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Iglesia

Mar 26 Abr 2016

Los cuerpos de los difuntos deben ser tratados con respeto

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - Sobre el tema de la donación y trasplantes de órganos de vivos y de difuntos, la Iglesia Católica ha sido clara en su doctrina. El Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, que resume la doctrina católica a manera de preguntas y respuestas, plantea una pregunta muy acorde al momento que se vive en Colombia ante la inminente sanción por parte del Presidente de la República del proyecto de Ley aprobado en el Congreso, donde se declara a todos los ciudadanos colombianos donantes de órganos si en vida no hacen expresa su voluntad de no ser donantes de órganos después de muertos. Es decir, como se afirma, se protocoliza la denominada “presunción legal de aprobación” por el silencio o por no haber rechazado ser donantes. Se elimina el requisito de la aprobación por parte de la familia del fallecido, asumiendo el Estado la decisión de hacer uso de los órganos del difunto para donarlos. Para los católicos, la doctrina es simple y se sintetiza así: “¿Se permiten el trasplante y la donación de órganos antes y después de la muerte? R/. El trasplante de órganos es moralmente aceptable con el consentimiento del donante y sin riesgos excesivos para él. Para el noble acto de la donación de órganos después de la muerte, hay que contar con la plena certeza de la muerte real del donante” (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, número 476, que remite al número 2296 del Catecismo) El Catecismo es muy claro en las directrices sobre este tema: “Los cuerpos de los difuntos deben ser tratados con respeto y caridad en la fe y la esperanza de la resurrección. Enterrar a los muertos es una obra de misericordia corporal (cf. Tb. 1, 16 – 18), que honra a los hijos de Dios, templos del Espíritu Santo” (n. 2300). El don gratuito de órganos después de la muerte es legítimo y puede ser meritorio” (Catecismo, 2301) Es verdad que ya muchos países tienen legislada esta materia. Pero en nuestro caso, que todavía desconocemos la integralidad del texto de ley, surgen una serie de interrogantes que vale la pena poner sobre la mesa. Primero. El punto de partida es que la Iglesia no rechaza esta práctica, antes bien, la motiva como acto de solidaridad y de caridad, siempre que se cumplan una serie de requisitos que tienen que ver directamente con la voluntad del fallecido, como también con el respeto a su historia personal y a su familia. La pregunta sería: ¿Cómo se contempla en la ley el respeto a la dignidad del ser humano vivo y difunto? Segundo. El Catecismo enuncia un principio esencial: “que se tenga plena certeza de la muerte real del donante”. En España, por ejemplo, la reglamentación de esta práctica exige que sean tres los médicos que dictaminen dicha muerte. Por otra parte, es primordial que no se aceleren los procesos de muerte y que no se negocie con los órganos. La pregunta sería: ¿Cómo asegurar que se cumplan estos requisitos? Tercero. Está vigente todavía en la Constitución Colombiana, el artículo 18 que afirma que “se garantiza la libertad de conciencia. Nadie será molestado por razón de sus convicciones o creencias ni compelido a revelarlas ni obligado a actuar contra su conciencia”. La pregunta sería: ¿En caso de que una familia, católica o no, amparados en el artículo anteriormente presentado, esgrima argumentos religiosos o éticos para impedir que del familiar fallecido se extraigan órganos, esta decisión será respetada? Cuarto. ¿Cuál será el procedimiento para que un ciudadano haga valer su voluntad de no ser donante? ¿Ante quién se haría? Este escrito es simplemente un eco acerca de un tema que seguramente abrirá muchos debates cuando se trate de la implementación y reglamentación de la ley que ya no sería sólo de donación de órganos, pues la donación es fruto de un acto de la voluntad del sujeto vivo que desea ayudar a otras con sus órganos a superar una enfermedad, sino un acto unilateral del Estado, a través del servicio de salud, que hace uso del cuerpo de un muerto, así él no hubiera dicho nada, para atender el legítimo deseo de un enfermo de superar sus dolencias Que no se olvide nunca lo que dice el Catecismo, que “los cuerpos de los difuntos deben ser tratados con respeto”. + Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar de Cali

