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Pandemia y espiritualidad
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Por: Mons. Omar de Jesús Mejía Giraldo - Al terminar el año anterior y al comenzar el presente, escuchábamos una noticia internacional, reportada desde Wuhan, China, nos decían los noticieros: Se han reportado unos casos de neumonía, “se trata de un virus aún desconocido”. Con las primeras noticias, no hubo ninguna alarma. Primero, porque no comprendíamos la gravedad de la situación y segundo, porque veíamos la enfermedad demasiado lejana a nosotros, pues geográficamente China, nos parecía demasiado apartada de nuestra región.
A principios del presente año la OMS, al ver la extensión del virus se atrevió a llamar esta enfermedad con el nombre de pandemia. Así se define etimológicamente el término: “Pandemia viene del griego πανδημία, de παν, pan, 'todo', y δήμος, demos, 'pueblo', expresión que significa 'reunión de todo un pueblo'. Es la afectación de una enfermedad infecciosa de los humanos a lo largo de un área geográficamente extensa”.
En un principio, al ver que la enfermedad comenzó a extenderse a Europa, comenzamos a alarmarnos y, sin embargo, nos creíamos aún lejanos de semejante realidad tan grave. Fue pasando el tiempo hasta que en marzo comenzaron a aparecer los primeros enfermos de COVID 19 en el país, especialmente en Bogotá. En el Caquetá decíamos: Estamos aún lejos de la capital, lo importante es que nadie entre al departamento…; tenemos que encerrarnos para preservar nuestra salud. Incluso nos parecía difícil que el virus llegara a nuestra región, decíamos, por ejemplo: la selva nos preserva de la enfermedad, etc. En fin, cada persona podrá recordar las múltiples interpretaciones que le dábamos a las circunstancias. Nos encerramos con mucho miedo, frente a un enemigo mortal que nos era invisible y que no sabíamos por donde podría llegar a nuestra región. En un principio fuimos disciplinados, porque nos impulsaba el miedo al virus desconocido y mortal. En la medida que fue avanzando el tiempo, se fue viendo la necesidad de salir, por múltiples circunstancias, entre muchas por la situación de pobreza. La verdad es que para muchas familias la antinomia ética es: Nos encerramos y morimos de hambre o salimos y corremos el riesgo de contagiarnos. Es necesario reconocerlo, muchas personas también han sido, (hemos sido), desobedientes e “indisciplinadas socialmente”.
Ahora el virus en nuestra región es una realidad, ya ha cobrado la vida de muchas personas, que hacían parte de nuestra comunidad. Esto nos debe doler y frente al hecho no podemos ser indiferentes. La primera consciencia que hemos de tener es que, nos cuidamos, para cuidar a los demás o corremos el riesgo de contaminarnos todos y habrá por lo tanto una mortandad incontrolable en nuestro departamento.
Como no soy médico, ni soy gobernante, quiero dirigirme a ustedes queridos hijos e hijas como pastor de almas, como sacerdote y, sobre todo, como una persona de fe, que a lo largo de mi vida sacerdotal y episcopal he tratado de iluminar mi vida desde la espiritualidad del Evangelio o Buena Nueva de salvación, inaugurada por Jesús nuestro Señor, nuestro Maestro, nuestro Profeta y nuestro Médico (Cf Mt 4,23; Mt 9,35). Mi modelo de vida en el Espíritu es Cristo, quisiera que lo fuera también para ustedes.
El diccionario de la lengua castellana nos ofrece los siguientes elementos para comprender la palabra espiritualidad, dice: “La espiritualidad es el conocimiento, aceptación o cultivo de la esencia inmaterial de uno mismo”. Espíritu a su vez, lo define el diccionario así: “Es la gracia que Dios o un ser superior da al hombre para diferenciarse del resto de los animales. El espíritu es definido como el alma racional donde reside el pensamiento, la espiritualidad y la comunión. Espíritu proviene del latín spiritus, que significa ‘respiro’ y todo lo relacionado con el elemento aire. Se traduce al griego como pneûma, que se relaciona con ‘aliento’, ‘respiración’ y ‘espíritu’”.
Desde la antigüedad, la filosofía griega nos dice que el ser humano es un “animal racional”. Aquí está la gran diferencia con los demás animales del planeta, el hombre, además, de tener vida, sabe que la tiene; además de poseer emociones y pasiones, posee capacidad racional. Es la razón pues la que nos diferencia de los demás seres de la creación. Nuestra inteligencia es don de Dios, dice la Palabra que Dios nos ha hecho a su “imagen y semejanza”. Dice la Palabra: “Y Dios creó al hombre a su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer” (Gen 1, 27). Porque somos imagen y semejanza de Dios podemos dialogar con Él, podemos entrar en comunión con Él y por lo mismo podemos vivir fraternalmente entre nosotros.
