que nos perdona y nos reconstruye interiormente porque “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones” (Rom 5, 20).Para reconocer el pecado personal es necesario estar muy cerca de Dios, para poder sentir el dolor por el rechazo a Él por el mal que hace nido en el corazón, descubriendo con el pecado la gran pérdida de la gracia. Así lo expresa el Catecismo de la Iglesia Católica: “El pecado está presente en la historia del hombre: sería vano intentar ignorarlo o dar a esta oscura realidad otros nombres. Para intentar comprender lo que es el pecado, es preciso en primer lugar reconocer el vínculo profundo del hombre con Dios, porque fuera de esta relación, el mal del pecado no es desenmascarado en su verdadera identidad de rechazo y oposición a Dios, aunque continúe pesando sobre la vida del hombre y sobre la historia” (CCE 386).Cuanto más cerca estamos de Dios más podemos sentir el desastre y las heridas que causa el pecado en la vida personal, sin embargo, tenemos la posibilidad en Jesucristo Nuestro Señor de recuperarnos, recibiendo su perdón misericordioso tal como lo hizo con la mujer adúltera cuando le dijo: “Tampoco yo te condeno. Puedes irte, pero no vuelvas a pecar” (Jn 8, 11), indicando con ello que el ser humano pecador no quedó abandonado por Dios, al contrario, como Padre misericordioso siempre va en busca de la oveja perdida. Así lo expresa el Catecismo de la Iglesia Católica: “Tras la caída, el hombre no fue abandonado por Dios. Al contrario, Dios lo llama (Cf Gn 3, 9) y le anuncia de modo misterioso la victoria sobre el mal y el levantamiento de su caída (Cf Gn 3,15)” (CCE410), porque “Donde abundó el pecado, sobre abundó la gracia” (Rm5,20) y en la bendición del Cirio Pascual en la noche santa de la Pascua reconocemos “el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones” (Rom 5, 5), cuando cantamos “¡Oh feliz culpa que mereció tal y tan grande Redentor!”.Frente a la realidad del pecado que nos agobia y destruye, tenemos la certeza que es la gracia salvadora de Dios para con toda la humanidad que se nos ha ofrecido desde el madero de la Cruz, donde Jesús entregó su vida en rescate por todos, la que nos purifica y esto es posible por el amor de Dios que es infinito y que Él permanentemente derrama en nuestros corazones. De tal manera que en Jesucristo no todo está perdido, tenemos la esperanza de ser perdonados, que es la certeza que la gracia de Dios sobreabunda en nuestras vidas. De esta realidad nosotros somos testigos y tenemos la misión de anunciarlo a los demás, siendo instrumentos de la misericordia del Padre.El mundo, nuestra región y también muchas de nuestras familias se están destruyendo por causa del pecado. Muchos desesperados en las angustias y tragedias que causa el mal, siguen buscando una salida sin Dios. Desde la Fe damos testimonio que sin Dios es imposible una solución, por eso es hora de volver al Señor, haciendo resonar en el corazón las palabras que escucharemos el miércoles de ceniza y durante este año jubilar: “Conviértete y cree en el Evangelio” (Mc 1, 15), tomando conciencia que: “Ya no pesa, por tanto, condenación alguna sobre los que viven en Cristo Jesús, porque la ley del Espíritu vivificador me ha liberado por medio de Cristo Jesús de la ley del pecado y de la muerte” (Rm 8, 1-2), porque Cristo murió para que nosotros fuéramos perdonados y que en nuestra vida sobreabundara la gracia.La certeza del perdón en Cristo la tenemos que renovar permanentemente en nuestra vida. Todos somos pecadores, pero lo que se espera de todos los cristianos es que no permanezcamos en situación de pecado, sino que frente al pecado busquemos el recurso de la gracia mediante el sacramento de la confesión, que nos reconstruye interiormente y nos devuelve la gracia de Dios.Aprovechemos este año jubilar para revisar nuestra vida en ambiente de oración contemplativa y recibamos las gracias que nos trae el jubileo, para seguir en nuestra vida perdonados, reconciliados y en paz. Que esta cuaresma que estamos prontos a iniciar sea un tiempo para recibir “el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones” (Rom 5, 5), donde dejemos que sobreabunde la gracia de Dios en nuestras vidas, para reafirmar nuestra respuesta de Fe, Esperanza y Caridad a la llamada que Dios nos hace a la conversión y a la Santidad, escuchando y leyendo el mensaje del Señor, meditándolo y creyendo en su Palabra y con ello convertir nuestra vida en Cristo para decir con San Pablo: “Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20) y poder cumplir con el mandato del Señor: Sean mis testigos.En este camino espiritual contamos con la protección maternal de la Santísima Virgen María y la custodia del Glorioso Patriarca San José, quienes escucharon la Palabra de Dios y entregaron su vida para hacer su voluntad, viviendo siempre en la gracia de Dios.En unión de oraciones, reciban mi bendición.+José Libardo Garcés MonsalveObispo de la Diócesis de Cúcuta