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Carta pastoral del Arzobispo de Cali: "Hacia una paz desarmada y desarmante"
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Por Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - En los momentos difíciles que estamos viviendo en Colombia, no puede ser más oportuna esta frase del papa León XIV, dicha en el balcón de la Basílica de San Pedro en su primera bendición Urbi et Orbi el día de su elección el 8 de mayo de 2025, pues se convierte en un clamoroso llamado para que seamos capaces de desarmar los corazones, las manos y la palabra.
Un llamado a la esperanza.
Como arzobispo metropolitano de Cali, siento el deber pastoral de compartir estas sencillas reflexiones cargadas de esperanza, para que la Palabra de Dios logre permear las mentes y los corazones de todos, de manera que seamos capaces de afrontar esta dolorosa realidad, que es solo la punta del iceberg de lo que desde hace tiempo estamos viviendo en nuestro territorio.
Digo esto porque hasta el mes de enero de 2025 son más de 2.437 las muertes violentas de ciudadanos colombianos, según el Instituto de medicina legal y ciencias forenses, de los cuales 1.232 son homicidios y 231 suicidios. En este mes se dice que la cifra está cerca de 400 víctimas por encima del promedio mensual. Un dato no menor es que hasta finales de abril de 2025, se han registrado 123 feminicidios y se constata el incremento de los atentados contra las personas LGBTI. Es decir, el drama de la violencia y la muerte está presente desde hace años en nuestro país, solo que el atentado de una persona pública, precandidato a la presidencia, hace más visible y acuciante el problema, puesto que trae a la memoria también nuestra historia de dolor.
En nuestras comunidades parroquiales, y en buena parte de los municipios del Valle del Cauca, sin hablar de los territorios del sur occidente colombiano, podemos percibir un sentir de inseguridad y de temor en buena parte de la población. Sobre todo los jóvenes están siendo víctimas primarias del flagelo de la muerte o la utilización para actos delictivos, como el adolescente de catorce años que empuña su arma para atentar contra un ser humano, según dijo con angustia “para llevar a dinero a su familia”. Duelen estos testimonios para darnos cuenta de lo bajo a lo que estamos llegando como sociedad.
Esto, sumado a la pobreza, el desempleo, el hambre, el narcotráfico, la corrupción y las incertidumbres de índole político, hace que se vayan acrecentando sentimientos de desesperanza y miedo.
Necesidad de salir de la espiral de violencia.
Es duro reconocer que, desde el inicio de la historia de la humanidad las personas han sido violentas. Comienza con el fratricidio de Caín contra su hermano Abel (Gn. I, 8); los relatos de muerte y guerras del Antiguo Testamento son muestra de esta violencia. A Jesús le tocó formar a sus discípulos para la paz. En alguna ocasión en que iban camino de Jerusalén y no fueron recibidos en Samaría, “los discípulos de Jesús, Santiago y Juan, le dijeron: ¿quieres que mandemos que caiga fuego del cielo y los destruya? Pero Jesús se volvió hacia ellos y los reprendió” (Lc. 9, 53-55). Luego, cuando estaban en el huerto de Getsemaní, “uno de los que estaban con Jesús tomó su espada, la desenvainó e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja. Jesús, entonces, lo reprendió: ¡vuelve tu espada a su lugar!, pues todos los que empuñan espada, a espada morirán” (Mt, 26, 52).
Por esto mismo, el énfasis de Jesús en su trabajo evangelizador, tuvo como centro el mandamiento del amor. “Este es mi mandamiento: ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Jn. 15, 12) les dijo y nos lo sigue diciendo con ardor. No era un mandamiento nuevo per sé. Es el mismo mandamiento que tiene su raíz más profunda en la conciencia del ser humano, como referente clave de Dios en cada corazón, que está llamado a reconocerla y ser capaz y dejarse guiar por ella. Pero ¡cómo estamos de distantes de esto!. El ser humano, el de ayer y el hoy, está sumido, se ha dejado dominar, por lo que San Pablo denomina las obras de la carne, contrarias a los frutos del Espíritu (cfr. Gal. 5, 16 – 26).
Ya el papa León XIV en su homilía de inicio del ministerio petrino, el 18 de mayo de 2025, decía que “en nuestro tiempo, vemos aún demasiada discordia, demasiadas heridas causadas por el odio, la violencia, los prejuicios, el miedo a lo diferente, por un paradigma económico que explota los recursos de la tierra y margina a los más pobres. Y nosotros queremos ser, dentro de esta masa, una pequeña levadura de unidad, de comunión y de fraternidad. Nosotros queremos decirle al mundo, con humildad y alegría: ¡miren a Cristo! ¡Acérquense a Él! ¡Acojan su Palabra que ilumina y consuela! Escuchen su propuesta de amor para formar su única familia: en el único Cristo nosotros somos uno”.