Nuestra inteligencia a imagen y semejanza de Dios es la que nos permite estar abiertos a la espiritualidad, es decir a las realidades más íntimas y profundas del ser humano. El ser humano es todo aquello que lo hace ser desde dentro, pero a su vez, todo aquello que le permite que su existencia se pueda manifestar hacía lo externo. El ser humano es relación íntima entre mundo interno y mundo externo. Los sentidos externos e internos están estrechamente relacionados, se complementan y hacen parte de un mismo ser. Lo interno se muestra al exterior por medio del cuerpo y el cuerpo a su vez es manifestación de lo que se vive en lo más profundo de su ser o sea su espíritu.
Como seres racionales, inteligentes, espirituales, no podemos ser indiferentes frente a la realidad que se vive en cada “instante vital” de la existencia. Hoy vivimos una pandemia. La podríamos entender o iluminar de mil maneras. También se puede interpretar desde otras orillas antropológicas y espirituales. De nuestra parte, les propongo asumirla desde la antropología cristiana o espiritualidad del Evangelio.
Lo primero a lo cual nos invita la espiritualidad cristiana es a fijar nuestra mirada en la Palabra de Dios. Nuestra fe nos enseña que la Palabra de Dios es la fuente y el origen de todas nuestras convicciones de vida y a su vez es la herramienta esencial para juzgarlo todo, tanto los momentos de crisis y soledad, como los momentos cumbres de alegría y comunión entre los hermanos. La Palabra de Dios debe ser la puerta de entrada y la puerta de salida de cualquiera de los momentos y circunstancias que estemos viviendo a lo largo de nuestra existencia. Por eso, la primera invitación es a que, a la luz de la Palabra de Dios nos preguntemos: ¿Qué aspectos positivos, propositivos y esperanzadores podemos aprender del momento presente que estamos viviendo hoy? ¿Qué quiere Dios de nosotros? ¿Cómo personas inteligentes y/o espirituales, qué podemos hacer para que entre todos superemos la situación en la cual estamos sumidos?
Un reto grande en la actualidad es entender que la ciencia y la técnica no son respuesta absoluta a todos los interrogantes del hombre. Es necesaria también la espiritualidad como herramienta fundamental que ayuda a darle sentido a la vida. Sin espiritualidad el ser humano termina siendo un simple objeto de valor, al que se le aprecia solo por lo que hace y no por lo que es. En el mundo ya se dio la revolución industrial, la revolución de la ciencia y de la técnica, la revolución electrónica. Estamos viviendo la revolución de lo virtual y de las redes sociales. Nos queda como reto desde la espiritualidad cristiana hacer la revolución de la fraternidad. Así como una pandemia, es algo universal, nuestro gran reto es universalizar la fraternidad. San Juan Pablo II hablaba de la globalización de la fraternidad.
Una cosa hemos de tener clara y es que el mundo, después del coronavirus, no volverá a ser el mismo. La pandemia ha puesto a prueba nuestra humanidad, nuestra racionalidad, nuestra capacidad de fraternizar. Nosotros no podemos asumir la pandemia como un castigo de Dios. La verdad es que todos, de una o de otra manera, con culpa o sin culpa, todos hemos aportado nuestro granito de arena, para que llegáramos a la situación mundial de desgaste cósmico, humano y ético al cual hemos llegado. Desde nuestra espiritualidad cristiana digamos: Dios nos corrige, aceptemos entonces, este momento como un hecho pedagógico divino, escuchemos la Palabra: “Pues a quien ama el Señor, le corrige; y azota a todos los hijos que acoge” (Heb 12,6). Aceptemos este momento como un acto pedagógico divino a través del cual nos corrige porque nos ama. Así las cosas, es tiempo para asumir cada uno de nosotros nuestra propia responsabilidad.
Veníamos sumidos en un individualismo terrible, donde la filosofía parecía ser: “sálvese quién pueda”. Ahora la realidad nos dice: vamos todos en la misma barca, nos salvamos o parecemos todos. Aparece entonces, la espiritualidad de comunión que tanto eco ha tenido a lo largo de la historia de nuestra fe. Nos recordaba el Papa San Juan Pablo II: “Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo”. Continuaba el santo: “… espiritualidad de comunión es saber “dar espacio” al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (cf. Ga 6,2) y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos asechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias. No nos hagamos ilusiones: sin este camino espiritual, de poco servirían los instrumentos externos de la comunión. Se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión más que sus modos de expresión y crecimiento” (Novo Millennio Ineunte, 43).