Lun 25 Abr 2016

Un país polarizado

Nuestro compromiso por la paz: el diálogo Por: Mons. Cesar Balbín Tamayo - Parece ser que la historia de nuestro país, desde los tiempos de la independencia, no ha sabido superar las marcadas diferencias entre las diversas tendencias y formas de ver y de pensar el Estado y el país mismo. Así como se puede constatar que han sido muy pocos los tiempos de verdadera paz que en los últimos 200 años se han vivido en Colombia, se puede constatar también que el país ha vivido una marcada polarización. Incluso yendo más atrás se pondría pensar que algo de las profundas divisiones de los tiempos de la colonia se ha quedado enquistado en el ser y en el quehacer de los colombianos. Se comienza muy pronto, después de la independencia, a gestar una fuerte división entre la concepción centralista y la concepción federal del Estado. A partir de aquí se van configurando, y hasta nuestros días, los dos partidos políticos tradicionales: liberal y conservador, con una marcada concepción de Estado, diametralmente opuesta, pero también ambos excesivamente excluyentes. Sólo a partir de la segunda mitad del siglo pasado han ido ingresando paulatinamente otras concepciones de Estado, tal vez influenciados por regímenes socialistas, la mayor parte de ellos. Pero esa polarización paradójicamente se viene sintiendo con más fuerza en nuestros días. Digo paradójicamente cuando se puede estar más cerca de llegar a unos acuerdos, al menos de cese al fuego y del regreso de uno de los grupos armados a la vida civil y política del país. El problema de la polarización es que radicaliza las posiciones, que es lo que estamos viviendo en los últimos tiempos en el país. Todo ello no hace sino demostrar que muchos quieren la paz como un logro personal, o un triunfo, que no quieren dar a degustar al contradictor, al oponente o al enemigo. Es claro, y así lo afirman todos, (porque nadie ha dicho, al menos públicamente, que no quiere a paz), que la paz es, hoy más que nunca necesaria, que nunca se ha estado tan cerca de la misma. Y en esta polarización definitivamente quienes salen perdiendo es la paz misma y todos los colombianos. Una polarización que desorienta, que descalifica de un lado y de otro, unas fuerzas que se repelen, unos dirigentes que dan el triste espectáculo público de ventilar sus odios y sus rencillas, y el resultado final será el que se firmen unos acuerdos, desconocidos para muchos, (hasta el momento), pero una paz lejana, porque el país seguirá estando tan polarizado y tan desinformado, como lo ha estado a lo largo de los últimos 200 años. Definitivamente no somos un país unido, ni siquiera para algo tan vital como es la paz. Nosotros creemos que la paz no es sólo una construcción de la sociedad humana, sino que es también un don de Dios, el Señor de la Paz. El diálogo que comienza desde el encuentro filial y fraterno en los hogares, el diálogo en la escuela (colegios, universidades y demás), el diálogo en el mundo del trabajo y de la cultura, el diálogo en todos los estamentos, y el dialogo que se va expandiendo y va permeando todas las capas de la sociedad, podrá lograr el efecto contrario a la polarización y nos podrá llevar hasta donde los dirigentes del país no lo han podido lograr y si siguen la ruta actual, ni ellos, ni nosotros lo lograremos. + Cesar A. Balbín Tamayo Obispo de Caldas

Vie 22 Abr 2016

"Ley para donación de órganos podría tener sus riesgos": Mons. Castro

Luego que la Plenaria del Senado aprobara el texto de la conciliación, del proyecto de ley sobre donación de órganos, el arzobispo de Tunja y Presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia, monseñor Luis Augusto Castro Quiroga, celebró esta decisión, por verla como un acto de entrega para permitir que la vida de otra persona continúe. “Es una buena noticia, debemos convencernos de que hacemos un gran favor, para qué otras persona vivan”, afirmó el arzobispo. Sin embargo, advirtió que se debe tener cuidado con esta aprobación para que no sea una puerta abierta e ilegal al tráfico de órganos en el país, por lo que hizo un llamado a las autoridades para que se ponga en marcha un plan de control a esta práctica. “Naturalmente esto conlleva a algún peligro: que se intensifique el tráfico de órganos, o un comercio ilícito, que llega hasta mutilar a las personas, para poder establecer una especie de comercio”, aseguró el prelado a la cadena radial de Caracol. Agregó además, que “es importante entonces que por una parte se estimule la donación de órganos, pero por otro que se controle muy bien y que no vaya a haber un abuso de los seres humanos para mutilarse en un contexto de un tráfico de órganos”. Al convertirse en ley esta iniciativa, todos los colombianos serán donantes de órganos a menos que una persona en vida manifieste que no desea serlo.