Este llamado del Papa lo hago propio, e invito a todos los colombianos, a quienes hacen parte de la Arquidiócesis de Cali, a quienes me dirijo inicialmente en esta Carta Pastoral, a que seamos auténticamente humanos, es decir, personas con un corazón de carne capaz de amar, de perdonar, de respetar la diferencia, de dialogar; con un corazón humilde para acoger al otro y sus ideas.
Recuperar el valor de la ética.
Un aspecto que estamos llamados a poner nuevamente sobre la mesa, es el compromiso ético de todos. Desde el más simple ciudadano de a pie, hasta quienes están al frente de los gobiernos en todos los estadios de sus funciones en la vida pública o privada, debemos recuperar una ética que nos permita avanzar por caminos de paz y de reconciliación.
Es necesario que todos asumamos el compromiso de poner en práctica la llamada ética de los mínimos, que para nosotros los cristianos debe ser la ética de los máximos animada por el amor, de forma que la convivencia ciudadana sea pacífica y propicie el entendimiento y el desarrollo integral de todos. Por tanto, es fundamental que se retome el respeto de la legalidad y la legítima autoridad; que nadie se abrogue el derecho de tomar justicia por mano propia; que los derechos humanos sean siempre respetados; que se consolide y valore el estado de derecho constitucional; que el diálogo y la concertación primen sobre los actos de violencia y discriminación.
Qué importante que tomáramos todos conciencia de que un buen cristiano debe ser un excelente ciudadano. Recuperemos los principios básicos de una ética del respeto, de la valoración de la vida, de los bienes y de la casa común, que va más allá de los credos religiosos, ideológicos o políticos, que hace posible que avancemos en lo que San Pablo VI denominaba la “civilización del amor”.
Por una conciencia ética valiente.
Los clamores de tantos invitando a la pacificación y moderación de las manos, de las acciones y del lenguaje, servirán sin duda a la reconstrucción del tejido social, roto. Que estos clamores sean leídos y acogidos como el despertar de una conciencia ética valiente, animada por el deseo de convertirse, es decir, de rehacer el camino por la senda de la fraternidad y de la paz.
El libro de los Proverbios dirá que es necesario “con todo cuidado vigilar el corazón, porque de él brotan las fuentes de la vida. Apartar de él las palabras perversas y alejar de los labios la maldad” (4, 23-24), como una forma de alcanzar la meta de la unidad. Es el corazón el centro de todo nuestro actuar, como lo afirmará el papa Francisco en su encíclica Dilexit nos, sobre el Corazón de Jesús. “En este mundo líquido es necesario hablar nuevamente del corazón, apuntar hacia allí donde toda persona, de toda clase y condición, hace su síntesis”.
(n. 9). Y eso nos está faltando. Hay que volver al corazón de carne que nos hace más humanos. Porque no lo hacemos, la ética desaparece y el amor se convierte en una connivencia egoísta que destruye almas y cuerpos. Somos capaces de ser mejores seres humanos, y María, Madre de la Iglesia y Madre de todos, está a nuestro lado para lograr este soñado fin.
Con María caminamos en la esperanza.
Escribo esta Carta en la memoria litúrgica de María, Madre de la Iglesia. Esta celebración nos propone como texto evangélico el de San Juan en el capítulo 19: “Junto a la cruz de Jesús estaban también su madre y cerca de ella el discípulo que Él tanto amaba. Jesús le dice: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre” (Jn. 19, 25-27).
Sin duda que para María fue el momento más de duro de su vida. Estaba abrazada a la cruz de su Hijo que, siendo víctima inocente, se ofrecía por todos. Ella sabía que era Dios, y que seguro habría de resucitar. Pero esto tampoco le menguaba su pesar, ni secaba sus lágrimas. En el máximo de su dolor, nos es entregada como madre, para que su dolor se convirtiera en consuelo para quienes sufrimos toda clase de penas, como las que actualmente experimenta Colombia y el mundo entero. Ella es la mujer fuerte que acompañó a la Iglesia naciente en la oración, animándola a ser fiel a su Hijo y a no perder nunca la esperanza.
En el Corazón Eucarístico de Jesús tenemos vida.
Los exhorto para que pongamos la mirada en el corazón de Jesús “que nos amó hasta el extremo” (Jn. 13,1), y que nos dijo con ternura, “vengan a mi todos los que están cansados y agobiados, y yo les haré descansar” (Mt. 11, 28). Estas palabras de consuelo nos deben animar a no dejarnos dominar por la desesperanza y a fortalecer las iniciativas adecuadas para superar juntos los momentos de prueba y de dolor.