La verdad es que, frente a la realidad del deber de cerrar nuestros templos, como Iglesia, hemos despertado a una mayor y mejor utilización de los medios de comunicación y las redes sociales. Durante la pandemia han abundado las misas transmitidas por las redes sociales y los medios virtuales de comunicación. Los medios virtuales de comunicación se están instalando como herramientas necesarias para la educación, la evangelización y la extensión de nuestra espiritualidad cristiana, esto es un hecho y no lo podemos negar, no nos podemos esconder. Sin embargo, vale la pena reconocer que estos medios externos no nos pueden agotar la manera de transmitir el evangelio, la verdad de nuestra fe, la revelación, nuestra espiritualidad.
No podemos caer en una especie de gnosticismo. Escuchemos al santo Padre Francisco: “La familiaridad con Jesús debe ser comunitaria: con la Iglesia, con los sacramentos y con el pueblo. Una familiaridad sin comunidad, una familiaridad sin el pan, una familiaridad sin la Iglesia, sin el pueblo, sin los sacramentos, es peligrosa. Puede convertirse en una familiaridad gnóstica. Una familiaridad desvinculada del pueblo de Dios. La familiaridad de los apóstoles con el Señor siempre era comunitaria, siempre era ‘en la mesa’, signo de la comunidad, siempre era con el sacramento, con el pan” (abril 17, 2020).
El COVID 19, nos hizo caer en la cuenta de que somos seres humanos frágiles y que nos necesitamos los unos a los otros. Somos seres con espíritu y vocación de comunión. No podemos vivir encerrados, nuestra vida tiene sentido cuando nos encontramos con el Otro (ser superior), con los otros, con el cosmos. Somos hechos para estar en sociedad. Desde nuestra antropología cristiana y nuestra espiritualidad inspirada en el evangelio, es tiempo de entender que hoy es la oportunidad de comprender que nuestro compromiso por construir una sociedad más fraternal es impostergable. Es necesario recordar el siguiente principio: “No hay actos individuales que no tenga consecuencias sociales”. No somos islas. Necesitamos encontrarnos, tocarnos, besarnos… Necesitamos sentir que nuestro cuerpo está vivo y que éste es vía de comunión y vinculo de unidad como humanos. El cuerpo no es malo, es una bendición. Nuestro cuerpo habla. A través del cuerpo manifestamos lo que hay al interior de nuestro espíritu. Ciertamente el Covid 19 nos está limitando el poder expresar con toda nuestra fuerza corporal nuestros sentimientos y deseos. La invitación es a que seamos creativos, propositivos y proactivos, no nos dejemos limitar de la situación, seamos responsables, pero también reinventémonos. Toda crisis es la gran oportunidad de ir más allá de lo acostumbradamente normal.
La espiritualidad de comunión nos hace comprender que hacemos parte de una familia, la cual comparte una casa común, la que debemos cuidar y por la cual debemos preocuparnos, porque si la destruimos, todos finalmente nos quedaremos sin donde habitar. Nuestra espiritualidad nos enseña que todo esta íntimamente interconectado, el mundo es un macrocosmos, que lo componen pequeños microcosmos, todos con igual grandeza e importancia, porque todos aportamos al equilibrio necesario para preservar la vida en el planeta.
Si queremos volver a la “normalidad de antes”, ¿cuál normalidad?... O si queremos derrotar el coronavirus y, sobre todo, para derrotar la pandemia del individualismo, del egoísmo, de la corrupción, de la envidia y los celos; desde nuestra espiritualidad propongo lo siguiente: Pensemos en la muerte, no vivamos sólo para este mundo, vivamos con sentido de eternidad; por lo tanto, luchemos por derrotar el miedo a la muerte. La muerte ha sido una realidad que hemos convertido en un mito, en un tema vedado lingüísticamente. La muerte la hemos visto desde la barrera y como una intromisión con la cual no queremos contar en nuestro diario vivir, la hemos pretendido vivir a escondidas… La verdad es que sobre la muerte nos cuesta hablar, se ha convertido en un tema del cual no sabemos qué decir, ni qué pensar y esto se ha convertido en una falta enorme. La muerte es real y el coronavirus nos lo recordó.