Mié 20 Abr 2016

¿Qué hicimos con el agua?

Por: Darío de Jesús Monsalve Mejía - En el día de la tierra, 22 de abril, estamos invitados todos a responder. La Arquidiócesis de Cali, con el apoyo de la Corporación del Valle del Cauca (CVC) y de otras entidades públicas, convoca a manifestarnos públicamente. La concentración será a las nueve de la mañana (9 a.m.), en la carrera 1ª. con la calle 6ª , inicio del Paseo o Boulevard del Río Cali. ¡Más vale tarde que nunca! Aunque los daños ambientales y el calentamiento global son enormes, unidos podemos desagraviar la creación y al Creador, restaurar la armonía entre la población humana y la esfera de la vida, la biosfera. ¿Qué hicimos con el agua, que tan generosamente recibimos de nuestro suelo y territorios? ¿Qué seguirá haciendo Cali con sus siete ríos y sus fuentes de agua? ¿Calmamos el hambre y la sed de nuestros pueblos o los convertimos en masas desnutridas y sin agua potable? ¿Brindamos abrigo y protección o despojamos y desplazamos a nuestros pueblos, a nuestros campesinos, negros e indígenas? ¿Construimos verdadero hábitat humano o llenamos de habitantes de calle, de tugurios y de viviendas inhumanas, muchas veces llamadas “de interés social”, nuestros caminos, carreteras, orillas de ríos y quebradas, nuestras ciudades? ¿Educamos a hombres y mujeres para que sean personas y ciudadanos responsables o preferimos hacinarlos y degradarlos en cárceles, lanzarlos a la ilegalidad y delincuencia, e inventarnos a diario sistemas de represión y muerte? ¿Cuidamos la salud humana y prevenimos epidemias y pestes, o dejamos que se roben los presupuestos y comercialicen con la salud de nuestro pueblo? Las obras de misericordia hoy no son un mero llamado sino una pregunta, una denuncia, una exigencia de cambios culturales y estructurales. Perdamos el miedo a la verdad y al cambio, antes que la codicia y el engaño nos devoren sin remedio. + Darío de Jesús Monsalve Mejía Arzobispo de Cali