El domingo 22 de junio celebramos la solemnidad de Corpus Christi. La Eucaristía es la fuente y el culmen de la vida cristiana. Es el sacramento de la unidad, de la fraternidad, de la solidaridad, del perdón. Es también el sacramento que nos alienta en los momentos de fragilidad. Por eso pido a todos los párrocos de la Arquidiócesis de Cali, que dispongan para ese día una importante procesión, de manera que todas las parroquias llenen las calles de sus barrios con el suave olor de Cristo Eucaristía que pasa bendiciendo casas, negocios y, sobre todo personas que creen y esperan en la fuerza sanadora y redentora de este sacramento de salvación. Será también una especial oportunidad para dar un sentido clamor por la paz que todos anhelamos. Nuestro aporte como Iglesia será hacer una y mil veces el llamado a acoger la paz que Cristo nos da.
Acoger la paz de Cristo resucitado.
Con el papa León XIV, intitulé esta Carta Pastoral y con su palabra llena de confianza en Dios y animadora de “la esperanza que no defrauda” (Rm. 5,5), la termino: “Esta es la paz de Cristo resucitado, una paz desarmada y una paz desarmante, humilde y perseverante. Proviene de Dios, Dios que nos ama a todos incondicionalmente”.
Que nadie se sienta excluido de este amor y, que todos seamos perseverantes en superar las diferencias con altura, con respeto y con la confianza en que es caminando juntos, como haremos de Cali, de Valle del Cauca y de Colombia, una familia que mira el futuro con ilusión, sin miedo.
Que la bendición del Dios Uno y Trino, llegue a todos.
+Luis Fernando Rodríguez Velásquez
Arzobispo de Cali
9 de junio de 2025.
Memoria de María, Madre de la Iglesia.

¿Dónde quedaría la Patria Potestad de los padres de familia?
Mar 3 Jun 2025

Mar 20 Mayo 2025
He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra (Lc 1, 38)
Mons. José Libardo Garcés Monsalve - Avanzamos en el mes de mayo que en la Iglesia lo dedicamos a venerar de manera especial a la Santísima Virgen María, contemplando en ella a la mujer que entregó su vida en obediencia a la voluntad de Dios, para hacer posible la salvación del género humano. En nuestra Diócesis de Cúcuta al ritmo del Proceso Evangelizador, este mes tenemos como lema: Sean mis testigos, Recen el Santo Rosario, invitando a todos a honrar a la Virgen rezando el Santo Rosario en familia, como una manera de fortalecer en el hogar la fe, la esperanza y la caridad, virtudes que encontramos en María cuando entrega su vida a la voluntad del Padre Celestial.María es modelo de Fe porque desde que el arcángel Gabriel le anuncia que iba a ser la madre del Salvador, sorprendida y sin comprender todo el alcance de su misión, responde con palabras que expresan la fe y entrega fiel al querer de Dios: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38), manifestando con ello la actitud de fe de María y que Isabel reconoce y lo exclama con entusiasmo cuando la recibe en su casa, tal como lo narra el evangelio de Lucas: “¡Dichosa tú que has creído¡ Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1, 45), alabándola porque Ella ha creído que lo que ha prometido el Señor se cumplirá.Una fe como la de María engendra la virtud de la esperanza dándonos ejemplo de esperar en Cristo, con la Esperanza puesta en Dios. En los momentos más oscuros y tormentosos de su vida, María “brilla como signo de esperanza segura y de consuelo” (LG 68). Desde la Anunciación, María sabe que Cristo es la roca firme sobre la que se edifica la vida cristiana y la respuesta a Dios. María espera contra toda esperanza, incluso en el momento de la muerte de Jesús en la Cruz, cuando continúa su camino por la oscuridad, pero con el corazón lleno de Esperanza. María enseña a cada cristiano a estar junto a la Cruz del Señor, con dolor, pero de pie y con esperanza, “alcanzó así a estar al pie de la cruz en una comunión profunda, para entrar plenamente en el misterio de la Alianza” (DA 266), iluminando a todos los que peregrinamos en esta tierra y enseñando a saber poner en el Señor todas nuestras esperanzas humanas. Estamos este año como Peregrinos de la Esperanza viviendo el jubileo, momento de gracia, que de la mano de María dará al mundo una luz para vivir con los ojos fijos en el Señor.María mujer de fe y de esperanza nos enseña a avivar la caridad como creyentes en Cristo. María puso en práctica la caridad con todos los que se encontró en el camino. Reconocemos que el amor oblativo, de caridad sin límites de la Virgen, nace de la comunión que tenía con el corazón de Dios, que la llevó a aceptar ser la Madre del Redentor