La pandemia nos ha puesto en presente la muerte, una realidad que aún desde nuestra espiritualidad cristiana se nos había olvidado meditar, orar, predicar y recordar. El mundo ha querido ocultarnos el misterio de la muerte, ha pretendido negarla y por eso, trata de maquillar lo mejor posible nuestros cadáveres. Pero el coronavirus, ni esto nos ha permitido. Hemos enterrado a nuestros difuntos sin ningún maquillaje, estrictamente forrados y sin saber siquiera si realmente ese es nuestro familiar o será otro cadáver y sin una posibilidad de elaborar el duelo. Algunos cadáveres han sido llevados al horno crematorio o a su tumba, sin una pequeña oración. La pandemia nos ha recordado que somos seres para la muerte.
Desde la espiritualidad cristiana es el momento más oportuno, para volver a presentar la muerte como la gran realidad por la cual debemos atravesar, para poder contemplar a Dios cara a cara. Dice San Agustín: “Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón vive inquieto hasta que descansa en ti”. La muerte para el cristiano no es el final, lo rezamos en la Santa Misa de funeral: “Nuestra vida no termina, se transforma”. Hoy debemos hablar del misterio de la muerte como un hecho real que nos pone de cara a la eternidad y, por lo tanto, el final de nuestra existencia es tan real como la vida misma. La muerte no nos viene de fuera, la llevamos dentro, cuando nacemos ya somos lo suficientemente viejos para morir. La muerte nos ayuda a comprender la grandeza y el sentido de la vida; sin muerte la vida no tendría sentido. Los jóvenes son los más contagiados por el virus, aunque los que más mueren son las personas mayores, esto debe decirnos algo.
De morir tenemos, el día, la hora, cómo y cuando no lo sabemos. Si no morimos de coronavirus, nos moriremos de otra cosa. Enfrentemos la muerte con esperanza y fe. Muchas veces hemos centrado solo nuestra mirada en los súper poderes de la ciencia y la técnica; con el Covid 19, nos dimos cuenta de que aún los científicos están desconcertados. La espiritualidad cristiana nos invita a fortalecer la virtud de la esperanza. Virtud que ha de estar centrada en la importancia de la razón como instrumento para avanzar en una investigación científica que sirva de opción al momento y la situación que vivimos. Pero también es el momento de la esperanza en el buen Dios de la misericordia y en oración, pedirle que manifieste compasión para con esta humanidad agobiada y doliente. Es el momento de la esperanza en la fraternidad humana. Por lo tanto, es un “instante vital”, fundamental, para acrecentar entre nosotros la ministerialidad eclesial.
Como personas de fe y asumiendo una espiritualidad madura, hemos de entender el momento presente como un “Kairos” (tiempo de Dios), tiempo de salvación. No podemos vivir en el sentimiento de la resignación, vivamos así, porque nos toco, no. Debemos asumir el presente con fortaleza y una oportunidad para soñar el futuro de la mano de Dios y como hermanos consolidar aquello que nuestras comunidades ancestrales llaman “El buen vivir”.
Más que ayer y como siempre, la espiritualidad hoy es indispensable. Necesitamos sembrarla en nuestros gobernantes y líderes sociales y comunitarios, en nuestros niños y jóvenes, en nuestros estudiantes, en nuestras familias, en nuestras instituciones, en la Iglesia, en las Iglesias, en todos los espacios y rincones donde vivimos. La espiritualidad no puede ser una simple idea, no es una doctrina, no puede ser un discurso para mostrar nuestra erudición. La espiritualidad es un estilo de vida, es vivir movidos por la imagen y semejanza que Dios ha sembrado en nosotros desde siempre. La espiritualidad es estar siempre impulsados por el Espíritu divino, fuente y cumbre de la espiritualidad cristiana.
La espiritualidad, hecha vida hoy, nos empuja a vivir la virtud de la compasión; la espiritualidad nos empuja a no ser indiferentes frente al sufrimiento de los hermanos. En tiempos de crisis la espiritualidad le da sostén a nuestra vida, no nos permite que sucumbamos en el dolor y el sufrimiento. Ante la realidad del sufrimiento, lo que es paja se quema, lo que es oro se acrisola. La espiritualidad nos ayuda a fortalecer nuestra esperanza, nuestra confianza en Dios y nuestra esperanza en los resultados honestos y rectos de la ciencia.