Lun 18 Abr 2016

El arte de ser arquitectos

Por. P. Wilinton Torres Pulido. Hace algunos días nos visitó la Universidad de la Sabana, compartiendo algunos estudios de investigación muy interesantes y entre otros puntos concluían que una familia sólida fomenta el desarrollo positivo de los niños. Hemos entrado en el mes de los niños, buena oportunidad para hablar de la arquitectura, pero no de una arquitectura quizá de edificios o demás estructuras físicas, sino de la arquitectura humana, como arte de acompañar a nuestros niños y niñas en procesos que le enseñen a vivir de acuerdo a la verdad la bondad y belleza de su ser, en una comunidad que lo acoge y le enseña los valores y virtudes propios de una herencia cultural milenaria. Somos fecundados fruto de la donación de un hombre y una mujer, quienes deciden entregar sus vidas, dando cumplimiento a las palabras del Génesis: “Por esta razón deja el hombre a su padre y a su madre, y se une a su mujer, y los dos se hacen uno solo”. (Gen. 2,24). Es allí donde el hombre deja su egoísmo natural y comienza a formar comunidad. “Una sola carne” significa, que fruto de su entrega total, nacen los niños, amor esponsal y eterno. Quienes se entregan para toda la vida, reciben la gracia divina para acompañar a la nueva vida que se recibe en calor de hogar . Allí cuando la mamá le da leche materna a su hijo le está trasmitiendo fe, esperanza y caridad. Es allí donde aprendimos que existen momentos sagrados para encontrarnos, éstos no se discuten simplemente se acogen. Cómo no recordar los días en que con mis cuatro hermanos, papá y mamá rezábamos el rosario y nos encontrábamos para orar y descubrir el momento sagrado de la comunión y el encuentro con Dios. Cómo olvidar cuando visitaba a mis abuelitos y veía en su habitación un Cristo, la Biblia, la imagen de la virgen del Carmen, en un altar que para ellos era muy sagrado. En la escuela el domingo, las profesoras nos llevaban a misa y aprendíamos que Dios ocupa en nuestra vida un lugar importante, cantábamos los villancicos en diciembre con nuestra catequista, aunque nos motivara un obsequio sencillo para el último día de novena, también, el regalo que nos dejaban nuestros padres la noche del 24, y el veinticinco amanecíamos felices porque el Niño Dios nos lo había traído. Podríamos seguir con la lista interminable de celebración de la comunión. Así aprendimos que aunque había también momentos difíciles en casa, Dios nos mantenía unidos, que éstos eran muy cortos y que vendrían otros muy especiales. Aprenderíamos que la vida no es color de rosa, pero sí color esperanza. Nuestros padre nos entregaron la herencia de los valores que harían de nosotros seres humanos, y con la gracia de Dios, más que humanos, para ser protagonistas de nuestra historia y sembradores de valores que nos ayudarían a descubrir lo esencial de la existencia para descubrir en ella el gozo de vivir, de ser hijos de Dios, en la artesanía de un mundo mejor. Por último, como olvidar la relación y el significado que tiene nuestra vida, también gracias a que nuestros padres, profesores, y aun en las escuelas deportivas en las que compartimos, estaban en sintonía de formar seres humanos capaces de vivir con esperanza en la donación de nuestra vida a una misión de humanidad. En este mes damos gracias a Dios por nuestros padres y todos aquellos que hicieron posible la mejor arquitectura de nuestras vidas con los valores y virtudes que nos enseñaron para ser hombres y mujeres de bien. Es entonces nuestra tarea, ser arquitectos de humanidad y continuar con la herencia que nos han dejado nuestros antepasados y hacer que este mundo sea mejor y crezca cada vez más en fe, esperanza y caridad, también en el corazón de nuestros niños y niñas. Ésta es una tarea no sólo de este mes, sino de toda nuestra vida. Dios siga regalando los dones necesarios para que juntos, con los carismas que hemos recibido, los compartamos a las nuevas generaciones, haciendo de esta tierra una oportunidad de justicia y caridad para todos. P. Wilinton Torres Pulido Director del Departamento de Estado Laical