para entregarle la Salvación a todo el género humano, siendo este el mayor acto de caridad para con todos. La caridad y el amor de María por cada uno de nosotros, conduce de inmediato hasta Jesús, una caridad silenciosa y pru-dente, “La Virgen de Nazaret tuvo una misión única en la historia de Salvación, concibiendo, educando y acompañando a su Hijo hasta su sacrificio definitivo” (DA 267), siendo esta misión la caridad más silenciosa, pero la más efectiva para cada uno de nosotros.María al entregarnos a Jesús, nos trae con Él todo el amor, el perdón, la reconciliación y la paz, “Como madre de tantos, fortalece los vínculos fraternos entre todos, alienta a la reconciliación y el perdón, y ayuda a que los discípulos de Jesucristo se experimenten como una familia, la familia de Dios” (DA 267) y por eso, siguiendo su ejemplo, en un acto de caridad inmenso hacia nuestro prójimo, estamos llamados a entregar a Jesús a otros, incluso a quienes no lo conocen o abiertamente lo rechazan, tal como lo pide el Papa Francisco cuando nos invita a ir en salida misionera a todos los lugares y ámbitos donde Jesús no es conocido e incluso es rechazado o la indiferencia no lo ha dejado entrar (Cf. EG 14).Esta es la tarea de la Iglesia, comunidad de creyentes que tiene como vocación y misión comunicar a Jesucristo, como el mayor acto de caridad. Así nos lo enseña el Papa Francisco: “La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio” (EG 9), recordando que la primera obra de caridad que hemos de hacer a nuestros hermanos será mostrarles el camino de la Fe. Así lo enseñó San Juan Pablo II cuando dijo: “El anuncio de Jesucristo es el primer acto de caridad hacia el hombre, más allá de cualquier gesto de generosa solidaridad” (Mensaje para las migraciones 2001), y en esto la Santísima Virgen María, como maestra de la Caridad, nos da ejemplo de un amor total a todos nosotros, entregándonos a Jesús y llevándonos hasta Él.La profunda vida interior y contemplativa de nuestra Madre del cielo, nos exhorta a mirar fijamente a Jesucristo y a vivir con fe, esperanza y caridad, todo nuestro peregrinar humano y cristiano, con las incertidumbres y tormentas diarias, poniendo nuestra vida en las manos del Padre, con los ojos fijos en el Señor, hasta que lleguemos a participar de la Gloria de Dios. Los convoco a poner la vida personal y familiar bajo la protección y amparo de la Santísima Virgen María, en todas las circunstancias de la existencia, aún en los momentos de cruz. Que el Glorioso Patriarca San José, unido a la Madre del cielo, alcancen de Nuestro Señor Jesucristo la fortaleza en la Fe, la esperanza y la caridad, para que sigamos siendo discípulos misioneros que cumplimos el mandato del Señor y que nosotros lo hacemos realidad diciendo en este mes: Sean mis testigos, Recen el Santo Rosario.En unión de oraciones, reciban mi bendición.+José Libardo Garcés MonsalveObispo de la Diócesis de Cúcuta

Vie 9 Mayo 2025
Contra la violencia intrafamiliar, el amor intrafamiliar
Por Mons. Héctor Cubillos Peña - Asistimos en la actualidad a un ataque a la familia desde múltiples frentes que la alcanzan y la hieren en muchas dimensiones de su naturaleza y de su desarrollo en la vida de los seres humanos y en la sociedad. Amenazas que quieren destruir su unidad, su constitución, su vigencia, sus contribuciones al desarrollo de la sociedad, a la destrucción del amor y de la vida misma.Una de esas amenazas, no la única, es la violencia que se experimenta al interior en el campo de las relaciones entre sus miembros. Los relatos de hechos y las estadísticas indican hasta dónde se ha extendido esta situación interior que afecta profundamente la integridad de las personas. La pasada pandemia, vivida y sufrida, puso a la luz el dolor y el sufrimiento en el seno familiar. Violencia en las parejas, violencia entre padres e hijos, violencia entre hermanos debido precisamente al confinamiento en los hogares especialmente en las ciudades. En esas circunstancias los miembros de las familias tuvieron que soportar las agresiones, la intolerancia, los insultos, la incomprensión, la impaciencia y las dificultades para llegar al perdón y la reconciliación. Particularmente, se manifestó en múltiples formas la violencia contra la mujer.Esta violencia intrafamiliar, no se puede afirmar que fuera generalizada; pues hubo grupos familiares que lograron vivir con fortaleza para superar estos desafíos.En general, se puede afirmar sin ninguna discusión que la violencia es en definitiva ausencia de amor, de respeto, de paciencia, y esto se da en