+ Omar de Jesús Mejía Giraldo
Arzobispo de Florencia
“Les traigo la paz” (Juan 20, 19.21.26)
Vie 5 Abr 2024
Mar 2 Abr 2024
“Ha resucitado; no está aquí” (Mc 16, 6)
Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve - Con esta expresión el evangelista Marcos resume el acontecimiento decisivo que contiene toda nuestra profesión de fe, que se hace realidad en nuestra vida cristiana en este día en que celebramos con gozo la resurrección del Señor. Ya en el momento del calvario pocos segundos después de Jesús lanzar un fuerte grito y expirar, el centurión romano hizo profesión de fe cuando dijo: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Mc 15, 39), encontrando la certeza plena en el anuncio que el joven vestido de blanco les dijo a las mujeres que fueron a ver el sepulcro: “No se asusten. Buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado; no está aquí. Miren el lugar donde lo pusieron. Vayan, pues, a decir a sus discípulos y a Pedro: Él va camino de Galilea; allí lo verán, tal como les dijo” (Mc 16, 6-7).Frente a un mundo con mucho odio, venganza y violencia, la Resurrección de Jesucristo es la revelación suprema para decirle a la humanidad que finalmente no reina el mal, sino que reina Jesucristo Resucitado que ha venido a traernos perdón, reconciliación y paz, para que todos tengamos en Él la vida eterna. La proclamación de la resurrección de Jesús es fundamental para dar cimiento a la fe, tal como lo señaló el Apóstol san Pablo “Si Cristo no ha resucitado, la fe de ustedes no tiene sentido y siguen aún sumidos en sus pecados” (1Cor 15, 17), pero como Cristo resucitó, Él es la fuente de la verdadera vida, la luz que ilumina las tinieblas, el camino que nos lleva a la salvación: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie puede llegar al Padre, sino por mí” (Jn 14, 6).El desarrollo de la vida diaria tiene que conducirnos a un encuentro con Jesucristo vivo y resucitado, “que me amó y se entregó por mí” (Gal 3, 20), y ahora resucitado vive y tiene en su poder las llaves de la muerte y del abismo, para rescatarnos del mal que nos conduce a la muerte y darnos la verdadera vida, la gracia de Dios que nos renueva desde dentro con una vida nueva, para convertirnos en misioneros del Señor resucitado, según su mandato a los discípulos: “vayan y hagan discípulos a todos los pueblos y bautícenlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que les he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 19-20).Así lo entendieron los primeros discípulos que vieron a Jesucristo y lo palparon resucitado. Pedro, los apóstoles y los discípulos comprendieron perfectamente que su misión consistía en ser testigos de la resurrección de Cristo, porque de este acontecimiento único y sorprendente dependería la fe en Él y la difusión de su mensaje de salvación por todos los confines de la tierra.Pedro, ante la pregunta de Jesús de quien era Él para ellos, le contesta: “Tú eres el Cristo” (Mc 8, 29), pero como todavía no había llegado la hora, Jesús les ordenó que no se lo dijeran a nadie. Ahora con la certeza de la resurrección, después de pasar por la cruz, todos salen a comunicar esa gran noticia por todas partes. También nosotros haciendo profesión de fe como Pedro, en el momento presente somos testigos de Jesucristo resucitado y cumplimos con el mandato de ir por todas partes a anunciar el mensaje de la salvación, con la certeza que no estamos solos en esta tarea, Él está con nosotros todos los días hasta el final de los tiempos (Cf Mt 28, 19-20).Dejemos a un lado nuestras amarguras, resentimientos y tristezas. Oremos por nuestros enemigos, perdonemos de corazón a quien nos ha ofendido y pidamos perdón por las ofensas que hemos hecho a nuestros hermanos. Deseemos la santidad, porque he aquí que Dios hace nuevas todas las cosas. No temamos, no tengamos preocupación alguna, estamos en las manos de Dios. La Eucaristía que vivimos con fervor es nuestro alimento y fortaleza que nos conforta en la tribulación y una vez fortalecidos, queremos transmitir esa vida nueva a nuestros hermanos, a nuestra familia, porque “Ha resucitado; no está aquí” (Mc 16, 6).La esperanza en la resurrección debe ser fuente de consuelo, de paz y fortaleza ante las dificultades, ante el sufrimiento físico o moral, cuando surgen las contra-riedades, los problemas familiares, cuando vivimos momentos de cruz. Un cristiano no puede vivir como aquel que ni cree, ni espera. Porque Jesucristo ha resucitado, nosotros creemos y esperamos en la vida eterna, en la que viviremos dichosos con Cristo y con todos los Santos. Tenemos esta posibilidad gracias a su resurrección.Haciendo profesión de fe en el Señor, miremos y contemplemos el Crucificado y digamos: “Tú eres el Cristo” (Mc 8, 29) y en ambiente de alegría pascual por la Resurrección del Señor, afrontemos nuestra vida diaria renovados en la fe, la esperanza y la caridad y vayamos en salida misionera a comunicar lo que hemos experimentado al celebrar esta semana santa. Puestos en las manos de Nuestro Señor Jesucristo y bajo la protección y amparo de la Santísima Virgen María y del Glorioso Patriarca San José, pidamos la firmeza de la fe para ser testigos de la Resurrección del Señor.En unión de oraciones,reciban mi bendición.+José Libardo Garcés MonsalveObispo de la Diócesis de Cúcuta