Sáb 16 Abr 2016

Pastores para servir

Por Mons. Edgar de Jesús García Gil. Quiero escribir sobre los pastores de la Iglesia (obispos, presbíteros, diáconos) pero desde una orilla que hoy en día es un poco desconocida. Estamos cansados con todos los medios amarillistas que solo se recrean en los malos ejemplos de las diferentes profesiones del mundo, y por supuesto a la Iglesia, con mucha o poca razón, se la aplican hasta el fondo. Mi vocación al sacerdocio se forjó por el respeto profundo que en mi familia y en mi pueblo les tenían a los representantes de Cristo en la tierra. Cuando el padre rector del seminario menor de Cali me pregunto por qué quería entrar al seminario le respondí que yo quería ser sacerdote para servir como veía que hacían los sacerdotes que rodearon mi infancia sobre todo en mi parroquia de Roldanillo. En el seminario menor y mayor San Pedro apóstol de Cali, dirigido por los padres Eudistas, la alegría, la entrega, la tenacidad, la preparación intelectual, la dirección espiritual y la vida de oración que los padres formadores nos mostraban fueron apoyo incondicional para madurar en un sano equilibrio nuestra vocación a la vida cristiana y sacerdotal. Aprendimos a discernir con respetuosa inteligencia que las fallas humanas no tenían que acaparar todo el valor de la persona sino que eran oportunidades para revisar y mejorar. El concilio vaticano segundo (1962-1965), nuevo pentecostés en la Iglesia, indudablemente abrió nuevos horizontes para comprender una Iglesia con sus presbíteros más abierta al mundo y a las necesidades de las personas más pobres. Muchos presbíteros en sus comunidades comenzaron abrir brechas novedosas para que el evangelio incidiera con mayor profundidad en la realidad social. Aunque algunos se quemaron en estos intentos por seguir líneas políticas equivocadas, la mayoría ha sobrevivido aportando desde su experiencia y madurez los logros que ahora estamos cosechando. En América Latina se fue gestando una nueva esperanza para el continente. El consejo episcopal latinoamericano (CELAM) compuesto por un puñado de obispos que entendieron desde el comienzo lo que significaba la comunión y la participación en la tarea de sembrar el Reino de Dios en el mundo ha servido para aplicar la revolución del Concilio en la realidad de nuestro continente. El Papa Francisco es un ejemplo de lo que estoy comentando. Al terminar el concilio muchos presbíteros de varios países de Europa salieron en misión ad gentes para diferentes partes del mundo con el fin de colaborar en una evangelización más inculturada en nuestras propias realidades. Ellos gastaron su vida en la evangelización sin protagonismos políticos o sociales que los halagaran con aplausos y reconocimientos mundanos. Algunos fueron martirizados por el evangelio. Solo la misión comprometida con sus cuotas de sangre es la que suscita vocaciones entre los niños, adolescentes y jóvenes para apostarle a la vida sacerdotal en lo que llamamos la aventura de la fe y del evangelio por instaurar el Reino de Dios entre los hombres. Indudablemente las familias cristianas comprometidas han sido semilleros de vocaciones sacerdotales en nuestro continente. Y es en este espacio de comunión familiar donde ahora tenemos que seguir cultivando más vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. La belleza de la familia se hace visible en los hijos y en sus diferentes opciones de vida que van asumiendo. Los 5200 obispos y los 415.348 presbíteros católicos que vivimos en estos tiempos tratamos de responder a una llamada que es de Dios, en una Iglesia que está guiada por el Espíritu Santo. El pueblo santo de Dios que acompañamos en nuestras diócesis y parroquias es la razón de ser de nuestra entrega porque todos caminamos juntos para vivir la propuesta salvadora de Jesús resucitado que hoy nos vuelve a repetir: “Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas mi siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno” Juan 10, 27-30. Felicitaciones a todos los pastores que a ejemplo de Jesús el Buen Pastor trabajan en el campo de Dios por la salvación de la humanidad. + Monseñor Edgar de Jesús García Gil. Obispo de la diócesis de Palmira