todos los niveles sociales, culturales y económicos de la sociedad. La violencia, es ante todo una manifestación de lo más profundo del corazón. En general, ella está presente como amenaza y como realidad en todos los lugares en donde se manifiestan las relaciones humanas. Colombia es una sociedad invadida por la violencia.En sí misma la violencia busca la destrucción y el mal; es la enemiga de la vida y el amor. Su máxima expresión es la muerte. Todos los días se asiste a noticias de asesinatos que hieren el corazón de todos. La violencia intrafamiliar no está exenta de esta realidad; la muerte de Abel por Caín es una prueba de ello (Gn 3). La violencia mata las relaciones más profundas del ser humano. Ella destruye la vida, destroza el corazón, causa heridas que no se pueden borrar; incentiva el odio y la venganza; hace más difíciles el perdón y la reconciliación; hace de los hogares escenarios de guerra; la violencia en la familia es manifestación del ansia de poder y dominio. El machismo del hombre amenaza el reconocimiento de la dignidad y los derechos de la mujer. La violencia en el ejercicio de la autoridad hace que se llegue a los enfrentamientos intergeneracionales. La violencia intrafamiliar fomenta la drogadicción y el madresolterismo como búsqueda de salida y huida a las dificultades intrafamiliares. La violencia crea grandes desequilibrios en el desarrollo de la madurez de los hijos. A causa de estas situaciones se pierden los valores fundamentales de la vida humana, individuales y sociales. Además, las legislaciones de los Estados amenazan los grandes pilares y principios de la familia: la fidelidad y la generación y cuidado de la vida.Ciertamente hoy se vive en ambiente de violencia en la vida social: la inseguridad, las diferentes formas de agresión, el irrespeto a la dignidad de los demás. Los diferentes medios de comunicación y las redes sociales no solo dan cuenta de la violencia, sino que también llegan a alimentarla como las redes sociales, el cine, la televisión o el internet.Hay una atención especial a la defensa de los derechos, pero no tanto a la práctica de los deberes para con los demás. La violencia no solo se da en el seno familiar sino también en las instituciones educativas, la intolerancia se experimenta con gran facilidad. Los esfuerzos que se realizan en la búsqueda del respeto y la convivencia pacífica no obtienen los resultados deseados.En este contexto es necesario atender con una mayor aplicación y atención a lo que debe ser la vida familiar y a su puesto y servicio a la sociedad, pues está el principio conocido que afirma que “la familia es la cédula de la sociedad”.El Papa Juan Pablo II presentaba una descripción de lo que es lo esencial de la familia como institución humana: “la familia, fundada y vivificada por el amor, es una comunidad de personas: del hombre y de la mujer esposos, de los padres y de los hijos. Su primer cometido es el de vivir fielmente la realidad de la comunión con el empeño constante de desarrollar una auténtica comunidad de personas…sin el amor la familia no puede vivir, crecer y perfeccionarse como comunidad de personas…sin el amor del hombre no puede vivir…si no lo experimenta y no lo hace propio, si no participa en él vivamente” (FC 18)La violencia al interior de la familia es por tanto falta de amor. El que no ha tenido la oportunidad de recibir y experimentar el amor no lo puede tener para hacer de su familia un verdadero hogar de perdón, respeto y paz; tampoco puede aportar a la construcción de una sociedad verdaderamente humana. La familia es la casa y la escuela del amor porque el amor es el que posibilita la práctica de los valores esenciales de la convivencia. Una sociedad será por tanto lo que sean sus familias. Está científicamente probado que es en los primeros años de vida cuando se siembran las disposiciones y principios que comprenden el amor en su sentido amplio; después ya será más difícil. Es triste ver como las instituciones educativas buscan sembrar lo que no fue sembrado en la vida familiar.El amor implica su educación su formación en las personas; la familia es por tanto escuela de amor. Hay que formar en el amor y para el amor; y, esta es la tarea y responsabilidad de los padres de familia, es un derecho y un deber que son inalienables, que necesariamente pide la colaboración de la misma sociedad mediante sus instituciones públicas y privadas. El amor es educado para la convivencia en el seno de la familia y para la construcción de la sociedad. Si hay tanta violencia en la sociedad, es porque falta el