Jue 7 Mar 2024
Cuaresma: un camino de fe en comunidad
Por Mons. Ricardo Tobón Restrepo - La Cuaresma, si por una gracia especial de Dios la vivimos en serio, es un verdadero camino hacia la Pascua. Es decir, asumimos el éxodo en que estamos y aprendiendo a interpretar y a aprovechar los dones y las pruebas en medio de las que avanza nuestra existencia, vamos haciendo resurrección en cada uno de nosotros y en las personas que nos rodean. Para esclarecer las sombras, afrontar las luchas y no perder la esperanza, es necesario peregrinar en comunidad a la luz de la fe. Tal vez, entonces, la primera pregunta es si hoy tiene sentido creer.Partamos de la realidad. Junto a tantos signos de bondad y junto a un desarrollo impensable de la ciencia que cada día abre nuevos horizontes, crece igualmente una especie de desierto espiritual. Se tiene la sensación de que, a pesar de tantos logros, a veces el mundo no se dirige hacia la construcción de una sociedad más justa y fraterna. El hombre no aparece más libre y humano, continúan tantas formas de explotación y de violencia, quedan preguntas fundamentales sin responder, constatamos que, además del pan, necesitamos también sentido, fundamentos seguros, amor y esperanza.En este contexto, se requiere una renovada educación para la fe, que lleve a un conocimiento de la verdad y de los acontecimientos de la salvación, pero que brote sobre todo de un encuentro con Dios. Realmente, la fe verdadera se produce en un contacto profundamente personal con Dios, que nos pone frente a Él en absoluta inmediatez de modo que podamos hablarle, amarlo, entrar en comunión con Él, permitirle que nos toque en lo más íntimo de nosotros mismos. La fe es confiarse a un Tú, que es Dios, el cual nos da una certeza diversa, pero no menos sólida de la que viene de los cálculos exactos de la ciencia.La fe no es un mero asentimiento intelectual a unas verdades particulares sobre Dios; es un acto con el que nos confiamos libremente a un Dios que es Padre y que nos ama, es adhesión a un Tú que nos da confianza y esperanza. Este amor tiene su máxima revelación en la cruz de Cristo. Con la muerte y resurrección de su Hijo, Dios desciende hasta el fondo de nuestra humanidad para levantarla hasta Él. Así la fe hace ver cómo el amor de Dios es capaz de transformar toda forma de mal en salvación y cómo en Cristo se ha revelado la realidad profunda de la persona, el camino a la libertad y la posibilidad del amor.La fe viene por la escucha, dice San Pablo; es necesario escuchar a Dios que, a partir de una historia que Él mismo ha creado, nos interpela. Para que podamos creer tenemos necesidad de testigos que han encontrado a Dios y nos lo hacen accesible. De ahí la importancia de la comunidad. Pero la comunidad de fe no se crea por sí sola. La Iglesia ha sido creada por Dios y viene continuamente formada por Él. Esto encuentra su expresión en los sacramentos, especialmente en el Bautismo, en el que venimos acogidos por una comunidad, que no se ha originado por sí misma y que se proyecta más allá de sí misma.Esta realidad profundamente personal que es la fe está en relación inseparable con la comunidad. La fe es un don comunicado a través de otro don que es la comunidad. En efecto, es parte de la esencia de la fe el hecho de quedar introducidos en el nosotros de los hijos de Dios, en la comunidad peregrina de los hermanos y hermanas. El encuentro con Dios significa que, al mismo tiempo, somos sacados de nuestra soledad y acogidos en la comunidad viva de la Iglesia. Ella es mediadora de nuestro encuentro con Dios, que llega al corazón de cada uno de un modo completamente personal.La Cuaresma es entonces una oportunidad imperdible para consolidar nuestra fe y al mismo tiempo construir la comunidad cristiana. Nuestra sociedad requiere cristianos que se comprometan con Dios y su proyecto de salvación, que estén vitalmente incorporados a Cristo por la acción de su Espíritu, que sean la Iglesia que testimonia al mundo la experiencia de la vida nueva que surge del bautismo. Tengamos presente que esto se logra por la acción de Dios mediante la catequesis bien conducida, la liturgia celebrada con unción, la práctica de la oración humilde y el ejercicio de la caridad con todos los hermanos. Esta es la tarea pastoral de las parroquias en este tiempo de Cuaresma.+ Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín
Mié 21 Feb 2024
Conversión pastoral para ir en salida misionera
En nuestra Diócesis de Cúcuta, siguiendo el llamado del Papa Francisco, estamos en salida misionera y para ello nos proponemos evangelizar con una nueva mentalidad, respondiendo al llamado constante que la Iglesia nos hace a la conversión. Hemos comenzado el tiempo cuaresmal el pasado Miércoles de Ceniza, con una invitación concreta a transformar nuestra vida en Cristo, con el llamado del Señor en su Palabra: “conviértete y cree en el Evangelio” (Mc 1, 15), que consiste en reorientar la vida hacia Dios y renovar la profesión de fe en el Señor, diciendo: “Tú eres el Cristo” (Mc 8, 29), recordándonos la necesidad de conversión, para purificar nuestra conciencia del mal y el pecado y limpios de co-razón, transmitir el Evangelio de Jesucristo por todas partes.El llamado permanente del Papa Francisco a ser Iglesia en salida misionera, lo percibo muy vivo en cada uno de los evangelizadores de nuestra Diócesis, ya que encuentro sacerdotes, diáconos, seminaristas, religiosos, religiosas y agentes de pastoral comprometidos con la tarea evangelizadora, cumpliendo el mandato del Señor: “Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos y bautícenlos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que les he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 19 - 20).Mi compromiso constante consiste en animarlos para que sigan comunicando la alegría que produce el encuentro con Jesucristo. Seguiré dedicando todo mi tiempo y esfuerzo para acompañar en primer lugar a los sacerdotes, invitándolos a hacer todos los días con Pedro, la profesión de fe, reconociendo que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Los animo a que sigan viviendo este ministerio santo en gracia de Dios y en salida misionera.También seguir dedicando tiempo para acompañar a las instituciones diocesanas, con el fin de que puedan seguir siendo ejemplo de caridad en el desempeño de su misión y finalmente, quiero seguir acompañando a los feligreses en cada una de las parroquias, con las visitas pastorales y la administración del sacramento de la Confirmación, fortaleciendo con ello la acción misionera en cada una de las comunidades parroquiales.Los invito a fortalecer la conversión personal, que tiene que conducir a transformar nuestra vida en Cristo. La conversión es ir hacia adelante en el seguimiento de Jesús, sabiendo que en un primer momento es dejar un pecado, un vicio dominante que va arruinando nuestra vida, pero en un nivel superior es transformar la vida en Cristo, para decir con san Pablo: “Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gál 2, 20), de tal manera que todo nuestro actuar, sentir y vivir es en Cristo, como lo expresaba san Pablo en su experiencia espiritual: “Para mí la vida es Cristo” (Fil 1, 21).Comprometidos con la conversión personal, tenemos la fortaleza que nos da la gracia para vivir la audacia de hacer más evangélica, discipular y participativa, la manera como pensamos y realizamos la pastoral (Cfr. DA 368), en este sentido “la conversión pastoral exige que se pase de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera”.Así será posible que el único programa del Evangelio siga introduciéndose en la historia de cada comunidad eclesial con nuevo ardor misionero, haciendo que la Iglesia se manifieste como una madre que sale al encuentro, una casa acoge-dora, una escuela permanente de comunión misionera” (DA 370), teniendo presente que la hoja de ruta que hemos trazado para nuestra Diócesis de Cúcuta es la salida misionera que significa: “Salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (EG 20).Nuestro punto de partida tiene que ser una sincera conversión personal, pastoral y de las estructuras, de acuerdo con lo que nos enseñan los documentos de la Iglesia, conscientes que lo que se nos pide a todos es disponernos a la con-versión, mediante el encuentro con Jesucristo y la decisión de hacer profesión de fe en Él, diciendo: “Tú eres el Cristo” (Mc 8, 29). Esto significa un cambio profundo de actitud, que conlleva a una transformación de nuestra vida en Cristo, aceptando su cruz, contemplando al Crucificado y escuchando lo que el Espíritu Santo está diciendo en este momento a la Iglesia y a nuestra Diócesis.Nuestra fuerza está en la Palabra de Nuestro Señor Jesucristo, que nos envía en salida misionera a evangelizar al mundo entero (Cf Mt 28, 19 - 20), que identificamos como nuestra misión, conscientes que la fuerza interna, proviene del Espíritu Santo a quien reconocemos como primer protagonista en la tarea del anuncio del Evangelio (Cfr. EN 75).El comienzo de la Cuaresma tendrá que ser una oportunidad para hacer profesión de fe en el Señor y en actitud contemplativa, mirando al Crucificado decir: “Tú eres el Cristo” (Mc 8, 29). Que la intercesión de la Santísima Virgen María y la custodia del Glorioso Patriarca San José, alcancen del Señor la gracia para cada uno de nosotros, de una auténtica conversión pastoral, para ir en salida misionera a anunciar el mensaje de la Salvación por todas partes.En unión de oraciones,reciban mi bendición.+José Libardo Garcés MonsalveObispo de la Diócesis de Cúcuta