Jue 14 Abr 2016

Que se note la Pascua

Escrito por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo – Después de la solemne Vigilia Pascual, la Iglesia continúa contemplando y asumiendo el acontecimiento de la Resurrección del Señor, que nos permite experimentar su presencia y la irradiación de su vida nueva en nosotros. El tiempo de Pascua es para comprender y sentir que la victoria de Cristo es nuestra victoria, que su muerte es nuestro verdadero nacimiento. La vida cristiana existe o desaparece según sea nuestra fe en la Resurrección. Cuando, después de la larga preparación de la Cuaresma, se cree y se vive realmente la Pascua del Señor, debemos tener la convicción de San Pablo: "Pasó lo viejo, todo es nuevo" (2 Cor 5, 17). En verdad, ya nada debe ser como antes. De muchas maneras se debe manifestar en nosotros esta novedad; no se trata simplemente de afirmar una doctrina, sino de vivir con coherencia un acontecimiento y testimoniarlo con pasión en el mundo. La Pascua se debe notar en nuestra alegría. Si creemos que Cristo está vivo en medio de nosotros, si vemos que ha comenzado una transformación del mundo y de la historia, si tenemos la certeza de que estamos destinados a la vida eterna, debe verse que nuestra existencia, no obstante las pruebas y dificultades que tengamos, es ya una fiesta. Vivimos en la paz, la confianza y el gozo que nos da el triunfo de Cristo. La Pascua se debe notar en nuestro celo apostólico. Como los primeros discípulos, quien ha vivido este acontecimiento único y sorprendente necesariamente debe ser testigo (Hech 10,39-42). Todos conocemos los sufrimientos y los miedos de nuestra sociedad, las dificultades de nuestras familias, la lucha en que se debate la juventud; si no llegamos a estas situaciones con un valiente anuncio del que es luz y vida para el ser humano, es porque todavía no creemos en la Resurrección. La Pascua se debe notar en nuestra fraternidad. Quien nos ha mandado amar como él mismo nos amó, nos ha capacitado, por su muerte y resurrección, para tener sus mismos sentimientos y criterios. En efecto, nos ha dado su Espíritu que derrama en nosotros el amor de Dios para que seamos hermanos y construyamos la auténtica comunión eclesial. La fuerza de nuestra unidad prueba la verdad de nuestra experiencia pascual. La Pascua se debe notar en nuestra decisión de ser santos. Vivir la Resurrección nos hace semejantes a Cristo, que venció el pecado del mundo y vive para Dios. La gracia de este tiempo, cuando la acogemos auténticamente, nos lleva a caminar según las bienaventuranzas. Si no hemos salido de la fuerza de gravedad del egoísmo y del mal, todavía no somos personas pascuales, no tenemos aún rostro de resucitados. La Pascua se debe notar en nuestra esperanza. Más allá de la maraña de dificultades y angustias que tenemos, escuchamos la palabra de Jesús: "Tendrán tribulaciones en el mundo, pero tengan confianza: Yo he vencido al mundo" (Jn 15, 18; 16, 33). Si hemos resucitado con Cristo, como enseña San Pablo, buscamos las cosas de arriba; aspiramos a las cosas de arriba, porque nuestra vida ya está en Dios (Col 3; 1-3). + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Dom 10 Abr 2016