amor desde la familia.Dice el Concilio Vaticano II: “puesto que los padres han dado la vida a los hijos, tienen la gravísima obligación de educar a la prole, y por tanto hay que reconocerlos como los primeros y principales educadores de sus hijos” No hay nada ni nadie que pueda apropiarse de esta responsabilidad de los padres. El Estado nunca podrá usurpar este derecho, pero sí ayudar a que los padres lo cumplan. La educación en el amor ha de formar personas humanas integras, como ciudadanos y forjadores de sociedad, de justicia y de convivencia social digna, honesta, de justicia y libertad. Es a partir de la familia como una sociedad podrá salir de la destrucción que produce la violencia para encaminarse por las sendas de la paz y el desarrollo.De acuerdo con los planes de Dios manifestados y propuestos a los discípulos de su Hijo y que conforman su familia, en la Iglesia que es familia, la familia tiene una importancia suprema por cuanto ella está llamada a reflejar en su vida del amor de Dios y a contribuir en la misión que recibió de su divino Fundador.Dice el Papa Juan Pablo II: la familia cristiana es “comunidad íntima de vida y de amor” (FC 50) y ha de seguir el ejemplo y las enseñanzas de Jesús sobre la unidad y la comunión. La violencia es un pecado contra el amor y este mal puede ser expulsado por la fuerza de la gracia divina. Todos los miembros de la familia cristiana, fieles al amor de Dios pueden, en sus relaciones inspiradas por la caridad cristiana, realizar la vida familiar como escuela y hogar de vida, diálogo, cariño, respeto y solidaridad para la formación de sus miembros según el ejemplo de vida de Jesús y de acuerdo con los valores del Evangelio.La familia es también llamada “Iglesia doméstica” es decir, una realidad humana social en donde se vive el amor a Dios y el amor a los demás; por esto la familia está llamada a contribuir al desarrollo de la sociedad y a la construcción de la familia de Dios, la Iglesia. Donde hay amor no hay violencia y por tanto allí está Dios, porque Dios es amor.Ante tanto ataque y destrucción que las familias están sufriendo, es necesario que aquellas que Dios ha bendecido con la unidad y el amor, creyentes o no creyentes, se acerquen al dolor para que puedan volver llegar a reinar la convivencia y la paz mediante la solidaridad y la atracción del testimonio. El daño está siendo muy grande y el dolor ha alcanzado a miles de seres humanos niños, jóvenes, adultos y ancianos. Es necesario manifestar la oposición a todas las leyes y propuestas que matan el amor y a la vez, proponer el verdadero camino del amor y de la paz para la consecución del bien, el amor y la felicidad de las personas, familias y sociedades. Las familias cristianas tienen una luz y un camino seguro en el mandato del Señor de la caridad, que es enseñanza y fuerza para implantar el Reino del Amor. Todos son llamados a actuar para vencer la violencia intrafamiliar para que reine el amor intrafamiliar.Mons. Héctor Cubillos PeñaObispo de ZipaquiráMiembro de la Comisión Episcopal de Matrimonio y Familia

Mié 7 Mayo 2025
La Iglesia sinodal: un signo necesario para el mundo de hoy
Por Mons. Fadi Bou Chebl - En el contexto actual, marcado por profundas divisiones y desafíos sociales, la Iglesia Católica a través de su Santidad el Papa Francisco ha planteado el modelo de la sinodalidad que se vive en la comunión, participación y misión, en un mundo cada vez más plural y secularizado. La sinodalidad, entendida como el caminar juntos, se presenta no solo como una estructura de gobierno o una metodología pastoral, sino como un signo profético y necesario que refleja la voluntad de Dios para su pueblo en este momento histórico. Este artículo explora la relevancia de la Iglesia sinodal en el mundo de hoy, basándose en fundamentos bíblicos y teológicos que subrayan la necesidad de caminar juntos hacia la misión común, por el bien de todo ser humano.1. Fundamentos Bíblicos de la SinodalidadEl concepto de sinodalidad tiene sus raíces en las Escrituras, donde se observa un constante llamado a la unidad y a la comunión entre los creyentes. Desde el inicio del cristianismo, la Iglesia ha sido llamada a ser una comunidad en la que todos los miembros participan activamente en la vida y misión del Cuerpo místico de Cristo. En los Hechos de los Apóstoles, se narra cómo la primitiva comunidad cristiana vivía una experiencia de comunión profunda: "todos los creyentes estaban juntos y tenían todo en común" (Hechos 2:44). Esta imagen de la Iglesia no es simplemente una descripción de un tiempo