Mar 13 Feb 2024
2024 de la mano de Dios
Por Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - Sin duda que el refrán de que cada día tiene sus afanes, es cierto. Así como cada año que comenzamos viene cargado de expectativas y sueños. Estamos dando inicio formal a las actividades administrativas en la Arquidiócesis y en general en todas nuestras comunidades. De nuevo quiero expresarles mis mejores deseos para que este año represente un tiempo de paz y reconciliación, así como de crecimiento en la fe y en el compromiso de vivir una vida según el querer del Señor. Vivámoslo de la mano de Dios.Para la Iglesia universal, por querer del Papa Francisco, el 2024 será el año de la oración. Él ha querido que, en la proximidad del año santo jubilar, que se celebrará en el 2025, los que hacemos parte de la Iglesia católica nos unamos en un mismo sentir y un solo corazón, por la gracia y acción del Espíritu Santo que debemos dejar actuar en cada uno. Y un medio para discernir lo que el Señor quiere para todos es la oración.El Catecismo de la Iglesia Católica dedica toda la cuarta parte a la oración cristiana, en los números 2558 – 2865. Los invito para que los retomen y los lean; es una joya catequética que nos ayuda a comprender la importancia de la oración cristiana y los beneficios que de ella surgen. En estos números nos enseña a orar y hacer de la vida una oración.En estos tiempos, que no son los últimos, pero que nos ayudan a prepararnos para cuando el momento final llegue, el Catecismo dice, entre otras cosas, lo siguiente: “Orar en los acontecimientos de cada día y de cada instante es uno de los secretos del Reino revelados a los “pequeños”, a los servidores de Cristo, a los pobres de las bienaventuranzas. Es justo y bueno orar para que la venida del Reino de justicia y de paz influya en la marcha de la historia, pero también es importante impregnar de oración las humildes situaciones cotidianas. Todas las formas de oración pueden ser la levadura con la que el Señor compara el Reino (cf. Lc. 13, 20-21)” (n. 2660).Y estas formas de oración son: vocal, meditación y contemplación, y en estas expresiones están la oración de bendición, de adoración, de petición, de intercesión, de acción de gracias y de alabanza.En este primer editorial del año, solo los quiero motivar para que acojamos la invitación del Papa para que se intensifique la oración, en estos tiempos de prueba. La Arquidiócesis irá ofreciendo subsidios, con base en el Catecismo, para que se sumerjan en el misterio del amor de Dios que es también la oración. Si Cristo oró, lo hizo porque para Él la oración era vital, y para enseñarnos a orar.El 2 de febrero celebramos la solemnidad de la Presentación del Señor en el templo, conocida también esta fiesta litúrgica como de Nuestra Señora de la Candelaria. Pedimos al Señor, que vino a nosotros como la luz de las gentes, que también nosotros seamos luz llena de esperanza para los demás.Igualmente se celebra el 11 de febrero, la Jornada Mundial del Enfermo, en concordancia con la memoria litúrgica de Nuestra Señora de Lourdes. Oramos por los enfermos, por los que están en clínicas y hospitales, y oramos también por el personal de salud, médicos, personal de enfermería, administrativos y directivos de estas instituciones. También pedimos para que las políticas de salud que se están implementando, no vulneren los derechos de nadie, ni de los enfermos, ni de los prestadores de salud. En el centro de todo esfuerzo está la persona, y es a ella a la que se debe servir con amor y eficacia.El miércoles 14 de febrero damos inicio al tiempo de Cuaresma, con la imposición de la ceniza. Que sea un día de auténtico compromiso de cambio y de conversión personal y comunitaria.Y el 22 de febrero, celebramos la fiesta de la Cátedra de San Pedro. Es el día en el que oramos por el Papa Francisco, sucesor de Pedro, y al orar por él, oramos por toda la Iglesia. El ser católico conlleva la comunión con el Papa. Él nos pide siempre que oremos por sus intenciones. Hagámoslo. Y oremos también por nuestro seminario Arquidiocesano San Pedro Apóstol, pidiéndole a San Pedro que interceda por esta importante y querida obra arquidiocesana, la casa donde se forman los futuros presbíteros.