Para orar, meditar y vivir

Para orar, meditar y vivir ¿Me amas más que éstos? Santa Teresita, inquieta por santificarse en la iglesia, se hacía continuamente la siguiente pregunta: ¿En la iglesia cuál es mi vocación? Después de mucho leer y meditar, se encontró con los capítulos 12 y 13 de la primera carta de San Pablo a los Corintios y de allí extrajo la siguiente conclusión: “En la iglesia, mi vocación es el amor”. Y desde aquélla hora la santa repetía continuamente: “¡Oh, Jesús!, para amarte no tengo nada más que el hoy”. El amor verdadero se vive en el presente, en el hoy de Dios, de lo contrario es una mera ilusión. “Me voy a pescar” es la expresión que Pedro lanza a los otros discípulos y dicen ellos: “Vamos también nosotros contigo”. Vuelven al oficio de antes, regresan a su pasado y lo hacen bajo el liderazgo de Pedro, pero con unos criterios meramente humanos. El amor que Jesús les había manifestado durante su ministerio público, llegaron a pensar que era un amera ilusión, un amor pasajero, un amor al estilo humano. Por eso, volvieron al oficio de antes e intentaron pescar durante toda la noche y al amanecer no habían cogido nada. Por más que bregaron no lograron pescar absolutamente nada. Es que la vida sin el Señor es vacía y sin sentido. Se necesitan las luces del Maestro y Señor. En realidad la vida sin Jesús no tiene orientación, no tiene un norte bien definido. “Jesús se presentó en la orilla” y hace una pregunta: “Muchachos, ¿tenéis pescado?”. Los discípulos fueron sinceros y reconocieron que no tenían absolutamente nada que compartir con el “desconocido” que los interrogaba. Sin embargo, cuando él los invita a lanzar las redes, que luego sacaron llenas de peces, son obedientes y es allí precisamente, cuando descubren que es el Señor. La obediencia a la Palabra de Jesús multiplica el bien y da resultados asombrosos. Con la obediencia se descubre que el Señor nunca se ha ido, que siempre ha estado con sus discípulos, aún en los momentos más críticos de su existencia Jesús está con sus discípulos no solamente en los momentos buenos y alegres de la vida, sino también a la hora de la dificultad. También lo estará en medio de sus persecuciones y de la muerte. Jesús estará siempre allí. Dios está siempre con nosotros, aunque muchas veces no lo percibamos. Viene ahora una escena preciosísima que vale la pena resaltar: Jesús invita a sus discípulos a compartir una comida. Los discípulos aportan los peces, pero Jesús mismo ya ha preparado la hoguera. “Ven unas brasas con un pescado puesto, encima y pan”. Jesús les calienta el alma, les da de comer, les alimenta el espíritu. Jesús rehace la amistad con sus discípulos, les demuestra que su amistad es eterna, les da prueba fehaciente se su fidelidad y amor eterno. Allí sentados en la cena, se gesta un silencio constructivo, un silencio palabra, en el cual los discípulos no se atreven a decir nada, porque sabían que era el Señor. Frente a Dios es mejor callar que locamente hablar. A Dios solo se le ama y se le contempla en el silencio. Los discípulos entienden que no se trata del silencio amargo del escandalo de la cruz, sino del silencio que reconoce una presencia viva, que acoge la identidad del Maestro, que satisface la interpelación del corazón. Ahora que Jesús ha resucitado, Jesús rescata a sus discípulos de la noche de una ausencia que nunca ha sido tal y atrae a su comunidad a una comunión más profunda con Él. En este comer juntos, Jesús es para ellos, más que nunca “el pan que da la vida” plena y resucitada (6,35). “Yo soy el Pan de Vida”. “Yo he venido para que tengan vida y vida en abundancia” (Jn 10,10). Decía Santa Teresa: “Dios siempre habla en el silencio”. Para escuchar a Dios es necesario hacer silencio. En el silencio nos abrimos a la acción misericordiosa de Dios. El silencio nos propicia un ambiente favorable para conocernos a nosotros mismos y reconocer al otro. En la soledad nos encontramos con nuestras grandezas y miserias. En el silencio descubrimos el amor infinito de Dios, su misericordia. En este ambiente de silencio, se da precisamente la última escena del evangelio que proclamamos, miremos: 1.Hay una triple pregunta: ¿Me amas? Con la triple pregunta, Jesús le da a Pedro la posibilidad de enmendar su triple negación durante la pasión. Dios nos da a todos siempre una segunda oportunidad. Incluso nos da una tercera, una cuarta y hasta infinitas posibilidades. El Señor no lo borra a uno de su corazón con el primer error. Con el Señor siempre hay una nueva oportunidad, con Él nada está perdido. ¿Será que nosotros somos así con los demás? Somos resentidos, vengativos…, precisamente, porque vivimos sin Dios. Odiamos y con ese sentimiento ocupamos nuestro corazón y no le damos cabida al Señor. Trabajamos mucho, hacemos muchas cosas, pero sin la fuerza divina y por eso hacemos demasiado poco y nos cansamos mucho. 2.Quien ama perdona. Si aprendiéramos la lección contenida en esto que Jesús hizo por Pedro, si nos interesáramos por devolverle nuestra confianza a alguien que se ha equivocado, que nos ha hecho algo feo, que nos ha traicionado, que no se hizo sentir cuando más lo necesitábamos, nuestra convivencia familiar y comunitaria sería más feliz. Si perdonáramos más, viviríamos más y mejor, viviríamos alegres y bien dispuestos para amar incluso a los enemigos. 3. Hay una triple confesión que termina con un acto de confianza absoluta: “Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero”. El diálogo entre Jesús y Pedro tiene que ver con la vida de cada uno de nosotros. San Agustín dice: “Interrogando a Pedro, Jesús también nos interrogaba a cada uno de nosotros”. La pregunta: “¿Me amas?” se dirige a todo discípulo. El cristianismo no es un conjunto de doctrinas y prácticas; es una realidad mucho más íntima y profunda. Es una relación de amistad con la persona de Jesús. 4.Quien ama sirve. Pongámosle cuidado también a esto: Jesús pide que el amor por Él se concrete en el servicio a los demás. Amar consiste en servir. “¿Me amas?, entonces apacienta mis ovejas”. ¿Amas a tu esposo(a)?, entonces ocúpate de él (ella). ¿Amas a los hermanos de tu comunidad de fe?, entonces pongase a servirles. ¿Amas a tu hijo?, y entonces, ¿por qué lo abandonas? Nuestro amor por Jesús no se debe quedar en un hecho intimista y sentimental, se debe expresar en el servicio a los otros, en el hacerle el bien al prójimo. La Madre Teresa de Calcuta solía decir: “El fruto del amor es el servicio y el fruto del servicio es la paz”. [icon class='fa fa-download fa-2x']Descargar reflexión completa[/icon]