pasado, sino un modelo que debe ser revivido y actualizándose constantemente en la vida eclesial.El Concilio Vaticano II, en la constitución Lumen Gentium, recuerda que la Iglesia es el Pueblo de Dios, un pueblo en marcha hacia la plenitud del Reino de Dios. La sinodalidad se muestra, por tanto, como un modo de ser Iglesia en el que cada miembro, desde su lugar, tiene una participación activa en la vida de la comunidad eclesial. Esta participación no es solo una cuestión administrativa, sino que responde a un mandato bíblico: "Porque todos sois uno en Cristo Jesús" (Gálatas 3:28). La sinodalidad, entonces, es un signo visible de la unidad y la comunión que deben caracterizar a la Iglesia.Además, la sinodalidad refleja el modelo de Jesús, quien llamó a sus discípulos a caminar juntos, compartiendo la misión del Reino de Dios. En el Evangelio de Mateo (18:20), Jesús afirma: "Donde dos o tres estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos". Esta promesa de la presencia de Cristo en la comunidad es central para comprender la sinodalidad: la Iglesia no es solo una organización humana, sino el lugar donde se realiza la presencia activa de Cristo en el mundo.2. Fundamentos Teológicos de la SinodalidadLa sinodalidad también tiene un fundamento teológico profundo. La Iglesia, en su origen y en su misión, es una realidad trinitaria. Así como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo están unidos en una perfecta comunión de amor, la Iglesia debe reflejar esa comunión en su vida interna y en su relación con el mundo. La sinodalidad, entendida como un caminar conjunto, es una forma de vivir la comunión eclesial en la que todos los miembros se reconocen como miembros de un solo Cuerpo, con una misma misión y bajo una sola cabeza que es el mismo Señor.El Papa Francisco, al convocar el Sínodo sobre la Sinodalidad, ha destacado que la sinodalidad implica un "escuchar" mutuo entre los miembros de la Iglesia, un escuchar que no es solo humano, sino que es un abrirse al Espíritu Santo, quien guía y sostiene a la Iglesia en su peregrinaje por la historia. El Espíritu Santo es el principio de unidad en la diversidad, y es en Él que se hace posible la sinodalidad: "El Espíritu Santo, que nos reúne y nos convoca a la misión, también es quien nos guía en este camino común hacia la plenitud del Reino de Dios".En este sentido, la sinodalidad tiene un carácter eclesiológico y pneumatológico, pues implica tanto una profundización de la comunión eclesial como una apertura al Espíritu que mueve a la Iglesia hacia la misión. La Iglesia sinodal no es un espacio de poder o de autoridad jerárquica centrada en unos pocos, sino una comunidad donde todos, en su diversidad, son llamados a aportar su don y su participación activa en el proceso de evangelización y de discernimiento comunitario.3. La Sinodalidad como Respuesta a los Desafíos del Mundo de HoyEn el mundo actual, marcado por la secularización, los conflictos sociales, y las divisiones políticas, la Iglesia sinodal se presenta como un signo de esperanza y unidad. En un tiempo en que la individualidad y la falta de diálogo parecen ser predominantes, la sinodalidad ofrece un modelo de comunidad que da testimonio de la fraternidad y la solidaridad. En este sentido, la Iglesia sinodal se convierte en un signo necesario, porque muestra al mundo que es posible caminar juntos, a pesar de las diferencias, y que el amor de Dios es capaz de sanar las divisiones.El Papa Francisco ha subrayado que la sinodalidad no es solo un camino para la Iglesia, sino también para el mundo. En una época de grandes desafíos, donde el diálogo y la cooperación parecen escasos, la Iglesia debe ser un faro de unidad, mostrando que la verdadera fuerza se encuentra en la comunión y en el servicio mutuo. La sinodalidad invita a una reflexión profunda sobre cómo vivir como pueblo de Dios en medio de las tensiones y polaridades del mundo contemporáneo.ConclusiónLa Iglesia sinodal es un signo necesario para el mundo de hoy, porque responde a las necesidades profundas de comunión, unidad y participación que la humanidad busca. Fundada en los principios bíblicos y teológicos de comunión en Cristo y la guía del Espíritu Santo, la sinodalidad no solo es un camino interno de la Iglesia, sino también una luz para el mundo. En un tiempo donde las divisiones parecen insuperables, la Iglesia sinodal ofrece un testimonio de que, en Cristo, es posible caminar juntos hacia un futuro de esperanza, justicia y paz.Rev. Monseñor Fadi Bou CheblExarca Apostólico para los fieles del Rito Maronita.

Lun 28 Abr 2025
“Hoy la Iglesia quiere vivir una profunda renovación misionera” Papa Francisco
Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve- El Ministerio del Papa en la Iglesia Católica está fundamentado en la Palabra de Dios cuando Jesús dice: “Yo te digo: Tú eres Pedro y sobre está piedra edificaré mi Iglesia y el poder de la muerte no podrá con ella” (Mt 16, 18) y cumple su misión evangelizadora con el único propósito de extender el Reino de Dios por todas partes, haciendo presente a Nuestro Señor Jesucristo que transforma la vida de cada creyente. La imagen de Pedro, la vimos plasmada en el Papa Francisco quien ha guiado a la Iglesia por caminos de evangelización en salida misionera.Como bautizados y creyentes en Cristo nos hemos unido en oración desde el lunes 21 de abril, cuando conocimos la noticia del fallecimiento del Papa Francisco. Entregamos a todos los bau-tizados, creyentes y personas de buena voluntad de la Diócesis esta edición especial del Periódico La Verdad, como un homenaje de esta Iglesia Particular, a quien fue el sucesor de Pedro y Vicario de Cristo desde el 13 de marzo de 2013 hasta el 21 de abril de 2025.Jorge Mario Bergoglio desde que vivió su ministerio apostólico en Buenos Aires se caracterizó por vivir el Evangelio y el anuncio de Jesucristo en salida misionera y al iniciar su pontificado tuvo la convicción que “Hoy la Iglesia quiere vivir una profunda renovación misionera” y para eso planteó desde el principio en la Encíclica Evangelii Gaudium (El Gozo del Evangelio) la necesidad de una profunda conversión que consiste “en salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (EG 20).Como creyentes y evangelizadores recibimos como testamento espiritual el llamado a una sincera conversión personal, pastoral y de las estructuras, de acuerdo con lo que nos enseñan los documentos de la Iglesia, conscientes que lo que se nos pide a todos es disponernos a la conversión como adhesión personal a Jesucristo nuestra Esperanza y la voluntad de caminar juntos en su seguimiento, siendo este momento inicial la raíz y el cimiento sin los cuales todos los demás esfuerzos resultan artificiales. Esto significa un cambio profundo de actitud, que conlleva a una transformación de nuestra vida en Cristo (Cfr. Documento de Aparecida 278b, 366), para salir en misión a anunciar la alegría del Evangelio: “Espero que todas las comunidades procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están. Ya no nos sirve una simple administración” (EG 25).Caminando juntos desde la conversión personal, tenemos la fortaleza que nos da la gracia para vivir la audacia de hacer más evangélica, discipular y participativa, la manera como pensamos y realizamos la pastoral (Cfr. DA 368), en este sentido “la conversión pastoral exige que se pase de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera. Así será posi-ble que el único programa del Evangelio siga introduciéndose en la historia de cada comunidad eclesial con nuevo ardor misionero, haciendo que la Iglesia se manifieste como una madre que sale al encuentro, una casa acogedora, una escuela permanente de comunión misionera” (DA 370).La entrega y vocación que encarnó en su misión el Papa Francisco fue un gran testimonio para la Iglesia, ya que desde siempre recibió encargos de gran responsabilidad, que, aunque nunca los esperó, los ejerció con generosidad, serenidad y humildad, pero también con seriedad y determinación. El espíritu misionero lo dejó plasmado en su aporte en la reunión de los Obispos en Aparecida, donde colaboró con mucha dedicación en el documento final, que es una hoja de ruta importante del camino evangelizador de la Iglesia en salida misionera.Para la Iglesia ha sido una gran pérdida, un hombre de fe, un Evangelio vivo que, desde su servicio eclesial y preocupación por la Evangelización en las periferias físicas y existenciales, contribuyó para que el Evangelio de Jesucristo fuera comprendido en los diversos ámbitos en los que se mueve el ser humano. Ahora, en la gloria de Dios, hemos ganado un intercesor que pedirá al Señor, para que la Iglesia, en salida misionera, continúe su misión anunciando a Jesucristo. El Señor en su gran bondad y proveyendo lo mejor para su Iglesia, concede para cada tiempo los pastores eximios a la altura de las exigencias de las épocas, y desde los carismas que el Espíritu Santo infunde en ellos, sirven oportunamente para seguir guiando la Iglesia, en medio de muchas tormentas que intentan derrumbarla, pero con la certeza que “el poder de la muerte no podrá con ella” (Mt 16, 18)Damos gracias a Dios por la vida y testimonio de Su Santidad, el Papa Francisco, y nos unimos en oración constante con toda la Iglesia Universal, para que esté gozando de la Gloria de Dios que predicó con fe y anunció con fervor por la evangelización.Pidamos al Señor que siga guiando a la Iglesia por caminos de fe, esperanza y caridad, de manera que todos nos sintamos protegidos por la gracia de Dios y así cumplamos con el mandato misio-nero Sean mis testigos, en el Proceso Evangelizador de nuestra Diócesis, hasta que lleguemos un día a gozar de la plenitud de Dios en su Gloria. Que la Santísima Virgen María y el Glorioso Patriarca San José, alcancen del Señor todas las gracias y bendiciones necesarias, para que practicando la enseñanza que nos ha dejado el Papa Francisco, con su convicción: “Hoy la Iglesia quiere vivir una profunda renovación misionera” nos ayude a crecer en santidad y a prepararnos también nosotros un día para llegar a la gloria de Dios.En unión de oraciones, reciban mi bendición.+José Libardo Garcés MonsalveObispo de la Diócesis de Cúcuta